Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
Si crees que pueden herir tu sensibilidad, por favor no continúes leyendo.
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sábado, 22 de octubre de 2011

CAPÍTULO 47: LAS CUCARACHAS

-¡No! -gritó Allain, y Yaraidell se encogió del susto antes de que sus dedos llegasen a posarse sobre la empuñadura de Desdicha. Cuando Kamilla terminó de desatarlo, el hombre se llevó la mano al hombro sangrante, pero no perdió tiempo en caminar hacia el arma y guardarla de nuevo en su funda. Karoth lo observaba todo, intrigado. Dentro de su cabeza, parecía querer buscar un significado. Miraba al guardia muerto, después la espada.
-¿Dónde está Valiant?
Kamilla se adelantó a la principal preocupación de Yaraidell, mientras el mercenario se acercaba a la mesa de los instrumentos de tortura para buscar algo que le resultase de valor. La mayor parte de su equipo estaba allí: las dagas, los cuchillos arrojadizos, los venenos en polvo, las agujas. Lo demás eran armas oxidadas, hojas romas y pinzas para hacer presión. Objetos punzantes e instrumentos de tortura. Con todo, cada uno se procuró lo que mejor pudo, antes de que él se volviera hacia todos, que aguardaban en silencio como si esperasen alguna indicación.
-¿Qué demonios miráis?
-Queremos rescatar a Valiant Cross -Karoth dio un paso al frente. Yara lo encaró entonces con los ojos cargados de gratitud.
-¿Qué...? -Allain miró a Yaraidell con gesto de ¿es una broma? Pero ella no pintaba nada allí.
-Indícanos por dónde se lo han llevado -Kamilla lo apremió, poniendo una mano en su brazo desnudo. Obviamente los ratas suponían que, dado el estado de las heridas de Elric, no podría moverse con rapidez y deberían dejarlo atrás. El Mester dudó un instante, e intuyendo las intenciones de los otros, negó con la cabeza.
-Ni hablar. Si vais a provocar una estampida, me beneficiaré de ello. Si queréis encontrar al rubito, tendréis que seguirme -echó a andar con determinación por el pasillo, cruzando los arcos de piedra ennegrecida. Algunos chistaron; se morían de ganas por salir de allí. Karoth admitió que en aras de su propia supervivencia, Allain había tomado la mejor decisión, aunque perjudicase al grupo.
-Estás herido... -Yara caminaba deprisa, casi trotando, junto al Mester.
-Así que no te acaba de convencer la vida pacífica de casada... -dijo, rebatiendo el comentario de la chica, y ella apretó los dientes.
-Tenemos asuntos que tratar.
-Si salimos de esta, pezoncitos.
Yara frunció el ceño, pero enseguida lo relajó. Lo miraba caminar con aquél porte erguido y serio, regio a pesar de sus heridas, y resultaba imponente. Hubiera deseado transmitirle algo de ¿afecto? ¿fuerza? ¿valor? pero no se atrevió a decir nada al hombre. Aún eran recientes las palabras de su útlima discusión en la cabeza de Yara. Maldito orgullo. Giraron la esquina del corredor y entonces Allain retrocedió un par de pasos y alzó la mano para que se detuvieran. Se pegó a la pared y dejó que el guardia que hacía su ronda cruzase el pasillo, medio adormilado. Miró a Karoth.
-Una puerta. Dos guardias. Yo el de la derecha. Luego corred -con aquellas escuetas indicaciones pusieron paso ligero hacia el portón del fondo. Media hoja de madera permanecía abierta para que, en su regreso, el soldado deambulante pusiese rumbo hacia el patio. Otros dos hombres custodiaban la salida, y probablemente creyeron que los pasos pertenecían a su compañero, porque no reaccionaron de modo alguno. El primero cayó en manos de Elric. El enorme y puntiagudo cuchillo le atravesó la garganta de lado a lado, seccionándola e impidiéndole emitir sonido alguno. Luego se desplomó.
Cuando el Mester se giró, el otro guardia yacía ya en el suelo, a los pies de Karoth, que había tomado la precaución de sostenerlo antes de que se estrellase estrepitosamente, alertando al resto de la base con el sonido de la armadura. Echó de nuevo a andar, cruzando el patio. Buscó la pared más cercana y se perdió en las sombras que el muro proyectaba sobre el suelo frío, donde la oscuridad era más profunda aún si cabía que en el resto del lugar. Karoth hizo un gesto a los demás para que los siguieran, y como ratones en tropel cruzaron el arco, sin perder no obstante el sigilo, y se apresuraron hacia el siguiente edificio.
-¿Valiant Cross está en los calabozos bajos? -Karoth musitó, pero era una pregunta vacía, que denotaba más rabia que incredulidad. Eso quería decir indudablemente que lo habían condenado a muerte, y por lo tanto habría sido cruelmente torturado. Quizás eso le impediría moverse con la rapidez necesaria para salir airosos de allí.
-No sé en qué celda. Pero sé que lo han traído aquí -admitió el Mester. Apuntó a Karoth con la mirada y luego indicó con la cabeza que se hiciese cargo del guardia que estaba a punto de darse la vuelta para proseguir su ronda nocturna. El joven echó a correr medio agachado, haciendo que sus rodillas flexionadas amortiguaran el sonido de sus pasos, y asoló al hombre desde atrás. Con movimientos fugaces, el muchacho tumbó al soldado, y al alzar la mirada, Allain ya estaba en la entrada al edificio de piedra, como si hubiera sido un trabajo perfectamente coordinado.
-Entraremos los dos. Tu gente se queda fuera, necesitamos que nos cubran la salida -indicó, y no esperó una retahíla a cambio. Se perdió hacia el interior. El joven Irithí transmitió los gestos pertinentes a sus compañeros y luego corrió tras él.
Yaraidell se mordió el labio. No entendía a ciencia cierta el plan del Mester, pero si había alguien en el mundo capaz de sacarlos a todos con vida de allí, era él. Por más que le hubiera fastidiado reconocerlo en cualquier otra situación; Elric siempre tenía las cosas bajo control. ¿Por qué aparentaría lo contrario? Miró a todos lados, confusa. Allí agachada, el camisón se le había subido lo suficiente para dejar ver parte de sus braguitas rosas. También sus turgentes senos se adivinaban bajo la tela, pero eso no era lo que le preocupaba. Lo importante era aquél guardia que ahora tenía la vista clavada en ellos, a una distancia de cincuenta pasos, sin duda preguntándose si había visto algo moverse o no. Yara recordó el abrecartas y el corazón se le disparó, mientras se apresuraba a cubrirlo para esconder sus destellos. Todos trataron de pegarse al muro hasta hacerse prácticamente invisibles en la densidad de las penumbras, y contuvieron las respiraciones. Un par de segundos después, el guardia volvió la vista a otro lado y siguió con su paseo.
-Esperad un segundo -Dallas habló en voz baja. -Se dirije a la puerta -señaló el lugar por el que habían venido, donde, a todas luces, descubriría a sus compañeros asesinados, y un nerviosismo general hizo presa de todos ellos. Sin embargo, antes de que pudieran hacer nada, el cuerno de alarma ya estaba resonando en el castillo, alertando a las tropas.

