Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
Si crees que pueden herir tu sensibilidad, por favor no continúes leyendo.
Gracias por visitar mi blog.

domingo, 3 de junio de 2012

CAPÍTULO 58: NEGOCIOS TURBIOS

Empezaba a amanecer.
Las luces anaranjadas de la mañana se colaban por la ventana. Dibujaban formas sobre el pecho desnudo de Allain; y Yara las seguía con la mirada mientras el hombre dormía profundamente. Hacía demasiadas lunas que no sangraba, como era normal en toda mujer. Justo desde poco antes de aquella noche que pasó con Valiant en el lago. Había intentado tomar una decisión al respecto. Pensó, el primer paso debería ser decírselo al chico. Pero, ¿qué pasaría después? Valiant querría, con toda certeza, tener ese niño. Sin embargo, ellos no eran una pareja. No eran una familia. No podían darle una vida normal a la criatura. Y luego estaba Allain...
Le dio un beso suave en el hombro. Se preguntó qué soñaría para dormir tan en calma. Por un momento pareció que no existieran todas aquellas otras mujeres que habían pasado por la vida de él, ni las cosas horribles que había hecho. No, en aquella cama... en aquél preciso instante, Allain era un hombre nuevo. Distinto. Puro.
Ojalá fuese siempre así, se dijo. Pero algo la oprimió en el pecho, al pensar que al despertar probablemente todo regresaría a la normalidad. Allain no iba a quedarse con ella, y ella no quería tener que enfrentarse a su negativa, por lo que decidió que lo mejor era evitar la situación. Se escurrió a un lado de la cama, se puso en pie con sigilo. Se vistió despacio y se marchó de allí. Como si hubiera notado su ausencia, Allain abrió los ojos tan pronto ella hubo abandonado la habitación.

Fargant mil cuchillos miraba con gesto aburrido por la ventana del caserío. En qué tenía puesta el muchacho su atención; el diablo lo sabría. Mientras, Layace se atusaba los puños de su camisa, cuidando que todos los bordados estuviesen correctamente colocados; iba siempre tan impecable. Resultaba tan engreído. Adrian no ponía interés alguno en él; había dejado al Mester inmerso en su soliloquio.
-¿Porque quién es tan estúpido para jugarse el cuello de esta manera? Contaba con que Allain tenía dos dedos de frente. -Estaba diciendo-. Con el cambio de políticas amenazando con abrirnos el culo, aún me sorprende que el Vox haya querido prestarle atención siquiera. Era tan sólo una hormiga más que aplastar -Observó su reflejo en una de las hojas de la ventana. Se atusó los cabellos largos, la perilla bien recortada. El cuello del caftán. -El Círculo no está en su mejor momento. Podría decirse.-
Fargant acabó por girar el rostro hacia Layace, con los ojos entornados.
-Hablas demasiado -comentó, sin más. El otro Mester, sorprendido de obtener respuesta, rió y se acercó a él hasta tenerlo a un par de pasos.
-¿Te estoy incordiando, Fargant mil cuchillos? -preguntó, con sorna.- ¿O es que te irrita que hable de tu amiguito? Te diré algo. Me da igual que Allain perjurase para el Vox. Nadie en el Círculo cree en su propósito. A la más mínima ocasión irán a por él, y lo quitarán de enmedio.-
Fargant le sostuvo la mirada durante largo rato. Layace no era hombre de perder los estribos, así que rompió a reír de nuevo.
-Compón esa cara, Fargant. Los Mester son sólo piezas de ajedrez en el tablero del Vox. En el caso de tu amigo; un peón de mierda -sacó un pitillo del interior de la chaqueta, y lo encendió. Adrian no se dejó provocar. Por supuesto; Layace disfrutaba tirando un anzuelo para ver si Fargant picaba, pero  no sólo no se dejaba arrastrar por sus tentativas. Sino que además opinaba igual que el otro Mester. La puerta de la habitación se abrió entonces y Layace se vio obligado a arrojar por la ventana el cigarro sin consumir. Un señor rechoncho, bajito y calvo se adelantó algunos pasos silenciosamente, para presentar a la dama que lo seguía de cerca.
-Lady Fenella de Midirya; primera infanta de Ascanor, dama regente de Kandalla, protectora de los valles del sur, embajadora del Príncipe Verald -Fargant dejó atrás la ventana; se acercó un par de pasos a Layace, que se encontraba en el centro de la habitación, todo sonrisas y adulación gratuitas. Entre los Mester, como en todas las cosas del mundo, pensaba Fargant, había mucha variedad. Sin embargo él los catalogaba siguiendo un sencillo criterio: los que hacían su trabajo por la vía del diálogo, y los que hablaban con la espada. Claramente, Layace era de los primeros; y por eso a él lo enviaban a tratar con la mismísima regente de Kandalla, mientras que Adrian estaba allí por lo mismo de siempre: si las cosas salían mal, que nadie sobreviviera para contarlo.
-Lady Fenella... -Layace hizo una ligera reverencia, tan natural que nadie sospecharía que el joven había nacido en un vertedero a las orillas del Quith. La mujer que se acercó hasta ellos resultaba regia e imponente; quizás por el peso de los cargos que ostentaba. Llevaba un largo vestido de rígidas telas, en tonos plateados y azul celeste, de hermosos bordados que lo recorrían desde el escote hasta las puñetas. Un cuello grueso de piel de Lamasco Blanco hacía de corona a sus hombros, y el cabello, largo, tan rubio que casi carecía de color, iba recogido en un alto moño señorial. Eran claramente las ropas de una dama de la corte norteña, si bien en aquellas zonas más cercanas a la costa resultaban poco prácticas.
-¿Quién tiene el honor de dirigirse a mi persona? -inquirió la mujer, en un tono de broma que dejaba bien claro que no estaba bromeando en absoluto. Cuarentaymuchos; tal vez cincuentaypocos. Aquella arruga que le dibujaba el cuello no dejaba lugar a dudas, por más capas de maquillaje que aclarasen su, por todo lo demás, cuidada piel.
-Mi nombre es Genreld Layace, un placer, soy...
-¿Dónde está el Vox? -ella lo cortó inmediatamente. Miró a Fargant; luego de nuevo a Layace, con el gesto impetuoso de quien no está acostumbrada a que la contrarien. Adrian Fargant Lawrence agachó la cabeza, evidenciando su escasa autoridad en la sala, pero no bajó la mirada. La mirada nunca.
-El Vox os envía sus más sinceras y profundas disculpas, mi Lady. Una grave aquejación le impide desplazarse. Por supuesto, no estaba en sus propósitos aplazar esta importante reunión, por lo que...
-¿Por lo que la mismísima Regente de Kandalla tiene que tratar con uno de sus vasallos? -La mirada de la dama resultaba frívola. Los labios estaban apretados en una mueca de disgusto. Layace sonrió sin mostrar los dientes; esta vez de un modo poco halagador. Odiaba que lo interrumpieran mientras hablaba.
-Mi lady... -repitió, con un tono más sombrío. -El Vox lamenta profundamente su ausencia, pero estima que tendréis a bien su decisión de poner el asunto en mis manos. Espera que no le decepcionéis en esto... -Hizo un gesto con la mano. Señaló al enorme sofá en mitad de la sala; todo ribeteado de caras telas, acompañado por mesitas bajas con jarrones de flores. La estancia en sí resultaba pomposa, cálida y señorial. Lady Fenella dudó algunos segundos sin decir nada, claramente disconforme, pero acabó por tomar asiento. Mantuvo los ojos puestos en Fargant por un tiempo, antes de dirigirse de nuevo a su interlocutor.
-Hemos conseguido atar corto a la mayor parte de las casas del este -comenzó a hablar la mujer. Layace se acomodó en el sofá, apoyando el brazo en el respaldo, girado hacia ella. -A excepción de algunas cuantas lenguas que deberíais apresuraros en cortar-. El muchacho volvió a sonreír.
-¿Unas cuantas lenguas os preocupan, mi señora? Si verdaderamente tan pocas son, las vías de persuasión con que contáis deberían resultar efectivas...
-No son lenguas fáciles de callar, Mester Layace -la mujer abrió el hermoso abanico que llevaba en la mano. Una docena de delicadas plumas de Oca de las Nieves se desplegaron sobre la cuna de madera negra. Cada asta del juguete llevaba engarzada una lágrima de cristal.
-¿Qué hay de los norteños; los fieles al Rey Veregold?
-Claudicaron. No les quedó remedio alguno.
-Algo he oído sobre una batalla en Tabia, sí... -Layace se hizo el distraído. No sólo lo había oído. Lo sabía todo acerca de la opresión a la que fueron sometidos los norteños para rendirse al reinado de Fenella. Una matanza como pocas había habido en Kandalla desde que Veregold tomase la corona, tanto atrás. En los últimos tiempos no obstante, desde la muerte del hombre, una tiranía disfrazada con modales corteses se estaba adueñando del país como la peste.
-Los sensatos deben tender la mano a los nuevos tiempos. Desligarse de las cenicientas costumbres que en polvo mismo convierten el país.
-Un modo práctico de ver las cosas -el muchacho se abrillantaba las uñas en el caftán. Parecía ensimismado mientras las pulía. Lady Fenella irguió el cuello, con aires de grandeza.
-Pero...
-Siempre hay un pero -concedió Layace.
-Esos alborotadores... Soliviantando a las masas. 
-Las masas deberían estar tranquilas y sumisas, ¿cierto?
-Tengo la ligera impresión de que os burláis de mi, Mester Layace. ¿Acaso os resulta divertido el asunto de dirigir un reino? -la dama se abanicaba frenéticamente. Resultaba a todas luces visible que no acostumbraba a aquellas temperaturas. 
-Nada más lejos de mi intención, mi Lady. Pero me veo en la obligación, como representante del Vox, de recordaros que si bien hay mucho trabajo pendiente antes de poder nombraros Reina y soberana de Kandalla a título de derecho propio, también hay algunos pagos que seguimos sin percibir...- Lady Fenella se estiró, recta en su asiento.
-El Vox debe saber que siempre cumplo mis promesas.
-Ni una duda al respecto. Pero no de promesas se paga al Círculo, desde el mismísimo Vox hasta el rata más miserable de la ciudad tienen un precio -apuntilló distendidamente el muchacho, pero no dejó que la mujer hablase. -¿Qué lenguas son esas que tenemos que apresurarnos en cortar, mi señora? -La dama entrecerró los ojos. Se humedeció los labios y finalmente habló.
-Algunos bastiones del sureste se han hecho fuertes. Las manos que los mueven tienen apellidos aclamados dentro de la Corte. 
-¿Qué apellidos?
-Applecot. Whiteford. Eagleclaw.
-Interesante. Familias de alto linaje. Su historia en Kandalla se remonta muy alto.
-Quizás demasiado. Hay conjeturas acerca de una rama común para los tres apellidos. Una misma rama con derecho al trono en los tiempos de Gallante.
-Sangre muy aguada después de tanto tiempo.
-Por lo que a mí respecta, más agua que sangre. Pero los turbadores moverán a las masas con cualquier indicio, sea cual sea, de que pueden derrocar el trono. No podemos concederles más tiempo. Los quiero fuera de juego.
Layace suspiró y asintió.
-Lo veo. Nos encargaremos de ello. Luego, volveremos a por el pago -dijo. Hizo ademán de ponerse en pie, pero entonces Lady Fenella alargó la mano y la posó sobre la suya, con gesto imperioso.
-No tan deprisa, Mester-. Él alzó una ceja, sin decir nada. Fargant no se movió del sitio, de pie, con las piernas abiertas y firme mientras miraba al infinito. -¿Acaso esta fría máscara de negociador es todo lo que puedes ofrecer a una dama de alta alcurnia, de visita por tu país?
Layace ladeó el gesto y sonrió solemnemente. 
Luego se cernió despacio sobre la mujer mientras ella se levantaba la falda del vestido.



