Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
Si crees que pueden herir tu sensibilidad, por favor no continúes leyendo.
Gracias por visitar mi blog.

miércoles, 31 de agosto de 2011

FIN DE MES: AGOSTO

Se ha cumplido el primer mes desde que abrí el blog. Por ahora estoy bastante satisfecho con el ritmo que llevan los capítulos, y en agradecimiento a vuestro apoyo y seguimiento -la mayoría seguís leyendo sin haberos hecho seguidores oficiales, ¿qué os costaba darle al botón? XD - os dejo un par de curiosidades sobre la historia.

La primera, sé que no debería, es un posible diseño del tatuaje de Allain. No me gusta aportar datos gráficos sobre las cosas que escribo, creo que la imaginación es más poderosa que cualquier imagen, y en vista de esto, no he consolidado este diseño como el definitivo. Ni siquiera es exactamente lo que yo tenía en mente. Pero podría ser algo así, ¿por qué no? Cada cual que lo imagine como quiera, yo hice este como guía para los que tengan menos proyección mental, y dicho sea de paso, me conformo porque mi talento no da para más.


La segunda, es la letra completa de la canción que canta Valiant en el capítulo 21. Una vez más, dejo la melodía a imaginación de cada uno. Yo ya tengo la mía propia, jeje.

-Desde donde el sol se pierde

Siete lemas de oro negro

En Silver, Silverfind.

-Y en sus calles todos saben

Que son mudos y ciegos

En Silver, Silverfind.

-Si eres rápido y talentoso

Cazarás algo valioso

Pero si tu mano es torpe

Te matarán a golpes

No preguntes al viajero

Ni al mendigo des dinero

En Silver, Silverfind.

-Cuidate de las mujeres

Y de los comerciantes

en Silver, Silverfind.

-De los predicadores

Y los jóvenes maleantes

En Silver, Silverfind.

-No te fíes de tu sombra

Toda precaución es poca

Porque cuando el sol se pone

Ríen y juegan los ratones

Y el más tonto y despistado

Siempre sale mal parado

En Silver, Silverfind.

-Donde el rey no tiene trono

Ni barco el marinero

en Silver, Silverfind.

-Y el más afortunado

Aún conserva sus sueños

En Silver, Silverfind

-Y al que vive de esperanzas

Se lo comen las ratas

Más vale cuchillo en mano

Que clavado en el costado

Aquí el que nace pobre

Se muere aún más pobre

en Silver, Silverfind.



Otra vez más, gracias por vuestro tiempo. Es el pago más amable para todos mis esfuerzos.

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Rouge Rogue


martes, 30 de agosto de 2011

CAPÍTULO 21: NACER EN SILVERFIND

Valiant estaba sentado en el pequeño escalón de la entrada del burdel; y así tiraba los días en la calle.
Se miraba los zapatos agujereados; el dedo gordo del diminuto piececillo asomaba al exterior y jugaba a imaginar que era un gusano saliendo de una manzana podrida. Se reía.
Solo.
-Niño. Toma, aquí tienes -una de las mujeres asomó a la puerta, una puerta pobre por lo demás, pero al menos la tenía, y le tendió un plato metálico con algunos huesos de pollo. Valiant lo cogió, feliz, y se dedicó a roer los tendones y los restos de piel que no se habían comido. La mujer le sonrió amablemente y volvió a perderse hacia el interior.
A él no lo dejaban entrar en aquél sitio.
Valiant era sólo uno más del montón de cucarachas de Silverfind. No destacaba en nada, no tenía nada. No era nada.
Canijo, algo bajito para su edad. Mal alimentado, sucio y despeinado, pero con unos ojos verde esmeralda que daban ganas de robárselos. No sabía dónde estaban sus padres, si esque los había tenido. Porque algunos niños no los tenían, le habían dicho el resto de los rateros. Probablemente su madre fuese una puta que no lo podía mantener y por eso lo dejó tirado en el vertedero, como a tantos otros. Y con esa feliz idea creció y se hizo un chico de provecho.
Ser un chico de provecho en las calles significaba sencillamente sobrevivir.
No morir de frío, ni de hambre. Aprender a buscar el sustento, sacar dinero robando o mendigando. Conocer los callejones como la palma de la mano para facilitar las huídas, y no dejar que otras bandas de rateros se hicieran con el dominio. No, eso sí que no. El dominio era todo lo que tenían, lo que podían poseer. La ilusión de que aquél territorio les pertenecía, aunque ninguna de aquellas casas les diera cobijo o ninguna de aquellas gentes les tendiera la mano.
Los rateros se mataban entre ellos por el dominio.
Valiant aprendió muchas cosas en su infancia; todas de gran utilidad. La primera y más importante; en la calle nadie ve nada. Matas o te matan, robas o te roban. Pero esperar que alguien se parase a ayudar era de idiotas.
Al niño le encantaba esa canción; ¿quién la inventaría? La que cantaban cuando hacía frío, cerca de las hogueras. Cuando tenían sueño o hambre y no había nada que comer.

-Desde donde el sol se pierde
siete lemas de oro negro
en Silver, Silverfind.
Y en sus calles todos saben
que son mudos y ciegos
en Silver, Silverfind.
Si eres rápido y talentoso
cazarás algo valioso
Pero si tu mano es torpe
te matarán a golpes
No preguntes al viajero
ni al mendigo des dinero
en Silver, Silverfind...

Hurgó con uno de los huesos del pollo en el suelo, dibujando alguna forma extraña mientras tarareaba por lo bajo. Ni siquiera había notado que había otra persona allí, a su lado.
-¿Y qué dice el resto...? -preguntó. Valiant alzó la mirada y se topó con el chico pecoso que lo miraba, expectante.
-¿Qué?
-El resto de la canción. Qué más cosas dice. -Se sentó a su lado en el pequeño escalón. Su padre se había perdido hacia el interior del burdel, dejándolo a solas con el raterillo.
-Pues...dice otras muchas cosas. No las recuerdo todas... -musitó por lo bajo.
-¿Cómo te llamas?
-Valiant Cross -resolvió, rompiendo el huesecillo por la mitad. -¿Y tú?
-Kevin. Kevin Eagleclaw.

Desde aquél día, Kevin se reunía con Valiant bastante más a menudo de lo que a su padre le hubiera gustado. No tenía más que escalar el alto muro que bordeaba la mansión y luego, era libre. Al principio le habían puesto muchos obstáculos al niño para que dejase de verse con su nuevo amigo, pero pasado el tiempo, lo dieron por perdido y le dejaron hacer.
De modo que los años transcurrieron, bastante deprisa además, y Valiant se convirtió para Kevin en una ventana hacia las aventuras. Lejos del rigor de la realidad, de su estricta vida militar, de los entrenamientos. Del peso del mundo y la jornada diaria.
La primera vez que Valiant pisó la mansión de los Eagleclaw tenía diecisiete años, y recordaba perfectamente la sensación de flotar en una nube de algodón. Nunca había visitado la zona rica de la ciudad si no se trataba de un trabajo. Pero allí estaba; en una casa con un enorme recibidor, y no venía a robar nada.
El aroma de flores inundaba el ambiente, la luz clareaba el mármol rosado de los suelos y el sonido del piano lo arrastraba hacia el comedor.
Kevin paseó con indiferencia por las estancias, buscando las escaleras hacia el piso superior, pero Valiant fijó sus ojos enormes en la figura al otro lado de la sala.
La anciana estaba entregada a la melodía que interpretaba en aquél momento, tan hermosa. El corazón de Valiant latió deprisa, porque junto a la mujer había una criatura tan bella que no se podía comparar ni a la luna más plena que él hubiese contemplado jamás desde los tejados. La chica alzaba los brazos despacio, sumida en un profundo trance mientras bailaba lo que su abuela tocaba al piano. Rítmicamente movía las muñecas, con la delicadeza de una flor al girarse buscando el sol. Los pies, la cabeza.
El chico se quedó petrificado.
-¿Quién es...?- pudo preguntar al fin. Kevin lo miró con gesto de asco.
-¿Qué...? Sólo es mi hermana. Vamos, pasa de ella. Además ya está prometida -tiró del chaleco del joven, y aunque logró sacarlo a rastras de la habitación, su corazón se quedó allí, con ella.

Ninguna muchacha era tan hermosa como Yaraidell.
Ni siquiera Kamilla, y eso que era muy guapa. Pero Kamilla era una chica guapa al estilo de los suburbios. Las mujeres de los suburbios estaban sucias y despeinadas, eran delgadas y olían a humedad. La piel de Kamilla era morena y sus ojos negros y profundos, enormes como los de una gata. Era preciosa porque aún conservaba todos los dientes, y no tenía cicatrices visibles. Pocas muchachas a su edad podían decir eso cuando se habían criado en las calles. Valiant había follado con ella muchas veces, pero nunca había sentido aquella cosa que le despertaba en el estómago cuando miraba a Yaraidell.
Odiaba a ese Jace Adarkian.
Por una vez en su vida, Valiant comenzó a pensar en la importante diferencia entre nacer en el seno de una familia rica, y ser el hijo de una furcia abandonado en un vertedero. Quizás si su madre lo hubiese criado con amor, él ahora podría pedir la mano de Yai... Podría ser el Jace Adarkian en el que ella pensaba cuando deshojaba margaritas.
Arrugaba inevitablemente el morro cuando los veía pasear por el jardín, y se obligaba a mirar a otro lado. Yaraidell pertenecía a otro mundo, se había dicho.
Y lo asumió con la facilidad con que había asumido todas aquellas verdades que los rateros le habian enseñado, años atrás.
Que los chicos como él no tienen derecho a soñar.
Ni a amar.
Ni siquiera a vivir.
Respirar ya era un regalo.

El día que enterraron a Kevin, llovía.
Parecía típico pensar que siempre llueve en los funerales, pero así era ni más ni menos. Una lluvia pesada y espesa, que apenas dejaba dilucidar nada con claridad. Mucha gente le lloró; era un buen muchacho. Pero Valiant ni siquiera se acercó al resto de la familia; tan desubicado se sentía. Se limitó a permanecer apartado de los demás, encaramado a un árbol medio tumbado por las tormentas del invierno anterior,y guardó silencio, conteniendo las ganas de llorar.
-¿Qué vas a hacer ahora? -dijo Yara, y Valiant se sorprendió de que ella le hablara. Directamente a él, no había equivocación posible. Era la primera vez que hablaban, así que pensó un par de segundos la respuesta. ¿Qué le quedaba ahora en aquél lado de la ciudad? Donde vivían los ricos, de donde él no era. Todo lo que lo anclaba allí estaba siendo enterrado en aquél momento, a sus 23 años de edad.
-No lo sé -admitió con sinceridad. -Huir -concluyó, finalmente.
Yara llenó el pecho de aire como si le costase esfuerzo hablar. No le gustaba llorar en público.
-Llévame contigo -dijo, sin más. Valiant se hubiera sorprendido y alegrado en cualquier otra situación.

Pero el peso que ambos llevaban en el estómago era demasiado amargo para dejar lugar a las mariposas.