El sonido ronco y grave del cuerno retumbó en las paredes y los guardias se giraron, alerta, para encarar la salida. Sin embargo, lo primero que encontraron fue la mirada gris profunda de un Mester que no necesitó más de un segundo para robarles la vida a ambos. Karoth pasó por su lado corriendo como una sombra, inclinado hacia delante por pura costumbre como si con ello pudiese cortar mejor el aire. Se paró en seco al llegar a la esquina del pasillo, mirando al mercenario.
-Coge las llaves de las celdas -le indicó, pero Allain hizo caso omiso. Echó a andar, algo más torpemente que el joven rata por las heridas que le habían infligido, pero nadie que no estuviera al tanto del verdadero potencial del hombre sospecharía siquiera que su destreza se había visto reducida. -¿Qué haces? ¡Date prisa! -Karoth parecía no comprender, pero Allain lo miró a los ojos intensamente. No necesitaba las llaves para nada, bastaba para entenderlo. La pequeña escuadra apareció desde el fondo del pasillo, desfilando a paso ligero con las armas en ristre. Cuando se lanzaba una señal de alarma, los soldados se distribuían estratégicamente para asegurar los puestos clave dentro del castillo y enviar el mayor grueso de los efectivos a combate. Aquellos quince hombres no se unirían con sus compañeros.
Desdicha cortaba con la facilidad con que la bota de un montañés de dos metros y medio podría aplastar una cucaracha. Más que eso; devoraba. Una estela oscura y aquél silbido agudo eran los testigos únicos de su existencia, porque Allain luchaba con una destreza tal que era imposible distinguir la espada. Karoth se sintió turbado al verlo en combate. Abrió los ojos enormemente y bajó la guardia de su espada, ya que antes de haberse podido lanzar contra su primer adversario, el Mester ya los había masacrado. A todos.
Aquello hizo al antiguo rey de los Cuervos estremecerse. ¿Cuál era el verdadero potencial de aquél hombre...? Cuando saliesen de allí, ¿se convertiría en su enemigo?
Allain lo encaró con una pequeña gota de sudor perlando su frente. Después de todo, estaba herido.
-Busca tú en ese ala del edificio -dijo, y partió en dirección opuesta.
Karoth dudó por un segundo.
Quizás si lo mataba por la espalda podía ahorrarse muchos problemas en el futuro.


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By Rouge Rogue

CAPÍTULO 46: EL MAL QUE VIENE DESDE DENTRO

Cuando regresaron a la celda, lo hicieron sin Valiant.
Aquello puso en sobreaviso a Allain, que tensó los músculos mientras los guardias lo apuntaban con la espada. Si quisiera, podía matarlos a los dos con unos cuantos movimientos. No sería difícil desarmarlos y tenerlos a merced, ¿pero entonces? Había demasiados cabos sueltos para permitirse poner en alerta a todo el calabozo. Tenía que recuperar sus armas, encontrar a Valiant. Sacar a los gatos de allí, y además si su plan funcionaba, ganarían mucho terreno contra el Círculo. Pero para eso tenía que esperar... Tendió los brazos y se dejó atar sin oponer resistencia. Esperar y dejarse torturar.

Cuando Yaraidell se acercó al guardia aquella noche, no tenía mejor pinta que una fulana cualquiera. Incluso, para ser una furcia de los barrios altos, iba bastante deshecha, sin zapatos, el cabello alborotado por la carrera, la piel sudorosa y sin otro atuendo que el bonito picardías rosa nacarado con encajes blancos. El hombre, sin embargo, no le hizo ascos a aquella pequeña distracción en su turno de vigilancia, y sonrió bobamente mientras ella fingía ofrecerle algunos servicios. No mucho después, el hombre estaba muerto. Yara se mordió el labio y se miró las manos con horror, mientras la sangre que brotaba del cuello del soldado resbalaba por la piedra y se acercaba a sus pies desnudos. Cerró los ojos, y volvió a guardar el abrecartas en el filo de su ropa interior. Luego le robó al muerto la espada y el cuchillo reglamentarios, y avanzó hacia el interior cargada de miedos, pero también con determinación. No tenía ningún plan. No sabía dónde estaban los muchachos. Ignoraba de qué modo iba a conseguir las llaves de la celda. Eran demasiadas cosas en los que no quería pensar. Maldita sea, quizá por eso su padre nunca la había querido en el ejército. Ella lo había atribuído al hecho de que era una mujer, pero ahora descubría también que era una mala estratega cuando se ponía en juego algo que le importaba de verdad.