--------------
By Rouge Rogue.

jueves, 22 de marzo de 2012

CAPÍTULO 57: LA SEMILLA

Allain no sabía a ciencia cierta por qué estaba allí.
Yara parecía -y seguro que a todas luces lo estaba- enfadada, aun cuando él no había hecho nada reprobatorio... ¿O sí? De cualquier manera, volvió a preguntarse, ¿qué importaba? ¿qué más daba que Yara estuviese como le diera la gana? Él sólo quería descansar del viaje, ahora que Lleida dormía, al fin, plácidamente. Y sin embargo llamó con los nudillos a la puerta del dormitorio de la muchacha, dispuesto a escuchar cualquiera de sus reproches. Para quedarse tranquilo de una vez.
Tardó algunos largos segundos en abrir la puerta. Lo miró por una pequeña rendija, con el rostro hinchado y enrojecido.
-¿Has llorado? -él se apoyó en el marco y se inclinó hacia ella. Por toda respuesta, Yaraidell bufó y se apartó de la entrada, perdiéndose hacia la oscuridad de la habitación. El Mester cerró sin hacer ruido. Las luces estaban apagadas, pero la claridad que entraba por el gigantesco ventanal se dibujaba en el suelo. Se metió las manos en los bolsillos y esperó a que la chica hablase, pero en vista de que no tenía intención de ello, comenzó él mismo.
-Yara, no sé a qué...
-Te resulta muy fácil pasar por encima de mis sentimientos, Allain. -Se giró para encararlo. -No eres idiota. Eres un idiota, pero no idiota, ¿me comprendes? -El mercenario arqueó una ceja. -Sé que lo has notado, sabes tocar mi cuerda sensible. Puedes tocar todas mis cuerdas sensibles y hacerlas vibrar con fuerza, y estoy indefensa ante ello. No puedo, Allain, te lo aseguro, es superior a mí. He intentado... no sé, lanzarte lejos y expulsarte de mi vida, pero siempre acabas volviendo y haciéndome más daño.
-Creo que será mejor que me marche no vaya a ser que digas algo de lo que... em... te arrepientas mañana -se acarició la nuca, con la vista perdida en la alfombra, a sus pies. Pero Yara negó.
-No; tú me lo has puesto así de difícil. Ahora carga con las consecuencias. Te has limitado a ignorarme y a hacer el visto gordo a todo lo que despiertas en mí. ¿Quieres hacerte el ciego? Te obligaré a ver. ¿Quieres hacerte el sordo? Te obligaré a escuchar. Te lo diré yo misma, haré que lo entiendas. Que comprendas que estoy cansada, que no puedo más. ¡Me mata por dentro verte con otras! Si, lo admito, ¿y qué? ¡Estoy celosa! Celosa porque estoy ena...
-¡Es mi hermana pequeña! -la atajó él, como si no quisiera escuchar el final de lo que Yara tuviese que decir. -La chica es mi hermana, ¿recuerdas? Una vez te hablé de ellas. Tengo tres hermanas, bueno, tenía. No sé qué habrá sido de las otras dos; pero a Mía... logré recuperarla. Le seguí la pista mucho tiempo hasta que supe dónde estaba. Ella acababa de cumplir los dieciseis... Fue difícil reconocerla, creeme, la última vez que la ví medía esto -hizo un gesto con la mano, y se sentó en la cama. Yara lo observaba impertérrita, y el corazón le latía tan fuerte que le entaponaba los oídos.
Allain hablaba. Hablaba sin parar, y ella no escuchaba nada. Tan sólo tenía los ojos puestos en los labios de él. Aquellos labios finos, aquellos dientes blancos. Como si se tratase de un autómata, Yara se acercó despacio a la cama. ¿Qué demonios estaría explicando el hombre? Estrechó la mirada cuando lo tuvo cerca. Se situó de pie, entre las piernas abiertas del mercenario, que entonces paró de hablar para mirarla a la cara.
-... ¿Yara...?
-El mundo se me viene encima y no seré capaz de soportarlo, Allain. Quédate conmigo esta noche -subió la rodilla con suavidad y la apoyó sobre el muslo del hombre. Hundió los dedos de la mano en el pelo de él, y lo hizo reclinar la cabeza para mirarla fijamente. No dijo nada. No dijo nada mientras la chica se sentaba a horcajadas sobre él y se desabrochaba la bata. Dejó que la fina tela cayese al suelo. El escueto camisón que llevaba debajo dejaba poco a la imaginación. Los turgentes y sensuales pechos de la muchacha se adivinaban con las telas; sus hermosas piernas estaban al descubierto. Allain aguantó la vista en ella algunos segundos. Al final suspiró, muy despacio.
Cerró los ojos, y se dejó besar.
Sintió que Yaraidell se le metía dentro; se colaba por su boca y recorría como una exhalación cada centímetro de su cuerpo. El vello se le puso de punta; ella le estaba tocando el alma con manos invisibles. Entretanto, las manos corpóreas le desabrochaban la camisa con necesidad imperiosa. Las caderas serpenteaban sobre las de él; toda su figura se había vuelto como de brisa, mecida con una cadencia sutil y armoniosa. ¿Qué hacían allí aquellas telas? Todo lo que necesitaba sentir al paso de sus dedos era la piel de la mujer; tan abrasadora. Tan caliente que parecía de fuego, tan dulce que parecía almíbar. La besó; la besó largamente y aún más. La besó sin saber dónde anclar sus manos; ¿en sus caderas? ¿en su rostro? ¿sus hombros? Le recorrió la espalda entera y deslizó el vestido hasta sacarlo por encima de su cabeza. Luego rodeó su torso desnudo y, haciéndola pequeña entre sus brazos, giró sobre su eje y la tumbó en el colchón. Se recostó a su lado; invadiendo ligeramente su espacio personal, cerniéndose sobre su persona para retenerla bajo su pecho. La besó en el cuello; justo debajo de la oreja. Recorrió su mandíbula inferior con los labios; le besó la mejilla, la sien. Volvió a su boca. Yara la mordió, hambrienta de él. ¿Cuánto tiempo...? ¿Estaba bien aquello? Oh, Valiant, ¿por qué? Era una mala persona; una persona horrible. Pero el modo en que Allain la tocaba le desbocaba el corazón. Deshizo el último botón de la camisa del hombre y tironeó para sacársela a medias, dejándole un hombro al descubierto y parte del otro. Le arañó la espalda; gimió, dejó libre su cuello a los labios del él. Elric se arrodilló en la cama; se desprendió de la parte superior de su ropa. Yaraidell suspiró, agitada, apremiándole para que regresara junto a ella. Sin el manto protector que Allain era, la brisa de la noche resultaba helada; la cama enorme. La habitación, austera. La muchacha necesitaba de él en aquellos momentos. De sus ojos grises, de su pelo negro. De su tacto de acero y sus caricias de seda. Qué bien olía Allain. Qué bien sabía. Era apasionado, joven y virtuoso, tenía la forma de tocar de quien ha vivido tanto, y los regios abdominales tan tensos contra el vientre de ella la hacían sentir espasmos. Necesitaba tenerlo dentro. Lo deseaba más que nada.
El mercenario llevó su mano hacia las suaves sábanas; se descalzó las botas y se recostó sobre el cómodo colchón. Desabrochó su pantalón y permitió que Yara tirase de él para desvestirlo. No era la primera vez que lo veía desnudo, pero sí de aquella forma; con su imponente virilidad enhiesta. Tan apetecible... La chica los cubrió a ambos con las ropas de la cama, y se recostó sobre él. Cruzó las manos sobre el pecho del hombre y lo observó algunos segundos a los ojos. Eran profundos e insondables, y brillaban de manera sensual en aquél ambiente íntimo. Yara lo besó con suavidad en la barbilla; en los labios, y Allain suspiró, cerrando los ojos como un adolescente. ¿Sería siempre así con todas? ¿Tan tierno? ¿Tan deseable...?
Cuando Yara agarró con decisión la virilidad del hombre, él gimió levemente. Su pecho se contrajo de placer, y ella lo besó despacio en la clavícula. Luego llevó el pene de él a su interior, y buscó algunos segundos la comodidad necesaria para abrirle su cuerpo. El Mester tensó todos los músculos, apretó los dedos en los muslos de la chica, y gimió de nuevo. Dos, tres veces, mientras Yara lo introducía con suavidad en ella. Reclinó la cabeza hacia atrás, y la dejó hacer. Permitió que saciara con su cuerpo aquellos bajos instintos, sus más profundas fantasías, que hiciera de él lo que siempre había deseado, y no le sorprendió descubrir al cabo de pocos minutos que la chica no tardaría en terminar. No consintió en ello.
Volvió a tomar las riendas de la situación; volvió a ser el amo. Volvió a tenerla debajo; esta vez la tomó desde atrás. Se tumbó sobre la espalda de ella; la penetró con suavidad al principio, después con una fuerza tórrida. Yara gimió de placer. Gritó de placer. Allain la complació durante no demasiado tiempo antes de que se deshiciera por completo y se abandonase al éxtasis. Los gemidos de ella lo excitaron sobremanera; lo invitaron a seguirla. Le mordió el lóbulo de la oreja y después lanzó un gemido largo, interminable, que acabó apagándose y fundiéndose con sus jadeos. Ninguno de los dos se movió.
Yaraidell cerró los ojos; una diminuta sonrisa perfilaba sus labios. Allain siguió respirando con ligera dificultad algunos segundos. Apoyó la mejilla en el hombro de la muchacha, y se abandonó a la paz del momento. Sentía su corazón latir contra la espalda de la joven. Al final, se dejó caer a su lado, bocarriba. Se tapó el rostro con el antebrazo, rehuyendo un haz de luz que se colaba por la ventana. Yara aprovechó para apresurarse en descansar la cabeza sobre el pecho del hombre, juguetona. Feliz.
-¿Te importa...? -preguntó por lo bajo, pero tenía la actitud de quien piensa hacer lo que le place de todos modos. Allain le sonrió por toda respuesta. Hinchó el pecho hasta que en los pulmones no le cupo más aire y suspiró con fuerza. La muchacha cerró los ojos. Se dejó dormir, arrullada por el contacto cálido del mercenario.
Al final, no le había contado aquello tan importante y por lo cual llevaba días sin descansar.
Que estaba embarazada.
De Valiant.