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By Rouge Rogue

lunes, 29 de agosto de 2011

CAPÍTULO 20: LA FUNCIÓN

Valiant se dejó caer bocarriba en la cama y cruzó los brazos tras la cabeza.
Cerró los ojos y suspiró.
-Ahh, que colchones más cómodos. Me encantan -luego estiró las piernas como si nadara en un mar de nieve y se regodeó en la sensación tan agradable de las sábanas limpias, los almohadones de plumas de oca y el suave perfume que ambientaba todo el dormitorio.
-Bueno, por lo que a mí respecta, esto es otra complicación en el trato... -Allain dejó caer la mochila en el suelo. Yara refunfuñó para sí misma y se pasó las manos por la cara, dando vueltas en el centro de la enorme habitación.
-¿Ni siquiera vas a preguntar el por qué?
-Suponía que me lo contarías tú -Yara suspiró y se puso las manos en la cintura. Lo miró con gesto de madre comprensiva.
-Escucha...si haces esto... Duplicaré el precio que habíamos acordado. Serán cuatrocientas monedas.
-Me debías trescientas. El doble es seiscientas -apuntó él.
-Te daré setecientas y te portarás debidamente. Y harás lo que yo te diga.
-Setecientas monedas por fingir que soy tu prometido...es un suplicio que no creo que valga la pena... -bromeó. Se mesó la perilla y sonrió, sentándose en el sillón más cercano.
-Oye, si no te parece bien ya puedes largarte. Valiant lo haría diez veces mejor, y gratis.
-¿Eh? -el muchacho se incorporó para mirarla como si pretendiese rechistar, pero ella no lo dejó.
-Esto es importante...para mí -se dejó caer en el sillón que estaba junto al de Elric. Ambos jóvenes la miraron ahora, inquisitivos. -Esa zorra despiadada ha venido a reclamar el patrimonio de mi padre. Porque por parte paterna ya no quedan parientes vivos, y cuando mi abuela muera, todo su legado, la herencia de familia, tendrá que caer en los parientes vivos más cercanos. Es decir, ellos. La familia de mi madre... -farfulló. Allain sacó el último cigarro de la cajetilla y lo observó como si se tratase de un preciado tesoro. Luego lo prendió y empezó a fumárselo. Enseguida el tufo rancio bailó en el aire, apestando el ambiente y matando el olor a flores. -El único modo de preservar la historia familiar pasa por mí. Pero claro, nadie permitiría que me nombrasen heredera sin siquiera haberme casado -se pasó la mano por la cara, asqueada. Yara no creía en el matrimonio, ni en las instituciones legales. No creía en el papel pasivo de la mujer, no quería convertirse en un receptáculo de esperma destinado a fabricar hijos y ponerse como una vaca. Quería ser una mujer libre, hasta el día de su muerte.
-Bueno ¿y qué mas te da? -intervino Valiant. Se puso bocabajo en la cama, mirándola. -Nunca te ha importado el porvenir de tu apellido ni de la dinastía. - Yara apretó los labios, puso un gesto dolido y se levantó del sillón para acercarse al ventanal que presidía el dormitorio. Miró al exterior. Los hermosos jardines en los que correteaba cuando era niña.
-Lo sé, pero antes era diferente. Antes, podía permitirme ser egoísta...
-¿Por qué?
-Porque mi hermano era el heredero. Porque todo estaba escrito sobre un papel que había marcado cada paso de mi destino desde que nació él. A qué nos dedicaríamos cada cual, qué partes del terreno administraríamos. Quién legaría los poderes militares. Yo no era más que una pequeña cláusula en ese documento, no significaba nada. Podía morirme sin alterar en lo más mínimo toda esta historia.
-Yara, no digas idioteces... -Valiant se incorporó y se acercó a ella. Allain la escuchaba en silencio. Cualquiera que lo viese pensaría que no tenía en la cabeza nada más allá de la hermosura de las volutas de humo que exhalaba por la nariz.
-Enserio, Valiant. Y mira cómo cambian las cosas. De repente pasas de ser un cero a la izquierda a ser la pieza central del juego. De ser la nieta desprestigiada a que te supliquen que hagas esto. Y dios sabe que no lo haría, y que nada me daría más placer que darle con la puerta en las narices a mi abuela -añadió de mala gana.
-Pero...?- la muchacha suspiró.
-Pero hay cosas más allá de los rencores personales. Cosas como la trascendencia, la lealtad supongo...-
Valiant apoyó la mano en el cristal de la ventana, junto a ella. Se dedicó a mirar el reflejo entristecido de la joven en el cristal.
-No te entiendo, Yara...
-Imagina que, verdaderamente, el apellido Eagleclaw se pierde conmigo porque no acepte hacer esto. Yo... no quiero ser recordada como la última, ni la culpable de nuestra desaparición. Hay gente a la que nunca le he importado, pero también quienes fueron buenos conmigo.
-Kevin... -dijo el chico. No era una pregunta.
-Sí. Lo haré por Kevin. Supongo que estoy hablando deprisa pero tendré que empezar a pensar en... -tragó saliva. -En sentar la cabeza. Casarme, tener un hijo. Un niño. Y haré tartaletas de fresa y picnics los domingos por la mañana debajo del manzano -puso cara de asco. Valiant se rió.
-No te pega nada, Yai... -dijo, y se tapó la boca. Ella lo miró, sorprendida. Porque desde la última vez que vió a Kevin con vida, nadie la había llamado así. -Lo siento. Yara.
-Bueno, ¿y cuántos días voy a tener que contribuir a esta farsa? -Allain los interrumpió y volvió a dar una calada al cigarro. La muchacha pelirroja se dio la vuelta despacio, le crispaba que él se saltara tan fácilmente sus miedos e inquietudes.
Y, en general, sus sentimientos.

Valiant se había instalado en la habitación contigua.
Yara dejó que Elric se quedara con el dormitorio de matrimonio y ella se encargó de tener su alcoba en la otra punta del pasillo. Por lo que pudiera pasar.
Poco antes de la hora de la cena, ella llamó con los nudillos a la puerta del mercenario. Suponía que sus tíos querrían tener una de esas veladas familiares en la que acosar al joven a preguntas para atosigarlo, y era mejor que él fuera preparado al encuentro. Cuando la puerta se abrió, esperó a que él asomara la cabeza, pero no lo hizo.
-Pasa -se oyó desde el interior. Yara empujó la puerta y se adentró en el cuarto. Allain estaba cerca de la cama, de espaldas a ella. Se secaba el pelo con una toalla que luego tiró sobre el colchón. No llevaba más que los pantalones negros de algodón, y estaba descalzo. Que un rayo la partiera si al verlo semidesnudo no se había puesto nerviosa.
-¿Q-qué haces aún sin vestir? ¡Termina de una vez, que pareces una princesita! -puso las manos en jarra y miró a otra parte, pero tan pronto él se dio la vuelta para coger su ropa, los ojos de la chica volvieron a perderse en las formas robustas de su espalda. Los músculos del cuello, aquél tatuaje ...
-Dijiste que cenaríamos como dentro de una hora. ¿Tengo yo la culpa de que no sepas usar el reloj?
-No es eso, idiota- cruzó la habitación y apoyó la mano en el dosel de la cama para mirarlo. Lo escrutó seriamente. Él arqueó las cejas.
-¿Qué pasa?
-Tendrás que arreglarte.
-¿Cómo dices?
-Sí, no pensarás bajar a cenar con ese...atuendo de asesino a sueldo. ¿Vas a usar el katar en vez del tenedor? -Allain reparó entonces en que ella se había puesto muy guapa. Llevaba un bonito vestido verde agua, de telas suaves. El peyote se unía en una pequeña puntada en los hombros y en los codos, y en el resto se adivinaba la túnica blanca que llevaba debajo.
-¿De qué vas disfrazada? ¿De mujer?
-De persona normal, y tú te vas a disfrazar también -bufó, molesta. Cruzó la habitación y abrió el armario de dos puertas. Rebuscó entre los uniformes de su hermano.
-¿Así que has venido a jugar a las muñecas conmigo?
-Sí. Desnúdate. Y ahórrate cualquier comentario ingenioso al respecto.- Allain sonrió como si lo hubiera pillado a punto de soltar alguna de las suyas. No se quejó más mientras se quitaba la ropa. Cuando Yara se dio la vuelta, llevando en las manos un atuendo más apropiado para la ocasión, ahogó un gritito sorprendido y se cubrió los ojos.
-Pero, ¿qué haces? ¡Maldita sea, tápate! ¿Dónde esta tu ropa interior? -Allain obedeció y se puso las manos en la entrepierna, cubriéndose aunque sin esforzarse por ello.
-Lavándose.
-¡Joder, eres...eres lo peor!
-Perdón por lavar mi ropa -dijo, sin entusiasmo. Yara acabó por hacer de tripas corazón y tiró la vestimenta sobre la cama. Justo en aquél momento llamaron a la puerta.
-Adelante -dijo Allain sin reparos.
-¡No! -Yara no sabía dónde meterse. Dió una vuelta sobre sí misma como si buscase un escondite en el dormitorio, pero la puerta ya se había abierto. Su tía tragó saliva, llevándose la mano al pecho, sin poder quitar los ojos del culo del hombre.
-Oh, Dios Santo... -la dama se abanicó con la mano intentando recuperar la entereza.
-Buenas noches, mi señora -la saludó él con la mano.
-¡Cúbrete! -le espetó Yara.
-Perdón por la intromisión, no sabía que estábais ocupados. Mis disculpas... -se retiró con una leve reverencia.
-¡No, tía! ¡No es lo que...! -pero la puerta se había cerrado de golpe otra vez. Yara suspiró largamente, enfadada. Allain le sonrió.
-Creo que ahora resultará más creíble toda la historia -argumentó.
Ella se contuvo las ganas de darle un puñetazo.

Yara sintió que el pecho se le salía por la boca al verlo sentarse en la mesa.
Primero, estaba muy guapo. Tanto, que pasaría perfectamente por un noble caballero, aguerrido y apuesto, de exquisita apariencia. Si de verdad lo hubiera conocido así en alguna fiesta de sociedad, se lo habría follado. Se lo habría follado con todas sus ganas.
El segundo punto que la inquietaba era la enorme cantidad de cubiertos sobre la mesa, y el hecho de que no le había explicado -no había tenido tiempo fisico- nada a Elric sobre cómo se usaban. Valiant era otro asunto aparte.
No tenía que quedar bien.
Increíblemente y para su asombro, pudo respirar tranquila cuando vio que el muchacho los usaba distendidamente y sin problemas. Al final iba a resultar que incluso tenía modales. Se humedeció los labios y sonrió a sus tíos mientras desmenuzaba los alimentos.
-Y contadnos, Sir Elric. ¿A qué os dedicáis? -inició su tío la conversación. Las mujeres callaban y comían en silencio, frente a sus respectivos esposos. Yara alzó la vista, buscando los ojos de Allain, pero no los encontró. Él no la miraba a ella, sino a su interlocutor.
-Bueno, me gusta decir que soy un mero contribuyente del país, pero la casa de Adalric ha formado los mejores ejércitos de arqueros de todo el continente, y yo he tenido el honor de heredarla. -El hombre asintió, impresionado.
-Así que lleváis una escuela de formación para arqueros.
-Así es.
-¿Y vos os...dedicáis directamente a adiestrar a los soldados?
-Bueno, me gusta estar cerca de mis hombres. Pero no me avergüenza decir que últimamente me mantengo un poco al margen para poder dedicarme a mi prometida -miró a Yara y le sonrió con afabilidad. La clase de sonrisa que un hombre podría dedicarle a su enamorada. Ella le correspondió, más tranquila. Podía salir bien.
Él se desenvolvía adecuadamente; podía salir bien.
-Mi hermano era lancero-apostilló el otro hombre, un poco más allá. Elric le dedicó su atención ahora.
-¿Era?
-Sí. Murió desgraciadamente, sirviendo a nuestra patria en la batalla de Lescount.
-Vaya, lamento oírlo.
-¿En qué batallas ha servido vuestra casa, Sir Elric?
-Encuentros trascendentales para el bienestar de nuestro país, como la actual guerra en Ascalla, por nombrar alguno.- El hombre sonrió falsamente.
-Ignoraba que Ascalla estuviese en guerra, no será tan trascendental, ¿no le parece?- Allain se metió un trozo de patata asada en la boca. Yara lo miraba, preocupada.
-¿No lo sabíais? -Acabó por responder. -Os pido disculpas entonces. Había estimado que un hombre de vuestra posición estaría lo bastante cerca del círculo del rey como para mantenerse al tanto de los asuntos militares más peliagudos de nuestro país. Pero veo que me equivocaba... -le sonrió cortésmente y bebió un sorbo de vino. El hombre le correspondió el gesto y se dispuso a comer.
Allain dejó el tenedor en el plato y se llevó la mano a la frente con gesto teatral, captando la atención de todos los comensales.
-Con vuestro permiso, señores. Creo que me voy a retirar. El viaje ha sido largo y cansado, y necesito conciliar el sueño... -se puso en pie, mientras los demás lo excusaban. Él buscó a Yara con la mirada. -Querida, acompáñame. Sabes que no puedo dormir sin que me complazcas... -sonrió a los presentes. A Valiant le sobrevino una carcajada que casi le hace escupir la comida. La abuela de Yara se tapó la cara, pero el resto rió por lo bajo.
La joven sintió de nuevo mucha vergüenza.

-¿Qué demonios te pasa? ¿Tienes que hacerme sentir estallar de indignación?- Allain se rió mientras subían las escaleras. -¿Te divierte? -Yara se detuvo y se cruzó de brazos, molesta.
-Vamos, sólo por ver tu cara. Volvería a repetirlo... -ella bufó y miró a otro lado. Él se detuvo también.-Bueno, tú querías que jugásemos a las casitas, ¿no? Es lo que estoy haciendo...
Se acercó a la muchacha y apoyó las manos en la barandilla, cercándola entre sus brazos. Yara se echó hacia atrás para evitar el contacto con él hasta que topó con la estructura.
-Que...qué haces...
-Y ahora que estoy tan metido en el papel... ¿qué tal si bordamos la obra en mi dormitorio...? -Acercó sus labios al cuello de ella, buscando susurrar en su oído. Yara cerró los ojos, sintiéndose nerviosa.
-Te dije que... -Tragó saliva.- No juegues conmigo, Elric.
-Es una lástima...juraría que lo pasaríamos bien.
-Por descontado que no. No estás a la altura -volvió el rostro cuando él acercó sus labios a los de ella. El mercenario rió por lo bajo.
-En ese caso mándame a alguna de tus sirvientas. Le haré pasar la mejor noche de su vida -le guiñó el ojo a la muchacha, y subió hacia el pasillo. Cuando la puerta de la habitación se cerró, Yara se quedó a solas, enfadada.
Parte de ella, enfadada por haber querido por un momento decir "sí".
El resto, enfadada por no haberlo hecho.