Kamilla apretó los labios, con visible bochorno. Contuvo las ganas de llorar, y eso le hizo gracia al hombre, que se echó a reír mientras su compañero aún se esmeraba con las últimas embestidas. Ella tenía las manos apoyadas en el potro de madera y el guardia la disfrutaba desde atrás, a la vista de todos los chicos de los Cuervos. La joven giró el rostro hacia la pared opuesta, tratando de no encontrarse con las miradas regocijadas de ellos, pero lo cierto era que ninguno de los Cuervos disfrutaba ahora con su dolor. En circunstancias normales, se habrían unido al festín. Pero las ratas eran ratas, y ahora el enemigo común eran los guardias. No pararían hasta matarlos a todos por torturar a una de los suyos.
-Joder, ¿aún te queda? -preguntó, ansioso, aquél que vigilaba mientras el otro se follaba a la muchacha.
-Un... poco... -respondió su compañero, procurando una embestida profunda a la mujer tras cada palabra. Se hundió en ella flexionando ligeramente las rodillas para empujarla desde abajo hacia arriba. Hasta el fondo.
-Maldita sea, a ver si van a pasar los de control y no estoy en mi puesto. Date prisa -lo apremió, mientras echaba un vistazo al otro lado del pasillo. El violador puso cara de esfuerzo.
-Necesito... algunos... minutos. Ve y te llamo cuando te toque -apretó los dedos contra las nalgas morenas de la joven y luego comenzó a moverse más deprisa. El otro chistó y negó con la cabeza, pero obedeció y se perdió por el corredor para regresar a su puesto de vigilancia. Los dejó solos. Cuando los achaques del hombre se hicieron más violentos, ella tuvo que esforzarse por no gritar de dolor. Se mordió los nudillos; no estaba dispuesta a concederle el placer de verla sufrir. A ella, no.
De repente, el ruido cesó.
Los gemidos de cerdo, las embestidas. El líquido caliente le salpicó las nalgas desnudas. Kamilla supuso que se había corrido sobre ella, pero el cuerpo inerte del guardia cayó al suelo de lado, con los ojos muy abiertos, perdidos en la nada. La chica se giró deprisa y descubrió la sangre que la manchaba, y también vio a Yaraidell con miedo en los ojos, sosteniendo en alto el cuchillo de plata. Kamilla tardó en relacionar ambas cosas. Demasiadas preguntas sin respuesta, pero algo sí que le cruzó la mente en una fracción de segundo. Se arrodilló deprisa cerca del guardia y le robó las llaves del calabozo.
-Eh! Eh! -los Cuervos comenzaron a estirar las manos hacia ellas, gritando en voz baja para no alertar a nadie.
-Sácanos de aquí. ¡Vamos, deprisa!
Kamilla contó las llaves y encontró la que debía ser la de la celda de los muchachos. Luego la sostuvo en la mano, sin saber que hacer. Finalmente echó a caminar por el pasillo, llevándose las llaves consigo. Yaraidell trotó tras ella, descalza. Tenía la incertidumbre dibujada en el rostro, pero al lanzar una última mirada a la celda, descubrió a un muchacho silencioso, sentado en una esquina, mientras todos se arrebujaban para suplicar por su libertad. Yara entreabrió los labios y agarró a Kamilla por el chaleco, para retenerla.
-Saquémosles de aquí -dijo, señalando la celda.
-¿Por qué? Son Cuervos. Te han violado y humillado cuando han podido -la muchacha morena la miraba desde la superioridad de su estatura. Además, llevaba aquellas botas de tacón. De repente Yaraidell se le antojó todo aquello que no había creído jamás que fuera. Encontró en ella una belleza irresistible, más allá de sus facciones de muñeca de porcelana. Encontró una dulzura en sus ojos, en sus labios, que ella nunca había poseído. Maldita fuera, crecer en las calles la endurecía a una.
-Karoth fue amable conmigo. Siento que le debo este favor -dijo en voz baja, y la otra chica lanzó los ojos hacia el muchacho Kandoriano. Sí... Definitivamente, debía ser un Valiant en versión morena. Dioses, el mundo estaba loco. Y ella también.
Corrió hacia la celda y tanteó con la llave la cerradura, mientras todos dentro suspiraban de alivio.
-Os sacaré con una condición -advirtió ella, y todos apremiaron para que lo hiciese deprisa. -Tregua, hasta que todos, Cuervos y Gatos, hayamos salido de este maldito lugar.