------------------
By Rouge Rogue

miércoles, 21 de marzo de 2012

CAPÍTULO 56: ASÍ QUE ERA ELLA

-¿Y bien? ¿Cómo ha ido la cosa? -Valiant estaba impaciente. Era puro nervio. Incluso se bebió de un solo trago el "té maravilloso" que le había traído Pony, con tal de que se marchase y los dejara hablar a solas. Allain suspiró, visiblemente más relajado. Se permitió desabrocharse un par de botones del tabardo para respirar mejor. Luego sonrió ligeramente.
-Estamos dentro.
-¿Estamos dentro? ¿He oído bien? ¡Estamos dentro! -el rata dio un bote en la cama de pura emoción, y se carcajeó, animado. Luego hizo una mueca de dolor incontenible por las heridas que aún no cicatrizaban. Aquello hizo reir también a Elric. -Esto va... viento en popa, amigo mío.
-¿Qué mierda es esa que te hacen beber, rubio? Parece que te vaya a matar antes que curarte -se acercó y ojeó el vaso con gesto altivo.
-No creas, no está tan mal... Me ayuda a dormir.
-Dios, huele a perro mojado -admitió el Mester, al acercárselo a la nariz.
-Y sabe peor, qué demonios. Hace una eternidad que no veo a Yara, ¿dónde está? ¿Está bien? Si vas a verla hoy...
-No, no lo creo -admitió el hombre. Ante la expectación del ratero, añadió: -Voy a irme un par de días de la ciudad. Tengo que resolver algunos asuntos... Imagino que el Vox estará deseoso de ponerme a prueba, y dentro de poco me lloverán encargos. Tengo que aprovechar.
-Ohm... No fastidies, ¿te vas ahora? ¡Te necesito!
-Pues vaya mierda de Príncipe de los Gatos... -se burló él. Recogió su mochila y se la echó al hombro. Se acercó a la puerta con una sonrisa maliciosa a modo de despedida. Luego cerró sin más, y Valiant volvió a quedarse solo. Odiaba aquellas heridas. Odiaba moverse tan lento. Lo hacían sentirse como un anciano.

La chica era tan bonita. Qué ojos tan enormes, qué pestañas. No era la clase de hermosura que se podría clasificar de exuberante, sino más bien una belleza suave, incipiente, de delicadeza extrema. Casi tierna, más bien. Allain suspiró y se cruzó de brazos. Se acomodó en el borde de la fuente; la veía ir y venir, con aquella escoba de palo en las manos. Barría un poco aquí, y un poco allá, la entrada de la posada. Debía tener unos dieciocho años mal cumplidos. El cabello castaño claro, ondulado en unas formas naturales perfectas. Al cabo de un par de minutos, la dueña del establecimiento salió con prisas.
-Lleida, sube a hacer las camas. La habitación cuatro se ha quedado libre -anunció, y volvió a meterse dentro. Ella miró en dirección al interior y aún barrió un poco más antes de dirigirse al edificio. En la entrada se topó con un señor del tamaño de un tonel que la pellizcó en el trasero. Ella se encogió, se agarró al palo de la escoba con más fuerza, pero no dijo nada. Puso cara de estar harta de aquello, y se escabuyó con prisas, mientras el gordo, y su no más atractivo compañero, se carcajeaban. Allain esperó a que la chica desapareciera de su vista y entonces se acercó a los hombres. Se plantó de pie delante de ellos, con los pulgares pendiendo del cinturón. Los tipos dejaron de reírse y pusieron cara de asco entonces.
-¿Qué miras, espantapájaros? -
-¿Te gustan los pellizcos, gordito? -sacó la mano despacio y la acercó a la mejilla del hombre. Le agarró la carne entre los dedos y tiró con suavidad del cachete. El tipo lo apartó de un manotazo.
-¿Qué coño estás haciendo, gilipollas? ¿De qué vas?
-Vamos; te hice una pregunta. ¿No respondes?
-Déjalo, está borracho -apuntó su amigo, restándole importancia al asunto.
-Escúchame, gordito. Si vuelves a tocar a esa chica te mato. ¿Lo entendiste, bola de sebo?-
El hombre le dirigió una mirada asustada y desconfiada. Al final se apartó de su lado despacio, caminando con el recelo de los cobardes, y cuando se sintió lo bastante lejos, pudo andar más deprisa. El Mester por el contrario, se dirigió al interior de la posada, y se acercó a la barra para pedir habitación.
-Sí señor, justamente acaban de dejar una libre -dijo la mujer, poniendo cara de agrado. -La número cuatro. No es muy luminosa; la ventana da a la pared del edificio de al lado, pero es la única...
-Es perfecta, gracias. ¿Cuánto es?
-Son cuatro cobres. Las habitaciones normales suelen ser cinco, pero dado el caso, siempre la rebajo un poco.
-Es usted una estupenda anfitriona, mi señora. Tenga usted -dejó las monedas en la mesa de madera, y puso rumbo a las escaleras. La mujer se sentía satisfecha consigo misma; él podía notarlo. Y por eso no le puso impedimento en subir mientras aún el dormitorio estaba a medio arreglar.
Y allí estaba ella, de nuevo. Ciertamente, la sala no era muy luminosa, pero sí acogedora. O tal vez era la presencia de la muchacha lo que la hacía reconfortante. Lleida estaba haciendo la cama, tan entretenida que no reparó en la presencia del Mester hasta que él se dignó a llamar en el marco de la puerta con los nudillos.
-¿Se puede? -preguntó, con falsa cortesía. Pero entró igualmente, sin esperar una respuesta. Ella se irguió y agachó la cabeza en señal de respeto. Allain dejó la pesada mochila encima de la cama, y fingió que le importaba en algo aquella habitación. -Mm... huele a flores. ¿Las has traído tú? -señaló el jarrón de la pequeña mesita. Lilas. La muchacha asintió despacio, y se atrevió a alzar la mirada para clavarla en el rostro de él. El hombre ancló los ojos en los de la chica, y después se acercó despacio, con la suavidad de quien no quiere alertar a otro con sus pasos. Alzó la mano con dulzura, buscando encontrar con la llema de los dedos el rostro de ella... que se apartó bruscamente.
-Shh, shh, no temas. No pasa nada... -bajó la voz. Tenía un cariz ¿dulce? Al final, ella se dejó acariciar, pero el corazón le latía con prisas. -Lleida... te llaman Lleida. Lleida; ¿Te acuerdas de mí?