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By Rouge Rogue

CAPÍTULO 19: LOS PROMETIDOS

El joven gimió por lo bajo, asustado.
Abrió los labios y después mordió la almohada, a sabiendas de que le iba a doler.
Su piel negra lucía dorada bajo la luz de la vela más cercana; los músculos bien definidos de su torso se dibujaban con firmeza. El rudo pirata hundió un dedo sucio en el ano del muchacho, y lo movió despacio dentro. Sintió que se empalmaba mirando las nalgas redondeadas y suaves del efebo. Sacó el dedo de su culo y lo lamió con gusto.
Luego fue su polla la que se hundió en el agujero.
El chico gritó, pero el fornido hombre lo agarró por la cabeza y lo obligó a mantener la boca contra el almohadón de plumas, ahogando el sonido. Los propios jadeos de placer del pirata retumbaron por todo el camarote mientras se lo tiraba. Las lágrimas desdibujaron todo lo que el chico negro podía ver.
Sentía que le desgarraban la piel y el alma.
Después, el escozor del esperma empapando unas heridas que con toda seguridad se infectarían con las heces. El capitán jadeó al aire un par de veces más, y acabó por apartarse de él, empujándolo de la cama como si fuera escoria.
El esclavo se encogió sobre sí mismo en el suelo, dolorido. Pero no podía quejarse.
Lo tenía prohibido.

Allí estaba, pavoneándose delante de las muchachas.
Ni siquiera eran mujeres, por el amor de dios; sólo unas crías adolescentes y atontadas. Las jovencitas adoraban la carita de niño guapo de Valiant, lo había visto miles de veces. Le fastidiaba horrores; ellas aún no sabían que había que buscar otras cosas en un hombre. Cosas más allá del físico. Suspiró, molesta, y sacó la pequeña libreta que llevaba en el bolsillo interior de su chaqueta. La apoyó en la barandilla del piso superior y se puso a escribir.
Diario de viaje.
Yara Eagleclaw.
Día catorceavo del décimo mes.
"La ruta a pie desde Astrean Burg hacia Silverfind estaba inhabilitada. El puente de acceso había sido inutilizado...Tal vez deliberadamente. ¿Para evitar el contacto directo con la gente de Burg? ¿Por las leyendas sobre brujas? La gente es idiota.
Nos hemos visto obligados a tomar la ruta en barco desde el sur.
Un rodeo muy absurdo, pero necesario.
Para colmo..."
Pensó algunos segundos qué iba a poner. Arrugó el labio y siguió garabateando.
"Para colmo no he podido deshacerme del caraculo".
-¿Caraculo? ¿No se te ocurrió un mote más acertado?-
Yara se giró, sobresaltada. Abrió los ojos enormemente y se pegó la libreta al pecho, mirando a Allain, pero él estaba oteando el horizonte, con los ojos estrechados.
-¿Qué haces... no te enseñaron que es de mala educación espiar a la gente?
-Parece que se lo está pasando bien -señaló con el dedo a Valiant, en el piso de abajo. El muchacho reía, coreado por las dos jóvenes. -¿Crees que se las tirará?
-No aparezcas de repente. ¿Quieres matarme de un susto?
-Ah... Allá va -Apoyó los brazos en la barandilla. Valiant tomó a las muchachas por la cintura y echaron a caminar hacia el interior mientras hablaban de dios sabía qué.
-Oye si estás tan aburrido, vete a tatuarte algo en el culo, pero no me molestes.
-¿Cómo estás tan segura de que no tengo ya un tatuaje en el culo?
-No me importa, de veras -resolvió, pretendiendo ser hosca. Allain no la miró.
La brisa de la noche se estaba levantando fría, y le azotaba el pelo, apartándolo de su cara. Sacó un cigarrillo y se lo llevó a los labios. Cuando arribaran tendría que comprar otra vez. Yara lo observó en silencio, esperando que dijese algo.
Cualquier cosa.
-Allí...- aguzó la vista, tratando de vislumbrar en la distancia, y Yara miró también. -Allí hay una chica que está tremenda.- La muchacha pelirroja lo acuchilló con la mirada.
-¿Por qué no te largas a darle la brasa?
-Eso pensaba hacer... -dio una calada al cigarro. -Pero imaginé que te sentirías sola.- La joven se cruzó de brazos.
-Estaré bien. Que disfrutes.
-Si cambias de opinión siempre podemos buscar algún rinconcito oscuro y...
-Si vuelves a insinuarte a mí, de cualquier modo posible, te acordarás el resto de tu vida. Lo juro- Allain rió con el comentario de ella, pero ya no dijo nada más. Se dio la vuelta para marcharse, y bajó por la escalinata. Lo mejor para infiltrarse en un barco sin llamar la atención, era precisamente actuar con naturalidad, habia dicho Valiant. Claro, para él era fácil.
La última plaza que quedaba libre la había conseguido él.
"El caraculo está intentando ser amable", garabateó Yara en su cuaderno.
"Pero no voy a caer en su trampa, como todas esas mosquitas muertas", concluyó, y cerró la libreta de golpe. Entrecerró los ojos justo cuando apreciaba que la figura de Allain, a lo lejos, se estrechaba notoriamente con la de la muchacha desconocida.

-De nuevo en casa -Valiant estiró los brazos mientras dejaban el puerto de Silverfind para adentrarse en la ciudad. El bullicio en las calles ya les daba la bienvenida. Allain se recolocó la mochila. El carcaj, el arco y el tabardo oscuro, los pantalones llenos de correajes y las pesadas botas de hebillas metálicas hacían que destacara entre la muchedumbre. La gente se volvía de cuando en cuando para mirarlo y comentaban entre sí.
Definitivamente, Allain adoraba las ciudades; eran sitios llenos de posibilidades.
Y ninguna tenía nada que ver con algo honrado.
-Llamas mucho la atención -sentenció Yara. Los muchachos no pudieron adivinar si se trataba de un cumplido.
-Tú también me gustas- repuso Elric. Sus ojos se desplazaron automáticamente hacia la armería. Tan pronto cobrase su recompensa, pondría a punto algunas cosillas.
-Es como si llevases un tufo a muerte encima. Como el pescadero... -la chica siguió desvariando consigo misma, pero Allain no le hizo caso alguno.- Espero que los guardias en la entrada de la mansión nos dejen pasar -concluyó.
-Es la casa de tu abuela, Yara.
-Pues precisamente por eso.
-Nos dejarán, no os preocupéis -acertó a decir el mercenario; Valiant y Yara lo miraron. No había sonado nada bien.

La joven se reclinó por completo en el sofá, y cruzó los pies sobre el reposabrazos de madera. Allain recorrió con los ojos las botas con tacones, subió por las pantorillas, las bonitas rodillas y se instaló en las caderas. Luego una subida rápida hacia el rostro de Yara.
-Así que vienes de una familia de ricachones... -comentó como si tal cosa.
-Oye, Elric, ¿era necesario...? -Valiant corrió el visillo del ventanal a un lado, y echó una mirada fugaz hacia la entrada de la mansión. Los guardias seguían inconscientes, y sangrando profusamente por las narices.
Allain acabó por ponerse en pie y pasearse por la enorme estancia con la actitud de un niño curioso. Deslizó un dedo por la repisa de la chimenea y luego se quedó observando la estatua de oro macizo que la presidía.
-Mármol de Karahk, y esto...- cogió la estatuilla. Un caballero blandía su espada en la representación a escala.
-De Vignes Forte. Uno de los escultores más aclamados del mapa. Ha hecho algunos trabajos para el mismísimo rey de Kandalla-Valiant se acercó a él y cogió la obra con ojo tasador profesional. Yara pasaba por completo de los muchachos.
Más allá de las caras alfombras ribeteadas en dorado, de las mesas de madera noble y acabados en pulido, estaba la escalera de caracol. Por allí aparecería, de un momento a otro.
-¿Y me recuerdas por qué te marchaste de aquí, pezoncitos?-
Yara lo miró tajantemente.
-Te he dicho que no me llames...
-Yaraidell -dijo la mujer, en lo alto de la escalinata. Automáticamente todos miraron hacia ella. Valiant dejó caer la estatuilla por el susto, pero aún pudo aferrarla torpemente antes de que tocara el suelo. La mujer lo escrutó en silencio, con severidad.
-Si no te importa dejar eso donde estaba, jovencito. Es una pieza muy valiosa -dijo.
-S-sí, lo siento -la devolvió el muchacho a la estantería. Yara estiró los brazos sobre el respaldo del sofá, aparentando seguridad en sí misma.
-He venido a traerte algo que querías. Pusiste un anuncio, ¿verdad? -preguntó la chica, sacando el medallón de su chaqueta y dejándolo pender en el aire. La anciana abrió los ojos, sorprendida.
-¿Cómo lo has...? ¡Insensata! Podrían haberte matado.
-Pero no lo han hecho. Quiero mi pago ahora -sentenció ella. La mujer apretó los labios y miró a otra parte.
-Está bien. Pero os ruego que espereis. Este no es un buen momento para hablar de... -las voces alegres se oían desde la parte de arriba de la escalera. Algunas figuras aparecieron tras la elegante señora, y todos miraron a Yara con cara de sorpresa.
-¡Sobrina mia! Cuánto me alegro de verte, ¿cuándo has llegado? -dijo, uno de los hombres. Se acercó a ella campechanamente. Yara se recompuso, algo descolocada.
-Pues...yo...Hola, tíos.
-Ah, éste debe ser tu prometido -el hombretón medio calvo le tendió la mano a Elric. Él alzó una ceja sin decir nada. Miró la mano, después a Yara. La chica abrió la boca para desmentirlo, pero su abuela la interrumpió.
-Yara, tenemos que hablar en privado, por favor.-
La chica la miró ahora y asintió, disconforme, acercándose a la mujer a regañadientes.
Valiant las siguió con la vista hasta que se perdieron en el jardín exterior. Luego, y debido a la pasividad del mercenario, decidió presentarse también.
-Encantado. Yo soy Valiant, un amigo de su sobrina.
-Ah...si... -el hombre volvió la cabeza hacia él con un mohín desagradable. No aceptó la mano del joven. -Tú eras el amigo de Kevin, ¿no?. Ese que siempre lo estaba metiendo en líos...
-B-bueno...si... -el ratero bajó la mano, algo azorado. Se acarició la nuca. -Cosas de críos.
-Si, por supuesto... -el noble se dio la vuelta y volvió junto a su esposa, en la escalera. Tres niños rubios escrutaban ahora a los muchachos con curiosidad, y aun un segundo matrimonio los miraba también, aunque sin pronunciarse al respecto.
Cuando Yara regresó, lo hizo con una expresión que Elric no supo reconocer en ella.
Tal vez vergüenza, apuro. Sumisión, o algún derivado. Se frotaba las manos, algo nerviosa, y miraba de reojo a su abuela. La anciana asentía, convencida, mientras ella encaraba a sus tíos y señalaba al mercenario con la mano.
-Perdonen las molestias. Ejem -carraspeó. -Tíos, déjenme presentarles oficialmente a mi... -tosió para no tener que decir aquella palabra. Su abuela la acuchilló con la mirada, y ella rezongó. -...Presentarles oficialmente a mi prometido. Allain Elric -concluyó, de mala gana.

El hombre estaba tan perdido que no pudo articular palabra, así que tan sólo pestañeó.
Fue Valiant el que tuvo que contenerse para no romper a reír en carcajadas.


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By Rouge Rogue

viernes, 26 de agosto de 2011

CAPÍTULO 18: VIAJE

-No quedan plazas -resolvió Valiant, metiéndose las manos en los bolsilos.
-¿Cómo? ¿Y qué haremos ahora? ¿Esperar a que zarpe el siguiente barco? -Yara se rascó la cabeza, nada conforme. Eso podía suponer tener que esperar incluso un par de días.
-Bueno. Este mercante zarpa cada siete días. Si perdemos el último, tendremos que quedarnos una semana más -explicó su amigo, casi como si temiera que ella empezase a gritar de nuevo. Pero la chica se pasó la mano por la cara, pensativa.
-Bueno. Nos colaremos antes de que salga...
-Quizás podríamos tomárnoslo con calma, Yara. Ver la ciudad... -señaló el puerto. Aparte de las tiendas de artículos de pesca y el tufo a sal marina no había nada allí de interés. Yara lo miró de reojo con fastidio. -O quedarnos en la posada -añadió él con rapidez.
-¿Haciendo qué...?
-Bueno... - se acarició la nuca y sonrió seductoramente, mirándola con los ojos entornados.
-Mph... Oye, olvídalo, te dije que no volvería a pasar -lo apuntó con el dedo en el pecho. - Y ahora vamos a pensar la manera de colarnos en ese barco, y si puede ser antes de que regrese el caraculo mejor.
-¿Vas a seguir intentando librarte de él durante todo el viaje? -el chico se encaró ahora hacia las aguas. La caída del sol las pincelaba como de doradas tinturas. Parecían un enorme espejo de oro.
-¿Si lo tiro por la borda me guardarás el secreto? -el muchacho rubio rió. Luego la miró como si eso resultara del todo imposible.
-Sabes que sí. Pero nadie se libra del temible Synister sólo con tirarlo por la borda de un barco. -Yara chistó.
-Te crees todos los cuentos para niños, Valiant. Creí que vivir en la calle te habría hecho aprender que...
-Que todos los cuentos tienen parte de verdad. Hay que saber profundizar en ellos y extraer esa parte -le dió con los nudillos en la frente como si llamase a la puerta. Yara lo observó por algunos segundos, embobada.
Verdes.
Sus ojos eran verdes.
-Vale, éste es el plan -retomó el chico su aire impetuoso. Si Yara no hubiera estado tan ocupada pensando en sus cosas y lo hubiera escuchado, se habría negado en rotundo.

