Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
Si crees que pueden herir tu sensibilidad, por favor no continúes leyendo.
Gracias por visitar mi blog.

miércoles, 25 de enero de 2012

CAPÍTULO 53: NO CAER DENTRO

Valiant hurgaba entre las espinas del pescado. Aquél día había pasado -como de costumbre- cerca del prostíbulo, pero no había tenido la suerte de otras veces. Se había topado con algunos de los Titanes en el camino, viéndose involucrado en una persecución que le robó demasiado tiempo. Para cuando al fin se libró de ellos, cualquiera de los niños de su propia hermandad debía haber pasado ya por allí. No quedaban más que basura y mierda en el cubo de los desperdicios. Nada aprovechable que llevarse al estómago.
Giró el rostro con pesadez y lanzó una mirada furibunda hacia la puerta del burdel, que se abría en aquél momento. Un enorme caballero, gigantesco en toda su imponencia, salía de la casa. Llevaba ropajes elegantes, una capa pesada colgando tras de sí, y una barba impoluta, tan rubia como su cabello. El hombre encontró los ojos del niño posados en él, y ambos se aguantaron la mirada por algunos segundos, antes de que cada cual reemprendiera de nuevo sus quehaceres.
Luego salió la matrona del lugar, y le hizo un gesto con la mano al rata, para espantarlo de las inmediaciones de su negocio.
Valiant deambuló largo rato por las calles del mercado; la zona más segura del territorio de los Gatos. Pero quedarse en la zona segura, significaba tener que competir con todos los demás críos de la Hermandad, demasiado jóvenes y temerosos para salir de donde les correspondía estar. Y también más adorables que él, que despertaban más compasión, y recibían más limosnas. No, la zona segura del mercado no era una buena zona para un rata hambriento a aquellas horas de la mañana. Tenía que aventurarse un poco más lejos...
El destello dorado llamó su atención.
El sol había arrancado una sonrisa al metal pulido de la espada que pendía hermosamente en aquél cinturon. El niño siguió con los ojos la magnífica figura de espaldas anchas. Los hombros de porte elegante, la capa aterciopelada... El hombre que había visto salir del burdel poco antes paseaba distendidamente por entre los mercaderes, examinando las ventas con gesto evaluativo. ¿Podría Valiant hacerse con semejante botín sin que el noble se diese cuenta? Si vendiese esa espada, incluso si no le pagaran por ella más que la mitad de su valor real, comería muy bien durante varias semanas. Puede que también comprase unos zapatos nuevos; los que llevaba ya le apretaban los pies. Era lo malo de estar creciendo.
Y mientras divagaba en aquellos pensamientos, el niño echó a andar con disimulo tras los pasos del hombre, mezclado entre los transeúntes. Tan fijos tenía los ojos en su objetivo, que no reparó en que a su vez; él era el objetivo de otros. Los chicos de los Titanes habían dado, finalmente, con él, y acechaban como una manada de lobos en espera de que su presa se encontrase sola y vulnerable. Cuando Valiant estuvo lo bastante cerca del caballero, descubrió que la espada era demasiado grande -y probablemente, demasiado pesada- para cargar con ella mientras corría. El corazón le latió con fuerza; a la mierda sus zapatos nuevos, y la comida de varias semanas. Entonces bajó la vista; justo debajo de la vaina de la espada, había una segunda, más pequeña. Un hermoso puñal dorado, sin demasiada ornamentación, pendía, gemelo al otro arma. Quizá no obtuviese por él tanto como por la espada, pero aquél sí era un botín que él pudiera transportar. Fue curioso el modo en que el pecho se le encogió.
En el mar de gentes que era el mercado, Valiant supo con certeza que algo no iba bien. Alguien se movió a sus espaldas -¿alguien?-. Y entonces las caras aparecieron. Una allí, tras la mujer de enormes tetas que vendía arroz y asenjo. Otra entre las cajas del almacén de la taberna. Otra justo al lado del burro que cruzaba la calle. ¿Cuántos más habría?
-Eh, chico, ¿qué haces?-
Cuando el rata volvió la vista al frente, el fornido caballero lo miraba con curiosidad. Valiant no pudo pensar, no pudo más que tirar con todas sus fuerzas. Si no lo mataba el caballero, lo harían los Titanes, de todos modos. El sonido del metal rasgó la vaina, y el chiquillo se hundió como una flecha entre la muchedumbre, llevándose consigo aquella daga de dorada empuñadura. El caballero no tuvo tiempo de agarrarlo, tan escurridizo era. Y de nuevo comenzó la persecución.
Valiant se escabuyó por entre las centenas de comerciantes y compradores; se abrió paso empujando a un hombre cargado con fardos de paja. Pasó corriendo tan cerca de los tarros de barro cargados de miel, que algunos se tambalearon y giraron sobre su propio eje. No se rompió ninguno, para alivio del vendedor... hasta que los chicos de los Titanes pasaron justo después, y terminaron de tumbarlos. Saltó por encima de las alfombras, apiladas en forma de pergamino enrollado formando una pequeña pirámide en la esquina de la calle. Le dio sin querer con el brazo a una ristra de ajos que pendía de modo ornamental en uno de los puestos de comercio, y no sintió el dolor del golpe hasta pasados algunos segundos. Esquivó con habilidad maestra a la floristera que cargaba el carrito con su mercancía, y a los niños que perseguían al perro. Incluso pasó por debajo de la vaca sin frenarse demasiado. Pero sabía que los Titanes le seguían los pasos. Quizá más rezagados, pero lo seguían.