-Esta es una buena espada. ¿Se la has robado a algún noble? -dijo el guardia, pretendiendo hacerse el entendido. Allain puso los ojos en blanco. Realmente no podía tener ni idea de lo especial que era aquel arma. Una espada legendaria. El hombre deslizó los dedos por la funda negra y desenvainó a Desdicha. La analizó, poniendo cara de aceptación mientras la probaba en el aire. Sus dedos se aferraron a la empuñadura con ahínco; más del que había pretendido, y luego afirmó.
-Una espada digna de un rey. Sí... creo que ya tiene un nuevo dueño...
-Yo que tú soltaba eso, amigo -lo advirtió Elric. Su mirada se había vuelto severa ahora. El guardia lo miró con desdén.
-¿No me digas, amigo? -respondió, y lanzó un corte rápido contra el abdomen del mercenario. La herida se abrió, sangrante, en cuestión de milésimas de segundos, y Allain gimió de dolor. Pero aún más, el guardia gritó también. La empuñadura de la espada había quemado, por un momento. Se miró el guante, corroído en aquellas zonas de contacto con el arma, y lo observó con cautela. Allain tosió.
-Suelta... esa espada. Hazlo. Ahora. O atente a las consecuencias.
El soldado volvió a mirarlo con el ceño fruncido. No lograba entender qué había ocurrido, pero el simple hecho de que un vagabundo cualquiera le diese órdenes lo ponía furioso.
-Cierra la puta boca, bastardo -levantó la punta de Desdicha y le atravesó el hombro derecho con ella. Allain gritó con el rostro alzado al techo. El dolor lacerante le calaba piel, músculo y hueso por igual, y la sangre alimentaba a la espada, resbalando por su hoja casi con deleite. Pero el regocijo del guardia duró bastante poco; enseguida se apartó de él y arrastró la espada consigo, mientras gritaba atormentado. Los ojos se le abrían de par en par; el guante se había consumido entero. Pero no sólo el guante, sino también su piel. Aquella extraña fuerza oscura le estaba devorando la mano y él no podía hacer nada.
-Tira...la... espada... -masculló Elric.
-¡No puedo! ¡No se suelta! ¡JODER! -agitó el brazo con todas sus fuerzas, pero el arma estaba adherida a su piel como si se alimentase de ella. El músculo dejaba ver en algunas zonas el hueso que había debajo, mientras el guardia se retorcía sobre sí mismo de dolor.
-¡Córtate la mano! ¡Hazlo!
Pero no lo hizo. Bien porque el dolor le impedía reaccionar; bien porque el miedo era demasiado acusado. La mano se consumió entera hasta dejarla hecha esqueleto, y sólo entonces, Desdicha cayó al suelo. No obstante, el tormento no cesó ahí. Aquél ácido ascendió imparable por el brazo del hombre, que se acercó a trompicones a la mesa más cercana. Agarró un cuchillo con la mano izquierda y lo acercó, dudando. Asestó una cuchillada con todas sus fuerzas y el arma se le hincó en la carne, apenas medio centímetro. Un cuchillo no estaba diseñado para separar huesos y músculos con un solo tajo. Tendría que serrar. Sin embargo la magia lo habría consumido antes de que él consiguiera desprenderse del brazo, y ya la herida estaba demasiado alta para poder cortar con otro tipo de arma sin ayuda de nadie.
Los gritos del guardia se extendieron por todo el pasillo, inútilmente. Estaban en el pabellón de torturas, y allí los gritos eran lo bastante frecuentes como para que nadie se alarmase y viniese a ayudar.
-¡QUÉ ES ESTO! ¡PÁRALO, JODER! ¡DETENLO! ¡TE DEJARÉ LIBRE! -se arrodilló con los ojos implorantes, pero Allain negó con la cabeza. Su hombro y su abdomen sangraban.
-Yo no puedo pararlo. Te advertí que no la cogieras.
-¡ES TU ESPADA! ¡TIENES QUE PARARLA! -volvió a gritar. La herida subía ya por su hombro. Enseguida le alcanzaría los pulmones, la carótida, o algún otro punto que pusiera fin a su vida.
-Te equivocas... esa no es mi espada. Yo soy su mano.
El hombre tosió, escupió sangre a los pies de Allain. No tenía fuerzas para replicar, ni para rezar. Ni para maldecir. El mercenario cerró los ojos. Esa no era su espada.
Era la espada de Syrtos.