El mensajero espoleaba vivamente el caballo.
Traía buenas noticias.
La nueva de que las tropas regresarían a casa antes de lo esperado debia ser comunicada al consejo mayor de la clerecía. Los Testigos no se alegrarían de oírla, y por eso él iba a disfrutar tanto en decírselo. Cuando alcanzó el camino principal hacia Burg, las picotas le dieron la bienvenida. Muchas de ellas, desocupadas. Otras tantas albergando cadáveres que serían retirados al acabar el día. A mitad del camino detuvo el caballo, y aguardó en silencio.
Escrutó con la mirada a una de las mujeres.
Tenía el cabello largo y negro recogido en una trenza deshecha. El rostro lleno de suciedad, y los ropajes estropeados, pero con todo, la reconoció. Se bajó del corcel sin prisa, y se acercó a ella caminando resueltamente, con los pulgares pendiendo del cinto.
Se situó frente a la chica y la examinó de cerca.
-Hola, Belladine -dijo con aire de superioridad. La joven alzó los ojos, intentando distinguir el rostro de él.
-¿Ca...Cabster... ?-preguntó, con la boca seca. Había una nota de alegría y sorpresa en su voz. ¿Volverían los hombres de armas a la ciudad? ¿La sacarían de allí? Por fin una cara conocida.
-Vaya... Qué cosas. Tú, en el cepo -resolvió como si hubiera esperado que ocurriera así verdaderamente.
-Soy inocente...Cabster...por favor, ayudadme. Os lo suplico.
-¿Me lo suplicas? -se agachó un poco para poder mirarla a la cara. -¿Dónde han quedado ese orgullo y esos aires que te dabas? ¿Te creíste muy buena para mí pero ahora quieres mi ayuda?-
Belladine cerró los ojos. Quizás había sido una ilusa al creer que él la ayudaría. Cabster seguía herido en su vanidad por haber sido rechazado, y se tomaría su particular venganza en dejarla sufrir aquella tortura injusta.
-¿Qué te han hecho, Belladine...? ¿Qué le han hecho a tu precioso rostro...? -le acarició despacio la mejilla casi con ternura. Ella dejó escapar una lágrima que rodó despacio, dibujando un surco en su sucia piel. Luego Cabster la agarró con fuerza, apretándole los carrillos. -Si hubieras aceptado casarte conmigo, habrías estado bajo mi protección. Ahora mírate. Golpeada, maltratada. Usada como un zapato viejo.- Se desabrochó el cinturón con la mano libre y bajó las calzas. Belladine lo observó con repentino miedo en los ojos. -Aprende a elegir mejor a tus aliados, zorra. Tu desprecio te va a salir caro -le abrió la boca y metió su polla dentro.
Belladine gimió, asustada.
Aquella polla no estaba dura aún, pero no tardó en notar cómo se crecía dentro de ella. Tal vez, los propios esfuerzos de la chica por tragar saliva y respirar hicieran que él se excitara tan deprisa. La agarró con fuerza por la cabeza, y le folló la boca sin miramientos. Allí estaban todo el desprecio, toda la rabia y la impotencia que había sentido en los últimos meses por culpa de esa mujer. Se lo escupiría en la boca en forma de lefa. Belladine lloró. No era el primero que la había vejado de esa manera, pero no mucho tiempo atrás la situación era completamente distinta. Habían asistido a cenas de sociedad juntos.
Habían dado paseos a la luz de la luna, él le había regalado flores.
No pasó demasiado tiempo antes de sentir los espasmos nerviosos del hombre que se derramaba en su boca. El semen caliente -verdaderamente caliente- y amargo la inundaba por entera. Paladeaba el tacto espeso, esforzándose por no tragar, pero él no se retiraba a un lado. Finalmente, cuando respirar se le hizo imposible, no tuvo más remedio que tragarlo entero y un par de lágrimas más brotaron de sus ojos por la fatiga.
-Ah, ah... vamos... -Cabster había dado un paso atrás, y aún apuraba los restos de su orgasmo, con un gesto de paz que resultaba envidiable y cuanto menos, inalcanzable para Belladine ahora. Su propia mano manchada de semen goteaba en el suelo.
El silencio se hizo un par de segundos, tan sólo roto por los sollozos de la chica, y él seguía allí de pie, con los ojos cerrados. Sosteniendo su polla entre los dedos hasta que la erección remitió por completo.
Después el chorro caliente salpicó la cara de la joven, y no pudo hacer más que cerrar los ojos y la boca entre lágrimas mientras él se meaba en ella. Machó sus mejillas, sus ojos, su boca.
Suspiró al acabar y se dio por satisfecho.
Volvió a colocarse las calzas en su sitio; después el cinturón. Se acercó y se limpió las manos en el pelo de Belladine mientras ella lloraba ya distendidamente.
-Te sacaré de aquí. Vivirás, para acordarte de este día -dijo.
Luego se dio la vuelta y regresó a su caballo.
Montó y lo espoleó vivamente.
Tenía una noticia que comunicar.
Estaba de buen humor.

Estúpido Valiant.
Maldito él, maldito su padre. El padre de su padre, y toda su ascendencia.
Malditos sus hijos, si algún día los tenía. O si esque los tenía ya por ahí.
Yara no dejaba de mascullar en sus adentros, parecía que el chico lo hubiese hecho a propósito. A Allain tan pronto le resultaba un fastidio como soltaba una sonrisilla que parecía reflejar que disfrutaba con verla enfadada.
-¿No había un modo más fácil...? -se quejó de nuevo. Elric suspiró.
-Sí...acabar con toda la tripulación del barco y robarlo. Era mucho más sencillo que escondernos dentro de un barril -comentó con ironía el mercenario. Yara se movió ligeramente, buscando una postura más cómoda. Pero no la había.
No había postura cómoda cuando estabas encerrada con un tipo al que odiabas en un cubilete de madera, sentada directamente sobre sus piernas y a horcajadas. Había dudado mucho sobre si era mejor ponerse de espaldas a él, y acabó por decidir que era más recomendable poder vigilar todo lo que hacía.
-Podíamos haber usado dos barriles. Podíamos habernos hecho pasar por miembros de la tripulación. Podíamos... Podíamos no estar aquí, y punto.
-¿Te ves capaz de engañar a una tripulación de piratas Irithíes? Qué valiente.
-Mejor que esto... -ella bufó. El barco volvió a zarandearse. Alguna caja debió caerse, porque golpeó justo sobre el barril en el que estaban ellos, produciendo un gran estruendo. Yara se encogió un poco por el susto. Luego se recompuso, y escrutó el rostro de Allain, un poco por debajo de ella. El hombre le sonreía juguetonamente.
-Cualquiera diría que no te alegras de tenerme entre las piernas, pezoncitos... -subió la mano por el muslo de ella, recorriendo suavemente la tela de su pantalón ceñido, y buscó su culo. Yara le dio un manotazo.
-Deja de llamarme pezoncitos. Y antes me hago amiga de un cinturón de castidad que montármelo conti... -de nuevo otro zarandeo del barco. Allain cerró los ojos, satisfecho, como si se dejase mecer en una cuna. Ella se agarró con fuerza a la camisa del hombre.
-No tienes ni idea de lo que te pierdes -dijo el Synister.
-El ignorante vive feliz.
-El ignorante vive ignorante. Y tú no eres ni ignorante ni feliz. -Yara alzó una ceja, aunque en la oscuridad era difícil distinguir sus rasgos.
-Te comportas como si me conocieras de algo...
-Tambien tú conmigo.-La chica abrió la boca, luego la volvió a cerrar.
-Eso es porque nunca estás dispuesto a hablar de tí. Yo podría contarte mil cosas, pero tú no lo haces, y tengo que deducirlas yo misma. No me culpes si me equivoco.
-No te he hablado de mí y ya has deducido que soy un hijo de puta. Si supieras la verdad me odiarías el triple.
-No se te puede odiar el triple. Explotaría.- Allain rió. Luego pasó sus ojos de la cara de la chica hacia su busto.
-¿Sabes? No hay mal que por bien no venga... Me gusta tener tus tetas en la cara. -Yara se retiró cuanto pudo, que no fue mucho.
-No te aproveches. Eres un maldito degenerado.
-Adoro las mujeres.
-Adoras cualquier cosa que se mueva. ¿Te has tirado a un gato alguna vez? -Allain fingió que lo pensaba seriamente.
-Puede ser -respondió. Yara puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar reirse también.
-¿Te has reído?
-¿Qué?
-¿Te has reído conmigo?
-No -se puso seria enseguida. -No, no lo hice. Idiota.
-Ya, seguro -él se carcajeó. Yara alzó la vista y golpeó la tapadera del barril. Por los dioses, qué pedante era aquél tío. Ojalá viniera pronto Valiant.
Y en eso pensaba cuando la tapa de la cubeta se abrió, y la cabecilla rubia se asomó dentro.
-Hola chicos -los saludó campechanamente el rubio.

Yara saltó del barril como un gato que se ha mojado las patas.


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CAPÍTULO 17: EL CASTIGO

-¿Por qué...ese...cambio...repentino...? -Valiant gemía. La sostenía con fuerza por las caderas; los dedos estrechándose contra la piel de la chica, aferrando sus nalgas bien formadas. Yara gimió y echó la cabeza hacia atrás un momento, buscando prolongar el placentero contacto. La polla de Valiant volvió a hundirse en ella con profundidad.
-No te acostumbres -dijo con prisa, y gimió de nuevo. -No...volverá a... -pero no pudo acabar la frase, pese a que Valiant la escuchaba. El cuerpo del joven seguía penetrando rítmicamente en el suyo; era tan sensual. La chica apretó las manos sobre los hombros de él, rodeándole el cuello con los brazos. Sus piernas se habían cercado con la fuerza de un cepo en torno a las caderas del ratero. Valiant, ¿cómo podía estar haciéndole sentir aquellas cosas? La iba a volver loca de placer.
-¿No volverá a repetirse? -susurró él en su oído, y exhaló el aire caliente de su aliento contra la piel de ella. En respuesta, Yara le lamió la línea de la mandíbula inferior hasta llegar a su oreja. Mordisqueó el lóbulo un instante y volvió a bajar en busca de la boca del muchacho.
El agua estaba helada.
En contraste con las altas temperaturas de su piel, aún resultaba más fría, pero a ninguno parecía importarle. El largo cabello de Yara chorreaba por su espalda mientras ella subía y bajaba a un ritmo frenético, ayudada por los fuertes brazos de Valiant. Él tenía el cuerpo perlado por la humedad y el pelo revuelto. Cerró los ojos y se entregó al beso de ella; perdió su lengua en la boca de la mujer. La recorrió por entera, explorándola con el deseo contenido de mucho tiempo, y subió las manos despacio por su espalda, hasta que las sacudidas se hicieron más violentas. Valiant no abandonó la boca de Yara mientras se corría.
Permaneció unido a ella, gimoteando; todo su gesto contraído por el placer. Yara hundió sus dedos en el pelo del chico, lo aferró con fuerzas y comenzó a gemir también.
-Ah, Valiant, me corro... me... -reclinó la cabeza hacia atrás y se convulsionó violentamente, hundiendo el miembro del hombre hasta el fondo en ella. El chico la miraba con asombro, deleitándose en cada movimiento de su amiga.
Era tan hermosa, tan salvaje. Indomable.

Allain se rascó la nariz.
Había sentido las patas diminutas del insecto paseando por su piel, pero no tuvo tiempo de cazarlo. El saltamontes se perdió entre las briznas de césped, y el mercenario refunfuñó, molesto. Le dolía enormemente el cuello por haber dormido en aquella posición.
Estrechó los ojos, echando un vistazo al cielo claro. No mucho más allá, Valiant dormía repantingado y con la manta enrollada en una pierna. Yara estaba preparando algo para desayunar en un precario fuego que debía haber encendido ella misma.
Elric se puso en pie e hizo algunos ejercicios de cuello. Luego se acercó a ella arrastrando los pasos.
-Que me jodan, he ido a dormir sobre el árbol más incómodo de todo el bosque -Yara alzó una ceja y lo miró, pero no dijo nada. La irritaba sobremanera la actitud del hombre. Tan pronto la mandaba a la mierda como venía a darle conversación. -Si mal no me oriento, hoy deberíamos llegar a Silverfind... -alargó la mano para coger algo de la comida que ella había sacado del petate, pero la muchacha apartó el plato y lo miró severamente.
-No es para tí -zanjó el tema.
-Ahm...está bien -cerró la mano en el aire, y se puso en pie. Luego cogió el arco que estaba apoyado junto al árbol y se lo echó a los hombros. -De todos modos, tenía una pinta horrible -dijo, y le sonrió. Yara bajó la mirada y optó por no volver a topar con aquellos ojos grises nunca más.