Problemas y más problemas. Yara no se lo podía creer.
No sabía qué iba a hacer entonces, ¿cómo podía haber pasado? ¿Dónde estaba Allain? De nuevo había desaparecido; aquél idiota nunca estaba cuando más lo necesitaba. Y que los dioses bajaran del cielo si no lo necesitaba ahora. Volvió a dar otra vuelta por la habitación; aquella noche no podía dormir. Ni aquella, ni ninguna de las anteriores, desde que el hombre se marchó. ¿Hacía ya una semana larga? Parecía que le hubieran leído el pensamiento, cuando llamaron con suavidad a la puerta.
-¿Señorita? -inquirió una voz dulce. Yara se cerró la bata herméticamente y se acercó para abrir. Si bien aún no era medianoche, el servicio no solía pulular a aquellas horas por los pasillos, a no ser que hubiera algún motivo que lo requiriese. -La señorita me pidió que le informase tan pronto volviese el señor Elric.
-¿Allain? -Yara abrió los ojos, sorprendida, y luego salió con prisas de la habitación, casi corriendo por el pasillo.
-Señorita, debo avisarle de que el señor no viene so... -Yara ignoró a la joven. Bajó las escaleras hacia el recibidor principal, y cuando lo vio de espaldas, casi se abalanzó a él.
-¡Allain! ¿Dónde te habías metido?, te he espe... -Yara dejó la frase a la mitad. Cuando el Mester se giró para mirarla, descubrió la figura menuda de la chica, acomodada entre sus brazos. Ambas se miraron por un par de segundos. Yaraidell apretó los labios casi imperceptiblemente.
-Yara, te presento a Lleida. Supuse que no te importaría que se quedara a pasar la noche. Puede dormir en mi habitación, no ocuparemos más espacio -el hombre le sonrió a la chica y ella le correspondió bobamente. Le brillaban los ojos como si estuviese mirando directamente a un arcángel de negros cabellos, parecía tan prendada. Y el corazón de Yara se hizo una pasa y encogió hasta hacerse diminuto. ¿Qué pretendía haciéndole aquello? ¿No aprendía nunca de sus errores? ¿Dónde iba con una niña como aquella? Todo pasaba de castaño oscuro.
-Por supuesto, Señor Elric, puede usted hospedar en mi mansión a todas las mujeres que encuentre en el camino. Espero que disfrute su estancia y lo encuentre todo de su agrado -respondió, mordazmente. Luego se dio la vuelta para volver escaleras arriba, hecha una fiera.
Allain, caraculo.
Idiota, idiota, idiota.


---------------
By Rouge Rogue

martes, 20 de marzo de 2012

CAPÍTULO 55: EL VOX

El Vox estaba en la ciudad.
Desde hacía largos días, el movimiento y la expectación eran palpables. Mensajes que iban y venían. Vigilancia -discreta, pero no invisible a los ojos de Allain-, ratas que recogían recados y los pasaban de un señor a otro... La alianza entre la hermandad de los Gatos y la de los Cuervos, y por último, Elric.
Elric, desubicado en espera de su entrada en escena. Repasó de nuevo -por vez incontable, desde días atrás- las ideas fundamentales del plan de Valiant.
Uno. Allain debía volver al Círculo.
Dos. Tenía que derrocar a los altos cargos para tambalear la estructura y hacerla venirse abajo.
Para conseguir uno y dos, Allain debía, tres, vérselas con el Vox en persona, y convencerlo de que serviría a su causa, aquella cual fuese. De modo que en definitiva, cuatro, tenía que trabajar para el Vox y contra él.
Decidió hacer una bola con uno, dos, tres y cuatro y tirarla a un vertedero imaginario. Se abrochó el último botón del cuello alto y se detuvo a examinar su aspecto en el espejo. El reflejo le devolvió la imagen de un hombre altivo, sereno, seguro de sí mismo. Vestía el tabardo de cuero negro con una camisa granate que dejaba entrever algunas franjas negras en las mangas. Se ajustó los brazaletes de metal oscuro; lucía la apariencia de un refinado noble, y eso debía parecer en su encuentro. Tenía que concederse que, si bien no eran las mejores ropas de las que hubo hecho gala, hacía tiempo que no presentaba tan buen aspecto. Al final, se decidió a abandonar el dormitorio con bastante antelación.
Odiaba la impuntualidad.
Algunas de las doncellas que trabajaban en aquella casa recordaban a Allain del incidente de algunas semanas atrás, cuando el hombre tuvo que salir desnudo de la habitación, porque Yaraidell tiró sus ropas por la ventana. Lo miraban con recelo. Algunas con curiosidad poco disimulada. No pasó por alto alguna sonrisilla, pero ninguna se atrevió a dirigirle la palabra en su descenso hacia la sala principal.
Parecía que habían pasado siglos desde aquél día. Y de repente, Allain cayó en la cuenta de dos cosas: hacía mucho que no follaba. Y lo que era peor; no lo había echado en falta.

El lugar era suntuoso; imponente, como sólo podían ser los edificios de la zona alta de Silverfind. Tenía cabida para unas dos mil personas, calculó Allain, pero en aquél momento estaba completamente vacío. No le cabía la menor duda de que el teatro pertenecía por entero al Círculo. Volvió a sorprenderse de lo largas que eran sus garras, y siguió al chambelán por la alfombra verde ribeteada, en dirección a la zona de los camerinos. Descendieron unas escaleritas de madera estrechas, siguieron el silencioso pasillo custodiado de puertas, y tomaron aquella que daba al almacén para adentrarse en una sala oscura. Allí, más allá de lo que parecía un simple trastero de dimensiones considerables, había una segunda puerta, bien cerrada.
-¿No podíamos... er... habernos encontrado en una taberna corriente? -Allain llevaba las manos en los bolsillos. El hombre que lo guiaba, le lanzó una mirada furibunda y despreciativa. Pero tanto más le daba. Detrás de aquella puerta, y de un nuevo pasillo -aún más oscuro- llegaron por fin a la sala, que no tenía verdaderamente más espacio que cualquier habitación común. Lo que sí tenía de especial eran seis Mester, situados en lugares estratégicos. Cuatro de ellos, visibles. Los otros dos, inexistentes para una persona normal. Pegada a una de las paredes, había una silla de madera y cuero. Se trataba de una silla de director de teatro, bastante sencilla y sin ornamentos. No podía decirse lo mismo del tipo que estaba sentado en ella.
La sala se encontraba en una densa penumbra, tan sólo iluminada por un único foco de luz, proveniente de una enorme lámpara de hierro circular con tres velas encendidas -el resto permanecían apagadas, el Mester supuso que para favorecer la incógnita acerca de la identidad del Vox-. El escueto halo de luz recaía, teatralmente, sobre la figura principal. Aquél que estaba sentado en la silla. A su alrededor, dispuestos de alguna manera más o menos organizada, había numerosas y pintorescas figuras.
La puerta se cerró con gran estruendo, y el ambiente se volvió hermético y denso por momentos.
-He aquí al desertor -dijo el hombre que estaba frente a él. Exhaló una densa nube de humo y se repantingó aún más en su asiento. Allain lo escrutó con seriedad y al final chistó por lo bajo.
-¿Podemos obviar los numeritos? ¿Dónde está el Vox?
Su interlocutor frunció el ceño, mirándolo, acusador.
-Cuida tu lengua, rata piojosa. Estás hablando con él.
-Está bien; si el Vox se niega a recibirme, no tengo nada que hacer aquí -se dio la vuelta para marcharse. Las figuras surgieron de la oscuridad como si formaran parte de ella, y le impidieron el paso.
-El Vox no te ha dado permiso para marcharte -susurró uno de ellos. Allain aguardó un par de segundos en el lugar, y al final asintió.
-Así que tu eres el verdadero Vox -le respondió el Mester. El hombre de la silla había desaparecido entonces, engullido por las zonas oscuras de la habitación. Por el contrario, el chico que le había cortado el paso, se adelantó para ocupar su lugar, en la silla de director. Cuando la luz lamió su figura, Allain no se extrañó de no haber podido verlo. Iba vestido completamente de negro, con un uniforme ajustado que dibujaba a la perfección todas sus formas, como una segunda piel. Parecía un material resistente y cómodo. El rostro, sin embargo, lo llevaba oculto por una máscara de cuero negro, que le cubría toda la cabeza. Había unas rejillas oscuras en la zona de los ojos, y un respiradero para la boca, pero en ninguno de los casos se apreciaba la piel que había debajo.
-No creas que me sorprende, Allaingard Elric. ¿O debería llamarte Elliot? Yo también sé algunas cosas... -musitó por lo bajo. Su voz era ronca, rota, aunque indudablemente la persona que la acuñaba era un hombre joven. El Vox se dejó caer en el asiento como si estuviera maltrecho. Se movía con la fragilidad de una persona anciana a pesar de, según apreciaba el Mester, lucir una figura atlética. ¿Sería un farol? ¿Otra capa más del disfraz? -Pero, por curiosidad. ¿Qué te hizo pensar que mi Mester no era adecuado para desempeñar el papel de Vox?- Allain tuvo entonces la sensación de que en la voz del joven había una nota de diversión.
-Apestaba. Un Vox tiene que oler bien -se tiró el farol. Su interlocutor rompió en una sonora carcajada, bastante tétrica por efecto del respiradero de su máscara. La verdad era que si él mismo hubiese tenido delante al que, decían, era el mejor Mester vivo de Kandalla, también habría querido ponerlo a prueba. En definitiva, había sido más bien un poco de suerte... Aunque el tipo de verdad apestara.
-Estoy un poco consternado, la verdad. ¿Sabes por qué, Allain? No es fácil estar atento de los asuntos de un país... son muchos detalles que a la larga se acaban acumulando. Y en medio de todos mis quehaceres, como si no tuviese mejores cosas en las que pensar, descubro que han matado a mi querido amigo Synister... Sus pupilos, no voy a decir que me sorprendiera, realmente, pero que le robáseis las espadas era ya un asunto más serio.
Allain cayó. Cruzó las manos detrás de la espalda y aguardó en el centro de la sala, con los hombros regios y las piernas separadas, y la barbilla alta como un orgulloso soldado de la guardia real.
-Esas espadas... eran importantes para mí. Fueron un regalo personal.
-Cuántas molestias por unas espadas. Cualquiera diría que tuvieran poderes mágicos, o algo así -comentó con ironía el Mester.
-No me jodas, Elliot. No hay espada que te saque con vida de esta habitación si me jodes. Creí que lo tenías claro cuando accediste a venir.
-Lo tengo. Sólo son prontos; la costumbre de vivir en las calles. Ya sabes... desde que perdí todo lo que me correspondía por derecho propio y tuve que dedicarme a mendigar...
-¿Así que ahora te arrastras como un gusano por un puñado de monedas? Me meo en toda tu historia, Elliot. No eres persona que guste de andarse con rodeos. Ahorrémonos el tiempo mutuamente, entonces. ¿Qué es lo que quieres?
-Eso es una pregunta muy generosa para alguien que ha puesto a sus mejores Mester en la empresa de seguirme por todo el país y conseguir mi cabeza.
El Vox apoyó la mejilla en la mano, con aire aburrido.
-Tienes razón. No es mi estilo ser generoso, gracias por recordármelo. En ese caso te diré lo que quiero yo de tí. Esto ha durado demasiado tiempo. Synister Owl no era un Mester cualquiera. Ni siquiera un gran Mester; era el mejor. Más que el mejor, era el mejor de los mejores, tenía las espadas de Syrtos. Y todo; las espadas y el propio Synister, me pertenecían. Al matar a tu maestro no sólo robaste una vida; robaste algo que me pertenecía. Tú bien lo sabes, Elliot. Nadie le roba al Vox de los ladrones. Tienes dos opciones. Devuelve la espada y vive, o muere y devuélvela de todos modos. El resultado será el mismo; con la insignificante variable de que puedes irte a criar malvas hoy mismo. Ahora mismo. Vamos, Elliot. Te concedo tres segundos. Para alguien com otú, tres segundos son más que suficientes para decidir.
-"Devuelve la espada y vive". Sabes que eso no es posible. Sabes que no puedo deshacerme de la espada, que el simple hecho de dejarla a un lado no sirve. Que guardarla en el fondo de un baúl de hierro y tirarla al mar no sirve. Que tratar de hacerla pedazos o arrojarla al centro de un volcán no sirve. Que ponerla en manos de otro hombre, no sirve.
-De hecho, todas esas opciones son más bien estúpidas. Syrtos te llamará igualmente. Acabarás hundiéndote en el mar detrás de tu espada, o arrojándote al volcán. No, Elliot, mi oferta no es que te deshagas de la espada. Te ofrecí devolverla, a su dueño. Su dueño soy yo. -Allain estrechó la mirada. Le sudaban las manos. Por un momento, había esperado encontrar una manera de librarse de aquella maldición.- Synister las blandía para mí. Parece que las espadas eligen a su propio dueño, así que nunca pude empuñarlas por mí mismo... Pero yo tenía una mano que lo hacía. Tú me la arrebataste. Te ofrezco, ni más, ni menos, ocupar su lugar. De otro modo, acabarás muerto y la espada elegirá una nueva mano. Lo hará, no lo dudes... Esa hoja está sedienta de sangre todo el tiempo. Lo has notado, ¿verdad? Sí... -cruzó las piernas de manera refinada.- Tengo que admitir que sería una lástima que eligieras morirte. Eres un buen Mester. Pero tus tres segundos terminan aquí. Habla.
Elric deslizó ligeramente la mirada hacia la derecha. En la oscuridad de las sombras, le pareció distinguir un rostro familiar, bajo la capucha. Aquellas cicatrices eran inconfundibles.
-Serviré al Círculo, serviré al Vox, y serviré a Syrtos hasta que mi alma se consuma. Pagaré por la muerte de mi maestro -dijo, finalmente, con la cabeza gacha.
En sus ojos brillaba una oscura determinación.

