Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
Si crees que pueden herir tu sensibilidad, por favor no continúes leyendo.
Gracias por visitar mi blog.

viernes, 30 de septiembre de 2011

FIN DE MES: SEPTIEMBRE

Y aquí seguimos, un mes después. Gracias de nuevo a los -y las- que habeis aguantado como campeones el ritmo de lectura. En compensación, y para facilitar la comprensión del tramo de historia que nos va a atañer en el siguiente mes, os dejo un mapita de Kandalla.
Tope molón (cof, cof). Clicad encima si esque os interesa leer algo :p




Vale, ignoremos el contenido del diseño visual y hasta, si queréis, el topográfico. Centrémonos en lo importante: los nombres de los sitios. Paso a reescribirlos por si en algún caso imposible, la letra que he elegido no fuese la más adecuada y no se leyera bien. Empezando por la izquierda, región y capital:
-Ynnd'ur, capital Varath.
-Tabia, capital Eringard.
-Incipia, capital Antiant.
-Ascanor (ésta es la capital de Kandalla)
-Luxinor, capital Allis.
-Artania, capital Veras.
-Kauhjuùn, capital Derellen.
-Bereth, capital Llandor.
-Taverán, capital Zentra.
-Kandoria, capital Kandor.
Y la isla de abajo, que es territorio neutro, llamada Quintaesencia.



A simple modo de curiosidad os resalto en verde las zonas que se han mencionado desde el inicio de la historia, y en naranja las ciudades menores que se han visitado y el recorrido de Allain.
En el capítulo 1 nos encontrábamos cerca de la frontera con Kauhjuùn, al pie de las cordilleras. Cuando Allain culmina su trabajo, pasa por Janeen Ville, el pequeño pueblo donde reside Daleelah, en el capítulo 3. Más adelante, y tras pasar por un complejo de granjas acaba llegando al siguiente pueblecito, donde conoce a Valiant y Yara. Desde allí emprenden el viaje hacia Silverfind, pasando por Astrean Burg, la ciudad de las brujas. Tras esto no les queda más remedio que tomar un barco en la costa debido a que el paso desde Astrean Burg hacia Silverfind está bloqueado. Por último, Llandor, la capital de Bereth, donde se encuentran Allain y Valiant actualmente.

Arriba de Bereth, Taverán, es la región donde nació y creció, y además se entrenó Elric.
Desdicha, la espada de Synister Owl, fué forjada en una de las pequeñas islas del norte de Kandoria.

Y hasta aquí la lección de geografía. Espero que para el próximo mes aún sigáis aquí conmigo.

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By Rouge Rogue

miércoles, 28 de septiembre de 2011

CAPÍTULO 36: LLEGAR A UN ACUERDO

Fue todo tan rápido y caótico como acostumbraba a ser en el mundo de las sombras. En un segundo la imagen de Adrian en el cristal. No, de Fargant. Al siguiente, el mismo cristal volando en mil pedazos. Fargant había asestado un golpe rápido en semicírculo que acabó chocando con el canto de su muñequera de merellite contra la ventana, porque Allain se apartó con la agilidad que su amigo recordaba de años atrás. Esquivó el segundo ataque -por poco, en realidad- y lanzó un puñetazo contra la cara del intruso, que se movió con la soltura de un Mester que se ha concienciado para entrar en batalla. Allain se había relajado, había bajado la guardia, y eso casi le cuesta la vida. Cuando se apartó de Fargant, ambos se dedicaron una mirada larga y cargada de significado. Una distancia de tres metros se abría entre ambos, y Elric destensó los músculos, irguiéndose en pie para encarar a su mejor amigo de antaño.
-¿Has esperado a que estuviera desnudo para atacarme? -lo dijo con cierto tono de reproche.
Fargant sonrió.
-No deberías bajar la guardia, "Synister" -repuso, y se quitó la capucha. Allain era la única persona con quien se sentía en consonancia. Tal vez él no tuviera cicatrices en la cara, pero era tan monstruoso como Fargant.
-Qué ironía... tantos años luchando por deshacerte de las ataduras de tu maestro, y ahora cargas sus amargos consejos contigo -Allain se preguntó si tendría tiempo de reaccionar. Hablar, era una burda estrategia que nunca jamás funcionaría con Fargant, pero no podía hacer otra cosa. Si el adversario fuese otro... si Fargant no fuese el único hombre en Kandalla por el que Allain podría ser derrotado, se habría arriesgado. Alguna pirueta extraña, alguna maniobra distractiva, y se habría hecho con su espada, al otro lado de la habitación. Pero eso no era posible.
No de valde, lo llamaban Mil Cuchillos.
-Verdaderamente... hubiera estado bien reencontrarnos en mejor situación. Syrtos sabe que tu muerte será un peso hondo en mi conciencia -apretó los dedos contra la empuñadura en forma de medialuna de sus cuchillas, y Elric sonrió, resignado. Syrtos, el dios de la muerte y las sombras. También era una de las absurdas -pero tan útiles- creencias de su maestro. Todos los hombres necesitaban creer que había algo más allá de la vida, después de todo.
-Nisiquiera me has pedido que me una al Círculo -comentó, agachando la cabeza. Sin embargo, su mirada no dejaba de ser desafiante.
-Eso sería lo sensato, y te conozco demasiado para saber que no será tu elección -el muchacho estrechó los ojos, no obstante, con algo de recelo. ¿Lo decía enserio Allain? ¿Había cambiado de idea, después de los años...?
-Nunca des por sentado que sabes algo, Fargant. Eso te vuelve confiado y vulnerable...
-El Círculo ya no espera que regreses. Me han pedido tu cabeza -mintió el chico. Tal vez aquello le apretase las tuercas a Allain, y ayudase a convencerlo de que perdonarle la vida era una bendición. ¿No era así, después de todo?
-Vaya, qué desconsiderados. Sin cabeza no voy a poder trabajar -se hizo el desinteresado. Alzó las manos despacio, mostrando las palmas a Fargant, y caminó hacia la cama, hasta sentarse en el colchón. Su enemigo -¿o su amigo?- lo siguió con la mirada, pero no dijo palabra.
-No voy a luchar contra tí, Fargant. No por el Círculo. Déjate de chorradas y dime cuáles son las condiciones para volver a entrar.
-Acabo de decirte que...
-Si de verdad te hubieran ordenado que me matases, yo no estaría aquí ahora. Has venido a dialogar, por mal que se te dé.
El muchacho sonrió levemente.
Tenía toda la razón.

Amaneció demasiado deprisa.
Allain no tuvo tiempo de follar, ni de dormir esa noche. Ni siquiera de hacer todas las preguntas que hubiera deseado hacer a su mejor amigo -su único amigo- después de cinco años sin verlo.
Cuando llegó la mañana y Valiant bajó al comedor, allí estaba él.
Algo sonrió en su cabeza, las cosas estaban saliendo como tenían que salir. Bueno, aún quedaba el asunto de Yaraidell, y también el de Kamilla, pero era mejor desterrarlos de sus preocupaciones más inmediatas. Tenía cosas más importantes que hacer que pensar en mujeres; el amor era sólo un privilegio de quienes tenían la vida resuelta.
Se sentó en la silla junto al mercenario, y él apenas apartó la vista del pan tostado que engullía para ofrecerle un saludo alzando las cejas.
-¿Y tu novia...?- preguntó, con la boca llena.
-Buenos días a tí también.
-Vas a resultar el único rata exquisito de la ciudad -dio un largo sorbo al café negro.
-¿Y bien...? -el chico esperaba abordar cuanto antes el tema. Synister se encogió de hombros, restándole importancia.
-Lo haré -concluyó. Valiant sonrió estrechando la mirada.
-Ya lo sabía.
-Que te follen.
-No es momento, hay cosas por hacer. -Comentó como quien no quiere la cosa.- La hermandad está deseando conocerte.


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By Rouge Rogue

lunes, 26 de septiembre de 2011

CAPÍTULO 35: DESDE LAS ENTRAÑAS

El Círculo se distribuía por toda Kandalla con cinco bases principales situadas en Ascanor, Incipia, Artania, Bereth y Taverán. Las zonas libres colindaban directamente con alguna región en la que hubiese una base, de modo que en caso de necesidad, la gente de la Orden podía desplazarse en un corto lapso de tiempo. Además, sus influencias se extendían en todas las direcciones, como una maraña de dedos; eran las venas negras del país y regaban directamente con sangre todo territorio a su alcance. Todo eso lo sabía ya Allain, no necesitaba que el chico se lo contase.
También estaba al tanto de la situación de gobierno dentro del Círculo.
Problemas y más problemas.
Como siempre, solían ganar influencia los más acaudalados, lo cual era a todas luces una cruda ironía, pues la gente rica que gobernaba la Orden no conocía ni de lejos las miserias de los pobres a quienes decían representar. Pero así funcionaba el mundo, el dinero lo movía todo, y en el Círculo no se hacía excepción. Resultaba de una lógica aplastante que los costes de mantenimiento, instalaciones, armas y personal tenían que salir de algún lado, y ese lado eran los bolsillos de los más codiciosos. Los que no tenían suficiente con una mansión retirada, un palacete o unas tierras de labranza con doscientos campesinos a sus órdenes. Los hombres que movían el Círculo eran ambiciosos, y nada se interponía entre ellos y sus ansias de poder. Nada, excepto...
-Desde el asesinato de Vox, el Círculo se ha desmoronado ante la corrupción como un castillo de naipes -había dicho Valiant.
Ah, sí. Vox. Olvidaba que la gente de a pie le tenía bastante respeto a aquél tipo. Había sido el máximo dirigente del Círculo, uno de los hombres que lo habían fundado y le habían conferido una entidad. Se había alzado sobre la ciudad como una sombra y había movilizado a hombres y mujeres de las bajas clases a cambio de una promesa de futuro. Durante mucho tiempo, las calles fueron un imperio independiente dentro del gran reino de Kandalla, empujado por la mano de Vox. Pero eso se había acabado.
Años atrás, alguien lo había asesinado; y los oportunistas se habían arrojado sobre su fortuna y su poder como ratones hambrientos, hundiendo todo lo que había construído con sus manos en un pozo de inmundicia. Allain no había conocido a Vox en persona, pero en los días en que comenzó su adiestramiento con Synister, él aún estaba vivo.
-Y qué con eso -el hombre trató de arengar la conversación con desgana. Sí, era cierto. Desde que murió su anterior representante, el Círculo lo gobernaban verdaderos hijos de puta que pensaban más en lucrarse que en ayudar a los miembros de la Orden. Pero él estaba ya fuera de todo eso. Sencillamente, le daba igual.
-Vamos a cambiar la situación. Vamos a destituir al actual Vox y a alzar uno nuevo -soltó el pícaro, esperando una reacción de rechazo por parte del mercenario, pero él tan sólo levantó una ceja.
Luego rió por lo bajo.
-Que tengas suerte, chico. La vas a necesitar.
-La necesitaría, si no contase con tu talento.
-¿No me digas?
-Si no soy tan estúpido como parezco, creo haber comprendido que eres el mejor Mester vivo sobre la faz de Kandalla. Tú mataste al mismísimo Synister Owl. Su nombre y su fama te pertenecen ahora.
-Me vas a sacar los colores -comentó con una ironía rancia. Se quitó la chaqueta, dejando a la vista los musculosos brazos y los pectorales que se marcaban a través de la camiseta negra.
Kamilla no los pasó por alto.
-Pero nombre y fama no sirven para una mierda -lo acuchilló Valiant enseguida. Sabía que Elric no era de los que se deleitaban con las mieles de la fama, pero aun así, trató de herir su orgullo. -Por más que seas muy bueno... el mejor, ellos siguen siendo decenas. Decenas de mediocres hambrientos de poder. Si el Círculo no te ha encontrado aún es tan sólo porque confía en que el tiempo te hará recapacitar y volver arrastrándote como un perro abandonado. Porque saben que un asesino no sabe hacer otra cosa que matar. Que nunca conseguirás vivir en paz contigo mismo, ni con nadie.
Allain lo miraba intensamente a los ojos, con una mueca maliciosa surcando sus labios finos.
-Continúa, por favor. No había escuchado tantas tonterías juntas desde que mi madre me cantaba en la cuna -dijo, pero el chico no iba desencaminado. El único modo que había encontrado el Mester de vivir en sociedad era seguir matando. Fuera de la Orden no era lo mismo, pero la sangre llamaba a su espada, de todos modos.
-Si el Círculo se cansa de esperar, si su paciencia se agota y no has regresado por tí mismo, concluirán que no vales la pena, te convertirás en un problema. No se van a arriesgar a dejar libre a alguien como tú. Sabes demasiado. Eres un cabo suelto que hay que cortar sea como sea, y te cortarán. Tú lo dijiste; el Círculo no perdona.
-¿Y qué más te da...?
-No demasiado -Valiant resopló y su flequillo salió disparado. Allain se preguntaba dónde andaría aquél chico despistado y bobalicón que conoció en la taberna hacía poco más de un mes... El Valiant de ahora parecía completamente diferente. ¿Se ponía serio cuando trabajaba? ¿Había estado fingiendo, o tal vez algo lo había cambiado...? -Pero sé lo que me digo; te he visto luchar. Eres bueno, y tú lo sabes. Joder, no necesitas que yo te lo diga. Es posible que en su momento no quisieras volver al Círculo, y decidieras que la única salida que te quedaba era huír eternamente.
-O el suicidio -apuntilló el hombre. Sacó otro cigarro de la chaqueta y se lo ofreció a Kamilla. Ella le sonrió y lo cogió, gustosa.
-Pero las cosas han cambiado. Ahora tienes una nueva posibilidad. La posibilidad de hundirte en el pozo, coger lo que te pertenece y luchar para salir del barro.
-Me estás pidiendo que...
-Que te unas a mi causa. Juntos, haremos lo que no se puede conseguir por separado. Destrozaremos el Círculo desde dentro, nos lo comeremos empezando por las entrañas.
Sí señor.
Era fiero.
Arriesgado.
Sonaba puramente a suicidio.
Allain no pudo evitar sentir un hormigueo en el estómago; la clase de sensación que siempre lo ponía en sobrealerta cuando llegaba la hora de matar. ¿Derrocar el Círculo? ¿Hacerse con el poder? ¿Cambiar las cosas? Sí, era un suicidio. ¿No había dicho Allain justo un momento antes que el suicidio era la segunda opción...?
-Si lo conseguimos, no sólo habrás ganado tu libertad. Habrás ganado la de mucha otra gente que vive día a día con miedo porque no tienen la fuerza que tú y yo poseemos. Sacaremos de las sombras a muchos que tan sólo quieren volver a ver la luz del sol... -los ojos verdes del muchacho relampaguearon. Allain desplazó la mirada hacia Kamilla.
Ella lo observaba con la admiración dibujándole las facciones, y el mercenario no se pudo reprimir una sonrisa.
-No me des la brasa ahora, chico. Estoy cansado, ya no tengo ganas de hablar -zanjó el tema. Se puso en pie, pero el aura que desprendía era bastante relajada. Valiant supo que algo dentro del hombre se debatía consigo mismo. Tal vez necesitara un poco de tiempo... Y valdría la pena esperar.
-Estaré aquí mañana por la mañana -se despidió el muchacho, cuando él se dirigía hacia las escaleras de la posada. -Si no apareces, daré por hecho que no te interesa nuestra oferta.