La chica miró largamente el precipicio.
Se asomó al borde, y el fondo se perdía de su vista en una oscuridad tenebrosa que le impedía saber cuánto de profundo era. Una cosa era segura; se trataba un obstáculo insalvable.
-N-no puede ser. Aquí debería haber un puente.
-Y lo hay -Allain pateó la estaca de madera, en el borde del precipicio. Aún sostenía colgando una cuerda gruesa y algunos tablones pendían de ella.- Roto, pero lo hay.
-Tendremos que bordear la zanja -Yara señaló el camino de la izquierda, pero Elric negó con la cabeza.
-Vamos a topar con la sierra, pezoncitos rosas. Es un desvío de unos quince o veinte días de camino.
-¿Pezoncitos rosas...? -Inquirió Valiant, mirándolos extrañado.
-¿Veinte días? No podré soportarte tanto tiempo. Vamos a descender el precipicio escalando -se arremangó y se dirigió al borde, enfuñada. Valiant suspiró y su flequillo salió disparado.
-No digas idioteces, Yara. Creo que lo más sensato es desviarnos hacia la costa y hacer el trayecto en barco, como vinimos. Será más largo...pero al menos viviremos -comentó entornando los ojos, viéndola bajar un pie por el borde del barranco.
-¿Pero esque no lo ves? ¡Silverfind está ahí! ¡A una hora de camino! -señaló dramáticamente el otro lado del abismo. -¿Por qué los dioses me hacen esto?-
-Porque eres arrogante, caprichosa, irresponsable, codiciosa, frívola, inconsecuente, inmadura... -Allain enumeraba con los dedos de la mano, hasta que ella bufó y volvió a pasar por su lado, molesta.
-Era una pregunta retórica, imbécil. Y al primero que deberían castigar es...
-De acuerdo, vayamos hacia la costa entonces -el chico rubio la interrumpió antes de que iniciase otra de sus discusiones interminables.- Tomaremos un navío y apenas en unos días llegaremos a destino. En marcha -se echó a andar. Yara y Elric se mantuvieron la mirada algunos segundos, desafiantes el uno con el otro.
Luego la muchacha hizo un gesto orgulloso y siguió a su amigo caminando.
Allain se sonrió a sí mismo.

Sabía que Yara estaba colada por sus huesos.


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jueves, 25 de agosto de 2011

CAPÍTULO 16: UNA FLOR EN EL DESIERTO

Elliot pasó la página del libro y siguió leyendo.
La niña estaba sentada en el banco de madera, a su lado. Miraba las hojas rancias y endurecidas por el paso del tiempo, deslizando los ojos por las manchas amarillentas como si intentanse aprender algo. La voz del chico era dulce y agradable, y cuando se topaba con alguna escena impropia, inventaba sobre la marcha algo que lo supliera sin que ella se diese cuenta. Cuando terminó el capítulo cerró el volumen despacio, y miró a su hermana, inquisitivo.
-Ya está. ¿Te ha gustado?
Mina asintió dulcemente. Alargó la manita para coger la del muchacho y abrió otra vez el libro, indicándole que continuase leyendo.
-¿Más?- Elliot suspiró, luego la miró con un deje autoritario. -Está bien. Pero sólo un poco.- Se diría que Mina reía. Pero reía con los ojos, porque había nacido muda, cinco años atrás. Al menos, eso era lo que Elliot creía.
Su hermana nunca había dicho una sola palabra.
-¡Ahora no, Alfred, los niños! ¡No! -la voz de su madre llegó desde el interior de la casa. Mina se bajó de un salto del banco del patio pero Elliot la agarró con fuerza y la cogió en brazos.
-No, Mina. Vamos a quedarnos aquí. Te seguiré leyendo.
-¡No! -la mujer volvió a chillar. Se oyeron ruidos de cacerolas cayendo al suelo. Algún plato roto. Su padre había vuelto borracho otra vez. Se ponía violento siempre que bebía; y lo hacía bastante a menudo.
Luego gemidos.
Seguramente la estaba forzando de nuevo, pero ella nunca hacía nada al respecto. Decía que era su papel como esposa. Las mujeres eran criaturas débiles, había aprendido Elliot, a su corta edad. Estaban expuestas a que los hombres las dominasen tan sólo porque eran más fuertes, y eso era una injusticia. Pero si a su madre no le importaba; entonces estaba bien.
Abrazó a Mina con fuerza y la escondió en su pecho.
Podía aprovecharse de su madre, y tal vez de muchas otras.
Pero nunca dejaría que le pusiera la mano encima a la niña.

-Tú, patán. Mueve el culo y tráeme el vino -le espetó de mala gana el hombre. Su madre aún lloraba en la esquina, recogiendo con las manos las esquirlas de cristal de los platos rotos. Dunia estaba a su lado, ayudándola. También lloraba. Dunia lloraba siempre que él golpeaba a su madre, porque era una chica enormemente sensible. Por el contrario, Ada era mucho más orgullosa. Era ella quien tenía más control sobre Alfred de toda la casa; y era la única capaz de plantarle cara, aunque luego lo pagase con algún moratón de más.
Elliot miró al hombre con gesto desafiante, y no se movió del sitio.
-¿No me has oído? -el hombre se acercó al niño, tan alto como era, con aire amenazante. Ada enseguida se interpuso entre ambos.
-Aquí tienes el jodido vino. A ver si te revienta un día de estos y nos dejas en paz -dejó la jarra en la mesa. El padre la miró con asco.
-Si no estuviera tan cansado, te...
-¿Tan cansado de qué? ¿De andar tirado por las calles como un vagabundo andrajoso?
-Ada por favor... -su madre tenía la cabeza gacha. Pero Ada era joven, y fuerte como un junco. No se doblaba ante nadie. Ni siquiera cambió su expresión cuando el hombre la abofeteó con tal contundencia que la tiró al suelo, haciéndola sangrar por la nariz.
Mia se echó a llorar, escondiéndose tras el quicio de una de las puertas. Dunia se puso en pie y trató de contener al padre de abalanzarse sobre su hija mayor.
-¡Elliot! ¡Llévatelo, llévatelo de aquí! -decía la muchacha. El niño agarró a su progenitor por el brazo y tiró de él hasta hacerlo tambalearse de tan bebido como estaba.
-Maldita furcia...¡furcias todas! ¡No tenéis respeto por el hombre de la casa! ¡Algún día me hartaré y os reventaré a golpes! -El chico tiró de él hacia la calle hasta que al fin logró sacarlo de la casa. Alfred dio algunos tumbos antes de apoyarse en su hijo. Luego se echó a reír.
-¿Qué edad tienes, Elliot? ¿Eres ya mayor de edad?
-No, padre. Tengo catorce años.
-Ah, ya... -echó a andar calle abajo. Llevaba el brazo sobre los hombros del niño. -¿Por qué no hacemos algo juntos? Tú y yo...de hombre a hombre. - Elliot lo miró con interés renovado. Era la primera vez en la vida que su padre mostraba algún interés por él. -¿Qué te gusta hacer?
-Me gusta leer, padre. Me gusta mucho.
-¿Leer? ¿Es a eso a lo que te dedicas? ¡Leer es cosa de mujeres! ¿Esque tu madre te consiente que pierdas el tiempo de esa manera? Yo te enseñaré... -Llegaron caminando a las afueras del pueblo; allá donde el sendero ya se perdía hacia las aldeas vecinas. Alfred se acercó a una de las mujeres que rondaban la zona e intercambió algunas palabras con ella. Luego invitó a Elliot a seguirlos hasta un árbol apartado, donde la señorita se detuvo y comenzó a quitarse la ropa.
El chico abrió los ojos como platos. Luego miró en derredor, nervioso.
Pese a vivir rodeado de mujeres, era la primera vez que veía una desnuda, y no se atrevía a mantener los ojos puestos en ella.
-¿Ya sabes...? Vamos, tócala -le dijo su padre. Elliot no se movió del sitio. Parecía estar asustado, y probablemente en gran parte así era.
La mujer era preciosa.
Al menos, así se lo había parecido a él.
El cabello largo y negro, lleno de rizos muy hermosos. Los labios carnosos pintados de rojo pasión, y unas pestañas frondosas y oscuras que enmarcaban unos ojos azules de mirada vivaz. Pero con todo, Elliot no se atrevía a ponerle la mano encima.
-¿No...? Observa y aprende -su padre se desabrochó los pantalones. La prostituta se recostó en el suelo y abrió las piernas para él. Alfred se acomodó sobre ella, y enseguida comenzó a empujar. Elliot tragó saliva; sintió una pequeña sacudida en su pantalón.
Ahora era consciente, verdaderamente consciente de lo que significaba pecar. Un hombre y una mujer, dos cuerpos desnudos procurándose placer mutuo.
El placer por el placer.
Así que era eso. ¿Qué de especial tenía? ¿Por qué deseaba tanto probarlo ahora?
Mantuvo los ojos fijos en las peludas nalgas de su padre, que se hundían en ella. Bastante torpemente, en realidad, pero eso Elliot no podía saberlo. El hombre resolló varias veces, y la voz le sonó áspera por el alcohol. Al final acabó por correrse, y el chico no se había movido ni un ápice del sitio. Jadeante y cansado, se recolocó las ropas mientras se ponía en pie.
-Vamos, ahora tú -apoyó las manos en su cintura para descansar, y se dedicó a examinar a la mujer aún desnuda, en el suelo. Ella aguardaba la decisión de Elliot, que parecía estar demasiado inseguro para acercarse.
-¿No te gusto? -ella le sonrió, y a él se le encogió algo en el pecho. Era muy guapa...muy guapa. -Podemos ser buenos amigos si quieres... -se incorporó hasta quedar de rodillas ante él. Desató despacio el fajín y hurgó dentro de las calzas con mano experta. Lo miraba a los ojos con la expresión de quien se moría de ganas por meterse aquello en la boca. -¿Te gusta esto? -dijo, estrechando la polla del chico entre los dedos y deslizándolos de arriba a abajo. -Te va agustar mucho más cuando la metas, te lo puedo asegurar -se apartó de él de nuevo y volvió a recostarse bocarriba. Abrió los brazos para recibirlo.
Elliot se olvidó de que su padre estaba allí, mirando.
Ahora sólo tenían cabida en sus pensamientos aquella mujer y sus hermosas tetas. Sus piernas blancas, su ombligo, sus manos suaves.
Se bajó las calzas hasta medio muslo y se acercó a ella. Al arrodillarse, la muchacha le sonrió con dulzura. No tenía idea de cómo sería aquello; nunca había estado con una mujer. La prostituta lo acercó a ella y condujo gentilmente su miembro hacia el interior de su cuerpo. Luego gimió, complacida, y Elliot se encogió un poco sobre sí mismo. Tenía las manos apoyadas a ambos lados de la cabeza de la joven; los brazos delgados y tensos. Ella volvió a gemir por lo bajo, como no lo había hecho momentos antes cuando su padre ocupaba su lugar. Probablemente ella sólo pretendía ser amable y borrar las inseguridades del chico, pero él lo interpretó como algo mucho más especial. Creyó por un instante poder significar algo para ella, gustarle lo suficiente. Una nueva sacudida.
Las caderas de la mujer se apretaban contra las suyas y se movían despacio, juguetonamente.
Elliot se animó a empujar una vez, y una pequeña ola de placer lo recorrió entero. Entreabrió los labios, buscó los ojos de ella con los suyos, y la mujer sonrió. Volvió a empujar de nuevo, y otra, y otra vez. Ella había tenido razón, se sentía mucho mejor que un puñado de dedos aprisionandole la polla, porque su cuerpo era suave y hermoso, y estaba hecho para él.
Sólo para él.
El chico se ruborizó por momentos, y un débil hálito escapó entre sus labios. Se quedó muy quieto, sobre ella, y agachó la cabeza, avergonzado. Apenas acababa de empezar y ya se había corrido. Quizás hubiera esperado alguna burla por parte de la ramera, pero ella le acarició el rostro con dulzura y le dio un beso en la mejilla.
-Me ha gustado mucho -le susurró al oído. Tal vez era mentira, pero Elliot se lo creyó.
Y lo que era más; lo hizo sumamente feliz.
-Aquí tienes -Alfred dejó caer las monedas al suelo. La muchacha lo observaba impasible, sin decir nada. Ni se quejaba ni se ofendía, estaba muy acostumbrada. Se dispuso a vestirse antes de recoger su pago, y el hombre ya andaba de camino al pueblo. Elliot debía seguir a su padre, pero se moría de ganas por preguntar...
-¿Cómo te llamas? -la joven lo miró estrechando los ojos mientras él andaba hacia atrás, esperando una respuesta.
-Daleelah. ¿Y tú? -se echó el vestido por encima. El niño le sonrió.
-¡Elliot!- gritó para salvar la distancia creciente que los separaba.-¡Me llamo Elliot Allaingard Elric, y volveré a buscarte! -Luego se echó a correr. Daleelah se sonrió a sí misma, era un chico muy dulce.

Pero no pasó demasiado tiempo antes de que las caras y las historias de otras centenas de hombres hicieran que ella se olvidara de él.