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By Rouge Rogue

lunes, 17 de octubre de 2011

CAPÍTULO 45: LA DEIDAD DE LA MUERTE

Los jóvenes la miraban con recelo.
Ella bufó como una gata, apretándose contra la esquina de la celda.
Con el cabello oscuro alborotado, parecía aún más salvaje de lo que dejaban adivinar sus ojos, y aunque había temido en algún momento por su integridad, se habían mantenido al margen lo suficiente como para que incluso pudiera pensar en salir de allí con vida.
Kamilla estaba encerrada junto a un puñado de muchachos de los Cuervos. Los habían apresado a todos, sin distinción, como ratas cayendo en una trampa, demasiado asustadas para saber hacia dónde correr. Estaba convencida de que en otras circunstancias, lo más probable era que se hubieran abalanzado sobre ella para violarla y matarla después. Pero allí estaba aquél muchacho, que no había soltado palabra desde que los encerrasen en la mazmorra, y sin embargo todos parecían obedecerle ciegamente. El joven la había escrutado de arriba a abajo con desdén; ella sabía de quién se trataba. Karoth Teihje'neen, el antiguo líder de los Cuervos. Entre los suyos, era muy bien considerado, e incluso los Gatos y los Titanes habían tratado de convencerlo de que se les uniera, pero no de valde los Kandorianos eran orgullosos y tenían algo que los ratas de Bereth desconocían: sentido del honor.
Karoth se había sentado al otro lado de la celda, cerca de la puerta, y miraba hacia el exterior como quien se encuentra cómodamente emplazado en su lugar preferido. Ningún otro de los jóvenes se había atrevido a acercarse; y eso la hizo suponer que, efectivamente, él era un buen líder. Estrechó la mirada y lo recorrió de arriba a abajo con los ojos.
Era curioso.
Los brazos fibrosos, el flequillo rebelde, y aquél aire de tenerlo todo siempre bajo control, eran cosas que le recordaban a Valiant. En el fondo, siempre había sabido que Valiant Cross había nacido para liderar la Hermandad, pero él no tenía interés alguno en hacerlo. Era lo que lo diferenciaba de Karoth, y posiblemente del resto. Valiant tenía poder al alcance de su mano, y no lo quería.
-¿Qué estás mirando? -preguntó uno de los reclusos entonces. Kamilla arrastró la vista hasta él, con desgana, y mantuvo el gesto sereno. El chico mascó el caucho que tenía en la boca y le aguantó la mirada largo rato. -Te he hecho una pregunta, gata de mierda.
-Qué valiente eres. ¿Te sientes poderoso porque sois seis contra una?
Karoth entornó los ojos, puestos en el guardia que patrullaba por el pasillo. El muchacho arrugó los labios, envalentonado.
-¿Y tú? ¿Te pones cachonda porque somos seis contra una?
-Preferiría quemarme en la hoguera antes que tenerte dentro de mi cuerpo; piojoso.
El muchacho dio un paso al frente, y el haz de luz que se colaba por la ventana reveló con mayor claridad su aspecto. El cabello castaño, recogido en una coleta pequeña, y los flequillos largos y deshechos. El rostro alargado, de formas anguladas y nariz recta. Kamilla había creído ver a un crío de unos 18 años, pero al fijarse mejor, debía tener 3 o 4 años más.
-¿Y eso lo dice la furcia de Valiant Cross...?
La joven apretó los labios. El nombre de su amado en boca de aquél niñato le erizaba los nervios.
-Es el más mierda de los ratas del este, y ni aun con eso puedes retenerlo. Te ha cambiado por una con las tetas mejor puestas y el chochito rosa -se burló de la chica. Los ojos de ella se encendieron por un instante y se puso en pie como un resorte, sin siquiera reparar en lo que hacía.
-Déjala ya, Lloth -intervino un segundo muchacho, pero sin hacer ademán de levantarse.
-¿Qué? ¿Vas a plantarme cara...? -el joven de los Cuervos dio otro paso hacia ella, pero eso no la intimidó. Estaba furiosa; si hubiera tenido un arma a mano... -A mí me resbala de quién seas novia. Los Gatos deberíais moriros, todos. Disfrutaré llevándote al cadalso de la mano -sonrió con malicia. Kamilla abrió los ojos con una nueva perspectiva. No se había planteado la idea de que pudieran morir allí.
-No le hagas caso; odia demasiado a demasiadas cosas -el muchacho que había hablado antes se acercó Kamilla, y trató de cogerla por los hombros, pero ella bufó de nuevo y retrocedió un paso. Él dejó las manos en alto.
-Cállate. Mira en el lío en que estamos -masculló Lloth. Se pasó las manos por el pelo, tratando de pensar, y se puso a caminar por la pequeña celda.
-Tenía un hermano gemelo -se explicó el otro, señalando a su amigo. -Los gatos lo mataron. Lo tiraron al Quith y sus aguas turbias nos lo trajeron en descomposición. Desde entonces, Llothringen no ha sido el mismo.
-¿Por qué le cuentas eso a la furcia? ¡Es uno de ellos! ¡Deja de tratarla como si fuéramos amigos de toda la vida! ¡Ellos mataron a mi hermano! -el muchacho alzó la voz tanto que el guardia dirigió su atención hacia ellos por un instante. Karoth se puso en pie de un salto y lo agarró por el brazo. Le retorció la muñeca con un simple gesto hasta hacerlo arrodillarse por el dolor y mantenerlo inmóvil. Lloth masculló y maldijo en varios idiomas, posiblemente alguno inventado.
-Cálmate, ¿quieres? Es inútil pelear ahora. Aquí dentro todos somos la misma mierda. Si no salimos con vida, la guerra entre Cuervos y Gatos no sirve de nada -espetó el muchacho Kandoriano. El resto de los suyos asintieron, incluído Lloth, y el otro joven le tendió la mano a Kamilla.
-Me llamo Dallas, y Loth es mi mejor amigo. Quizás no lo parezca pero es un gran tío.
-Que te jodan -rumió el susodicho, visiblemente ultrajado. Se cruzó de brazos y se sentó cerca de Karoth, volviendo la vista al otro lado para no tener que ver a Kamilla.
-Tienes razón -dijo ella al fin. -No lo parece; en absoluto.

No estaba segura de cuánto tiempo la retendría Jace allí. Tampoco de lo que pensaban hacer con Valiant, y por todos los demonios, Allain. ¿Le preocupaba Elric? Qué más daba, tenía que ir a ayudarles, como fuera. Ellos estaban allí por su culpa; por su cabezonería, por su insensatez. Cada paso que había dado desde que se cruzara en el camino de ambos jóvenes no les había traído más que problemas. No se iba a morir tranquila si no podía resarcirlos aunque fuera un poco.
Abrió el enorme ventanal del dormitorio y dejó caer la larga ristra de sábanas que había humedecido con agua y anudado entre sí. Se había desprendido del vestido; no tenía nada de ropa en casa de Jace, así que se quedó con la combinación interior. El escueto picardías no tapaba demasiado, y hacía frío en la calle. Pero qué demonios.
Yaraidell se encaramó en lo alto del alféizar y se agarró con fuerza a la sábana. Intentó dejarse caer con suavidad, pero sus brazos no tenían la fuerza suficiente para sostenerse, de modo que cayó sin poder remediarlo algunos metros antes de topar con un nudo que frenase sus pies. Gimió, con las palmas de las manos doloridas por la abrasión, y después comenzó a bajar despacio. Cayó de pie y los finos zapatos de tacón -suerte que no eran muy altos- la hicieron tambalearse.
Al final, se deshizo de ellos y echó a correr descalza hacia la salida de la mansión.