Y ahora daba vueltas en el dormitorio.
Se había quitado la ropa, joder, se había quedado descalzo y en calzoncillos, pero aún seguía sintiendo ese calor. Esas cosquillas en los dedos de las manos. Algo le abrasaba en el pecho, y no quería pensar que eran esperanzas, la ilusión de un nuevo comienzo. Un golpe tan grande que no se recordara nada igual desde la muerte del primer Vox, vencer o morir. Cerró el puño y se mordió los nudillos. Pero, había alguna otra cosa que lo apuñalaba.
Cuando se acercó a mirar por el cristal de la ventana, en el reflejo, junto a su propia cara, estaba el rostro de Fargant.


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By Rouge Rogue

viernes, 23 de septiembre de 2011

CAPÍTULO 34: EL VERDADERO YO DE ALLAIN

-Te estás moviendo por lodos demasiado espesos, chico -dijo Allain, y exhaló una nube de humo densa. Valiant no varió un ápice su expresión.
-He oído rumores, Allain... En las calles, las habladurías pueden ser más o menos desacertadas, pero siempre tienen una parte de verdad -siguió con la llema del dedo las vetas de madera de la mesa, distraído en dibujar sus formas caprichosas mientras hablaba.
-No te has tomado la molestia de ofrecer una recompensa por encontrarme sólo para satisfacer tu curiosidad, de modo que dispara -adivinó el Mester.
-Bueno...reconozco que la mayoría de la información que he venido a buscar de tí es innecesaria para los asuntos que nos atañen...pero puedes considerarla parte del pago.
-¿Qué pago?
-El pago que tendrás que hacerme por lo que voy a ofrecerte- sonrió el muchacho rubio. Kamilla entornó los ojos de enormes pestañas oscuras mientras jugaba a enrollar un mechón de pelo en sus dedos. Allain bufó con una sonrisa en los labios. El muchacho era atrevido, sin duda. Pero no perdía nada por escuchar su propuesta.
-El Círculo te busca -dijo el pícaro, tajante. Le parecía que andarse por las ramas en un momento como aquél era absurdo. Allain chasqueó la lengua.
-¿Y qué sabes tú del círculo, chico?
-Bastante. Lo suficiente para salvarte la vida -sentenció. Aquello sí que pilló de imprevisto al mercenario, que sintió que la garganta se le cerraba. Kamilla esbozó una sonrisita divertida mientras se balanceaba en la silla, empujándola para dejarla a dos patas y volviendo a caer hacia delante una y otra vez. Aquello era lo que le gustaba de Valiant. Aquél hombre que vivía a través de los ojos de un niño que había crecido demasiado deprisa. La sensación de estar cerca de alguien tan poderoso la hacía estremecerse de placer. El Mester tragó saliva, pero no dijo nada.
-No obstante, si quieres que comparta contigo lo que sé, tendrás que colaborar -Allain se reclinó en su asiento y trató de acomodarse. Cruzó las manos sobre su propio regazo y lo miró distendidamente. Se negaba a creer que un rata de pacotilla lo estuviese chantajeando.
-Sin ánimo de ofender. ¿Por qué debería creerme que un mierda como tú va a serme útil?
-Bueno... Quizás porque te he localizado incluso antes que cualquiera que esté en el Círculo, y si quisiera, podría utilizar todo lo que sé sobre tí para vendérselo a ellos. Seguro que me pagarían muy bien...
-Te mataría antes.
-Tal vez. Pero no puedes estar matando todos los ojos y oídos que corren por las calles. Es como dar espadazos al aire.
Allain suspiró, con la actitud de quien ha perdido la paciencia, o quizás de quien se ha rendido a regañadientes.
-Está bien...¿qué se supone que te interesa de mí?
-¿Por qué te busca el Círculo? O mejor dicho, ¿por qué crees que te busca? -el hombre miró a otro lado. Apagó el cigarro en la superficie de la mesa y exhaló el contenido humeante por la nariz. Luego clavó los ojos en Kamilla.
-¿Es necesario que esté la chica presente? -la señaló sin ningún tipo de miramiento. La muchacha alzó una ceja con curiosidad, pero no parecía molesta. Los hombres solían tratarla como un objeto y la manejaban a placer.
-Ella está con nosotros, no te preocupes.
-Tal vez no pueda matar todos los ojos y oídos de la ciudad, pero si puedo esconderme de ellos me resulta más fácil -rezongó, sin embargo pareció acceder silenciosamente a la impertinente presencia de la mujer desconocida. -En pocas palabras; el Círculo no perdona. Nadie que entre una vez puede salir sin represalias, y por eso me buscan.
-Trabajaste para ellos -era una pregunta sin cariz de interrogación.
-Muchos años. Para todo tipo de cosas. Supongo que sabes lo que son los hombres sin voluntad.
-Esclavos...- se aventuró a decir el chico. Allain negó levemente.
-No del todo. Yo preferiría llamarlos "herramientas".
-¿Cómo entraste en el Círculo? Es decir, el Círculo es invisible. El Círculo no existe. ¿No es esa la idea que vende su gente?
-Justamente, sí. El único modo en que alguien podría saber del Círculo es que el propio Círculo se ponga en contacto con esa persona. Por lo demás, no se pronuncia. Para la gente de a pie, no hay Círculo. Pocos saben de su existencia.
-¿Quieres decir que ellos se pusieron en contacto contigo? ¿Te reclamaron?
Allain estrechó la mirada, que brilló con la nostalgia del recuerdo, como si su mente se encontrase entonces muy lejos de aquél lugar.
-Synister Owl era mi Mester. Él me entrenó. Por eso el Círculo me conocía, y yo conocía al Círculo.
Valiant se acarició la nuca, asintiendo. Parecía que todo cobraba un poco de sentido y entereza.
-De modo que todas esas leyendas...
-Las leyendas le pertenecen. Él era el espadachín legendario, y no yo. Y quién sabe si le pertenecieron también a su propio maestro. Y al maestro de su maestro.
-Ya entiendo...Synister Owl no es inmortal. Tan sólo imperecedero.
-Parece lo mismo...
-Pero no lo es... -Valiant apoyó la mejilla contra la madera de la mesa. Aquello daba una pequeña sacudida a todos sus planes, pero intentaba pensar con rapidez. -¿Qué fue de tu maestro?
-La última vez que lo ví, estaba bastante muerto -respondió, como si hubiera sido más que evidente. Y entonces se dio cuenta de que era la primera vez que lo decía en voz alta. La primera vez que reconocía lo que había hecho delante de alguien. Ni siquiera había podido hablarlo con Fargant; para ambos era un tema, por lo más, doloroso, y procuraban no sacarlo a la luz.
-Matar al mismísimo Synister Owl no debió ser moco de pavo... habría una muy buena razón para hacerlo y jugarse el pescuezo -se arriesgó a comentar Valiant. El Mester negó con la cabeza, y chistó.
-No, en realidad no lo había. Ese hombre fue el padre que nunca tuve. Lo maté porque perdí los estribos; eso es todo -sacó de su chaqueta otro cigarrillo, mientras Kamilla echaba un vistazo de reojo hacia el rata. ¿Eso era todo? ¿Matar a una leyenda por perder los estribos, y nada más?
-Eso nos deja de nuevo en el punto de partida, Allain. ¿Por qué te busca El Círculo? ¿Pretenden vengar la muerte de Synister?-
Dió una larga calada y cerró los ojos. La nube de humo se condensó en el aire entre ambos jóvenes un instante antes de que respondiera.
-No. Pretenden que ocupe su lugar. Me quieren dentro.
Valiant guardó silencio, con la vista perdida en la mesa. Su cabeza daba vueltas como impulsada por algún engranaje invisible, procesando la información que el mercenario le había proporcionado. Tenía sentido, al menos en parte. El Círculo contaba con uno de los mejores espadachines de la historia. Un niñato de mierda había acabado con la leyenda en persona; el Círculo se daría de patadas en el culo por conseguir que ese chico trabajase para ellos. Pero ¿cómo podía haber huído Allain tanto tiempo de ellos? Era el Círculo, joder; no un montón de críos jugando al escondite. Se trataba de una organización, una orden a nivel de todo Kandalla con puertas y ventanas de salida a todos los rincones oscuros del mundo. El Círculo chasqueaba los dedos, y la noche venía a ellos. Todas las gentes de las calles, rateros, asesinos, mendigos y putas, les debían la vida. Podría decirse que, donde hubiera una fuerza que imperase por el bien y el orden, el Círculo equivalía a la ley que imperaba por que hubiera un mal. El equilibrio que debe haber en todas las cosas, suponía Valiant. Porque los buenos no podrían ser buenos si no existiesen los malos. Y porque las gentes de la noche necesitaban creer que los buenos eran ellos, y merecían la oportunidad de soñar con algo mejor. Algo que sólo podía darles el Círculo.
-Trabajar dentro del Círculo debe ser...
-No voy a volver -sentenció el hombre, tajante. Kamilla se mordió el labio, con un gesto sutil de preocupación.
-De acuerdo, Synister -El pícaro estiró los dedos, seguro de sí mismo. Sabía que Allain no se negaría. No podía negarse- Ahora escucha todo lo que tengo que ofrecerte.