domingo, 18 de marzo de 2012

CAPÍTULO 54: CONTRA EL VIENTO

Habían pasado varios días desde que salieran del castillo.
Karoth comenzaba a impacientarse, cuando al fin obtuvo respuesta por parte de los Gatos. Un mensaje firmado de puño y letra por el propio Valiant Cross, aseveraba que Kamilla se reuniría (como era ya costumbre) con ellos en su nombre, mientras siguiera impedido por las heridas. El joven resopló. Dejó la carta sobre la enorme mesa del despacho. Hubiera preferido tratarlo todo con el Príncipe de los Gatos, pero no estaba en posición de exigir. Tampoco podían acercarse demasiado a su territorio sin levantar sospechas de los Titanes. Empezaba a creer que incluso era buena idea que acudiese la chica. Una furcia de más o de menos no resultaba tan llamativo.
Para cuando alzó la vista, Sayra estaba delante de él, silenciosa. Lo escrutaba con una mirada interrogante que parecía estar preguntando cuál sería su lugar, ahora que Gremmet había muerto. Karoth suspiró por la nariz y arqueó las cejas.
-Tuviste algo con ella... -musitó la joven, visiblemente dolida al decir aquello. El muchacho frunció el ceño. Tardó en comprender que se refería a Yaraidell. Que le cortaran un dedo si los días del encierro de la muchacha no le parecían ya lejanos.
-Nada relevante -admitió él. -Quizá menos de lo que me hubiera gustado. -Sayra apretó los labios, furiosa. Cruzó la sala y le propinó una sonora bofetada que lo hizo girar el rostro. Los ojos de Karoth se encendieron. No de ira, sino de amor. Se regodeaba sabiendo que Sayra sufría por él, como él había sufrido tanto tiempo al verla en los brazos de otro.
-Te odio, Karoth. ¿Por qué no me ayudaste? ¿Por qué no me liberaste? Cada noche anhelaba que al amanecer su garganta se hubiera abierto en dos y dejado escapar su alma bajo tu cuhillo. Me dejaste sufrir.
El Rey se puso en pie, con los penetrantes ojos negros hendidos en ella. La piel morena y olivácea resplandecía ligeramente de sudor a la luz del candil. No se le habría ocurrido jamás rescatarla. Para él, ella no era una prisionera, sino una privilegiada en el oscuro mundo de las calles. Tenía una cama, un techo, comida caliente todos los días. Llevarla con él habría sido arrastrarla a la inmundicia y la incertidumbre.
-No soy un santo, no te puedo ofrecer lo que no tengo. Pero te amo. Quédate a mi lado -probablemente era lo más hermoso que pudiera salir de sus labios. Todos los sentimientos que le subían por el pecho parecían perderse a mitad de camino en su garganta, y al final sólo restaban escombros en forma de palabras escuetas. Sayra estrechó los ojos. Estaba molesta con él pero solo el demonio sabría cuánto había anhelado aquello. Se puso de puntillas y se lanzó a sus brazos, buscando un beso que le pertenecía a ella, y sólo a ella. Karoth la rodeó por la cintura; la hizo pequeña entre sus brazos. Quizás cualquier hombre se habría sentido despechado por toda aquella historia; pero un rata de la calle no podía pedir más.
No tenía derecho.