Syrtos era una bella criatura.
Tenía las mismas facciones hermosas y el porte esbelto que su hermana gemela, Vide. Pero mientras que la diosa disfrutaba creando vida y dotando de esplendor todo aquello que con sus manos tocaba, Syrtos aprovechaba este don para sus fines propios. Se hizo a sí mismo como un dios arrogante y malicioso, que disfrutaba conquistando a las mortales. Su acusado sentido del orgullo y la posesividad lo empujaba a arrancarles la vida después de disfrutarlas, para que ningún otro pudiera hacerlo tras él. De este modo creó una estela de muerte que se prolongó durante siglos y su pasión por la sangre y el sexo se hizo más acusada; también su orgullo se creció, hasta que llegó el momento en que sintió que ya no habia mujer que se le resistiera. Fue entonces que puso sus ojos sobre su propia hermana, Vide, la única de las diosas que aún no había cedido a sus encantos. Pero Vide repudiaba todo aquello que Syrtos era, porque podía leer la oscuridad de su corazón. Cuando Syrtos se sintió rechazado por su hermana, sucumbió a la cólera y la forzó. Syrtos engendró una semilla oscura en su hermana que mermó el poder de la diosa, y ella a cambio lo maldijo. La muerte había vencido a la vida, la había consumido y la había vuelto limitada en su poder, pero Vide confinó a su propio hermano en la celda sin frontera de las sombras, de modo que desde entonces, él nunca volvería a ver la luz del sol.
Desde aquél momento, Syrtos reinó en lo oscuro; se alzaba en todo su poder con la caída de la noche y oteaba los cielos, anhelando regresar al hogar del que lo habían expulsado. Pero, impotente, su dolor lo consumía cada noche y lo sumía en la locura, empujándolo a seguir matando, violando, y causando temor.
Syrtos se convirtió en el dios de la sangre y lo oscuro.
Tenía siete putas, llamadas muertes. También se las conocía como pecados mortales. Se decía que quienes servían a los pecados del cuerpo y la carne, servían al mismísimo dios, y por ello los hombres rehuían la existencia poco virtuosa. La deidad adoptaba muchas formas, pero ninguna dejaba de ser maligna, y siempre exigía sacrificios. Syrtos se llevaba a los vivos y los torturaba por toda la eternidad para desahogar sus más bajos instintos.
Todo aquello se lo contó Synister Owl, cuando él no era más que un niño.
Allain nunca había creído en los dioses, ni en ninguna fuerza superior que regiera el destino de los hombres, pero había llegado a creer en Syrtos, porque había visto la muerte desde cerca. Y allí estaba ahora, solo. Mirando al techo de la celda y preguntándose tantas cosas.
¿A quién se llevaría Syrtos esa noche?


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By Rouge Rogue

viernes, 14 de octubre de 2011

CAPÍTULO 44: CONFESIÓN

Yara estaba limpia, peinada y perfumada.
Se miraba al espejo ovalado y contemplaba la imagen de una joven hermosa y apoderada, con el precioso cabello recogido en un moño que dejaba escapar alguno de sus bucles pelirrojos cerca de su nuca. Incluso le habían puesto un bonito collar de merellite con una amatista engarzada en forma de lágrima. Con todo eso, se daba bastante asco a sí misma.
Cuando entró Jace en la habitación, ella le devolvió la mirada, desafiante.
Era una mirada cargada de reproche, de quejas y de incomprensión.
-Estás preciosa, Yaraidell.
-¿Dónde están mis amigos? -ella se puso en pie y cargó las pomposas faldas del vestido que llevaba para acercarse al caballero, con el gesto agrio. Él no se alteró ni un poco.
-Donde les corresponde.
-¿Así es como tratas a quienes acudieron a salvar a tu prometida?
-Así es como trato a los asesinos, ladrones, violadores y demás gente de mala calaña. Desgraciadamente, no podemos hacer el visto bueno sólo porque sean tus amigos, Yara. Han hecho cosas terribles.
-Ellos no deberían haber estado allí. Fueron porque querían salvarme. No es justo que les des el mismo trato que a quienes me secuestraron y me forzaron a... -su voz vaciló un momento, y al final se apagó. Jace cruzó la sala y se sentó sobre la cama.
-Me gustaría creer en tus palabras; que hablan con sinceridad sobre la justicia. Pero esa justicia de la que hablas es una que sólo te beneficiaría a tí, Yaraidell. Porque les quieres, y no deseas verlos sufrir. Sin embargo, las familias inocentes de los hombres que han muerto y las mujeres que han sido violadas, o los comerciantes que han sido saqueados por los bandoleros...
-Ratas -lo corrigió ella.
-¿Cómo dices?
-No son bandoleros. Los bandoleros son asaltantes de los caminos, y ellos son ratas.
-¿Cuál es la diferencia...?
-¿No sabes distinguir una rata de una persona? Las personas son malas porque quieren. Las ratas nacen en la inmundicia y mueren en la inmundicia, y nunca conocen el calor humano.
-Yaraidell, ¿qué...? -negó con la cabeza. No la entendía en absoluto.
-Quizá vuestra ilustrísima Orden de Caballeros tenga un fin noble, que es el de proteger a las gentes de la ciudad. Pero se os olvida que en la zona más pobre de la ciudad también hay un montón de personas, que sólo por no tener recursos no tienen menos derechos -se acercó de nuevo molesta al tocador, y se sentó en el taburete. Estaba enfadada con el mundo; con Jace, con ella misma. El joven frunció ligeramente el ceño y luego se acercó caminando despacio a su prometida.
-Sólo intento hacer lo que creo más correcto, por tu bien... y por el de todos... -dijo, bajito.
-Supongo que es más fácil arrestar a la chusma y mandarla a la horca que tenderle una mano y sacarla de la mala vida -concluyó. Se quitó el collar brillante y lo dejó caer sobre la mesita del tocador, con desgana.
-Si fuera tan fácil...
-Con Valiant es así de fácil -chistó ella, y se giró para encararlo. -Valiant es un buen chico; es inteligente y habilidoso. Sé que si hubiera nacido en otras condiciones posiblemente estaría ocupando tu puesto -lo acuchilló, pero enseguida se dio cuenta de que había herido el orgullo de Jace. Le hubiera gustado pedir disculpas, pero era demasiado vanidosa para reconocer cuando se equivocaba.
-Ya... -farfulló, molesto, y miró a otro lado.
-Lo que quiero decir es que estás condenando a una buena persona, y sé que tú no harías algo así. No eres esa clase de hombre despiadado, te amé porque bajo la fría armadura latía un corazón bondadoso y cálido... -se puso en pie buscando con las manos el pecho de él, pero la mirada de Jace se endureció.
-¿Me amaste?
Yara se dio cuenta entonces de que había usado el pasado para expresar sus sentimientos hacia Jace de un modo totalmente inconsciente, y se llevó las manos a la boca, sorprendida.
-Yo... lo siento, Jace -admitió, al fin.
-Soy el hazmereír de la caballería. Todo el mundo sabía que la prometida de Jace Adarkian se dio a la fuga con otro. Conjeturaban y se mofaban a mis espaldas, y yo quería creer en tu virtud. Defendí tu honor y te esperé pese a todo -apretó los labios, dolido. Retrocedió un paso cuando ella intentó tocarle. -Has jugado conmigo como si fuera un bufón, Yaraidell Eagleclaw. Te he dado muchos años de mi vida y he sido permisivo. Pero ya no quiero ser más ese hombre que lo daba todo por tí -volvió el rostro y perdió la vista en alguna parte, apretando la mandíbula. Yara creyó que Jace estaba rompiendo su compromiso. Pero no era así, en absoluto. -De ahora en adelante seré lo que un esposo tiene que ser, y si no me respetas por tí misma, te obligaré a hacerlo -se dio la vuelta y salió de la habitación con paso firme. Cerró la puerta de un golpe sordo, pero Yara tenía los oídos entaponados por el latido de su propio corazón. No oyó el "clic" hasta que fue demasiado tarde, y cuando se acercó a la puerta para tratar de abrirla, descubrió que la había encerrado con llave.