-¿Crees que aceptará? -Kamilla se deshizo sensualmente del pañuelo que adornaba su hermoso cuello y lo dejó con delicadeza en el mueble más cercano. Valiant no estaba seguro de en qué medida su extasiante feminidad era calculada y cuánto tenía de espontánea, pero le gustaba de todos modos.
-No lo sé. Tiene una forma de pensar retorcida -se acercó a la ventana, apartando los ojos de ella. Fuera, la oscuridad se arremolinaba junto con las nubes que prometían tormenta. Valiant fijó la vista en la nada y dejó que su mente se perdiera por un momento en el recuerdo de Yara. La imaginó bailando en la plaza, girando sobre sí misma, con aquella sonrisa deslumbrante y el vestido largo...descalza. Era una de las escenas más hermosas que conservaba en su memoria. Sin embargo, enseguida se vio empañada por la imagen de la chica arropada entre los brazos de Jace. Sus labios buscando los de él, y se le crispó el humor.
-¿Estás bien...? -Kamilla lo abrazaba ahora desde atrás. ¿En qué momento ella se había acercado tanto...?
-S-sí, no te preocupes -se sacudió el flequillo largo y se giró con intención de escaparse hacia la cama, pero la muchacha lo retuvo entre sus brazos.
-Eres muy dulce, Valiant. No sabes mentir -lo abrazó con delicadeza, con verdadero cariño. Amor. Él no dijo nada, ni se movió. La dejó apoyar la mejilla en su pecho y cerrar los ojos, conformándose con el contacto, y la rodeó despacio con sus brazos. -¿Sabes? Estoy feliz de que me hayas dejado venir. Esto es importante para todos nosotros, Valiant; quería que lo supieras. Las esperanzas de los ratas están ahora contigo...
-De acuerdo. Pero promete que te portarás bien -se apartó ligeramente de ella para poder mirarla a la cara. Los ojos de la muchacha relampaguearon picaronamente por un momento, como los de una gata con ganas de jugar.
-¿Qué significa eso...? Sabes que soy buena chica... -casi ronroneó. Las manos se escurrieron despacio desde la espalda del pícaro hacia sus nalgas. Se apretó levemente contra él, pero Valiant se apartó.
-No, no te he traído para esto; ¿entiendes? -se acercó hasta la cama, sofocado como si tuviese calor. Se sentó al borde del colchón y Kamilla lo apuñaló con la mirada, suspicaz.
-Te la has tirado -resolvió. Valiant alzó el rostro. ¿Qué? -A la pija. Te la has tirado, ¿verdad? -ella se cruzó de brazos como si estuviese molesta. Nunca le había importado que Valiant entrase o saliese, ni que se viera con otras. Se sintió atacado por primera vez, por algo que nadie le había demostrado: posesión.
-Me he tirado a muchas. Más de las que puedo contar-esquivó la pregunta. La joven volvió el rostro, con los ojos llenos de lágrimas, y el rata se sintió culpable. ¿Qué demonios...?
-Pues vale -zanjó el tema, altanera. Se acercó a la cama y destapó las mantas. Luego se desnudó delante del muchacho sin decir nada y se coló entre las sábanas, dándole la espalda. Cuando apagó el candil la estancia se consumió en la penumbra. Valiant la observó largamente en silencio; su hermosa silueta recortada bajo las mantas, el cabello largo y oscuro esparcido sobre la almohada.
-¿Qué demonios significa PUES VALE?
Kamilla no respondió.
-¿Kamilla? -se acercó a ella hasta asomar la cabeza por encima de la de la chica, saltándose todas las distancias prudentes para dos ¿amigos? que compartían cama. La mirada de la joven andaba perdida en algún punto del infinito.
-Eh... -la zarandeó levemente. Al tocarla recordó de súbito que ella estaba en ropa interior, y sintió una sacudida... ¿en el pecho o en el pantalón? Estaba demasiado acostumbrado a que el sexo con Kamilla fuese algo frívolo, y no podía evitar que el simple hecho de tenerla en la cama despertase sus bajos instintos.
Era una mierda.
Kamilla sabía perfectamente cómo se sentía Valiant, porque ella estaba igual. Ambos compartían el mismo camino, aunque mirando hacia horizontes diferentes. Valiant estaba enamorado de una persona que no le correspondía, y pese a que Yara jugase con su corazón, él lo daba todo a diario por ella, sin mirar atrás... Sin darse cuenta de que justamente detrás de él estaba Kamilla, tan ciega como él mismo. Esperando el momento en que pudiera recoger alguna de las migajas que Yara dejaba, porque a ella con esas migajas le sobraba para vivir. Sentía los ojos húmedos, pero se negaba a llorar.
Qué idiota era.
Los hombres la insultaban y golpeaban a diario, la vejaban y utilizaban, y nunca habían obtenido de ella ni la más mínima muestra de debilidad. Valiant la tambaleaba con una simple mirada. La derrumbaba con una palabra, y menos.
Vale, no era la chica perfecta. No tenía la cara de ángel que había enamorado al pícaro, y aunque fuese más que sabido que era una mujer hermosa, al mirarse al espejo se sentía burda. No era lo suficientemente buena para él, y aun sabiéndolo, lo había esperado todos aquellos años. Kamilla tenía un trabajo difícil y poco decoroso, pero fuera del burdel su cuerpo tan sólo lo había tomado Valiant. Sabía que él andaba con chicas a menudo y nunca le había importado, porque se había creído de algún modo superior a ellas, sabiendo que Valiant sentía algo especial a su lado. Ahora había sigo relegada a un segundo plano por Yaraidell, y se le clavaba en el corazón tan sólo con pensarlo.
-Kamilla, ¿estás llorando...? -
Ah, sí. Era cierto. Estaba llorando, no se había dado cuenta. Qué vergüenza. Qué bochorno.
-D-uérmete- dijo, sin más. Tenía la voz cortada.
Valiant deseó abrazarla, consolarla de algún modo, pero acabó por recostarse bocarriba en la cama y clavar los ojos en el techo. Al menos, no volvería a jugar con el corazón de la chica, tal como había hecho Yara con él.


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By Rouge Rogue

CAPÍTULO 33: COMO EL PRIMERO

Los ojos del hombre se quedaron inertes, clavados en el oscuro infinito.
Habían perdido el brillo de astucia, de elocuencia. Se habían quedado mudos por un segundo y por una eternidad. Ya no hablarían más, no contarían miles de historias que quizás no fueron o quizás sí. Elliot sintió una punzada de dolor en el pecho, como si la espada lo estuviese atravesando directamente a él, en lugar de a su maestro.
Se derrumbó de rodillas, esforzándose por respirar. Había algo que le oprimía los pulmones, algo poderoso. Todo se había teñido de rojo y negro; la conciencia lo estaba apuñalando con saña y las lágrimas quemaban los párpados que no las dejaban salir. El chico abrió la boca y trató de coger aire, pero era tan angosto.
El mundo entero era tan angosto.
Ni toda la libertad de los cielos bastaba para llenar el pecho del muchacho; dolía demasiado. Se miró las manos, teñidas de sangre, temblorosas. ¿Por qué? ¿Por qué tenía tanto miedo? ¿Era miedo, realmente, o alguna otra sensación que ya no recordaba? ¿Cómo podía vencer a la culpabilidad?, le había preguntado el niño al Synister aquella primera vez.
Sencillamente, sigue matando.
Sigue matando.
Mata.
Adrian le dedicó una mirada vacía al cadáver que se había derrumbado ante ellos. Tragó saliva, sintiendo que la garganta se le cerraba y le impedía hablar. Sentía las piernas flojas por el esfuerzo, las cosas se sucedían con la rapidez de un torbellino, y él era un flan de gelatina en medio del huracán. Se arrodilló junto a su amigo, Elliot parecía conmocionado. Alargó la mano despacio, haciendo acopio de todas las fuerzas que le quedaban, y la posó sobre su hombro. Aquello lo hizo reaccionar, y le devolvió una mirada desquiciada, con los ojos enrojecidos y cargados de venas.
-¿Qué he hecho...? -se lamentó, con la voz rota. A Adrian se le oprimió el corazón, si esque aún tenía de eso. Elliot siempre era tan seguro de sí mismo, tenía una templanza tan envidiable. Y allí estaba, temblando como si fuera el primer día, asustado como un niño, a sus casi 22 años de edad.
-Qué hemos hecho... -lo corrigió él. Sin duda, la mano ejecutora había sido la de Elliot, pero aquello no importaba demasiado. Los dos eran culpables, lo habían hecho juntos. Y no había vuelta atrás.
-Cómo he podido... -el agujero en su estómago se hizo más grande, amenazando con arrastrar todas sus vísceras al interior y devorarlas. Al menos, dolía como tal.
-No lo sé... -admitió Adrian. De repente tenía los ojos muy abiertos, como si el peso de la realidad empezase a golpearlo en la cara. -No deberíamos haber llegado tan lejos...
-En qué estábamos pensando... -siguió lamentándose su amigo. Se abrazó a sí mismo, aquello se repetía otra vez. Había matado tanta gente, y sin embargo era ahora cuando sentía de nuevo las mismas nauseas que con la primera muerte.
-Elliot, ¿qué vamos a hacer? -Adrian lo miró, con los ojos negros cargados de preocupación. Entreabrió la boca, y la enorme cicatriz le confirió un aspecto grotesco a su rostro salpicado por la sangre. De repente, eran tan niños como el primer día.
Pero ahora, se habían quedado solos.

Fargant abrió los ojos enormes en mitad de la noche y alargó el brazo inmediatamente para constatar que sus armas estaban allí, a mano. Sólo después de eso se permitió respirar tranquilo. Se incorporó despacio en la cama, y suspiró, cansado. Se frotó los ojos, revolviéndose el cabello de punta, camino hacia la mesa con la palangana llena de agua fría para lavarse la cara. Mojó su rostro, restregándose con saña como si con eso pudiera deshacerse de los malos sueños , y con los flequillos goteando se miró en el espejo. La oscuridad de la noche lo amparaba, lo escondía de todas aquellas cosas que le aterraban del mundo. Pero también, en sí misma, la oscuridad lo aterraba.
Todos tenemos algún infierno que nos confina...Algún infierno que llevamos dentro. Habrían sido palabras propias de su maestro, de esas creencias siempre tan por encima de lo que la gente de a pie acostumbraba a considerar. Fargant las había seguido ciegamente. Quizás porque no le quedaba nada más en lo que creer.
Ni el amor, ni la amistad.
Ni siquiera la fidelidad de un pupilo a su maestro.
Crispó el gesto y salpicó el agua contra el espejo hasta conseguir deformar su rostro maldito. Se odiaba por tantas cosas. La peor de todas era haber matado al hombre que lo quiso y cuidó como a un hijo, y por el contrario a diario perdonar la vida de aquél que lo había maltratado y violado durante años.
Aquello quemaba el alma de Fargant con una intensidad a menudo difícilmente soportable.

Allain arrancó el cartel de la pared.
"Se busca, vivo o muerto", rezaba, bajo el rostro de un tipo gordo y feo. Arrugó el gesto y lo arrojó al suelo. Menuda gilipollez.
Había salido temprano de la cabaña del bosque, antes incluso de que amaneciera. No se despidió de Tera, ni de ninguna de sus hermanas. No quería volver a ver los ojos de la chica posándose en su espada con aquella codicia compulsiva que Desdicha despertaba en la gente. Habría tenido que matarla.
Llandor se abría ante él, bulliciosa. Era como el brazo largo de Silverfind; sus riquezas se extendían como una lengua en el interior de la región, lamiendo la sierra en su zona norte, y la costa en su zona sur. Una ciudad hermosa y muy poblada, como correspondía a la capital de Bereth. El Mester supuso que en la mente de un asesino ordinario, un fugitivo debía escoger las áreas alejadas y de difícil acceso a las principales ciudades, de modo que trabajar en contra del modo de pensar común era una pequeña -diminuta- ventaja. Si habían enviado Mesters tras él, daría igual hacia dónde se dirigiese. Lo encontrarían, antes o después.
Se encaminó hacia la taberna más cercana y, siguiendo su modus operandi tradicional, se sentó en la barra, pidió un whisky, encendió un cigarro y leyó el tablón de anuncios.
Todo se había vuelto burdo y sin emoción.
Acostumbrado a los trabajos que el Círculo le encomiaba, contentarse con ahuyentar bandoleros, salvar campesinos o recuperar baratijas era poco menos que asqueante. De haber poseído una de las fortunas más importantes de Taverán, a verse vagabundeando y trabajando por doscientas míseras monedas. Robar vidas por doscientas monedas.
Era ridículo.
El hombre se acercó sigilosamente por su espalda. Daba la impresión de no querer llamar la atención, pero Allain no necesitó girarse para notar sus pasos, a tan corta distancia. El peso de los maderos al crugir, vacilantes, como si el tipo en cuestión estuviera dudando sobre si acercarse, lo hizo ponerse en sobrealerta. Al final, antes de que él posara una mano sobre el hombro del mercenario, Elric se había girado a toda velocidad, y lo había agarrado por la muñeca. Se puso en pie y usó la mano libre para presionar la espalda del desconocido: golpeó su rodilla desde atrás, obligándolo a doblarse hacia delante, y le apretó sin miramientos la cara contra la barra. El hombre masculló y se quejó al tiempo que todos los presentes se giraban para mirarlos, guardando silencio.
-¡Trabajo para Cross, vengo de parte de Cross! -dijo el rata. Allain le apretó un poco más el rostro contra la superficie de madera.
-Mientes -sentenció. Pero no tenía por qué mentir, y él lo sabía. Únicamente deseaba poner a prueba su resistencia a confesar; era algo necesario y básico para la supervivencia.
-¡No miento, no miento! Valiant Cross, ¿te suena? Sí, debes conocerle, es uno de los gatos de Silverfind...auch -se quejó tan pronto Allain aflojó la presión que ejercía contra él. Aún así, no bajó la guardia, y se dedicó a observarlo, dubitativo. El hombre se frotó la nuca, ejercitó los hombros, recolocándolos en su lugar, y escrutó a Elric con fastidio.
-Eres de los que golpean y después preguntan, ¿eh? -se quejó. El mercenario hizo caso omiso a la pregunta.
-¿Quién eres? -se sentó de nuevo en el taburete. La actividad volvía a bullir en la taberna. Los hombres siguieron bebiendo, jugando a las cartas, apostando a los dados. Insultándose medio ebrios y trapicheando en susurros los asuntos demasiado escabrosos para tratarlos a plena luz del día.
-Eso no importa. Pero él me ha enviado -carraspeó-, "Nos" ha enviado.
-¿Nos?
El muchacho se sentó junto a Allain y pidió otro whisky. El hombre se tomó aquellos segundos para su rutinaria inspección en busca de información. Moreno, cabello grasiento y aplastado contra el cuero cabelludo. Se le formaba un flequillo mal cortado que le llegaba casi hasta las cejas, muy pobladas. La cara redonda y pequeña, llena de pecas. Las paletas grandes y separadas, y un par de dientes de menos.
-La red de las calles, amigo. Ese tipo tiene contactos, ahora mismo debe haber buscándote como unas mil personas de muchas de las órdenes de ratas de Bereth. También tiene una novia preciosa, joder. ¿La has visto? Vaya si está buena, si yo la cogiera le...
-¿Para qué me busca Valiant? -lo cortó Allain. Estaba claro que el chico era un rata, pero no todos eran igual de listos. Aquél debía haber sobrevivido en las calles por pura suerte, o algún hermano mayor que le hubiese guardado las espaldas. Por su inteligencia, no.
-Nos ha mandado localizarte para volver a reunirse contigo. Y ha ofrecido una recompensa para la persona que te encuentre -se atusó el cabello, aplastándolo contra la cabeza. Caray, era el mismo gesto que acostumbraba a hacer Valiant. ¿Qué carajo les pasaba a los ratas, esque querían evitar que los piojos se les escaparan...?
-¿A qué tanto interés...? -¿Aquello era cosa de Yara? ¿Se había arrepentido y le había dado alguno de sus ataques de niña caprichosa? ¿Había mandado a Valiant, su perro fiel, a encontrarlo? ¿Estarían en problemas? ¿Qué importaba, de todos modos?
-No eres de las calles, ¿verdad? No...no lo eres. Si lo fueras, sabrías que nadie dice nada si no es previo pago aquí -rió bobamente, pero Allain permaneció serio, así que su sonrisa se borró.
-Está bien, haz maullar a tus gatos. Dile a Valiant que me has encontrado, y que te pague lo que quiera que te deba, pero no voy a esperarle ni reunirme con él -se escurrió del taburete y se echó la mochila al hombro. El muchacho abrió la boca, sin dar crédito.
-N-no, no te puedes ir. ¡No me pagará si no te llevo hasta él! ¡Creerá que es un bulo!
Allain cerró la puerta de la taberna tras de sí y apenas justo en la salida topó con la hermosa mujer morena. Ella lo miró de arriba a abajo, devorándolo con los ojos, y se relamió.
-Bueno, Valiant, creo que hemos encontrado a tu gatito perdido -dijo Kamilla. A su lado, el ratero clavó los ojos en los del mercenario, y Elric sonrió como si lo hubieran pillado haciendo algo reprobatorio.
-Carajo. Hola de nuevo, tú.
Valiant miró en derredor con desinterés un instante. Al final acabó por decir:
-Tengo algunas preguntas, Synister. Si esque de verdad eres tú.