Cuando Kamilla bajó a la entrada del burdel, Lloth la estaba esperando. Al verle, ella bufó y se dio la vuelta para volver a subir las escaleras, pero el muchacho salvó la distancia entre ellos en pocas zancadas y la agarró de la muñeca.
-Eh, espera, Gata. ¿Adónde vas?
-Ya está bien, Cuervo. ¿Qué pretendes con este jueguecito absurdo? -el muchacho arqueó las cejas, con aire inocente. Kamilla estaba cansada. Durante los últimos días, Lloth la había buscado incesantemente, la había hecho llamar. Pony siempre entraba sonriente en la habitación y anunciaba que "aquél chico guapo" había venido otra vez a verla. Pero la joven, una y otra vez, rechazaba la simple idea de volver a tenerlo cerca. Recordaba su último -y primer- encuentro con el rata, y el vello se le ponía de punta. De ninguna de las maneras, podía repetirse.
-No es un juego absurdo; te estoy cortejando -puso cara de autosuficiencia. Kamilla chistó, con desagrado.
-¿Eres idiota? ¿Qué parte de que no me interesas no captas...?
El chico negó con la cabeza y sacó un papel doblado del bolsillo. Se lo tendió con una sonrisa desenfadada.
-Pero qué ingenua eres, mujer. Haz el favor de darte menos aires. Tú tampoco me interesas lo más mínimo. Te traigo este mensaje de King Karoth. Quiere encontrarse contigo. Hoy sin falta. -Aquello sí que la dejó sin palabras. Miró el papel que el muchacho le ofrecía, sin dar crédito. ¿Y nada más? -¿Qué pasa? ¿Se te ha comido la lengua el Gato? -se rió de su propio chiste malo. -OH, ya veo. ¿De verdad creíste que venía a buscarte por lo de la última vez? Bueno... -se acarició la nuca. -No te ofendas, pero fue un poco decepcionante. No tenemos química en la cama, Gata. Y para qué mentirnos, resultaste demasiado cara para lo que ofreciste.-
Kamilla apretó los labios. Un acceso de ira la hizo rechinar los dientes y alzó la barbilla, orgullosa.
-Desaparece de mi vista; inepto.
-Me gustaría. Pero tengo que llevarte donde Karoth. No sería muy seguro si fueras sola.
La muchacha se tragó todo lo que sentía en aquellos momentos, que, en virtud de la sinceridad, era demasiado confuso. ¿Por qué la irritaba la presencia del rata? Al final accedió a acompañarle. No en vano Valiant la había nombrado su representante. No podía fallarle en aquél favor.
-Está bien. Pero camina dos metros por delante -sentenció. Lloth no se quejó ni soltó ninguna frase molesta, aunque parecía tener alguna broma en la punta de la lengua. En su lugar se metió las manos en los bolsillos, y echó a andar hacia la enorme calle principal, sin pararse a mirar si la fulana lo seguía.
Era francamente irritante.
¿Que había resultado decepcionante? ¿Cómo había podido decir algo así? Nunca, ningún cliente se había quejado de los servicios de Kamilla, y aquél idiota piojoso la encontraba insuficiente. La chica apretó los puños, deseando cruzarle la cara con una bofetada, pero él caminaba con despreocupación, mezclándose entre la gente. De todos modos, ¿qué importaba lo que él pensara? Nunca más se acostarían, ni siquiera por dinero. Estaba claro; ella sentía asco sólo con imaginar volver a tenerlo dentro. Le daba igual lo que él pensara. Que se buscase otra de sus furcias baratas de la zona sur...
Decepcionante. Decepcionante, había dicho. Kamilla sólo tenía ganas de concluir su papel en aquella reunión, fuera cual que fuese, y llevar el mensaje de King Karoth a Valiant. Luego, no tendría que seguir aguantando más al rata.
El sol se escondía a lo lejos cuando llegaron al viejo caserío que era la base de los cuervos. Después de la última redada; quizá hubiesen cambiado de emplazamiento. Ya no había mucha gente por allí. Lloth le abrió la puerta de entrada, haciendo gala de unos modales bastante burlones, pero ella lo ignoró. Pasó al interior de todas formas, y la pobreza del lugar vacío le marchitó el corazón. Después de todo, la última vez que estuvo allí, había niños correteando por doquier.
-Parece que hemos llegado temprano -anunció Lloth, echando un vistazo a las salas contiguas.
-¿No pretenderías quedarte a solas conmigo? -lanzó una frase mordaz, pero Lloth la recogió con entusiasmo.
-Ya he estado a solas contigo, ¿recuerdas?
Kamilla bufó. No se podía provocar a al chico.
-Oye, ¿qué te parece si te enseño algunas cosas mientras viene el Rey?- ella lo miró con desconfianza, y él alzó las manos en señal de paz. -Nada reprochable. Creo que te gustará -dijo, y subió de un salto tres de los escalones de la escalinata principal. Aquella con restos de la antigua alfombra. Kamilla lo siguió, dudosa. ¿Sería alguna fechoría del joven? En todo caso, ¿por qué se fiaba? Cuando se quiso dar cuenta, su corazón estaba latiendo deprisa. ¡Tenía miedo! ¿O eran nervios? ¿O las dos cosas a la vez?
-No te pareces mucho a la persona con quien hablé por vez primera en la celda del castillo. Tenías un odio insondable hacia los Gatos- le habló, procurando no pensar demasiado.
-Eso es verdad -admitió el joven. Siguió ascendiendo por las escaleras, en dirección al piso superior, y una vez lo alcanzaron, continuó, siempre hacia arriba.
-¿A qué se debe ese cambio de actitud?
-Bueno. Tú también has cambiado de actitud.
-No es cierto.
-Claro que sí.
-Uhm. Quizás es porque me salvaste la vida.
-Quizás. Ven, es por aquí.
Entraron en el oscuro desván y se acercaron despacio a la zona iluminada, cerca del enorme agujero abierto en una de las paredes. Lloth le tendió la mano. Kamilla, recelosa, aguantó su mirada un par de segundos antes de aceptarla, y luego él la hizo trepar por el saliente hacia el exterior.
-Te encantan las alturas, ¿eh? -ella tragó saliva al verse expuesta al vacío. Apretó sin darse cuenta los dedos contra los del rata y trató de afianzar los pies. El chico trepó con agilidad por encima del muro derruido, usando sus imperfecciones a modo de escaleras, y la instó a seguirlo.
-Vamos; hasta los críos pueden trepar por aquí -le hizo una mueca, y ella suspiró. Resultaba que a veces era hasta simpático.
En lo alto del tejado, la zona pobre de Silverfind parecía menos pobre. Bañada por las luces broncíneas del atardecer, cobraban un cariz nostálgico, casi antiguo. Lloth se acomodó en algún lugar entre las tejas rotas, y se dedicó a contemplar los restos del día mientras se ahogaban en las sombras. Pronto la noche los engulliría a ambos, y eso se hacía notar en la brisa que se levantaba.
-¿Y bien? ¿Qué era eso que me iba a gustar? -Kamilla se hizo la dura, pero no pudo evitar sonreír mientras se sentaba a su lado. Lloth rió por lo bajo también, y señaló al horizonte con la mirada.
-Gannavar era un triunfador. Siempre decía que nos marcharíamos... que haríamos una vida nueva. Que si no nos habíamos ido ya, era por estos atardeceres que no se podían comprar ni con todo el oro del mundo -se sonrió a sí mismo, y la chica estrechó los ojos.
-¿Gannavar era tu hermano gemelo?
Lloth se mordió ligeramente el labio inferior por toda respuesta.
-No se puede ver el atardecer desde la profundidad del Quith. Allí abajo... siempre está oscuro... -musitó, y su vocecilla perdió fuerzas. No; aquello si que no. Kamilla se negaba a cargar con los dramas personales de nadie... también ella lo había pasado mal en la vida. Nunca le habían regalado nada.
-¿Por qué no te marchas tú? Podrías empezar en cualquier otro lado. Seguro que te las apañas bien. -La joven le concedió algunos segundos de paz personal, mientras él reflexionaba en silencio. Tenía los ojos, más profundos que nunca, perdidos en algún punto lejano. Los flequillos alborotados, y el ceño fruncido en un gesto meditabundo. Finalmente relajó la expresión.
-Sí. Es posible que me vaya. Pronto -concluyó.
Kamilla apartó la mirada de él.
De repente se sentía muy desanimada.