-Verás... esto es así de sencillo; muchacho. Tú me das una confesión, y yo paro inmediatamente con la tortura. Dejas de sufrir este martirio innecesario, te devuelvo a tu celda, y mañana a la aurora el verdugo hará un trabajo bastante más rápido de lo que piensas. Apenas un corte y se habrá acabado -el guardia afilaba el cuchillo procurando hacer ruido para que Valiant lo oyese, pero el chico luchaba torpemente por respirar. Escupía agua; tenía los ojos entreabiertos y perdidos en el infinito. La visión se le había vuelto borrosa por la falta de oxígeno, y el sabor de la sangre que resbalaba de su nariz se perdía en sus labios rotos.
-¿Qué me dices, eh?
-Dónde... está... Yar...
El guardia accionó la palanca y la cadena cayó de nuevo, sumergiendo al muchacho bocabajo hasta el torso en el barreño con agua. Valiant se removió; cada vez era capaz de retener menos aire. El hombre acercó una de las hojas afiladas a su costado y le practicó un corte ligero, que lo hizo gemir de dolor y soltar oxígeno. Aguardó algunos segundos prudentes, y cuando estimó que el joven podría perder la conciencia, volvió a sacarlo, entre toses.
-La señorita Yaraidell Eagleclaw, cuyo nombre no deberías siquiera osar a mencionar, se halla a buen acierto en brazos de su prometido. Es posible que en estos momentos estén retozando como conejos en celo... -volvió a sesgar la piel del chico, y él gritó, apretando los dientes. -Sí... me la imagino... -se acercó al oído de Valiant. -Entre tú y yo, chico, debe ser toda una puta en la cama... -luego rió por lo bajo y practicó un tercer corte en el pecho del pícaro, que se removió, sangrando profusamente por todas sus heridas. -Bueno, ¿piensas hablar o no?
-Soy inocente, ella lo sabe... tes... tificará... por mí -masculló por lo bajo, tratando de no tragar su propia sangre.
-Para ser honestos, se ha desentendido bastante rápido del asunto. Tenía más prisa por darse un baño relajante que por saber qué sería de vosotros. No creo que testifique nada, chico. Perdona si te rompo el corazón.
Valiant frunció el ceño y musitó bajito.
-Mientes...
-Ya quisieras, perro -esta vez apoyó la punta del cuchillo en la zona baja de su espalda y la deslizó despacio, recorriéndole la columna vertebral. Los alaridos de dolor del joven rompieron entonces el silencio sordo y el gotear de la sangre en el suelo. Sintió que se rasgaba su carne, que se abría su piel y se separaba poco a poco siguiendo el paso del metal. Era un dolor lacerante y profundo, que hacía palpitar sus oídos. La garganta se le quebró; luego tosió y escupió la sangre que se le acumulaba en la boca. El torturador prorrumpió una carcajada larga y ronca, y mientras el muchacho trataba de recuperarse, volvió a soltar la palanca y cayó estrepitosamente al agua, golpeando el fondo del barreño con la cabeza. Valiant se removió, se agitó contra las cadenas que lo apresaban; esta vez no había podido contener la respiración.
-Ah...fíjate. Ha anochecido ya. La luna está muy plena... -miró hacia el techo. El agujero practicado en la zona más alta de la roca dejaba entrever parte del cielo. Ignoró los gemidos del joven que se ahogaba, a menos de medio metro de él. -Sí que hemos perdido tiempo en esto. Más de lo que estoy dispuesto a consentir...
Valiant se revolvió un par de veces más, se sacudió con violentos espasmos.
Luego dejó de moverse.
El guardia chistó, y accionó la palanca para sacarlo de allí. Cuando lo izaron, el pícaro no hizo por coger aire, ni tosió. El cabello le chorreaba profusamente; tenía los oídos y los pulmones llenos de agua. También el rostro amoratado por la sangre que se le acumulaba en la cabeza.
El guardia parecía molesto consigo mismo cuando le soltó los pies de sus ataduras y lo hizo caer de nuevo, estrepitosamente, como un muñeco sin vida. Lo agarró por el pelo y lo sacó del barreño, y tumbándolo bocarriba en el suelo, levantó la bota y la dirigió contra su pecho.
-¡No te mueras, joder! -lo pisó con fuerza en el plexo solar. Las costillas se hundieron y el doloroso "crack" lo hizo de nuevo abrir los ojos y escupir agua por la boca y la nariz. Tosió largamente, con las manos temblando, y el carcelero se permitió relajarse un poco más. Le habrían puesto algún tipo de amonestación si llegaba a matarlo sin que hubiera confesado.