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jueves, 22 de septiembre de 2011

CAPÍTULO 32: DESDICHA

Amanecía.
Valiant encaró al sol naciente con la mochila sobre los hombros y un montón de ideas en la cabeza. Por dónde empezar a buscar, cómo seguir el rastro del Synister. Era bueno moviéndose en la ciudad; el mejor si se apuraba. Pero allá fuera el mundo era tan grande, tan distinto. Negó para sí mismo y se obligó a dar el primer paso.
Ahora volvía a no ser nadie; a no tener nada.
Después de perder a Kevin, creyó que Yara era todo lo que lo anclaba en aquella ciudad. Bien, ya la había perdido definitivamente a ella también. ¿Qué futuro le quedaba? ¿Quedarse y verla envejecer junto al hombre que la quería -y que no era él, maldita sea-, procrear y hacerse cargo del título y la posición social que le correspondía y de la cual había renegado por tanto tiempo? Valiant amaba a Yara, pero no pensaba quedarse y consumirse por ella. No era tan buen tipo, después de todo.
Cuando abandonaba la ciudad por uno de los caminos sucios e intrincados de la zona baja de los suburbios, una voz familiar lo retuvo por un instante.
-¿No me esperas, rubio?-
Se giró un instante para mirar a la joven. Ataviada con el práctico -pero sensual, siempre muy sensual- equipo de caza, Kamilla se acercó hasta él, contoneando aquellas caderas generosas que servían de cuna a su hermoso ombligo. El chico frunció levemente el ceño y negó con la cabeza.
-¿Por qué estás aquí?
-No. La pregunta es por qué debería no estar. ¿Se te ocurre alguna razón? Porque a mí no -resolvió ella, acercándose a su amigo. Se detuvo frente a él y lo encaró solemnemente; el muchacho bufó.
-Tienes un trabajo, tienes a tu hermana. Hace años que no corres con los ratas; quédate con lo que tienes y aprovéchalo.
-¿Un trabajo? ¿A tí te parece que ponerme a cuatro patas y dejar que me utilicen es un trabajo que debería aprovechar?
-Como sea -Valiant hizo un gesto de desdén.
-¿Qué demonios te pasa? Toda la historia con la pijita pelirroja te ha trastocado, Valiant. ¿Esque ya no recuerdas aquello...? Nuestros sueños, nuestras ganas de cambiar. Juramos que algún día dejaríamos las cloacas y seríamos gente honrada; de la que compra el pan con monedas en lugar de robarlo.
-Sencillamente he madurado, y he comprendido que ese día nunca llegará. ¿No te acuerdas? "Aquí el que nace pobre, se muere aún más pobre..." -tarareó, y ella frunció el gesto, molesta.
-Pues yo no lo creo así en absoluto. No me jodas, Valiant -dijo aquello con un tono de reproche que él no le había oído antes, y eso que Kamilla acostumbraba a reprochar muchas cosas a todo el mundo. -No has vivido peor que yo. No me trates como si te hubieras acostumbrado a que todos estuviesen por encima de tí, hemos crecido juntos en las calles, y aun así, al menos tú no has tenido que tragar lefa durante estos últimos trece años -aquella acusación se le reveló ciertamente dolorosa. Se sintió por un momento culpable por no haber compartido la misma adversidad que la muchacha.
-¿Dónde está el chico al que yo conocía? Tú eras el mejor, eras admirado por todos los granujas de las cloacas -lo apuñaló con el dedo en el pecho. Valiant no retrocedió, pero agachó la cabeza. -¿Sabes dónde ha ido a parar ese chico vivaz y elocuente? Al fondo de unas bragas rosas perfumadas que cuestan más de lo que yo ganaría chupando pollas un mes. Ahí es donde está mi Valiant. Te has echado a perder, has permitido que ella te robase. ¡Que te robase, a tí! -lo dijo con un tono de ironía, como si le hiciese gracia la situación.- Parece que no se le pueda robar nada a un hombre más pobre que las ratas, pero sí que ha podido. Te ha quitado lo único que tenías, tus sueños y tus ganas por vivir -La voz de Kamilla se endulzó entonces. Ella era una chica lista; muy lista. No había acudido a la escuela, por supuesto. Pero de haber podido hacerlo, él sabía que habría llegado a ser alguien grande, alguien importante. Cuando Kamilla hablaba, todo se esclarecía; la niebla de las dudas se disipaba de un soplido, por que ella traía con sus palabras la sabiduría de las calles y el peso de la realidad. El joven volvió a alzar la cabeza hacia el cielo gris que comenzaba a vestirse de blanco. Al final, tras pensarlo largamente, preguntó:
-¿Aún recuerdas cómo se usa un cuchillo?- la chica sonrió.
-Hay cosas que no se olvidan nunca, rubio. ¿Aún recuerdas tú cómo se usa esto...? -pasó por su lado y acarició sutilmente el pantalón del muchacho a la altura de la entrepierna. Apenas un roce delicado mientras echaba a andar hacia el sendero, riendo. ¡Riendo! Hacía mucho que no veía a Kamilla reír de verdad; con el corazón. Aquello le arrancó una pequeña esperanza al muchacho, que se sonrió a sí mismo y se dedicó a seguirla.
Bueno, tal vez no era la mejor compañera de viaje que hubiera podido soñar.
Pero de algún modo, era su chica.

-No la toques-dijo Allain, y Tera retiró la mano, asustada por las palabras del hombre que la habían sorprendido en la quietud de la noche. Suspiró largamente, con el corazón en un puño. Menudo susto le había dado.
-Es peligroso -añadió Elric. Se levantó de la cama -realmente, ella había creído que estaba dormido. ¿Estaba fingiendo, o esque tenía el oído tan fino...?- y se acercó a la muchacha. Cogió la espada que había dejado sobre la mesa y se aseguró de que estaba bien enfundada. Tera le dedicó una mirada inquisitiva, aunque con la culpabilidad en los ojos de una niña pequeña.
-Tan sólo quería verla...nunca he visto una espada de cerca.
Allain la observó de reojo mientras ajustaba las correas de la funda del arma. Al final de un segundo de meditación, decidió mostrársela.
Era una espada Kandoriana con una hoja fina y larga de más de metro y medio de longitud. Sus tercios se componían de tres láminas con una columna central de merellite que se abría en el filo cortante, derramándose sobre las dos placas de acero templado que la revestían para protegerla. En la base de la hoja tenía grabadas dos alas oscuras.
La empuñadura era sencilla y oscura, de un material cómodo a la vez que resistente y sin salvaguarda, porque no era una espada para luchar. Era una espada para matar.
Los ojos de la joven brillaron, bruñidos por el resplandor de la hoja metálica a la luz del candil.
-Es hermosa... -dijo, con voz baja, como embaucada. Alargó instintivamente la mano hacia el metal cortante- ¿puedo cogerla...? -inquirió, y deslizó el dedo despacio por el borde. Allain estrechó la mirada y guardó el arma de nuevo en su funda. Con el sonido del "clic", la chica pareció volver a reaccionar.
-Creo que es hora de irte a dormir -sentenció el hombre. Ella tragó saliva, algo confusa, como si hubiese salido de un trance repentino, y asintió.
-Está bien...mañana...mañana prepararé un buen desayuno para tí... -musitó, y le dió un beso en la mejilla. En cualquier situación le habría resultado muy dulce, pero ahora tenía sus pensamientos en otra parte. Cuando la joven abandonó el dormitorio, dejándolo a solas, él volvió a poner sus ojos en la espada. Acarició con suavidad con la llema de los dedos la funda en la que estaba guardada, del mismo material oscuro que la empuñadura del arma.
"Desdicha y discordia traerán los tiempos oscuros" rezaba en el cristal que adornaba la base de la empuñadura; la única pieza ornamental de la misma. Poca gente podía leerlo.
Estaba escrito en Kandoriano.

Yara se tumbó bocabajo en la cama.
Bajo el calor del cuerpo de Jace todo resultaba tibio y acogedor. Además, él olía tan bien, sus labios eran tan suaves y sus manos tan regias. Tenía todo lo que ella amaba de un hombre, aún conservaba todo lo que había deseado desde que se prometieron, años atrás. Sin embargo, sentía un vacío desolador en el estómago. Sin llegar a comprenderlo, desde que se fue Valiant, la casa se había vuelto angosta y aplastante. ¿O quizás fue desde que se fue Elric? ¿O los dos? Era una gilipollez; todo el tiempo se decía que no era momento de pensar en aquello. Pero lo cierto era que las horas se sucedían y no hacía más que darle vueltas a lo mismo. Jace la besó despacio en el cuello, justo detrás de la oreja. Le apartó el pelo con delicadeza y recorrió con sus manos los hombros desnudos de la joven. ¿En qué momento se habían quitado la ropa? Ah, dioses, no estaba prestando nada de atención.
-Me he pasado el día echándote de menos... -susurró el chico cerca de ella, y el aliento cálido empañó la piel de su nuca. Yara dibujó una sonrisa tierna. Él era muy dulce... ella lo amaba. Lo amaba, sí, no había duda. ¿Por qué no iba a amarlo? Era su prometido... Las manos de él, poderosas, se movieron con seguridad hacia la cintura esbelta de la joven y se estrechó contra ella. Yara emitió un gemidito, y cerró los ojos. Por un segundo, aquella presión contra el colchón, aquél cuerpo caliente sobre el suyo, la hizo recordar la última -y realmente la primera- vez que tuvo a Elric sobre ella. Se le había disparado el corazón, había deseado cosas...cosas vergonzosas. Jace estrechó sus dedos en las caderas de la muchacha y el gesto la hizo evocar la noche en el lago...Valiant abrazándola apasionadamente, haciéndole el amor en el agua. Dioses, aquello fue como una revelación. Hacer el amor, eso era.
Él le había hecho el amor, y ella, burdamente, le había ofrecido "follar". Había sabido siempre lo que el joven sentía por ella, ¿por qué habría jugado con sus sentimientos de aquél modo...? ¿Sólo porque le apetecía tener sexo...? Por supuesto que era una mala persona. Era una persona horrible, Valiant era un chico guapo y ella había dado por hecho que, teniendo a cuantas quisiera a su alcance, no iba a pasarlo mal por una mujer. Era lógico que se hubiera marchado, era tan aplastantemente lógico que le dieron ganas de llorar. Se encogió ligeramente, y Jace la miró entonces con gesto preocupado. Pero ya no estaba sobre ella.
-Yaraidell, ¿qué te ocurre...? Si no te apetece sólo tenías que decírmelo...
La chica sorbió por la nariz, ahogando las lágrimas y escondiendo el rostro.
-Jace, no puedo perderle a él también...me...importa...me importa demasiado. Tengo que... -sollozó. Su compañero le acarició el pelo y la dejó acabar la frase -...encontrarle -culminó. El caballero se mordió el labio, dolido, pero no dijo nada. Tan sólo suspiró, y abrazó a la chica, tratando de reconfortarla.
-Haz lo que tengas que hacer, amor mío. No voy a retenerte -dijo, con todo el peso de la cruda realidad alojado en la garganta, pero no titubeó, y aquello la hizo sentir notoriamente mejor. No hubiera querido por nada en el mundo hacerle daño a Jace, pero tenía que ir...tenía que salir y encontrarle.
¿Encontrarle?
Ya ni siquiera sabía si estaba pensando en Elric, o en Valiant.