----------------
By Rouge Rogue

miércoles, 25 de enero de 2012

CAPÍTULO 53: NO CAER DENTRO

Valiant hurgaba entre las espinas del pescado. Aquél día había pasado -como de costumbre- cerca del prostíbulo, pero no había tenido la suerte de otras veces. Se había topado con algunos de los Titanes en el camino, viéndose involucrado en una persecución que le robó demasiado tiempo. Para cuando al fin se libró de ellos, cualquiera de los niños de su propia hermandad debía haber pasado ya por allí. No quedaban más que basura y mierda en el cubo de los desperdicios. Nada aprovechable que llevarse al estómago.
Giró el rostro con pesadez y lanzó una mirada furibunda hacia la puerta del burdel, que se abría en aquél momento. Un enorme caballero, gigantesco en toda su imponencia, salía de la casa. Llevaba ropajes elegantes, una capa pesada colgando tras de sí, y una barba impoluta, tan rubia como su cabello. El hombre encontró los ojos del niño posados en él, y ambos se aguantaron la mirada por algunos segundos, antes de que cada cual reemprendiera de nuevo sus quehaceres.
Luego salió la matrona del lugar, y le hizo un gesto con la mano al rata, para espantarlo de las inmediaciones de su negocio.
Valiant deambuló largo rato por las calles del mercado; la zona más segura del territorio de los Gatos. Pero quedarse en la zona segura, significaba tener que competir con todos los demás críos de la Hermandad, demasiado jóvenes y temerosos para salir de donde les correspondía estar. Y también más adorables que él, que despertaban más compasión, y recibían más limosnas. No, la zona segura del mercado no era una buena zona para un rata hambriento a aquellas horas de la mañana. Tenía que aventurarse un poco más lejos...
El destello dorado llamó su atención.
El sol había arrancado una sonrisa al metal pulido de la espada que pendía hermosamente en aquél cinturon. El niño siguió con los ojos la magnífica figura de espaldas anchas. Los hombros de porte elegante, la capa aterciopelada... El hombre que había visto salir del burdel poco antes paseaba distendidamente por entre los mercaderes, examinando las ventas con gesto evaluativo. ¿Podría Valiant hacerse con semejante botín sin que el noble se diese cuenta? Si vendiese esa espada, incluso si no le pagaran por ella más que la mitad de su valor real, comería muy bien durante varias semanas. Puede que también comprase unos zapatos nuevos; los que llevaba ya le apretaban los pies. Era lo malo de estar creciendo.
Y mientras divagaba en aquellos pensamientos, el niño echó a andar con disimulo tras los pasos del hombre, mezclado entre los transeúntes. Tan fijos tenía los ojos en su objetivo, que no reparó en que a su vez; él era el objetivo de otros. Los chicos de los Titanes habían dado, finalmente, con él, y acechaban como una manada de lobos en espera de que su presa se encontrase sola y vulnerable. Cuando Valiant estuvo lo bastante cerca del caballero, descubrió que la espada era demasiado grande -y probablemente, demasiado pesada- para cargar con ella mientras corría. El corazón le latió con fuerza; a la mierda sus zapatos nuevos, y la comida de varias semanas. Entonces bajó la vista; justo debajo de la vaina de la espada, había una segunda, más pequeña. Un hermoso puñal dorado, sin demasiada ornamentación, pendía, gemelo al otro arma. Quizá no obtuviese por él tanto como por la espada, pero aquél sí era un botín que él pudiera transportar. Fue curioso el modo en que el pecho se le encogió.
En el mar de gentes que era el mercado, Valiant supo con certeza que algo no iba bien. Alguien se movió a sus espaldas -¿alguien?-. Y entonces las caras aparecieron. Una allí, tras la mujer de enormes tetas que vendía arroz y asenjo. Otra entre las cajas del almacén de la taberna. Otra justo al lado del burro que cruzaba la calle. ¿Cuántos más habría?
-Eh, chico, ¿qué haces?-
Cuando el rata volvió la vista al frente, el fornido caballero lo miraba con curiosidad. Valiant no pudo pensar, no pudo más que tirar con todas sus fuerzas. Si no lo mataba el caballero, lo harían los Titanes, de todos modos. El sonido del metal rasgó la vaina, y el chiquillo se hundió como una flecha entre la muchedumbre, llevándose consigo aquella daga de dorada empuñadura. El caballero no tuvo tiempo de agarrarlo, tan escurridizo era. Y de nuevo comenzó la persecución.
Valiant se escabuyó por entre las centenas de comerciantes y compradores; se abrió paso empujando a un hombre cargado con fardos de paja. Pasó corriendo tan cerca de los tarros de barro cargados de miel, que algunos se tambalearon y giraron sobre su propio eje. No se rompió ninguno, para alivio del vendedor... hasta que los chicos de los Titanes pasaron justo después, y terminaron de tumbarlos. Saltó por encima de las alfombras, apiladas en forma de pergamino enrollado formando una pequeña pirámide en la esquina de la calle. Le dio sin querer con el brazo a una ristra de ajos que pendía de modo ornamental en uno de los puestos de comercio, y no sintió el dolor del golpe hasta pasados algunos segundos. Esquivó con habilidad maestra a la floristera que cargaba el carrito con su mercancía, y a los niños que perseguían al perro. Incluso pasó por debajo de la vaca sin frenarse demasiado. Pero sabía que los Titanes le seguían los pasos. Quizá más rezagados, pero lo seguían.
No eran tan rápidos como él, pero eran muchos. Habían puesto estratégicamente gente para vigilarlo en todos los puntos de la plaza, de modo que no podía moverse de un lugar a otro sin ser visto, y de cuando en cuando tenía que virar de forma brusca para esquivar una nueva cara desconocida, con un brillo fiero en los ojos que indicaba que no era más que otro enemigo. Al final, se escabulló por un pequeño pasacalles y acabó siguiendo el juego de los Titanes, perdiéndose en el laberíntico mapa de callejones de Silverfind. Valiant conocía muy bien todas las calles, agujeros y escondites, las trampas y las salidas. No comprendió jamás de qué manera había llegado a toparse con una pared que le bloqueaba el paso. El pecho estaba tan agitado que sentía los pulmones secos, y dolían. El miedo le había jugado una mala pasada. ¿Qué iba a hacer ahora?
-¿Demasiado alto para treparlo, enano? -como si se hiciera eco de su propia incertidumbre, la voz de uno de ellos lo hizo sobresaltarse. Se giró para mirarlo. Uno, dos, tres... Seis ratas. No, siete. Siete ratas de los Titanes; algunas caras conocidas y la mayoría, hundidas en las sombras e imposibles de adivinar. Todos más mayores que él. ¡Mucho más mayores que él! Debían tener por lo menos once, o doce años.
-¿Qué quereis de mí? -preguntó, quizá para ganar un par de segundos de vida. Los ratas de una hermandad sólo querían una cosa de los ratas de otra hermandad: matarlos.
-Jaffer me ha pedido que le lleve tus orejas -respondió el que parecía el cabecilla del grupo. Valiant sabía que Jaffer Colt era el líder de los titanes, por entonces. -¿Sólo las orejas, Jaffer? , le pregunté -siguió el chico, en tono de burla. -Sólo las orejas, Hurco. Las ensartaré en un pinchito y me las comeré asadas -los demás chicos rieron roncamente, por lo bajo. -¿Quieres saber qué quiere Jaffer que hagamos con todo lo demás? -
Valiant apretó los dientes, y pegó la espalda a la pared del muro, como si hubiera deseado que una puerta mágica e invisible se abriese para escapar. Las piernas le temblaban. Las rodillas no podían casi mantener su peso enclenque, de puro pavor.
-"Tíralo al Quith" -acabó por aclarar el tal Hurco, y de nuevo los demás rieron.
El Quith... aquél río de aguas sucias y turbulentas, descomponían los residuos y los secretos de la gran ciudad. Muchos se pudrían allá abajo de manera silenciosa. El Quith se había convertido, de manera particular para los ratas de Silverfind, en una analogía de los infiernos. Cuando los chicos emprendieron el paso hacia él, Valiant empuñó la daga que aún llevaba en la mano, y la apuntó contra ellos.
-No os acerquéis -bramó, furioso. Los niños se detuvieron un instante. Se miraron entre sí, y luego sonrieron.
-¿Pero qué pretendes, idiota? ¿Te crees que vas a hacer algo con ese palito?
Los ojos de Valiant no se movieron de los de Hurco; ardientes de determinación. Ni siquiera cuando el rata cogió una piedra del suelo, y la lanzó contra él. Valiant se hizo a un lado rápidamente, y el impacto de la roca hizo una mella en la pared. Pero cayó, contundente. Enseguida los otros niños buscaron proyectiles con los que asediarlo. Valiant se escurrió al principio, deprisa, esquivando dos o tres de las piedras, pero al final, eran tantas y venían tan deprisa, que no podía sino cubrirse el rostro y agacharse en un rincón, para protegerse.
-¡Eso es! ¡Escóndete! ¡Eres un mierda! -una de las piedras le alcanzó con más fuerza que las demás, en el costado, y eso lo dejó momentáneamente sin respiración. Se encogió de dolor, dejando el rostro libre, y otra roca lo hirió en la ceja, haciéndolo tambalearse y caer al suelo, desconcertado. La sangre le nublaba el ojo izquierdo; escocía horrores. La daga, reluciente como un espejo, reflejaba desde el suelo la imagen de los chicos, cargados de una ira sin sentido. Un odio irracional. Pero Valiant no quería morirse. No quería. No le daba la gana. Agarró con fuerza el cuhillo por la empuñadura hasta hacerse daño en los dedos, y arrancó a correr en una carrera implacable contra sus enemigos. Ignoró la piedra que le sacudió el hombro con violencia, y cuando tuvo a Hurco lo bastante cerca, esgrimió un corte en círculo, que rozó el brazo del niño y lo hizo gritar. Todos se dispersaron entonces, para evitar entrar en el radio de alcance de Valiant, que lanzaba dentelladas a diestro y siniestro. Sin la más mínima idea de cómo se usaba un arma.
-¡Se ha vuelto loco! -decía alguno por ahí.
-¡Os mataré! ¡A todos! -rugió. Era demasiado pequeño para dar miedo, pero su fiereza resultaba admirable. Al final, cuando el velo de ira que nublaba sus ojos remitió, Valiant cayó de rodillas al suelo, agotado. Renqueaba por el esfuerzo, y se había quedado sólo. Sólo, a excepción del caballero que lo miraba desde arriba, con curiosidad.
-Creo que tienes algo que me pertenece... -dijo el hombre, y tendió la mano, para que Valiant le devolviera su arma. El niño alzó la cabeza despacio.
-Ahora es mía -dijo, con rotundidad. El hombre se rió.

Valiant abrió los ojos, sobresaltado, en la oscuridad de la habitación. Se había vuelto a dormir. Maldijo a Pony y su té de hierbas cicatrizantes-analgésicas-sedantes-desinfectantes, y dios sabía qué más propiedades.
Pero dormir le hacía bien.
Estaba solo en el dormitorio; debían ser las tres o las cuatro de la madrugada. El mundo entero callaba, y respiraba plácidamente. Apartó las sábanas con sumo cuidado. A decir verdad, no le dolía demasiado el cuerpo. Ahora dio gracias al té de hierbas de Pony -lo había llamado en tono de burla el té de las mil propiedades, el té maravilloso, la bebida mágica, y otras cuantas ironías que se le iban ocurriendo cada vez que ella venía a traérselo-. Consiguió ponerse de pie sobre la pierna lastimada -era mejor que sobre la pierna rota-, y remolcarse torpemente hacia la ventana. Dioses, si Pony lo viera lo arrastraría de vuelta a la cama con un tirón de orejas. Pero estaba harto de no poder moverse; harto de que su culo se pegara a las sábanas. Abrió las hojas de cristal de par en par, y la brisa fresca de la madrugada le revolvió el cabello. Inspiró.
Ahora recordaba su sueño con más viveza. ¿Sería también producto del té mágico?

-Te has defendido de todos ellos, y eso que eran más numerosos. También más mayores. ¿Cuál es tu nombre, chico?
-Soy Valiant Cross -repuso el niño, poniéndose en pie. Lanzó un ligero vistazo a la hoja, manchada de sangre. Era la sangre de Hurco, resbalando despacio por el acero. Aquello lo hizo sentir un ligero y vibrante orgullo en el pecho.
-Perteneces a una banda, ¿no es así, Valiant Cross?
-Una hermandad. La hermandad de los Gatos -se apartó el flequillo sucio de los ojos, para mirar mejor al hombre. El caballero asintió, sopesando las palabras del niño. No se fiaba de él, pero no le quedaban fuerzas para esgrimir de nuevo su arma. Si el hombre quería matarlo; poco podría hacer él.
-Sabes, Valiant. Yo también tengo una hermandad. Una hermandad mucho más poderosa que los Gatos, los Cuervos o los Titanes, todas ellas juntas -dejó que el niño saborease sus palabras. Poder, riqueza, eran términos que a los críos los enloquecían. Pero Valiant estrechó los ojos con recelo. ¿Cómo sabía aquél hombre de la existencia de los Cuervos y los Titanes? ¿A qué bando pertenecía? -A decir verdad, mi objetivo primordial al seguirte hasta aquí era recuperar lo que me has robado. Pero te he visto luchar contra esos chicos. Seamos francos, ha sido bastante patético, desde un punto de vista profesional -se arrodilló para quedar a la altura del niño. Valiant apretaba los labios. El miedo que había atenuado con orgullo y fortaleza volvía ahora a aflorar, en forma de lágrimas silenciosas.
-Pero había algo mucho más poderoso en tí. Había valor. Coraje. Determinación. Blandiste la hoja con la torpeza de un panadero pero con el fuego de los héroes. No te diste por vencido, no suplicaste piedad. Te has aferrado a tu vida hasta el último segundo, el límite más insospechado. No te has vendido para vivir... Me ha sorprendido, Valiant. Creo que podríamos hacer un buen trato.
El niño tragó saliva. Aquellas palabras le habían devuelto poco a poco las ganas de alzar la cabeza. Pero Valiant estaba acostumbrado a esperar. Demasiado, como para apremiarse por hacer ninguna pregunta.
-Bueno, antes de nada, me presentaré. Mi nombre es James. Van James Eagleclaw.