No eran tan rápidos como él, pero eran muchos. Habían puesto estratégicamente gente para vigilarlo en todos los puntos de la plaza, de modo que no podía moverse de un lugar a otro sin ser visto, y de cuando en cuando tenía que virar de forma brusca para esquivar una nueva cara desconocida, con un brillo fiero en los ojos que indicaba que no era más que otro enemigo. Al final, se escabulló por un pequeño pasacalles y acabó siguiendo el juego de los Titanes, perdiéndose en el laberíntico mapa de callejones de Silverfind. Valiant conocía muy bien todas las calles, agujeros y escondites, las trampas y las salidas. No comprendió jamás de qué manera había llegado a toparse con una pared que le bloqueaba el paso. El pecho estaba tan agitado que sentía los pulmones secos, y dolían. El miedo le había jugado una mala pasada. ¿Qué iba a hacer ahora?
-¿Demasiado alto para treparlo, enano? -como si se hiciera eco de su propia incertidumbre, la voz de uno de ellos lo hizo sobresaltarse. Se giró para mirarlo. Uno, dos, tres... Seis ratas. No, siete. Siete ratas de los Titanes; algunas caras conocidas y la mayoría, hundidas en las sombras e imposibles de adivinar. Todos más mayores que él. ¡Mucho más mayores que él! Debían tener por lo menos once, o doce años.
-¿Qué quereis de mí? -preguntó, quizá para ganar un par de segundos de vida. Los ratas de una hermandad sólo querían una cosa de los ratas de otra hermandad: matarlos.
-Jaffer me ha pedido que le lleve tus orejas -respondió el que parecía el cabecilla del grupo. Valiant sabía que Jaffer Colt era el líder de los titanes, por entonces. -¿Sólo las orejas, Jaffer? , le pregunté -siguió el chico, en tono de burla. -Sólo las orejas, Hurco. Las ensartaré en un pinchito y me las comeré asadas -los demás chicos rieron roncamente, por lo bajo. -¿Quieres saber qué quiere Jaffer que hagamos con todo lo demás? -
Valiant apretó los dientes, y pegó la espalda a la pared del muro, como si hubiera deseado que una puerta mágica e invisible se abriese para escapar. Las piernas le temblaban. Las rodillas no podían casi mantener su peso enclenque, de puro pavor.
-"Tíralo al Quith" -acabó por aclarar el tal Hurco, y de nuevo los demás rieron.
El Quith... aquél río de aguas sucias y turbulentas, descomponían los residuos y los secretos de la gran ciudad. Muchos se pudrían allá abajo de manera silenciosa. El Quith se había convertido, de manera particular para los ratas de Silverfind, en una analogía de los infiernos. Cuando los chicos emprendieron el paso hacia él, Valiant empuñó la daga que aún llevaba en la mano, y la apuntó contra ellos.
-No os acerquéis -bramó, furioso. Los niños se detuvieron un instante. Se miraron entre sí, y luego sonrieron.
-¿Pero qué pretendes, idiota? ¿Te crees que vas a hacer algo con ese palito?
Los ojos de Valiant no se movieron de los de Hurco; ardientes de determinación. Ni siquiera cuando el rata cogió una piedra del suelo, y la lanzó contra él. Valiant se hizo a un lado rápidamente, y el impacto de la roca hizo una mella en la pared. Pero cayó, contundente. Enseguida los otros niños buscaron proyectiles con los que asediarlo. Valiant se escurrió al principio, deprisa, esquivando dos o tres de las piedras, pero al final, eran tantas y venían tan deprisa, que no podía sino cubrirse el rostro y agacharse en un rincón, para protegerse.
-¡Eso es! ¡Escóndete! ¡Eres un mierda! -una de las piedras le alcanzó con más fuerza que las demás, en el costado, y eso lo dejó momentáneamente sin respiración. Se encogió de dolor, dejando el rostro libre, y otra roca lo hirió en la ceja, haciéndolo tambalearse y caer al suelo, desconcertado. La sangre le nublaba el ojo izquierdo; escocía horrores. La daga, reluciente como un espejo, reflejaba desde el suelo la imagen de los chicos, cargados de una ira sin sentido. Un odio irracional. Pero Valiant no quería morirse. No quería. No le daba la gana. Agarró con fuerza el cuhillo por la empuñadura hasta hacerse daño en los dedos, y arrancó a correr en una carrera implacable contra sus enemigos. Ignoró la piedra que le sacudió el hombro con violencia, y cuando tuvo a Hurco lo bastante cerca, esgrimió un corte en círculo, que rozó el brazo del niño y lo hizo gritar. Todos se dispersaron entonces, para evitar entrar en el radio de alcance de Valiant, que lanzaba dentelladas a diestro y siniestro. Sin la más mínima idea de cómo se usaba un arma.
-¡Se ha vuelto loco! -decía alguno por ahí.
-¡Os mataré! ¡A todos! -rugió. Era demasiado pequeño para dar miedo, pero su fiereza resultaba admirable. Al final, cuando el velo de ira que nublaba sus ojos remitió, Valiant cayó de rodillas al suelo, agotado. Renqueaba por el esfuerzo, y se había quedado sólo. Sólo, a excepción del caballero que lo miraba desde arriba, con curiosidad.
-Creo que tienes algo que me pertenece... -dijo el hombre, y tendió la mano, para que Valiant le devolviera su arma. El niño alzó la cabeza despacio.
-Ahora es mía -dijo, con rotundidad. El hombre se rió.