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miércoles, 21 de septiembre de 2011

CAPÍTULO 31: DE A DOS

Synister Owl era un hijo de puta.
Si mejor o peor persona, Elliot no se sentía capaz de juzgarlo. Lo que tenía providencialmente claro era que resultaba práctico e inteligente como no había conocido a un hombre en toda su vida, y por ello lo admiraba. Sus métodos podían ser inmorales, pero nunca desacertados, y por todo lo más, eran la única salida que el chico encontraba al tormento que aislaba su alma. El mercenario lo había convencido de que una brecha invisible para el mundo, pero no para él, separaba ahora a Elliot de los hombres normales. La brecha de su conciencia.
Se había convertido en un rata, un paria. Un superviviente.
Condenado a vagar eternamente de un lugar a otro, preocupado por conseguir un sustento sin que se ocuparan de él, y sin que a nadie le importase si vivía o moría.
Tu mundo ahora es el de las sombras, había dicho el Mester.
-No son las sombras que caen con la noche, que desaparecen tan pronto amanece de nuevo. Las sombras de la muerte nacen en el alma de los hombres y oscurecen el mundo durante el resto de su vida. Nunca habrá una nueva luz. Tendrás que aprender a vivir en las sombras.
Elliot lo había creído así. En principio, se había asustado enormemente; parecía algo imposible para él. Sólo era un chico de pueblo que no había hecho gran cosa en la vida aparte de aprender a leer -dioses, cómo se enorgullecía de saber leer- y cuidar de su hermana pequeña. Mina... cuánto la echaba de menos. Pero se había prometido a sí mismo que no volvería a llorar. Hizo lo que hizo porque era su deber, y derramar una lágrima demostraría arrepentimiento. No, no se arrepentiría nunca. Jamás, aunque le costase vivir en las sombras el resto de la eternidad.
Adrian llegó a la casa apenas un par de días después.
Elliot se asustó sobremanera al ver al niño, pues llevaba el rostro ensangrentado, la piel abierta en dos enormes cortes que le daban un aspecto grotesco, y que no dejaban de supurar y formar oscuros pegotes coagulados mientras el mercenario maldecía todo lo maldecible del mundo.
-Jodido Burt, hijo de puta. Cerdo traidor, algún día le rebanaré el pescuezo... -murmuraba para sí mientras rebuscaba en las estanterías. Adrian no se movió del sitio. Seguía sangrando, aquella debía ser la herida más horrible que hubiera visto Elliot en su vida...y eso que pocos días atrás él mismo había matado a una persona. Pero con todo, el chiquillo menudo no se movía, soportando estoicamente todo el dolor que debía producirle aquello. Seguramente, si el Synister le hubiese dado permiso para llorar, lo habría hecho.
-¿Qué ha pasado...? -se atrevió a preguntar Elliot. No solía hacer preguntas; de hecho, no solía hablar.
-Esto, hijo, son sus sombras. Tú tienes las tuyas. Él las llevará marcadas en la cara de por vida -dijo sin más, mientras cogía un taburete y ensartaba una aguja en forma de gancho con un hilo oscuro y fino. Posiblemente intentaría que la cicatriz fuese lo más discreta posible, pero no había modo de disimular aquello. No lo había.

A diferencia de las de Elliot, las sombras de Adrian no las había buscado él mismo. Sencillamente, ellas lo habían encontrado a él. El destino, -el dios de la muerte y lo oscuro, como creía Synister- o cualquier tipo de fortuna se había volcado sobre Adrian, escupiéndole directamente encima para marcarlo de por vida. Burt ya tenía poder sobre la madre de Adrian antes que sobre él, y cuando el niño nació, nació esclavo. Era el hijo de una puta que no podía ni mantenerse a sí misma, y que vió en la esclavitud la única salida para mantener con vida a su hijo. Lo dejó en manos de Burt, y desapareció. El chico nunca supo quién era ella, y tan sólo preguntó una vez a su amo antes de que éste le recordase que las mujeres eran traicioneras y nunca debía confiar en ellas. Acto seguido, lo violó por primera vez.
Después de eso, se sucedieron los encuentros, las palizas y los trabajos. Adrian creció cargado de odio, y Synister Owl puso una cuchilla en su mano y le dio rienda suelta para desatarlo.

-¿Por qué te escapaste de casa? -preguntó el niño. Casi nunca decía nada, era aún más reservado que Elliot. Estaba acostumbrado a obedecer sin rechistar, lo cual lo convertía en un excelente alumno, y Synister se veía satisfecho por ello.
-Maté a mi padre... -resolvió Elliot, dudoso. Algo más allá, en el otro extremo del patio, el Mester sacudió un golpe con la vara de madera flexible, a modo de aviso para que guardasen silencio.
-Menos hablar y más trabajar -masculló, y volvió a hundirse en la lectura de su libro mientras los niños rellenaban los sacos de arenisca y los cargaban a peso para transportarlos de un extremo al otro.
-¿Por qué? ¿No te trataba bien? -inquirió Adrian más bajito para que no lo oyeran.
-Violaba a mi madre y a mis hermanas. Nos pegaba. Pero no iba a permitir que le pusiera encima la mano a Mina.
-¿Quién es Mina?
-Mi hermana pequeña. Tiene cinco años -Synister lo agarró por el cuello de la camisa y tiró con tanta fuerza de él que lo hizo caer de espaldas. Elliot no sólo se llevó el susto repentino, sino que además el Mester lo sacudió con la vara de madera tres veces, haciéndola restallar contra su costado.
-Uno, para que obedezcas -dijo, con el primer azote. -Dos, para que nunca bajes la guardia. Tres, para que jamás le hables a la gente de tu vida personal. Todas esas razones te hacen débil -el chico gimoteó, con una lágrima amenazando por salir de sus ojos, y se encogió sobre sí mismo. Adrian lo miraba, sorprendido por el modo en que el Mester había cruzado el largo trecho del patio sin que ninguno de los dos lo hubiese notado siquiera.
-Continuad. U os ensartaré esto por el culo -bramó, desenvainando la espada. La hoja larguísima y fina de acero templado resplandeció a la luz del sol del medio día. Allain la observó con miedo. Sí, aquella fué la primera impresión que tuvo cuando vió a Desdicha, y no se le olvidaría jamás.

-Se te está cayendo la ceniza al suelo -le advirtió la joven. Allain pestañeó un par de veces; había vuelto a ensimismarse otra vez. Efectivamente, el cigarro a medio consumir se estaba desmoronando sobre el piso de madera, y ella se apresuró a poner un cuenco debajo para los restos. Allain sorbió por la nariz, desinteresado, mientras ella se rehacía el moño que se le había soltado por el revolcón en el bosque. La casita era pequeña, aunque acogedora. Limpia, y disponía de un montón de camas bien hechas y una mesa con cinco sillas.
-Mi padre no tardará en volver con mis hermanas. ¿Quieres comer algo entretanto?
-No te preocupes, esperaré.
La muchacha le sonrió con dulzura.
-¿Sueles adentrarte tanto en el bosque?
-¿Y tú...? -bromeó él. Ella se sonrojó levemente pero luego se carcajeó.
-La verdad es que sí. ¿Y tú asaltas a jovencitas a menudo?
Allain sonrió sin separar los labios, y asintió.
-Más de lo que imaginas.
-Me gusta...
-¿Cuánto dices que tardarán tu padre y tus hermanas? -preguntó el hombre. La muchacha lo pensó un instante y chasqueó la lengua.
-Lamentablemente, ya se les oye desde el otro lado del claro.
Allain asintió, comprensivo.
Pero luego refunfuñó.


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lunes, 19 de septiembre de 2011