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CAPÍTULO 15: TAN EXTRAÑO

-Cabrones degenerados. ¿Por qué no se pagarán una furcia, como todo el mundo? -Valiant dio un salto que salvó ocho escalones, y descendió hacia el interior de los calabozos. Allain lo siguió deprisa, pero obviando la pirueta, porque cargaba con Javenne, desnuda, sobre sus hombros.
-¿Y dónde quedaría el morbo de purificar con tu semen sagrado un alma impía? -bromeó el mercenario. Javenne se revolvió entre sus brazos y pataleó de nuevo. No sabía quienes eran ellos, ni adónde la llevaban. Pero aquél tipo era un idiota.
-¿Yara? - el ratero se asomó en la primera celda. Después en la segunda, y al virar en el pasillo descubrió una mano que salía por entre los barrotes, llamándolo.
-¡Valiant! ¡Aquí!
-¡Yara! -se echó a correr animadamente hacia ella; como si realmente llevase eones sin verla y se alegrase por el reencuentro. El guardia se giró, sobresaltado. Le sorprendió enormemente descubrir a dos miembros de la Orden irrumpiendo de aquél modo en las mazmorras. Dejó la maza en el suelo, que hizo un ruido sordo, y se encaró con ellos.
-¡Eh! ¡Qué hac...!- pero no pudo terminar la frase. Valiant apenas había sacado la mano bajo la manga de la túnica, y una cuchilla seccionaba ahora la garganta del torturador. Allain alzó las cejas. El chico era rápido, tenía que admitirlo.
El hombre cayó de rodillas al suelo, llevándose las manos a la traquea entre terribles espasmos. Pero Valiant ni siquiera lo miraba. Estaba entretenido en abrir la cerradura con la hoja del puñal.
-Vamos...deprisa... -Yara miraba los dedos de su amigo, moviéndose con presteza, pero también con más calma de la que a ella le hubiera gustado.
-No me metas prisas, Yara. Ya sabes que un trabajo bien hecho...lleva....su... -se mordió la lengua y giró despacio hasta que sonó un "clic" y la cerradura quedó abierta. Ella salió deprisa y rebuscó en el cinto del muchacho algún arma con la que defenderse. Acabó por coger una de sus espadas gemelas.
-Bien, vámonos de aquí antes de que nos descubran -dijo, alzando la espada.
-De nada... -rezongó Valiant, y echó a correr por el pasillo, de vuelta.
Allain quedó rezagado por un momento.
Al mirar hacia la pared, descubrió al hombre moribundo pendiendo de la tabla de madera. Sus piernas parecían un amasijo de carne sin forma, sin otro sentido de la entidad que el que la gravedad les confería. Tenía la mirada perdida, en el ojo que aún conservaba. Sangraba por la boca y estaba lleno de contusiones. Javenne se revolvió, pero él no le hizo caso. Sacó de la cintura el puñal ligero y con un rápido movimiento lo clavó en el cuello del preso. Luego lo extrajo, arrancándole la vida, y volvió a guardarselo mientras echaba a andar tras los muchachos, que habían desaparecido ya al final del corredor.

-No hubo recompensa. Ni oro, ni mujeres. Tampoco te quedaste a escuchar las palabras de agradecimiento. -Yara dibujó un gesto comprensivo y se sentó junto al hombre, apoyando la espalda en el árbol. Hacía una noche clara y agradable. Con todo, la hoguera salvaba en parte la brisa fresca que comenzaba a levantarse.
-Y qué -dijo Allain, sin más. Se sacó los guantes de cuero y extendió los dedos para calentarlos cerca del fuego. A menudo se le dormían las manos.
-¿Por qué nos ayudaste entonces? -El mercenario suspiró y meditó al respecto un par de segundos. Luego respondió:
-Creo que empiezo a comprender por qué Valiant hace siempre todo lo que le pides. Es más rápido y sencillo acatar órdenes que soportarte enfadada. -
Yara arrugó el gesto. Elric había borrado de un plumazo su faceta madura y comprensiva.
-¿Por qué eres siempre tan desagradable conmigo? ¿Qué te he hecho?
-¿Qué te hace pensar que soy diferente contigo al resto de la gente? No eres el eje del mundo, ¿sabes?
-Pues por qué entonces.
-Por qué, ¿qué?
-Por qué esa cara de estreñido y esa actitud. No vas a comerte el mundo. No vas a comerte una mierda.
-Usted disculpe, señorita si-no-se-hace-lo-que-yo-diga-lloro.- La joven abrió la boca para protestar y enseguida recordó el inicio de la conversación, de modo que se contuvo de seguir desvariando. Cruzó los brazos.
-¿Lo ves? Siempre tenemos que acabar discutiendo. Parece que disfrutes haciéndome enfadar...
-¿Así que realmente te hago enfadar? Vaya, te muestras tan indiferente que llegué a pensar que no te importaba... -él sonrió y se acercó un poco más a la chica. Pero sólo obtuvo un bufido disconforme a cambio.
-No sé por qué el día que naciste tu madre no te ahogó en el río Quith.
-Probablemente lo hubiera hecho si hubiera sido más sensata... Claro que...si hubiera sido más sensata, tampoco habría hecho todas aquellas cosas -dijo, con una sonrisilla. El fuego bailó ligeramente con la suave brisa, reflejándose en los ojos de la muchacha, y dibujando hermosas luces en su cabello pelirrojo. No podía evitarlo. Era siempre tan curiosa. Sólo quería saber...saber más y más. Se odió por un momento al no poder resistir la tentación de preguntar.
-¿Qué cosas...? -Allain la miró; esta vez la sonrisa se la dedicaba a ella. Ladeó los labios sensualmente, con aquella actitud de autosuficiencia. Se recostó más comodamente en el árbol, dejándose escurrir un poco, y sacó un cigarrillo del paquete que llevaba en la chaqueta.
-No sé. Como dejarse preñar por un perro bastardo. Cuatro veces-sorbió por la nariz y se llevó el cigarro a los labios. Con la mano hizo una pantalla para que el viento no le incomodara al prenderlo.
-Así que tienes hermanos. -Allain le dedicó una mirada inquisitiva. La clase de mirada que pretendía adivinar hasta dónde seguiría preguntando la muchacha, pero no dijo nada. Se limitó a satisfacer su curiosidad.
-Hermanas. Tres mujeres.
-¿Y qué ha sido de ellas...? -Yara se escurrió también en el árbol, pero se acomodó mirándolo a él. Se abrazó a sí misma, por no levantarse a coger una manta del petate. Parecía la primera vez que el mercenario estaba dispuesto a dialogar y no quería echarlo a perder. ¿Por qué? ¿Qué importaba, después de todo? Elric dio una larga calada y echó el humo al aire, despacio. La nube tomó una hermosa forma indefinida al escapar de sus labios, y se disipó en cuestión de segundos. Luego él la miró de nuevo.
Yara no se había dado cuenta hasta entonces de que Allain tenía los ojos grises.
-No lo sé. No sé nada de ellas, ni de mi madre. Me marché del pueblo siendo un crío, y nunca más regresé, ni intenté ponerme en contacto con ellas.
-¿No las echas de menos...? ¿Por qué no regresaste? -La chica pensó en Kevin. Ojalá estuviera vivo. Iría a visitarlo más a menudo, se dijo.
-Yo huí del pueblo, no podía volver. -miró el cigarro como si esperase encontrar algo altamente revelador en él. ¿Por qué le contaba a Yara aquello? No le gustaba que nadie supiera acerca de él. Yara se humedeció los labios y abrió la boca para volver a preguntar, pero él la cortó tajantemente.
-Se acabó el interrogatorio, pezoncitos rosas. ¿Por qué no te vas con tu novio a follar al lago?- apagó el cigarro a medio consumir en el tronco del árbol y lo arrojó a un lado. Ella frunció ligeramente el ceño.
-¿Ya está? ¿Se acabó tu dosis de amabilidad del día?
-Del año más bien -cerró los ojos, con los brazos cruzados, y se acomodó para dormir. La joven se puso en pie, molesta. Refunfuñaba en voz baja, pero Elric la ignoraba por completo.
-Y no es mi novio -le dió una pequeña patada en el pie cuando pasó por su lado. Luego se perdió hacia el bosque en dirección al lago.
Verdaderamente, era mucho más agradable estar con Valiant.

-¿Por qué no nos bañamos?-preguntó Valiant, animado. No esperó respuesta y al levantarse, se deshizo de su camisa. La arrojó al suelo y comenzó a desatar el cinturón. Yara lo miraba en silencio; el hermoso cuerpo perfilado a la luz de la luna. Las sombras acentuaban aún más aquellos músculos suaves. Valiant era tan guapo. ¿Por qué no podría verlo más que como a un crío, aun cuando tenian la misma edad? ¿Qué culpa tenía él de haber sido el mejor amigo de su hermano pequeño...? Quizás si Kevin siguiera vivo, si ella no se hubiera vuelto tan amarga. O si hubieran mantenido la relación normal que debe haber entre una chica y el amigo de su hermano, se lo habría tirado alguna vez. Pese a todo, había muchas cosas que le gustaban de Valiant... La delicada curvatura que se dibujaba desde la espalda del chico hacia su cintura... los brazos tan fibrosos, las manos tan ágiles. El flequillo rebelde y los ojos... Por un momento no recordaba de qué color eran los ojos de Valiant, porque sólo tenía un color en la cabeza. Gris.
Esbozó el gesto de haber visto un troll desnudo, y asqueandose a sí misma, se puso en pie enseguida y comenzó a desnudarse.
-Eh, ¿espera? -Valiant alargó la mano para tratar de asirla, pero ella había pasado corriendo desnuda hacia el lago y se había tirado de cabeza, dejándolo con la palabra en la boca. Cuando salió de nuevo a la superficie, cogió una bocanada de aire que llenó por completo sus pulmones, y aún sin creerse que hubiera pensado siquiera un segundo en Allain de aquella manera, dijo:
-Valiant; ¿quieres follar?


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miércoles, 24 de agosto de 2011

CAPÍTULO 14: PURIFICACIÓN

-Por favor...Por favor, no. ¡No! ¡NO, ESO NO, POR DIOS!-
El grito del hombre fue tan desgarrador que Yara se tapó los oídos y se encogió sobre sí misma en una esquina de la celda. Deseaba hacerse pequeña; desaparecer. Ser invisible e incorpórea, poder atravesar aquellas frías paredes de piedra y salir al exterior, donde sin duda la luz del sol seguía brillando. El aire corriendo.
La hierba creciendo.
Allí dentro todo era tan sórdido y silencioso; los minutos parecían horas. Y las horas, una eternidad.
El alarido de dolor no sólo traspasó todas sus defensas y le taladró los oídos, sino que también desgarró su alma. Se extendió por todo el corredor de los calabozos como un ente maldito y le puso la piel de gallina.
El torturador dejó el hierro incandescente de nuevo sobre el carbón. Podría haberle sacado los dos ojos, en vez de uno. O podría haber usado un simple clavo oxidado para hacerlo. Pero no quería que se desangrase tan deprisa, y si no podía ver lo que le aguardaba a continuación, el juego perdía bastante de su gracia.
-¿Sabías que Spreach era uno de los miembros del consejo mayor de Los Testigos? ¿Eh? No...por supuesto que no lo sabías... -el hombre disfrutaba enormemente con aquello. Volvió a acercarse a la palanca de madera. La asió con fuerza con las dos manos. El torturado aún se lamentaba por el dolor insufrible de su ojo izquierdo, pero pronto se horrorizó al comprender las intenciones del otro. -De lo contrario no habrías osado follarte a su mujer -acertó a decir, y empujó la palanca. Comenzó a girar la rueda y las cuerdas se tensaron aún más. El mecanismo se replegó sobre sí mismo, y el camastro que sostenía pendiendo al hombre cerró las aspas en forma de cruz, tirando de sus brazos hacia atrás lentamente, produciéndole un terrible dolor. Hasta que al fin, se le desencajaron los hombros.
El hombre volvió a gritar. Esta vez no paró. Tan pronto tenía aliento volvía a soltarlo, sintiendo que por más que pretendiese volverlos a su sitio no podía moverse. Estaba firmemente sujeto. Un cubo de agua helada le cayó encima, y lo hizo tragar y toser.
-No te desmayes aún. No he hecho más que empezar contigo -se regodeó el torturador. Asió una maza de hierro y la dejó arrastrar por el suelo, para dejar notar su gran peso y contundencia. -Ahora te romperé las piernas. Haré polvo tus huesos... Después te cortaré la polla y dejaré que te desangres, y se la mostraremos a la puta de la esposa de Spreach antes de quemarla viva.- Se rió.
Yara respiraba deprisa.
No lo habría reconocido jamás, pero por un momento, sintió unas ganas inmensas de que Elric fuese a buscarla.