Valiant abrió los ojos, sobresaltado, en la oscuridad de la habitación. Se había vuelto a dormir. Maldijo a Pony y su té de hierbas cicatrizantes-analgésicas-sedantes-desinfectantes, y dios sabía qué más propiedades.
Pero dormir le hacía bien.
Estaba solo en el dormitorio; debían ser las tres o las cuatro de la madrugada. El mundo entero callaba, y respiraba plácidamente. Apartó las sábanas con sumo cuidado. A decir verdad, no le dolía demasiado el cuerpo. Ahora dio gracias al té de hierbas de Pony -lo había llamado en tono de burla el té de las mil propiedades, el té maravilloso, la bebida mágica, y otras cuantas ironías que se le iban ocurriendo cada vez que ella venía a traérselo-. Consiguió ponerse de pie sobre la pierna lastimada -era mejor que sobre la pierna rota-, y remolcarse torpemente hacia la ventana. Dioses, si Pony lo viera lo arrastraría de vuelta a la cama con un tirón de orejas. Pero estaba harto de no poder moverse; harto de que su culo se pegara a las sábanas. Abrió las hojas de cristal de par en par, y la brisa fresca de la madrugada le revolvió el cabello. Inspiró.
Ahora recordaba su sueño con más viveza. ¿Sería también producto del té mágico?

-Te has defendido de todos ellos, y eso que eran más numerosos. También más mayores. ¿Cuál es tu nombre, chico?
-Soy Valiant Cross -repuso el niño, poniéndose en pie. Lanzó un ligero vistazo a la hoja, manchada de sangre. Era la sangre de Hurco, resbalando despacio por el acero. Aquello lo hizo sentir un ligero y vibrante orgullo en el pecho.
-Perteneces a una banda, ¿no es así, Valiant Cross?
-Una hermandad. La hermandad de los Gatos -se apartó el flequillo sucio de los ojos, para mirar mejor al hombre. El caballero asintió, sopesando las palabras del niño. No se fiaba de él, pero no le quedaban fuerzas para esgrimir de nuevo su arma. Si el hombre quería matarlo; poco podría hacer él.
-Sabes, Valiant. Yo también tengo una hermandad. Una hermandad mucho más poderosa que los Gatos, los Cuervos o los Titanes, todas ellas juntas -dejó que el niño saborease sus palabras. Poder, riqueza, eran términos que a los críos los enloquecían. Pero Valiant estrechó los ojos con recelo. ¿Cómo sabía aquél hombre de la existencia de los Cuervos y los Titanes? ¿A qué bando pertenecía? -A decir verdad, mi objetivo primordial al seguirte hasta aquí era recuperar lo que me has robado. Pero te he visto luchar contra esos chicos. Seamos francos, ha sido bastante patético, desde un punto de vista profesional -se arrodilló para quedar a la altura del niño. Valiant apretaba los labios. El miedo que había atenuado con orgullo y fortaleza volvía ahora a aflorar, en forma de lágrimas silenciosas.
-Pero había algo mucho más poderoso en tí. Había valor. Coraje. Determinación. Blandiste la hoja con la torpeza de un panadero pero con el fuego de los héroes. No te diste por vencido, no suplicaste piedad. Te has aferrado a tu vida hasta el último segundo, el límite más insospechado. No te has vendido para vivir... Me ha sorprendido, Valiant. Creo que podríamos hacer un buen trato.
El niño tragó saliva. Aquellas palabras le habían devuelto poco a poco las ganas de alzar la cabeza. Pero Valiant estaba acostumbrado a esperar. Demasiado, como para apremiarse por hacer ninguna pregunta.
-Bueno, antes de nada, me presentaré. Mi nombre es James. Van James Eagleclaw.


----------------------
By Rouge Rogue