CAPÍTULO 30: CULPABILIDAD

-Un hombre que sabe lo que se hace, no toma a un discípulo -había dicho el mercenario. Burt Founder lo miró alzando una ceja, sin duda intrigado por los pensamientos del hombre. Synister Owl nunca hablaba de sí mismo; nunca daba explicaciones. Tan sólo cuando estaba ebrio se sentía lo bastante abocado al recuerdo para dejar escapar algunas palabras.
-Te contradices, Synister. Explícate -dio un largo sorbo a su jarra de cerveza y luego carraspeó, cohibido por la mirada penetrante del hombre, que sin duda no aceptaba términos que pudieran parecerse ni en la más mínima medida a una orden. -Es decir, si tú mismo has dicho que un hombre que sabe lo que hace no toma discípulos, ¿para qué quieres a Adrian?
-Dije que no tomaría un discípulo. Uno.
Entonces Burt arrugó el ceño de incredulidad.
-¿Quieres decir que ya hay otro candidato...? Encuentro esto demasiado confuso, no estoy en la mente de un Mester, ¿sabes? Sólo soy...
-Un chuloputas, lo sé -el Synister se reclinó en la silla y dibujó una sonrisa aguda de autosuficiencia. Burt agrió el gesto, pero nunca se habría atrevido a desairarle. Al fin, el mercenario cogió una bocanada de paciencia y sacó el chuchillo. Apoyó la punta afilada en la mesa de madera y lo hizo dar vueltas, entretenido.
-Está bien, te pagaré con una explicación sencilla, ya que no pienso darte ni una corona por el chico.
Burt ya se esperaba aquello, por supuesto, pero oírlo de boca del mismísimo Synister lo hizo incomodarse. Sólo él tendría la cara dura...no. La desfachatez, la osadía suficiente para venir a su propia casa a exigirle la vida de uno de sus esclavos, alegando además que no pensaba pagarle por ello. Por los dioses, cómo odiaba a aquél hombre. Ojalá no estuviera tan bien considerado por "El Círculo".
-He encontrado a un muchacho curioso. Un muchacho que me intriga... -los ojos de Burt relampaguearon, imaginando toda suerte de depravaciones sobre las intenciones del mercenario con aquél chico misterioso. El Synister lo leyó en sus ojos, pero no dijo nada. No estaba tan bebido como para pasar a hablar de su vida íntima con aquél cerdo maricón. -He decidido convertirlo en mi pupilo. ¿El motivo? Bueno, quién sabe. Me hago viejo, tengo una fortuna que por más que intento quemar en putas todas las noches no hace más que crecer. Un Mester nunca piensa en el futuro, pero sí en el presente. Y ese futuro en el que nunca he querido pensar, es ahora.
Burt sonrió.
-Pero qué dices, viejo...si estás en la plena flor de...
-Pero los jóvenes son impetuosos -Synister lo cortó. Iba demasiado pagado de sí mismo como para necesitar halagos de una cucaracha como Burt. -Alocados, demasiada energía... Los años me han templado y mi paciencia ya no da para soportar a un mocoso engreído que sin duda será un buen alumno, porque me encargaré de ello, y no tardará en subírsele el ego y olvidar quien es aquí el Mester.
-¿Pues...? -El noble tenía ahora una expresión altiva que delataba que se sentía rechazado.
-Ese problema no existe si en lugar de uno, son dos. Cuando un pupilo sobrado de confianza no tiene un rival con el que medir sus fuerzas, pierde el respeto por su maestro, en su infinita arrogancia adolescente. Sinceramente, paso de invertir los próximos diez años de mi vida en adiestrar a un gilipollas al que luego tendré que matar por ponerse gallito conmigo... -hizo un gesto asqueado ante la idea. Pareciera que le daba pereza.
-Si son dos, esa competencia malsana se volcará entre ellos. Menos problemas para mí.
-Tienes un extraño modo de ver las cosas. Por supuesto, desde un prisma que pasa desapercibido al mundo.
Synister dejó caer el cuchillo en la mesa, con la vista perdida en el reflejo que la luz del fuego dibujaba en aquella gema roja engarzada a la empuñadura. Aquella luz tan hermosa...
-Aun así, no voy a desprenderme de Adrian. Puedes elegir a cualquier otro muchacho; Adrian no.
-Me lo llevaré, lo quieras o no. Puedes elegir si por las buenas o...
-Hablaré con el Círculo de esto, Synister. No eres el jodido rey del mundo.
El mercenario prorrumpió en una sonora carcajada y después se inclinó hacia su interlocutor, sonriendo maliciosamente.
-Aquí, en las cloacas, el mundo no existe. Llama al chaval y hazlo venir.
-¡Adrian me pertenece, yo pagué por él! ¡No es más que un puto esclavo! ¿Por qué él y no otro?
-¿Y tú me lo preguntas, Burt? -el Mester se puso en pie y se guardó el arma en el cinturón, complacido. -Has hecho parte del trabajo que me correspondía hacer a mí. Has llenado al chico de rencor. Le has dado algo a lo que odiar, un motivo por el cual crecer cada día y una meta que le insuflará el coraje que otros no tienen. Por eso lo quiero a él.
-¿Cómo dices...?
-¿Qué? ¿No has visto cómo te mira...? Esos ojos cargados de rabia... de asco. De una repugnancia tal que se diría que es sólo cuestión de tiempo que acabe por robarte la vida. Quizás algún día cuando menos te lo esperes y te quedes dormido, extenuado después de follar. Cuando tus fuerzas sean menos, o estés ebrio y despistado.- Se dedicó a pasear por la sala, acariciándose la perilla rubia oscura, como si barajase todas las posibilidades existentes. El rostro de Burt palideció ligeramente.- Un veneno en la comida o la bebida... quizás una puñalada por la espalda. O tal vez algo menos elaborado y más sangriento, quién sabe. Las posibilidades no sólo se incrementan día a día igual que su desprecio hacia tí, sino que además las estás favoreciendo. Cada vez que pones tu polla en su boca estás arriesgándote a que su tentación de arrancártela de un mordisco sea demasiado fuerte. ¿Cuánto crees que tardaría en...?
-Cállate. Cállate, por las mil putas del demonio, olvidas que él es un niño. Un niño es subyugado por una mano más fuerte, si es necesario lo encadenaré de por vida como a un perro. Lo encerraré, lo vigilaré -Burt tembló ligeramente de histeria, furioso por la visión que el Synister le ofrecía de su esclavo más leal. Era cierto que Adrian siempre había mostrado una actitud adusta, vacía y ausente. Algo rebelde, esquivo, no se había dejado comprar por falsas promesas de una mejor condición de vida, o libertad. Hasta entonces, los fríos ojos negros lo habían acuchillado con lo que él había interpretado como acritud, pero ahora había comprendido más que eso.
Era odio; un odio visceral.
Odiaba admitirlo, pero el Synister tenía toda la razón. Ahora sus opciones eran deshacerse del muchacho, matarlo él mismo para asegurarse de que nunca atentaría contra su propia vida, o bien venderlo al "Círculo", que tan interesado se mostraba por él, y sacarle algún pellizco.
-Ya sabes cuál es tu salida. Si lo matas, pondrás tu culo a salvo pero no sólo perderás a tu amante, sino todo el dinero invertido desde su compra.
-Si dejo que te lo lleves, estaré concediéndole carta blanca a uno de mis enemigos.
-Tienes demasiados detractores, Founder. Uno más en el saco no se notará...
-Ninguno de mis enemigos es un Mester -aseveró Burt el rostro. Synister Owl se carcajeó abiertamente como si discrepase de ello.- En cualquier caso, sería un enemigo más que considerable.
-Me encargaré personalmente de que, mientras esté bajo mi tutela, Adrian sirva al Círculo, y por consiguiente a tí -hizo un gesto con la mano como si le supiera mal decirlo.
-Demasiado arriesgado, me temo. No te lo llevarás.
-Está bien... -el mercenario suspiró, fingiendo que lamentaba aquello sobremanera. Sacó de nuevo el cuchillo y se lo mostró a Burt.- Añadiré un peso nuevo a la balanza. O me llevo el chico, o me llevo los dedos de tus pies. Y puede que... algún otro pellejo inútil que al Círculo no le sea necesario para mantenerte con vida, como tu polla y tus orejas.-
Burt apretó los dientes, aquello ya no era una negociación cordial.
En realidad, con el Synister, nunca lo eran.

Elliot había pasado tres días y tres noches al borde de la muerte, abrazado por una fiebre intensa que lo hacía sudar y morirse de frío, todo a un tiempo. Tenía pesadillas en las que lo perseguían figuras oscuras, espectros de un pasado que se había esforzado por dejar atrás con tanto ahínco que había caído enfermo. Cuando abrió los ojos, al cuarto día, aún se encontraba febril, pero al menos estaba consciente.
Synister se acercó a él con actitud evaluativa y el chico se encogió en la cama, agazapándose contra la pared como un gato arrinconado. El mercenario no mostró gran interés por el rechazo del joven, sencillamente se cercioró de que la fiebre seguía donde tenía que seguir. Lo agarró con fuerza por el brazo y luego le impuso la mano en la frente, sin decir nada. Él se revolvió.
-¿A quién has matado, chico? -preguntó el hombre, y él abrió los ojos como platos. ¿Cómo lo había sabido? Si no le había contado nada a nadie. ¡¿Cómo?!
-¡Yo no he ma...! -comenzó a decir, pero recibió una bofetada que le hizo girar el rostro, y lo tumbó de golpe en la cama. Elliot se llevó las manos a la mejilla dolorida. Su padre acostumbraba a pegarle a menudo, pero aquél había sido un buen bofetón.
-¿Te suena la palabra Mester, chico? ¿Sabes lo que es?- el niño no dijo nada, tenía los ojos brillantes por las lágrimas, pero no se permitió derramar ni una sola. Ante el silencio del muchacho, el mercenario se inclinó hacia él, y con voz teatral dijo: -Los Mester son los dioses de la muerte. Espectros de la noche que vagan entre las sombras robando vidas a placer. Nadie sabe más sobre la muerte sin estar muerto que un Mester, así que no me jodas más y dime, ¿a quién has matado?
Elliot lo pensó durante algunos segundos. Mester. No había oído nunca nada semejante. ¿Era un farol? ¿Y si metía la pata al contárselo? ¿Y si él se chivaba? ¿Y si...?
-Ya veo. Es la primera vez que matas. Te puede la culpabilidad, ¿eh? -se puso en pie y se alejó de la cama, acercándose a la puerta de la habitación. La abrió despacio y la dejó tal cual, mientras seguía con regocijo la mirada de Elliot hacia el exterior.
-Verás, chico. Pudiera parecer que el mundo es bastante complejo, pero en realidad es una mierda. Todo lo que tienes que saber sobre lo que hay ahí fuera es sencillo. La gente se puede clasificar en dos grupos: los que matan y los que se dejan matar. Hasta ahora, tú habías sido de los que se dejan matar -analizó la reacción en la cara del jovenzuelo. Su mirada se desplazó instantáneamente a la del Synister, buscando consuelo a su atormentada alma. -Hay muchos modos de matar a una persona, algunos tan rápidos que no puedes creer que lo hayas hecho así de fácil. Otros son lentos, complejos, y no necesitas realmente un arma para lograrlo. Hay cosas que matan a los hombres, sencillamente porque no están hechos para soportarlas. Cosas tan sencillas como el amor.-
Aquello cobraba un cariz extraño. El Synister se preguntó por un momento qué carajos andaba diciendo...pero su mente trabajaba mucho más deprisa que su lengua, de modo que se contentaba pensando que el monólogo llegaría a buen puerto tarde o temprano, cuando a su garganta le diese la gana de reproducir sus ideas.
-La sociedad espera que uno se levante cada mañana, acuda a un trabajo mediocre con un salario de mierda que apenas te permita vivir, vuelvas a casa reventado por las noches y te ocupes de tu esposa, fea y envejecida por las calamidades, y tus, ¿cuánto? ¿cinco, con suerte cuatro hijos? Esperan que envejezcas día tras día, preocupándote por cosas mundanas que en realidad no hacen sino matarte poco a poco. Nos abocan al desastre, nos empujan a morir. ¿Has visto alguna vez un esclavo?
Elliot lo observó con los ojos abiertos de par en par. Lo escuchaba con interés. Nunca había visto a un hombre hablar con tanta convicción de aquellas cosas que parecían disparatadas. Incluso resultaban creíbles.
-Mi pregunta para tí es, ¿preferirías vivir cien años como esclavo, anhelando un sol que no sale ni se pone para tí, o cincuenta años como un hombre libre y en pleno derecho de hacer cuanto le plazca?-
Por toda respuesta, el chico frunció ligeramente el ceño, pensativo.
-El hombre de a pie elige a diario una vida de esclavo, sin siquiera darse cuenta de ello. Son todos los que se dejan matar. No es una vida más digna o menos digna. Es sencillamente diferente, y puedes acomodarte y acostumbrarte a vivirla, e incluso disfrutarla. Pero, conciénciate. Esa ya no es tu vida. Ahora eres de los que matan, y nunca podrás volver atrás del mismo modo en que no puedes devolverle la vida a la persona a quien se la has arrebatado.
El niño entreabrió los labios. Aquella verdad se le antojó aterradora.
-Un hombre que ha matado, nunca vuelve a ser el mismo. Nunca sabrás que clase de vida habrías llevado si esto no hubiese sucedido. ¿Habrías sido buen padre, buen esposo? ¿Buen amante? Sencillamente, no puedes saberlo, porque ese hombre que habrías sido tú, ha desaparecido, engullido por la culpabilidad.
Elliot se mordió el labio. Ah, de nuevo las ganas de llorar.
-El único modo de volver a ser un hombre, es deshacerte de la culpabilidad.
Synister dejó un lapso de algunos segundos para que él pensara. Después, el muchacho preguntó:
-¿Cómo puedo librarme de la culpabilidad...?
El Synister sonrió con autosuficiencia, y con voz autoritaria dijo:
-Tan sólo, sigue matando.


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miércoles, 14 de septiembre de 2011