Javenne paseó la mirada, sumamente asustada, por todos los presentes. Mirara donde mirase, no podía encontrar un rostro amigo; todos los hombres ocultaban su cara tras las capuchas. La rodeaban en silencio, y la observaban como si pertenecieran a un status superior. Como si fueran semidioses y ella una simple cucaracha inmunda a la que estaban perdonando de ser pisoteada. Estaba tan nerviosa que temblaba.
Se habría caído de rodillas al suelo; tan débiles estaban sus piernas, pero los hombres que la sostenían, uno a cada lado, se lo impedían. El consejo dio un paso al frente entonces para encararla, y ella gimoteó.
-Por favor...¡Os lo suplico! ¡Yo no hice nada! ¡Es un error! -Javenne trató de pedir clemencia, pero una bofetada le cruzó la cara y la hizo perder el equilibrio. La muchacha se llevó las manos a la boca sangrante, con los ojos llenos de lágrimas.
-Habla sólo cuando se te ordene, furcia -la espetó el guardia que la custoriaba. Uno de los miembros del consejo alzó la mano y asintió, indicando al hombre que no era necesaria tal brutalidad. Luego abrió los brazos como si esperase recibir alguna luz divina sobre los hombros.
-Bruja Javenne; has sido llamada por la visión sagrada del consejo mayor. Nosotros hemos visto tu alma...
-¡No! -imploró ella, pero nadie la escuchó. Todos estaban concentrados en el hombre que hablaba, con una voz autoritaria y mística.
-Dios nos ha revelado tu identidad, y nos ha hablado de tí. Javenne es una hija del dios único y omnipotente, dijo. Una hija tentada a la desobediencia de su padre, que en el fruto de su juventud ha errado y debe ser corregida...
-Por favor... -La chica se llevó las manos a la cara y se echó a llorar. Verdaderamente era una injusticia, que la apresaran tan sólo porque ellos decían haber tenido una revelación divina. Sin embargo a aquellas alturas tan sólo quería irse de allí; volver a su hogar, con su anciana abuela. El resto le daba igual.
Sólo quería vivir.
-Sin embargo nuestro dios es piadoso. Es benevolente y magnánimo... -hubo un murmullo general. Todos los presentes asentían. -Dios nos ha pedido, en su infinita sabiduría y bondad, que devolvamos a esta hija suya al buen camino antes de que sea en efecto corrompida por las fuerzas del mal y su alma no tenga salvación posible. Nuestro padre ha hablado, y esto es lo que ha decretado. Si te arrepientes ahora, bruja, de tus errores y pecados, serás purificada y conservarás la vida. De lo contrario, tu tormento se alargará hasta el fin de los tiempos, aquí y en los infiernos. -
Javenne pegó la frente al suelo y se reverenció ante los hombres. Tenía el rostro bañado en lágrimas e imploraba lastimeramente.
-Por favor señor, me arrepiento de mis pecados. Me arrepiento en cuerpo y alma, os suplico una absolución -tenía la voz rota y le costaba trabajo hablar.
¿Y ya estaba? ¿Así eran de fáciles las cosas?
-Hija mía, tú pides y nosotros te daremos. Que comience el ritual de purificación -hizo un gesto con la mano y los guardias se movilizaron. Agarraron de nuevo a la chica y la arrastraron. Ella seguía confusa y atónita, pero no dijo nada hasta que la recostaron en el camastro de piedra y la amarraron de pies y manos.
-¡No! ¿Qué me van a hacer? -se revolvía inquieta, aunque inútilmente. El cerco de hombres se cerró a su alrededor.
Allain se humedeció los labios.
Así que era eso.
Sólo una pantomima barata; como niños jugando a los papás. Sólo la ilusión de que mantenían un rol de autoridad y divinidad que realmente no existía. Pero, por supuesto, Allain sabía que el primer paso para hacer que los demás creyeran aquellas patrañas, era creerlas uno mismo.
Los miembros del consejo rodearon a la mujer.
Los demás se mantuvieron al margen, aunque lo bastante cerca para seguir el proceso.
La noche había caído hacía rato, de modo que alguno de ellos sostenía en alto una antorcha o una vela que le permitía ver más allá de lo que la luna alumbraba. Aquellos diez que formaban el comité superior se desprendieron de sus túnicas, dejándolas caer al suelo y quedando al desnudo.
Valiant se sorprendió de que fuesen tan jóvenes.
Había esperado verdaderos ancianos, mentes retorcidas y putrefactas de ideas atrasadas, pero no era así en absoluto. Todos los miembros del consejo rondaban entre los 30 y los 40 años de edad; eran hombres bien formados y aptos para la batalla. ¿No deberían estar combatiendo en la frontera? Tenía toda la pinta de que habían abordado la clerecía como excusa para no ir a luchar.
Cuando el primero de ellos se montó sobre la piedra, Javenne gritó.
-...y uno a uno purificarán tu alma. Porque los santos varones, bendecidos por la gracia divina llevan consigo el sagrado elemento. La esencia que...
-No jodas. ¿Se la van a follar?- Valiant susurró cerca de Allain.
-Eso parece...
-¿Tanto rollo eclesiástico para tirársela entre unos pocos...?
-¿En qué se diferenciarían de vulgares violadores si no fuera por el sermón?
-¡Nooo! -Javenne sintió cómo el cuerpo del hombre penetraba en ella. Untado de aceites aromáticos, su pene se deslizó con facilidad hacia el interior de la chica. El clérigo se acomodó sobre ella, buscando una mejor posición en la que sus rodillas no se dañasen en la piedra, y comenzó a empujar. Mientras, las palabras del orador se convirtieron en murmullos a los que pocos -probablemente nadie- atendía ya. Todos tenían los sentidos puestos en la carne y su pecado.
Javenne se contraía sobre sí misma.
Qué grande era el dolor de la humillación. Más que el de su espalda contra la losa de granito, más que el de la desfloración. Más que el peso del hombre aprisionando sus pulmones, que querían llorar distendidamente. Y mirara donde mirase había caras.
Ojos clavados en ella, con lascivia y satisfacción.
Estaban disfrutando con su sufrimiento.
En su oído, el aliento del hombre resultaba tan caliente.
Cada vez que empujaba, soltaba un gemido profundo y gutural. No sabía que los hombres hacían esos ruidos. No sabía que los hombres hacían aquellas cosas.
Cuando apretó ligeramente el ritmo, comenzó a correrse.
Él abrió la boca y apretó los ojos, alzando la cabeza. Ahora tenía conciencia de nuevo de su propio llanto. Ella no había dejado de gritar en todo aquél proceso. El clérigo se sacudió contra ella, vació en su interior cada gota de semen y luego se demoró un par de segundos antes de salir, presto. Su acto heroico no debía ser interpretado como debilidad y placer, sino como un bien y un servicio prestado al dios, en ayuda de aquella pobre alma.
Aquella pobre alma de rostro angelical
Ocupó de nuevo su puesto en el círculo.
No había perdido toda la fuerza de su erección; su polla aún se mantenía enhiesta, aunque notoriamente menos henchida. El siguiente hermano subió ahora a la piedra, y se arrodilló entre los muslos de la joven. Abrió su coño con los dedos, apartando pliegues de piel para colocar la punta de su miembro, y comenzó a empujar.
Los gritos de Javenne siguieron alzandose a los cielos hasta tres hombres más. Después se ahogaron, y ella dejó de moverse, y de llorar. Permaneció en silencio mientras la utilizaban y se corrían en ella. Incluso la voz del orador había perdido consistencia.

La madrugada alcanzó su punto más alto antes de que dieran por concluida la ceremonia.
Entonces la desataron, y la dejaron tirada en el suelo como a una perra, mientras todos se vestían y se marchaban de allí.


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By Rouge Rogue

martes, 23 de agosto de 2011

CAPÍTULO 13; LA CAZA DE LA BRUJA

-En esta ciudad estan todos locos, chico. ¿Brujas? -bufó el hombre. Frotó con más ahínco la jarra de cristal para hacerla relucir -Paparruchas. Yo no me creo nada.
Yara dejó caer un poco más su propio peso sobre la mano que la sostenía, con el codo apoyado en la barra, hasta que la mejilla se le deformó. Aún andaba dándole vueltas a lo que habían visto a su llegada. ¿Cómo podía la gente vivir así?
-Al principio se extendió el pánico por las calles. La gente tomaba muchas precauciones. Pero no tardamos en comprender que esto se nos había ido de las manos. Ahora ajustician día sí día también a muchos casi sin motivos. Una sencilla acusación puede bastar para que se te lleven. Y dios me libre, no quiero perder los huevos para nada. -Valiant escuchaba atentamente al tabernero y asentía. Por su parte, Allain andaba bastante relajado, bebiendo cerveza. Habían parado en la posada para comer algo y reponer fuerzas, aunque a Yara no le hacía ninguna gracia permanecer allí por más tiempo.
-¿Y eso? -inquirió el mercenario, apuntando jarra en mano hacia el tablón de la pared. Estaba lleno de órdenes, decretos y leyes, pero también de mensajes de la gente de a pie que pedía auxilio a sus vecinos.
-Ah, eso. Muchos tienen la esperanza de que algún cazarecompensa les traiga de vuelta a sus seres queridos. Pero están perdiendo el tiempo, los aventureros pasan poco por aquí -le tendió la jarra limpia a Yara, llena ahora de cerveza. Ella dibujó un gesto entristecido. -Casi todos en esta ciudad han perdido a alguien. Algún día esto se descontrolará...
Las puertas de la taberna se abrieron de par en par, y una señora vestida de negro entró deprisa.
-¡Javenne! ¡Se han llevado a Javenne!-gritó. Todos los presentes -en realidad, exceptuando a los tres chicos y el tabernero, tan sólo había dos personas más- se giraron para mirarla. Los autóctonos agacharon de nuevo la cabeza y siguieron comiendo. Allain dio un largo sorbo de su jarra mientras la anciana cojeaba en dirección al dueño del local.
-¡Se han llevado a mi nieta! ¡Oh dios mio, mi pobre Javenne!- el hombre dejó el trapo y vadeó la barra para acercarse a ella, con aire inquieto.
-No es posible, ¿cómo? ¿De qué la acusaron?
-¡Mi pobre nieta! ¿Qué voy a hacer, cómo la voy a recuperar? -las lágrimas le caían descontroladas por el rostro. Estaba tan nerviosa que temblaba entera, tan pequeña como era la mujer. Yara la observaba de reojo, tratando de no poner interés en el asunto. Se conocía de sobras, y no haría falta demasiado para meterle en la cabeza la absurda idea de que debía ir a ayudar.
-Abuela, cálmese. ¿Han sido los testigos?- la mujer asintió profundamente dolida, como por una pena que le achacaba el alma. Posiblemente, saber que no volvería a ver a su ser amado con vida.
-Ella era una buena chica... ¿por qué le hacen esto...? Se la han llevado, me la han quitado... -la anciana tenía la voz rota. Valiant tragó saliva y agachó la mirada. Buscó complicidad en la de Elric, pero él se encogió los hombros.
-Yo no trabajo si no me pagan -resolvió él. Yara bufó, molesta. Se puso en pie y lo encaró.
-¿Es que no puedes tener una pizca de compasión por nadie? ¿Tan podrido tienes el corazón?- Todos la miraron ahora a ella. Incluido el mercenario, que recuperó la sonrisa maliciosa, como si se alegrase de volver a tener ocasión de discutir.
-Si no vas a ayudar a esta mujer, no le des falsas esperanzas. ¿O esque piensas hacer algo? -la muchacha pelirroja apretó los labios y los puños.
-Al menos, no mostrarme impasible ante el dolor de los demás...- Allain bebió de la jarra.
-Pf, la compasión no sirve de nada. -Ahora encaró a la anciana -Señora, por doscientas monedas le traeré a su nieta de vuelta, si esque aún vive. Claro que también puede elegir no pagar y obtener a cambio la útil compasión de esta chica -señaló a Yara. Pero la anciana se había escapado de los brazos del tabernero y se había acercado a él, suplicante. Lo agarró por el chaleco, aún llorando.
-Por favor...os lo suplico. Os daré todo lo que tengo...mi Javenne...-
Yara volvió a cruzarse de brazos. Luego se acercó a la anciana y le puso las manos con delicadeza en los hombros.
-Señora, no se preocupe -dijo con una nota de discordia en la voz. -Nosotros ayudaremos a su nieta, sin cobrarle por ello a cambio.
-¿Qué? -Valiant abrió los ojos como platos. Yara alzó la mano para evitar que él siguiera hablando, y Allain bufó.
-Gracias....gracias -la anciana cerró los ojos y se abrazó a la muchacha. El enfado que tenía con Elric parecía haber desaparecido, ahogado en el gesto de profundo cariño de la mujer.
Valiant suspiró largamente por la nariz.
Yara siempre lo estaba metiendo en líos.

-¿Y tú para qué vienes, si no nos vas a ayudar? -Yara estrechó los ojos acusadoramente y apuñaló a Allain con la mirada. Él sonrió por toda respuesta, así que la joven decidió ignorarlo definitivamente a partir de aquél momento, y ceñirse al plan. El plan, casi siempre era el mismo. Ella hacía de cebo, y Valiant ponía la espada.
De no ser que el chico era rápido y ágil, aquél grandioso plan le habría costado la vida muchas veces.

-¡Es una bruja! ¡Una bruja! -habían gritado. La acusación de Valiant se extendió rápidamente por toda la plaza principal, y en aquél momento la gente se dispersó con prisas. Resultaba obvio que nadie quería ser visto cerca de una bruja, por su propia seguridad. Podían usar cualquier cosa para encarcelarlos. En medio del alboroto, -Yara nunca pensó que lo creerían con tanta facilidad. Por el amor de dios, ¿esa gente estaba chiflada?- unas figuras encapuchadas irrumpieron en la plaza, portando largas túnicas de color rojo sangre y cercándola. ¿De dónde habían salido? ¿Esque estaban siempre vigilantes?
Los hombres la asieron con fuerza por los brazos y la redujeron deprisa. Yara buscó con la mirada a Valiant entre el gentío, pero el chico había desaparecido de nuevo; dejándola completamente sola.