----------------------
By Rouge Rogue

miércoles, 30 de noviembre de 2011

CAPÍTULO 52: EL INVASOR

El primer cliente del día salió de la habitación con paso firme, intentando parecer señorial.
Kamilla supuso que se trataba de un hombre de clase media, y además casado. Para algunos, resultaba demasiado notorio ausentarse de sus casas por las tardes, y aprovechaban los escarceos en horario de trabajo para visitar el burdel sin que sus esposas pudieran sospechar. Al menos, eso pensaban ellos. Los muy infelices deberían aprender que una mujer siempre sabía cuándo su marido había estado con otra.
Apenas tuvo algunos minutos para asearse.
Ni siquiera se molestó en calzarse la ropa; su siguiente cliente entró en la habitación y ella lo recibió con la bata fina anudada bajo los generosos pechos. El muchacho puso gesto de impresión nada más verla, complacido, y sonrió con picardía. Cerró la puerta con suavidad tras de sí y se deshizo de la capucha que lo cubría. Llevaba un pañuelo negro ocultando la mitad superior del rostro, con dos agujeros para los ojos a modo de antifaz. La camisa blanca y holgada, se ajustaba a sus muñecas con los brazaletes de cuero, y a la cintura con un fajín acordonado. Luego caía formando unos bonitos faldones sobre sus piernas. Tenía el aspecto del líder de un grupo de bandoleros, pero no había barro del camino en sus botas. Era un rata de ciudad.
-Buenos días, mi señor -la prostituta se mesó el cabello largo y oscuro, tan negro como la noche misma, y lo acomodó sobre sus hombros morenos. Tenía un aspecto salvaje; sensual y arrebatador. Llevaba los carnosos labios pintados de rojo pasión.
El joven silbó por lo bajo, piropeando toda aquella belleza. Se acercó caminando con resolución, sin apartar los ojos de ella, y la muchacha sonrió, orgullosa.
-Vais a hacer que me ruborice...
-No era mi intención, pero visto lo visto... me lo estoy planteando- cuando Lloth se quitó el pañuelo y clavó los ojos castaños en los de ella, Kamilla sintió que se le venía el alma a los pies. La expresión de la mujer cambió por momentos, pasando de la incredulidad a la confusión en milésimas de segundo. Entreabrió los labios, tratando de respirar, e hinchó el pecho. Pues claro, ¿Cómo había sido tan idiota de darlo por muerto? ¿No era, a fin de cuentas, uno de los Cuervos de Karoth? Lo había subestimado por completo. ¿Y ahora? ¿Qué venía ahora? ¿Qué podía decir, si se le habían roto todas las defensas?
-Yo también me alegro de verte, Gata. Sólo quería asegurarme de que llegaste de una pieza -sonrió. Y dioses, su sonrisa era perfecta. Una sonrisa de imbécil y cretino, pero perfecta. El corazón le bombeó deprisa; tanto que se sintió mareada. Por un instante, alzó la mano buscando un punto de apoyo, pero la llevó deprisa a su cintura, y puso los brazos en jarra.
-Por supuesto, ¿por quién me tomas?
-Cierto; la novia de Valiant Cross debe tener algunos recursos en la manga... Y en el escote, por lo que veo -clavó los ojos en los pechos de ella. Kamilla se indignó, de algún modo, y cerró la bata tanto como le fue posible, y más.
-Estoy estupendamente, gracias por tu interés. Y ahora si me disculpas, tengo mucho trabajo -se apartó de su lado y se encaminó con prisas hacia la puerta. Iba descalza, y los pasitos cortos hacían que su grácil figura se contonease de manera casi adorable mientras andaba. Lloth sonrió, pasándose la mano por el pelo, recogido en la pequeña coleta. Luego se desabrochó el primer botón de la camisa.
-¿De manera que eso es todo? ¿No vas a darme ni las gracias?- Kamilla se detuvo para mirarlo, y estrechó los ojos. No perdió de vista el movimiento del rata, y se sintió crispada por instantes. -Te salvé la vida, ¿no me merezco aunque sea un revolcón...?
-¿No habías venido a ver si me encontraba bien? -ella sonrió con ironía, y Lloth puso los ojos en blanco. Lo había pillado. -Entérate. Mi cuerpo le pertenece a Valiant. Quienquiera que desee tomarlo, debe pagar por él. Si quieres que te demuestre lo agradecida que estoy por lo que hiciste, te haré llegar alguna chica; yo misma la pag...
-¿Cuánto cobras? -él la interrumpió, mientras sacaba el fardo de billetes del bolsillo interior. La muchacha lo miró con incredulidad. No podía... no. Había esperado ser lo bastante disuasiva. No pensaba acostarse con uno de los Cuervos. No con él.
-Estás de broma...
-¿Tratas así a todos tus clientes? Me gustabas más cuando no sabías que era yo.
-Vete cagando leches a alguno de los burdeles de tu zona, idiota -escupió las palabras con desdén. Lloth se rió.
Cruzó la sala, y cerró de nuevo la puerta que Kamilla había abierto para salir, sin quitar la mirada de ella.
El pecho de la joven se agitó, cuando se acortaron las distancias entre ambos. Acercó sus labios con suavidad a los de la fulana, pero no fue correspondido. Kamilla giró el rostro, en una última negación silenciosa.
Llothringen perdió su mano recia en el interior de la bata de la chica, con dulzura, y comenzó a acariciarle los pechos.

Fargant Mil Cuchillos estaba mal sentado en la silla de la recepción del prostíbulo. Tenía los pies puestos sobre la mesa, y jugueteaba con un puñal. Lo hacía bailar entre los dedos, una y otra vez, y se deleitaba con el tacto del acero helado, hasta que la punta demasiado fina escindió su piel y la sangre manchó la hoja. No se inmutó siquiera; le dedicó una mirada vacía a la diminuta gota escarlata que resbalaba por el tercio, pulido como un espejo, e iba a caer después al suelo. Una de las furcias de Burt lo miraba con verdadero asco.
Él se ajustó la capucha, y escondió la cara.
La mayoría de las mujeres expresaban inquietud cuando veían su rostro. Él podía sentirlo; se preguntaban qué clase de vida debía haber llevado un hombre como él, y eso lo molestaba. Se diría que le resultaba imposible disimular toda la maldad que lo corrompía por culpa de aquellas cicatrices. Era feo por dentro y por fuera.
Cuando Burt Founder apareció, ataviado con la bata de seda oscura, a Fargant no le cupo ninguna duda de que había estado follando. Conocía aquella expresión de vicio, y por el brillo de sus ojos, supo que seguía encendido. Lo había interrumpido en pleno coito. Aquello le propició una pequeña satisfacción, y aún pensar en la noticia que debía transmitirle, le hizo dibujar una sonrisilla.
-Fargant. Más vale que lo que tengas que decirme sea importante -lo amenazó de entrada. El joven clavó la mirada en la de él, y el noble adoptó una postura más condescendiente.
-No mucho, en realidad. Tu hijo está muerto. Lo asesinaron unos ratas inmundos.
Se hizo el silencio algunos segundos.
La estupefacción de Burt dio a entender a Fargant que el hombre no acababa de creerse lo que oía, así que se puso en pie con intención de marcharse de allí.
Las piernas del noble temblaban ligeramente.
Fargant sólo se detuvo para mirarlo de reojo.
-Ah, por cierto. Synister volverá al Círculo.
Luego se marchó, deleitándose en las mieles de su pequeña -pero aún no finalizada- venganza.

Lloth la empujaba despacio.
Jadeaba cerca de su oído; cada respiración de él le ponía la piel de gallina. Apretaba con una suavidad contundente; abría su cuerpo y se desplazaba por su interior, se estrechaba apenas un segundo contra ella, y volvía a retirarse. Una y otra vez.
Tenía el cabello revuelto; la cola medio deshecha.
Su cuerpo era el de un hombre joven; apenas un muchacho que hubiera pasado cortamente la veintena, pero torneado y de hermosas formas. Los músculos de su espalda se dibujaban de un modo sensual, trazando un arco suave siguiendo su columna, para acabar en unos glúteos redondos bastante prietos. Kamilla cerró los ojos.
Había algo quemándole en el pecho; y no era la elevada temperatura de la piel de su amante.
No importaba que él hubiese pagado por tenerla, se sentía como si estuviera faltando a lo que creía que era lo único que podía ofrecer a Valiant. Una fidelidad bastante cuestionable.
Lloth la estaba usando, seguramente porque pensaba que era la novia del Príncipe de los Gatos, y aquello se le antojó cruel. Entristeció el gesto durante una fracción de segundo, pero el muchacho no le concedió la paz que hubiera necesitado. Se alzó, apoyado sobre sus manos, para embestirla con más fuerza. Kamilla se agarró a las sábanas y trató de aguantar los achaques. El dolor era soportable.
La humillación; no.
Al final, él se corrió enseguida. Posiblemente no se hubiera alargado el acto más allá de diez minutos, pero para la joven fueron más que suficientes. Aún mientras él jadeaba de cansancio, lo apartó de encima con prisas y buscó su bata a tientas. Lloth se tumbó bocarriba en la cama, agotado, pero más sorprendido.
-¿Qué? -pudo articular entre resollos.
-Nada.
-¿Cómo que nada?
-Está bien -trató de recomponerse.- Espero que haya disfrutado de nuestro servicio. Por favor, vuelva pronto.
-Bueno, pensé que...
Pero la joven hizo un gesto con la mano, sin dejarle hablar. Se calzó los delicados tacones y salió de la habitación con prisas.
Olvidó recoger el dinero.


----------------
By Rouge Rogue