CAPÍTULO 29: ENCONTRAR UNA RUTA DE VIAJE

Fargant cerró la puerta del dormitorio. Daleelah se había resistido a abandonar el burdel, pero era a todas luces comprensible que se comportase de aquél modo. Por ello, el joven no la golpeó ni la amenazó tan siquiera. Se limitó a cogerla en brazos y sacarla del edificio, y caminó con ella sobre el hombro como si fuese un fardo de alubias hasta alcanzar la posada más cercana. La gente por la calle los miraban.
Primero, porque Fargant resultaba llamativo, tan alto y encapuchado. Segundo, porque la mujer llevaba un camisón fino teñido de sangre, el rostro lleno de heridas y pataleaba, blasfemando contra su captor cuanto le era posible. Nadie intentó detenerlo, no obstante. Todos en el pueblo sabían que Daleelah era una puta. Y las putas, no eran personas. Eran eso; putas.
Cuando la dejó en el suelo, ella aunó todas las fuerzas que no le quedaban para lanzarle un puñetazo. Fargant le detuvo el puño y le retorció el brazo hasta hacer que se diera la vuelta. La mujer gritó.
-¿Dejaste que aquél tipo te diese una paliza de muerte sin resistirte pero te niegas a escucharme hablar?- dijo el muchacho, con voz paciente. La condujo a la cama y la obligó a sentarse.
-Él había pagado... -se excusó la mujer, haciendo acopio de algo de dignidad. El mercenario la soltó, y ella se frotó la muñeca dolorida.
-No voy a ponerte la mano encima, si no me obligas. Sólo he venido a hablar.
-Alguien que viene a hablar no esconde su cara- masculló la ramera. Se puso en pie y cruzó la sala hasta el espejo más cercano. Se horrorizó al contemplar su imagen en el reflejo, con la cara destrozada, pero aguantó las ganas de llorar. Fargant se acercó despacio desde atrás y se deshizo de la capucha. Los ojos de la furcia pasaron sistemáticamente de sus heridas en el espejo a las del joven: el corte que sesgaba su ojo derecho, desde la frente hasta el mentón, y la segunda cicatriz que le cruzaba la boca, al otro lado.
-Somos más parecidos de lo que crees -dijo sin más. Aunque le sacara más de veinte años, Daleelah se sentía pequeña e indefensa al lado de aquél hombre. Se giró despacio, habiéndose calmado visiblemente, y asintió.
-Gracias por sacarme de allí. Es un jodido infierno. Pero del infierno no se puede escapar.
-Todos tenemos algún infierno que nos confina. -Fargant volvió a la cama, y se sentó. Apoyó los codos sobre las rodillas y la miró largamente.-Algún infierno que llevamos dentro.
Ella estrechó ligeramente la mirada, y sintió una punzada de dolor. Se encaminó a la mecedora de madera y se acomodó cerca del joven, mirándolo a los ojos. Negros, como el color del cabello que le crecía de punta y la pequeña trenza bajo su oreja izquierda. Las facciones finas y alargadas, a la vez que regias, la mandíbula angulada. Si trataba de imaginar que no tenía aquellas horribles -verdaderamente horribles- cicatrices, le resultaba un chico muy guapo. Qué coño, aun con las heridas lo seguía siendo.
-¿En qué puedo ayudarte...? -preguntó la mujer, ya completamente serena. Había recobrado la entereza habitual en ella, más propia de una dama que de una fulana de barrio.
-Estoy buscando a un hombre. Me consta que es cliente tuyo- dijo, acostumbrado a las frases escuetas.
-Si es un hombre de verdad, será fácil de encontrar. Por mi cama no suelen pasar hombres, sino malas bestias- comentó, con un deje de despecho. Fargant ignoró el sarcasmo.
-Alto, moreno, robusto. Suele vestir de negro y portar un arco encima -comenzó a explicarle.
-Medio Kandalla coincidiría con esa descripción, chico.
-Lo más importante. Tiene un tatuaje en la espalda, un tatuaje grande.
-¿Qué clase de...?
-Una cruz con dos alas negras -interrumpió la pregunta que sabía que formularía la mujer. Daleelah sintió un pequeño vuelco en el pecho. Automáticamente su recuerdo voló hacia el último encuentro con su ángel. Qué desgraciado, cómo la había tratado, después de lo servicial que había sido siempre con él. ¿Estaba metido en problemas? Qué más le daba, seguramente se lo merecía. -¿Cuánto hace que no viene por aquí?- inquirió entonces el Mester, sabiendo que ella ya lo había reconocido. La fulana trató de hacer memoria, cerrando los ojos por un momento.
-Como un mes -resolvió.
-¿Estás segura...? -lo miró a los ojos, casi ofendida.
-Por supuesto que no. Mi vida no gira en torno a ese cretino maleducado.
-¿Recuerdas la ropa que llevaba...? -Fargant se puso en pie y se acercó a la ventanilla. Desde allí tan sólo se veía un pueblo pequeño, y aburrido, sin demasiado que hacer.
-De negro, como dijiste.
-Las prendas, ¿viste si eran de abrigo o ligeras...?
-Uhm, ahora que lo dices... -lo pensó por un segundo.- Llevaba un tabardo largo y pesado. Me preguntaba cómo demonios no se moría de calor.
Fargant asintió, se daba por satisfecho.
-Supongo que no te habló...
-Pues sí que lo hizo, pero creo que lo detestaba menos antes de que abriera la boca.
-¿Dijo de dónde venía o donde pensaba ir...?
-No. Lo más interesante que salió por su boca fue "chúpamela" y "ponte a cuatro patas" -chistó ella, desganada.
El mercenario repasó mentalmente la información, luego volvió a ponerse la capucha. Se dio la vuelta y salió del dormitorio, sin siquiera cerrar la puerta, y dejó a Daleelah sola, sumida en un mar de tristes pensamientos.

Desplegó el mapa en la mesa de la cantina. Mientras todos comían o charlaban alegremente, Fargant trabajaba. No le agradaban los ruídos del ambiente, pero tampoco lo distraían. Era diligente, aplicado y certero. Sabía cuándo, cómo y por qué hacer cada cosa que hacía. Calculó mentalmente, echando mano de la información que le había proporcionado Daleelah. La mujer dijo que el Synister se había marchado poco más o menos hacía un mes. Añadió un par de días de margen al tiempo y buscó Janeen Ville en el mapa. Un mes, un mes. Si hacía un mes que Allain se había ido, trazando una circunferencia que abarcase todas las direcciones posibles desde Janeen Ville, en el medio de trasporte más rápido -suponiendo que hubiera decidido ir a caballo, cosa que no era costumbre en su viejo amigo Elric- en un mes de viaje sin descanso habría recorrido...
Dibujó la línea que marcaba un círculo bastante amplio cercando Janeen Ville. Aquella era la distancia máxima posible a la que podía encontrarse su objetivo, y siendo realistas, el círculo resultaba bastante más estrecho. Dibujó un aro más pequeño, en el cual las probabilidades de encontrarlo se incrementaban notoriamente. Ahora tan sólo quedaba elegir una dirección por la que empezar a buscar.
Allain nunca decía adónde iba, porque por lo general ni siquiera él mismo lo sabía.
Cuando pasó por el burdel, el Synister llevaba el tabardo oscuro porque venía de las tierras frías. La zona de clima más bajo dentro del círculo abarcaba Kauhjuùn y parte de la estepa de Min. Descartó aquellas dos áeras, y si su amigo había llegado desde el oeste, se reducían ampliamente las posibilidades. Había tenido noticias de revuelos en Burg, en Silverfind... marcó con el carboncillo la ruta imaginaria y se sonrió a sí mismo.
Podía perseguir a una presa durante semanas antes de localizarla, pero al final, lo hacía.
Nadie se le escapaba nunca, por mucho que fuese el mismísimo Synister Owl en persona.


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CAPÍTULO 28: EL DESVÍO

Allain abordó de nuevo los caminos con el alma vacía, pero con mil monedas de oro -en realidad, su equivalente, cinco coronas de merellite- en el bolsillo. En su vida, había amasado mucho más dinero del que nadie pudiese llegar a imaginar, pero el oro era un peso muerto que detestaba cargar consigo. Su maestro les había dicho en una ocasión: El oro no sólo no ahuyenta a los coyotes, sino que atrae a las urracas. Desde entonces, procuraba cambiarlo en cuanto tenía ocasión por algo que le sirviese para sobrevivir en campo abierto, que ahora era su nuevo hogar.
Había dedicado algunos pensamientos a Yara desde que dejó Silverfind.
En su mayoría, siempre acababa por concluir que, o bien sus 27 años no le habían enseñado nada sobre las mujeres, o la chica estaba como una cabra. Loca de atar o...
Pero a quién le importaba.
El amor era un lastre. La amistad era un lastre.
La vida era un lastre.
Tomó la ruta oeste con la seguridad de que ningún mercenario de Kandalla que se molestase en seguir su rastro sería lo bastante diestro para eliminarlo en combate. Por lo más, cuando llegaba a alguna ciudad, triplicaba... no, cuadruplicaba su prudencia. Casi tanto como se multiplicaban las posibilidades de ser atracado o asesinado por la espalda. Pero en los caminos era otro asunto, porque los edificios no cercaban el paso, y era más fácil luchar contra uno, o varios objetivos a la vez. No había hecho nada por esconderse ni ocultar su presencia desde que salió del "Círculo". Quizás sencillamente vivía esperando que algún día lo matasen.
Abordó los paisajes verdes y ostentosos del centro de Kandalla evitando las rutas comerciales y adentrándose en el bosque profundo. No se detuvo más que para comer y dormir hasta el tercer día de viaje, cuando escuchó un ruído que lo hizo pararse en seco.
Con el sigilo propio de un felino a la caza, pegó su espalda al roble más cercano. Se llevó las manos despacio al carcaj y se hizo con el arco y la flecha con toda la rapidez que pudo sin hacer el más mínimo ruido. Pegó la mejilla a la corteza del árbol y buscó la fuente de los ruidos. Exceptuando la frondosa mata de helechos, no se distinguía nada a diez metros a la redonda.
Se sonrió en sus adentros.
Era una jodida ironía, vivir esperando el día en que alguno de los que fueron sus antiguos compañeros le diese caza y le sacara las tripas, no haciendo nada por evitarlo, y por el contrario poner todos sus sentidos en alerta al más mínimo atisbo de problemas. Bien, no pensaba esconderse del Círculo, pero tampoco iba a dejarles las cosas tan fáciles. Si podía, se llevaría a tres o cuatro de esos hijos de puta por delante. Daría un golpe del que tardarían años en recuperarse; no en vano un Mester no se formaba a la ligera.
Los segundos se sucedieron, y él se atrevió a dar el primer paso.
Abandonó su resguardo seguro tras el roble, convencido ya a todas luces de que, quien quisiera que fuese, no se trataba de un Mester del Círculo. Los enviados de la orden no hacían ruído, jamás. Y si alguien los escuchaba venir, ese alguien podía darse por muerto. Por el contrario, si se trataba de algún rata o algún grupo de bandoleros de tres al cuarto...bueno, no creía que supieran siquiera quién era él. De lo contrario, no se atreverían a rondarlo.
Cruzó treinta metros a pie, caminando despacio en dirección al sonido.
El oído era un sentido harto infravalorado en el mundo real, pero para un Mester era una fuente inagotable de información. Allain se había dedicado durante muchos años a desarrollar sus capacidades auditivas, a comprenderlas y utilizarlas en su beneficio. A clasificar los sonidos y distinguirlos, localizar su origen. Se había acostumbrado tanto a su oído, que para él suponía de más fiabilidad que sus propios ojos. No en vano la mayoría de los asesinos trabajaban en desarrollar artificios para engañar a los ojos de otros; disfraces, polvos cegadores, luz. Allain no tenía ese problema. Y por eso se había ganado aquél mote.
Tan pronto llegó al otro lado del claro, destensó la cuerda del arco. Entonces los sonidos resultaron mucho más precisos y reconocibles. Quizás para otro habría supuesto tan sólo una maraña de ruídos pero él distinguía claramente una respiración agitada. Los pulmones eran pequeños, debía ser una mujer. Había un afluente cercano, también podía escuchar el agua discurriendo. Guardó la flecha de nuevo en el carcaj y se colgó el arco, luego sacó la daga de la parte trasera de su pantalón, y alcanzó caminando resueltamente la orilla del río. Allí estaba ella, el fruto de todas sus momentáneas inquietudes, de espaldas a él. Se encontraba sentada cerca del agua, con las piernas abiertas y la falda subida.
Gimoteaba débilmente, permitiendo que el agua fría acariciara su sexo con la corriente del manantial, excitada. Sin siquiera notar la presencia del hombre que la observaba, impertérrito, la joven se llevó una mano entre las piernas y comenzó a tocarse suavemente. Allain tragó saliva.
Se humedeció los labios, inmerso en el hacer de la muchacha. ¿Qué hacía allí sola...? ¿Vendría con más gente...? Datos, más datos. Color de piel claro, pero tostado por el sol. Eso significaba que pasaba muchas horas fuera de casa, posiblemente trabajando. No podía ser una viajera, aquellos zapatos y ropajes no estaban adaptados a la vida en los caminos. El cabello recogido en trenzas que se cerraban en torno a un moño central, era el peinado de las jóvenes casaderas de algunas aldeas del valle.
La muchacha gimió, hundiendo dos dedos en su vagina, y acabó por recostarse bocarriba en el lecho de hojas secas que bordeaba el afluente. El mercenario sintió que se empalmaba por momentos. Guardó de nuevo la daga en su funda correspondiente, y luego se deshizo del arco y el carcaj. Los dejó apoyados en un árbol cercano, sin hacer ruído, y se desabrochó el cinturón. La muchacha cogió el palo de madera. Un pequeño tronco pulido, que parecía trabajado a mano con el fin de eliminar las astillas, y se lo introdujo despacio. Cerró los ojos y suspiró al aire, masturbándose lentamente con la herramienta. Elric abrió los labios y cogió su polla entre los dedos. Se acarició con suavidad durante algunos segundos, recorriendo las formas de su cuerpo cuan largas eran, haciendo incapié en aquellas zonas que sabía de antemano que le gustaban más, y después se acercó a ella, caminando con resolución.
La sombra del hombre se proyectó sobre el níveo cuerpo de la chica. Allain estrechó los ojos, contemplando la finísima pelusa rubia que recubría el pubis de ella, casi inmaculado. Cuando la joven volvió el rostro, ahogó un grito, asustada, y dejó caer el utensilio que sostenía en la mano. Trató de ponerse en pie, quizás para excusarse, o para salir a correr, pero él ya estaba de rodillas, aferrándola con fuerza por las muñecas mientras se recostaba sobre ella.
-¡No! ¡Por favor! ¡Por...Ah! ¡Ah!-gritó cuando el mercenario se hundió en su cuerpo, con soberbia. Era confuso, aquél extraño desconocido, que daba tanto miedo, y sin embargo se abrazó a él, rodeándolo con sus piernas como si le fuese la vida en ello. Era sencillamente extasiante, cuánta diferencia entre un trozo de madera rígido y frio, y aquella polla de verdad. No pudo evitar abrir la boca, sucumbiendo al placer de las embestidas salvajes de Elric. Sus caderas tan poderosas, su espalda tan robusta... y el olor intenso de su virilidad empañándole los sentidos. ¿A qué sabía ese hombre...? Necesitaba probarlo... La muchacha buscó con su lengua la boca de él, y pidió a gritos que la invadiera. Hundió sus dedos en el pelo de Allain y los apretó con furia para evitar que se separase de ella.
Era increíble, increíble, incre...
Se escapó de la boca del hombre para proferir un grito de placer. Otro, y otro, y al final acabó por correrse, apretando rítmicamente sus caderas contra él. Allain masculló por lo bajo, tampoco aguantaba más, y eyaculó dentro de la joven con todas sus fuerzas, bastante esperma además, debido a que no había tenido sexo desde que salió de Silverfind.