La celda donde la encerraron era oscura, y húmeda.
No lograba ver el rostro de sus captores, porque la capucha roja les cubría hasta el puente de la nariz. Hablaban en voz baja, para evitar que sus voces fueran reconocidas por las gentes del pueblo, y parecían discutir qué hacer con ella.
-Empezaremos con la otra -dijo uno de ellos.- Ésta puede esperar a mañana.-
Pese a que los calabozos eran grandes y había numerosos habitáculos, ninguno estaba ocupado. Posiblemente, porque violadores, ladrones y asesinos eran también rápidamente ejecutados sin necesidad de juicio. Tan sólo la celda contigua a la de Yara mantenía encerrada a una persona. Una chica joven y hermosa, de largos cabellos oscuros, aunque de mirada asustada y triste.
-¿Están todos listos ya? ¿Quieres que la saque? -preguntó el otro hombre, mientras buscaba en el manojo de llaves oxidadas.
-Sí, pero procura que vaya bien atada -ordenó su compañero. Yara se encogió sobre sí misma, pensando que al fin la sacarían para comenzar a torturarla, pero fue la otra la celda que abrieron. Después de oir algunos gemidos de forcejeo, los encapuchados volvieron a salir llevando consigo a la hermosa muchacha.
-¡Suéltenme por favor! ¡Yo no hice nada! ¡No hice nada!- ella se revolvía con ímpetu e imploraba, sin ser escuchada. Uno de los guardias que custodiaban la salida de los calabozos se acercó entonces a ellos y les habló.
-El consejo está esperando arriba, señor -dijo en un murmullo. Su interlocutor miró a la doncella, y se sonrió.
-Estás de suerte, bruja. El consejo está dispuesto a juzgarte y darte la oportunidad de demostrar que eres inocente a los ojos de dios.-
Luego tiraron de ella hacia los pisos superiores, arrastrándola por las angostas escalinatas de piedra, y la puerta de los calabozos se cerró, pesada.
Dejando a Yara a solas en la oscuridad.

Allain paseó los ojos por toda la estructura.
Se aseguró de que la capucha no dejaba al descubierto sus facciones, y siguió la cola de feligreses en silencio, escaleras arriba. Justo a su lado, Valiant hacía lo propio.
El chico se había preguntado por un momento si era necesario matar a los dos hombres para robarles el atuendo, pero al recordar los cadáveres mutilados de las supuestas siervas del diablo en la entrada de la ciudad, dio por zanjado el asunto y no volvió a pensar en ello.
-¿Adónde se supone que vamos...? -inquirió en voz baja hacia Elric. Él negó con la cabeza, dando a entender que no tenía ni idea. Se suponía que los calabozos estaban abajo, y que las torturas se realizaban allí.
-El consejo mayor ha decidido realizar hoy el juicio al aire libre, en lo alto del torreón -los informó otro de los clérigos. Valiant sintió el pecho presionado cuando Allain lo miró de reojo. Había tenido suerte de que no lo pillaran, así que optó por no volver a abrir la boca.

Cuando llegaron al final de la escalera, salieron a cielo abierto. Desde lo alto de aquella torre podía verse gran parte de la ciudad. El suelo circular estaba delimitado por pesados peldaños de piedra, y justo en el centro, había una gran losa maciza que hacía las veces de camastro. Algunas manchas de sangre mancillaban el granito gris.
Todos los hermanos se congregaron alrededor del pequeño altar, formando un círculo en espera de que apareciese la acusada. La reunión estaba presidida por diez hombres cuyos atuendos se diferenciaban ligeramente de los demás por una refinada y elaborada filigrana de oro que bordeaba sus capuchas.
Allain supuso que se trataba del consejo mayor.


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CAPÍTULO 12: CIUDAD DE BRUJAS

Él rió.
Era una risa cantarina y alegre, la clase de risa de un niño despreocupado. La clase de risa que no debería conocer alguien que había llevado la vida de Valiant.
La prostituta le correspondió con una enorme sonrisa y una caricia dulce en el rostro; aquél chico era tan divertido. Se montó a horcajadas sobre él, desnuda, y se lo comió a besos. Su cara, sus labios, su cuello. Tan joven, tan apetitoso...Ojalá todos los clientes fueran así. Valiant la tomó por la cintura y de un ágil movimiento invirtió sus posiciones. Ahora él estaba encima; ahora él buscaba los labios de ella mientras hundía las caderas entre los muslos de la mujer. Las manos de la chica regaban de caricias su espalda bien formada, bajaban por los costados y se aferraban con fuerza a sus glúteos, tirando de él para acercarlo aún más.
-¿Siempre eres tan activo por las mañanas...?-bromeó la furcia, aunque encantada con el hacer de él.
-A todas horas... -le susurró en respuesta al oído. Luego volvió a reir, coreado por la mujer, y se besaron de nuevo.
La puerta de la habitación se abrió de par en par con un golpe y Valiant se irguió, sobresaltado. Al ver entrar a Yara echó mano de la sábana para cubrirse de cintura para abajo, aunque sin acabar de dar crédito al modo en que ella invadía su intimidad.
-...Así que creo que cuanto antes salgamos, mejor. Porque a fin de cuentas, antes llegaremos, y antes podré perderlo de vista. Ah, dios, ¡cómo le odio! -ella hablaba abstraída mientras paseaba por la habitación.
-Y...Yara. Estoy ocupado ahora...- la muchacha pelirroja echó un vistazo a su amigo. Ignoró a la joven que ocupaba la cama del ratero.
-¿Te lo puedes creer? ¿Quién se ha pensado que es? ¡A mi no me impresionan las habladurías! No es más que un vulgar matón, no debería tenerse tantos aires...
-¿De qué hablas? Oye, ¿podrías contarmelo después? Estoy con...
-No es momento de revolcones, Valiant.- Lo cortó ella, tajante.- Tenemos que irnos ya. Te espero abajo -se dirigió hacia la puerta, luego se volvió y alzó un dedo.- Y por barbazul el corsario que si tardas más de diez minutos me iré sin tí -dijo, y se marchó. Cerró de mal humor, y el chico podía oírla retahilar por todo el pasillo. ¿Qué mosca le habría picado? Se suponía que tendrían libre hasta media mañana...Miró con lástima a la ramera, que le sonrió afablemente.
Luego saltó de la cama y buscó sus ropas por el suelo.

-Espero que tuvieras un muy buen motivo para cortar mi polvo mañanero -rezongó Valiant. Yara estaba de brazos cruzados, con la espalda apoyada en la pared de la entrada a la posada. No se molestó en cambiar de posición; señaló con la cabeza al otro lado de la puerta, donde se encontraba Allain. -Ah... -Valiant ladeó los labios, comprendiendo. -¿Así que habéis llegado a algún tipo de acuerdo?-
La joven no dijo nada. Cogió su mochila del suelo y se echó a andar, encabezando al grupo. Estaba enormemente disgustada con la presencia de Allain. O Synister. O como narices quisiera que se llamase aquél imbécil en realidad; no le importaba. Él había elegido estar allí por las malas, y ella no le iba a facilitar ni un poco el viaje. Valiant miró a Elric.
La verdad era que a él le caía bien el hombre.
Quizás no era un derroche de algarabía pero se había formado en las calles. Y Valiant sabía muy bien lo que significaba eso.
-Así que tenemos que llegar a Silverfind Ville -dijo el mercenario.
-¿Te lo ha dicho Yara?
-No. Pero en la carta que me mostraste ponía el nombre del contratante. Rowena Eagleclaw. Los Eagleclaw estuvieron asentados por Silverfind y Tallonsweat. No creo que vayamos andando hasta Tallonsweat -miró de reojo a Valiant para corroborar que sus deducciones eran correctas.
-Tienes razón...pero además. Ya no quedan Eagleclaw en Tallonsweat. Todas las hijas de la familia perdieron el apellido al casarse.
-Pues, si no tomamos el desvío en barco, la ruta más corta hacia nuestro destino pasa por Astrean Burg. ¿Sabes lo que hay allí?
-Brujas -alegó rápidamente el muchacho. Allain se rió.
-¡No! Me refería a esas preciosas mujeres cuyos maridos están ahora en guerra a unas cuantas lemas de la frontera -Valiant lo pensó largamente y luego se echó a reír.
-Ya que he oído que te han jodido el polvo mañanero... ¿De verdad te crees lo que dicen sobre las brujas de Burg? -Allain se acomodó la mochila en el hombro, que se le comenzaba a escurrir. Valiant hizo un gesto azorado pero sin perder la sonrisa.
-Bueno, me gusta mantenerme al día de todo lo que pasa. Me dedico a contrastar información. Dicen que debido a la desprotección de la ciudad por falta de hombres, un aquellarre de brujas se ha infiltrado entre los ciudadanos -carraspeó-. Entre las ciudadanas, más bien, y las convencen para rendirse al culto del lado oscuro... -lo pensó un par de segundos y miró a Allain, interesado.
-¿Tú sabes algo de esto? -el mercenario se sonrió y le asintió con la cabeza.
-Sí. Según yo lo veo, las entidades religiosas que siempre se han visto subyugadas al poder militar que ha imperado en Burg se están desatando ahora. La manera más rápida de controlar al pueblo es hacerle creer que te necesita para algo.
-¿Insinúas que son bulos?
-Y que muchos se están lucrando de ellos.- Ladeó la cabeza, con los ojos fijos en el culo de Yara. Valiant siguió la mirada de Elric hasta acabar en el mismo lugar; aquellos pantalones verde oscuros tan ceñidos que no dejaban lugar a la imaginación.
-¿Qué le has hecho? Te odia bastante... más que al resto, quiero decir.
-¿Y qué más dará? Una mujer odia con facilidad por idioteces.-
Yara frunció el ceño, pero no dijo nada.
Los estaba escuchando.

El sol cruzó todo el cielo.
Cuando la bóveda se tiñó de rosado, al fin alcanzaron el camino principal hacia Astrean Burg. Un sendero de tierra largo, ancho, y custodiado por altos cipreses, pero poco frecuentado. Desde que se extendiera la creencia de que Burg estaba siendo invadida por brujas, el comercio y los transportes disminuyeron notoriamente. La gente prefería dar un largo rodeo para cruzar el condado y evitar la ciudad. Inluso Yara y Valiant habían tomado la vía en barco desde Silverfind en su viaje de ida. Pero tal era el enfado de la chica ahora, que estaba dispuesta a cruzar la villa a pie si eso le ahorraba tiempo de viaje junto a Elric.
Valiant lanzó un silbido por lo bajo.
A ambos lados del camino se habían dejado ver oscuras figuras que no tardaron en identificar como personas. Había toda una larga fila de cepos atornillados cerca del sendero. Algunos estaban ocupados, otros permanecían abiertos en espera de alojar algún cuerpo al que apresar. Al pasear los ojos por ellos, Yara se estremeció ligeramente.
Algunas de las personas aprisionadas por los tablones de madera estaban muertas, otras en proceso. Habían muerto de hambre, de sed. Tal vez por las inclemencias del tiempo, o tenían heridas que bien podían pertenecer a las alimañas del bosque. Sin embargo todas coincidían en una cosa: eran mujeres.
-Y aquí tienes a tus brujas -comentó Elric, pasando junto a Valiant y Yara, que se habían demorado observando los restos de sangre en una de las estructuras de madera. El siguiente cepo estaba ocupado por una mujer agonizante que hablaba consigo misma en voz baja. Atada por las manos y el cuello, apenas podía alzar la vista para mirarlos, pero aunque hubiese podido, no los habría visto. Le habían sacado los ojos.
-¿Qué demonios es todo esto...? -la pelirroja muchacha apretó el paso para acercarse a los jóvenes casi sin darse cuenta.
-Esto es una orden de lunáticos vendiendo la idea de que protege a su pueblo contra el mal, de este modo. -Resolvió el mercenario. En condiciones normales, ella no habría permitido que Elric le dirigiera la palabra, pero andaba demasiado atónita con el macabro espectáculo. -Ya sabes; caza a algunas señoras, acúsalas de brujería...y justificas que estás haciendo tu trabajo. Incluso habrá quien crea que si no fuera por tí esta ciudad estaría sumida en el caos.-
No mucho más adelante, apenas a unos metros de distancia, una chica más joven gimoteaba. Tenía el cabello rubio sucio y apelmazado, pegado en la cara por el sudor. Sus ropas estaban rasgadas; era visible que no llevaba allí tanto tiempo como las demás. Aun así, estaba bastante demacrada.
Detrás de ella había un hombre.
Un hombre sucio y mugroso que la estaba follando.
Yara lo miraba con los ojos abiertos de par en par, pero ni Valiant ni Allain dijeron nada. De hecho, no parecían sorprenderse demasiado. Aquellas mujeres no sólo estaban expuestas a una agonía larga y tortuosa, sino también a los asaltadores de caminos, los picaruelos y la propia gente del llano.
El vagabundo clavó los ojos en ellos y los siguió con la mirada como si se preguntara quiénes eran, de dónde venían, qué querían. No obstante no dejó de empujar contra la condenada mientras profería algunos gemidos por lo bajo.
No tardó en correrse dentro de ella.

Yara puso un gesto de asco. Alargó la mano un poco, como si hubiera querido por un momento agarrarse al brazo de Valiant. No obstante no lo rozó, y el chico ni siquiera se dio cuenta.
Habían llegado a las puertas de la ciudad.


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By Rouge Rogue