Al cuarto día de haber desaparecido, Valiant se acercó a la entrada de la mansión de los Eagleclaw. Los guardias volvieron a cerrarle el paso, como cada vez, pero en aquella ocasión el chico no tenía humor para los buenos modales. Sacudió con la palma abierta de la mano un golpe en la nariz de uno de ellos, haciéndolo sangrar profusamente. El otro lo apuntó con la lanza, pero antes de tener tiempo de moverse vió su cara empotrada contra la pared, y el sonido metálico del casco lo desestabilizó algunos instantes. Suficiente para que luego el ratero le propinase una patada en la entrepierna, y un empujón que lo tiró de culo. El tipo con la nariz sangrante decidió echar mano de la espada, desentaponando la hemorragia, que le regó el uniforme como una fuente carmesí. El pomo de la espada no se agarraba bien con los guanteletes mojados así que tenía que usar las dos manos.
-Oye, vengo a ver a Yara. Dejáos ya de numeritos, habéis justificado el sueldo -pasó por delante de ambos hacia el interior de la mansión. No intentaron volver a atacarle.
Cuando la sirvienta abrió la puerta, Valiant le dedicó aquella mirada educada-pero-peligrosa de la que hacía gala cuando estaba molesto por algo. Se metió las manos en los bolsillos y esperó que la chica corriese al interior para avisar a Yara de que él estaba allí. Por supuesto, enseguida se oyeron los pasos apresurados de su amiga al descender por la escalera de caracol. Se asomó a la puerta, con impetuosidad, pero también con cierto aire disgustado.
-¡A buenas horas, mangas verdes! -dijo sin más, y se cruzó de brazos.
-Hola, Yaraidell...
-¿Desde cuándo soy Yaraidell para tí? ¿Dónde has estado? -se apartó de la entrada y le ofreció pasar. La chica se dirigió caminando hacia las cocinas, suponiendo que él la seguía.
-Dando un garbeo por ahí... visitando a viejos amigos y haciendo el tonto.
-Ya podías haber avisado, ¿no?- Valiant paseó por la enormísima cocina, ignorando a las mujeres que trabajaban por allí. Cogió una manzana del frutero y se dedicó a darle vueltas en la encimera con aire distraído.
-¿Dónde está Elric? -preguntó a modo de respuesta. Yara suspiró, y apoyó las manos en el mueble, mirándolo.
-Se largó hace unos días.
-¿Cómo? ¿Por qué? -el chico dejó de darle vueltas a la fruta, y la miró inquisitivo ahora.
-Porque ya no lo soportaba más. Y no estabas aquí para mantenerme a raya, con lo cual...
-No puede ser, tengo que encontrarle -se apartó el flequillo de la cara. Su amiga frunció el gesto.
-¿Encon...? ¿Te vas a ir otra vez?
-La gente del Círculo lo está buscando y quizás él no lo sepa...
-¿El Círculo? ¿De qué hablas?
-Son historias muy largas de contar, Yara.
-No me digas. Y peligrosas, por supuesto -la chica farfulló, disconforme.
-¿Tienes idea de qué dirección ha podido seguir?
-Osea que verdaderamente piensas dejarme plantada -aquello fue más una acusación que una pregunta. Valiant se encaminó de vuelta al comedor y suspiró, con aire cansado.
-No seas cría, Yara.
-¿Cría? -lo agarró por la muñeca y lo obligó a mirarla. Tenía un brillo en los ojos que delataba que estaba conteniendo a duras penas las ganas de llorar. -Me he pasado cuatro días preguntándome donde estabas, preocupada por tí. Sin saber si te habría ocurrido algo en las calles, y sintiéndome impotente... Para colmo, la única posibilidad de encontrarte pasaba por ese cretino de Allain y lo eché a patadas de mi casa. Estaba de los nervios, y tan pronto apareces me dices que...
-Escúchame -él la tomó por el rostro y la miró de cerca a los ojos.- Aun cuando una organización de asesinos de la élite de Kandalla no estuviese persiguiendo al hombre que se ha jugado el pellejo por tí en varias ocasiones...aun así. No me quedaría contigo, Yara. - La chica frunció el ceño, sintiéndose traicionada. Pero antes de que pudiera rechistar, la voz desde las escalera los distrajo.
-¿Yaraidell...?
Jace los observaba, sin comprender la situación. Valiant suspiró, soltando a la muchacha.
-Bueno, parece que ya tienes claro lo que quieres -comentó, algo mas fríamente de lo que le hubiera gustado, con la vista clavada en el caballero. A Yara le habría encantado darle una bofetada y despabilarlo, pero tenía el corazón punzado de algún modo. Luego el ratero sonrió, y echó a correr de la casa.
Aquellos ojos verde esmeralda dijeron el adiós silencioso que sus labios no se atrevieron a pronunciar.


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By Rouge Rogue

martes, 13 de septiembre de 2011

CAPÍTULO 27: AL LADO ESTE

-¿Sabes lo que ha dicho Boca de Sapo, Valiant?
-¿Qué? -el niño azuzó las ascuas del fuego con el trozo de madera ennegrecido. Kamilla se arrodilló junto a él y se recogió el pelo hacia un lado, dejando a la vista su hermoso cuello moreno.
-Dice que ya estoy bastante buena para que los hombres quieran pagar por estar conmigo y me empezará a buscar clientes- comentó con naturalidad. La naturalidad de los niños de la calle.
-Dejarás de robar, ¿no? Qué suerte tienes -Valiant le sonrió. Una sonrisa muy dulce e infantil, pero a Kamilla se le antojaba el más hombre de todos, aunque sólo tuvieran doce años.
-Sí pero no sé si me va a doler...- confesó ella, cogiendo un trozo de papel y añadiéndolo al fuego. Estaban rodeados de desperdicios, en mitad del edificio abandonado. No era una noche especialmente fría, pero aun así, tener un fuego a mano mantenía a raya a las ratas.
-Creo que sí que duele al principio- le explicó Valiant. -Pero luego debe ser divertido, si no, no lo haría tanto la gente.-
Kamilla se revolvió levemente, y ladeó los labios.
-No quiero perder mi virginidad con un cualquiera, Valiant. Házmelo tú el primero -lo miró con los ojos de gata cargados de franqueza. Valiant abrió los suyos, sorprendido.
-¿Yo...?
-Sí. ¿No te gusto?
-No lo sé... ¿Eso importa?
-A mí no -se acercó un poco más a él y le cogió el rostro por la barbilla. Lo miró largamente a la boca antes de atreverse a darle un beso. Su primer beso de verdad.
-No sé muy bien cómo se hace...- admitió el niño. Había visto follar muchas veces a otros ratas de la hermandad, había visto a las putas en la calle. Pero no era lo mismo verlo de lejos que intentarlo por uno mismo... ¿qué se suponía que había que poner en qué sitio...?
-Espera, creo que así es más fácil -Kamilla se levantó la falda y se bajó las bragas -unas bragas sucias de estar sentada por los suelos y los tejados- y las echó a un lado. Se tumbó en el suelo, bocarriba, sobre un roído manto deshilachado, y abrió las piernas. -Ven, ven aquí -palpó su muslo, y Valiant se acercó. Se humedeció los labios y se arrodilló entre las piernas de su amiga. Era muy bueno haciendo muchas otras cosas, como correr, saltar obstáculos, escurrirse de la justicia, robar bolsas de oro -robar cualquier cosa en general- imitar voces, esconderse...la lista seguía largamente. ¿Pero follar? No tenía ni idea, y temía que por algún fallo suyo Kamilla no le diese realmente su virginidad y acabase dándosela a un cualquiera. Defraudaría a su compañera.
Se desabrochó la cuerda que usaba a modo de cinturón y se bajó las calzas. El jubón, demasiado grande para su cuerpecillo, le llegaba hasta medio muslo y ocultaba su desnudo cuando se tumbó sobre ella. Suspiró, la verdad era que no estaba nada nervioso. Kamilla por el contrario, sí que lo estaba, y mucho. Le gustaba Valiant, no sólo era el más guapo de todos los ratas del este, sino también el más listo. Aunque era del grupo de los pequeños, salía de misiones a menudo con los mayores porque sus planes solían ser ingeniosos, y su pequeña estatura le permitía el acceso a muchos lugares a los que los mayores no podían entrar. Confiaban en él. Todos los ratas del este lo hacían, aunque muchos lo odiaran.
Durante mucho tiempo, Kamilla lo había visto como un rival, y en cierto modo así seguía siendo. Pero eso no podía impedir que le gustara estar con él, mirarlo a la cara y charlar hasta que el sol salía, imaginando vivir en sitios donde los cristales rotos no le cortaban a uno los pies.
Y pensando en cristales, sintió el corte.
Solo que no fue en los pies.
-Ah- Kamilla se quejó. Fue como un leve pinchazo, un dolor agudo que duró apenas un instante, y cesó tan pronto Valiant se detuvo.
-¿Duele?
-Un poco. ¿Está dentro? -la chica miró hacia abajo. Valiant también lo hizo.
-Creo que sí.
-No siento nada ahora.
-Pues yo siento... -se movió ligeramente. -Estás muy caliente. Me gusta.- Kamilla se humedeció los labios y cerró los ojos. Ahora podía abrazar a Valiant con suavidad mientras él se movía. Era una extraña sensación la de tenerlo dentro. Raspaba ligeramente, había sentido dolores más intensos, por descontado, pero no podría decirse que tuviera nada de divertido. Lo único que le gustaba de hacer aquello era saber que los novios lo hacían, y que Valiant había accedido a hacerlo con ella. A lo mejor algún día él le pedía que se casara con ella, fantaseaba. Valiant emitió un sonido leve, parecido a un suspiro. No llegaba a considerarse un gemido, pero su respiración se aceleró como si acabara de correr la más intensa de las carreras por las calles, y luego, simplemente, dejó de moverse.
Kamilla parpadeó algunos segundos mientras el chico la miraba a los ojos, con la luz dorada de las lenguas de fuego reflejándose en su piel clara. El pelo de ella esparcido por el suelo, formando suaves ondas. Valiant entrelazó los dedos de su mano con la de ella.
-Ya no tienes que preocuparte, Kamilla. Nadie te robará tu virginidad.

Por supuesto, aquello le costó una paliza a la chica. El hermano mayor que la cuidaba -se llamaban hermanos mayores a los ratas encargados de alguno más pequeño- encontró un gran fastidio que la niña no fuera virgen. Eso le hacía perder dos tercios de su valor, y hubiera pateado el cráneo de Valiant por el fraude, pero el chico era escurridizo. No tenía hermano mayor, pero sí muchos amigos en las calles, así que se conformó con partirle el brazo a Kamilla y poco más. Después de aquello, las correrías infantiles de Valiant con Kamilla terminaron. Dejaron de robar juntos, de mendigar y estafar a la gente de a pie. El chico se vio repentinamente sólo, y la muchacha tenía ahora otras labores, que en su mayor parte consistían en captar la atención de hombres maduros en el mercado y llevarlos al callejón. Alguna vez se llevó algún golpe de propina, pero desde entonces siempre la acompañaba un rata que cuidaba de que se le pagara lo debido por el trabajo, con lo cual los problemas se redujeron.
Pony no tuvo tanta suerte.
Había visto montones de veces a su hermana retozando con Valiant, y había soñado tener algún día la oportunidad de poder hacerlo también. Deseaba que fuera él, el primer chico que la tuviese desnuda en su cama. Sin embargo, antes siquiera de tener la opción de elegir con quién perder su virginidad, cuatro ratas del lado oeste la violaron salvajemente una mañana que ella cruzó el puente hacia el otro lado, persiguiendo un gatito. Además de aquello, cuando Pony regresó arrastrándose, derrotada, su hermano mayor la golpeó con fuerza; la insultó y maltrató hasta que se sintió agotado. Luego se desentendió de ella por completo.
Hasta el momento en que conoció a Yaraidell, Valiant y Kamilla tenían agún vínculo misterioso que se había forjado de sus experiencias en las calles. No podía decirse que fueran novios, ni nada similar. Pero Kamilla nunca follaba con ningún rata que no fuese Valiant. Fuera del trabajo, él era el único.
La aparición de Yara lo cambió todo, no obstante. Valiant comenzó a desaparecer durante el día, y empleaba las noches en contemplar la luna y suspirar, medio atolondrado. Kamilla tenía que sacar a relucir sus mejores dotes de seducción para conseguir algo de atención por parte del muchacho, que nunca iba más allá del sexo. Ella siempre se había creído independiente, y dueña de sí misma.
Fue por eso que se crispó tanto al descubrir que posiblemente, Valiant fuese su verdadero dueño.


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By Rouge Rogue