En la otra punta de la habitación, el notario, receloso, estrechó los ojos acusadoramente. No le importaba si el chico moría o no; más bien se diría que estaba deseando poder despedir a alguien. Su trabajo era increíblemente aburrido.
-Querías morirte, ¿eh? Pues no te lo pondré tan fácil, sabandija. Voy a hacerte sufrir hasta que sientas que el infierno es cosa de chiquillos en comparación -lo arrastró de nuevo, tirando de sus muñecas. Valiant hizo fuerza y trató de oponerse, pero su cuerpo estaba demasiado turbado para responder. Los músculos le temblaban, los pulmones luchaban por escupir todo aquél agua y las heridas seguían sangrando. La vista estaba nublada, los oídos entaponados. Qué doloroso era morirse.
Y qué difícil.
Quería terminar con aquello, de una vez. ¿Cuántas horas habían pasado? ¿A cuántas torturas lo habían sometido? ¿Cuándo vendrían los gatos? Él sólo quería una vida mejor... sólo quería un lugar mejor al que ir. Maldita fuera la furcia que lo trajo al mundo para sufrir. Él la maldecía, sí. Allá donde estuviese.
Las cosas podrían haber sido distintas, quizá. Si él no se hubiera enamorado de Yara... el Círculo. Kevin; el general Eagleclaw. Kamilla... todo daba vueltas en su cabeza, todo como un torbellino. Cerró los ojos con fuerza, vio pasar montones de imágenes de su vida; escenas que creía olvidadas. Creyó poder oler de nuevo aquella peste nauseabunda de las cloacas, la noche en que mató por primera vez. El hedor del vómito que le empapaba las manos y la ropa; la cara del hombre inerte. Los gritos de la chica a la que estaban violando. Él podía haberla ayudado, podía haberla salvado. Pero era de los titanes; se lo merecía. Sin embargo no había podido borrar de su cabeza el sonido estridente de sus alaridos de dolor. El tacto suave de las sábanas en el burdel, de la joven rubia que lo había amado tan intensamente y que al día siguiente amaneció muerta después de que su marido descubriera que se prostituía. Montones y montones de recuerdos, una maraña confusa de viejos momentos que pasaron a toda velocidad. Todos ellos tristes, oscuros y hediondos. Toda su vida había sido una mierda.
¿Qué sentido tenía seguir queriendo vivir?
¿Por Yara?
¿Dónde estaba Yara en ese momento?
Cuando volvieron a encadenarlo contra la estaca de madera, dejando su espalda desgarrada por los azotes y los cortes al descubierto, él abrió la boca despacio.
-Basta... parad ya. Os lo suplico... -su voz sonó cansada. El torturador echó mano del artilugio de metal con forma de lágrima, y se lo mostró. Al accionar mediante presión la zona media del aparato, éste se abrió como un abanico, en montones de cuchillas afiladas, y el hombre sonrió.
-¿Sabes por dónde te meteré esto...?
-No... por favor... -rumió. Cerró los ojos, agotado.
-No te matará, pero el dolor de las hojas destrozándote por dentro es sumamente agonioso. Te hará las tripas carne picada.
-No... ya no puedo más. Te daré lo que quieras... Confesaré...
La sonrisa del carcelero se hizo más profunda. Se acercó al joven y le bajó las calzas, despacio, dejando su culo al descubierto. Valiant alzó la vista al techo y sintió que el pecho se le encogía; por el miedo, por el dolor de alguna costilla resquebrajada.
-Veamos si es cierto... ¿quién secuestró a la señorita Eagleclaw? -acercó la punta de la lágrima de metal de nuevo cerrada a la piel del muchacho. La introdujo despacio entre sus nalgas, rozando su ano hasta conseguir que se pusiera sumamente nervioso.
-Yo; yo mismo la secuestré -dijo, y tosió.
-Yo que tú no apretaría demasiado el culo. Puede que se active el resorte por error... -comentó ladinamente su captor. Valiant agachó la mirada. -¿Está tomando apunte de todo, señor notario? -miró al escriba, al otro lado de la sala, y éste asintió solemnemente.
-Bien, ¿por qué secuestraste a la prometida del capitán Adarkian?
-Porque... -se mordió el labio. Dolió. El momento de tribulación hizo que el torturador apretase ligeramente el utensilio contra el agujero del culo del chico, y él cogió aire, deprisa. -Porque estoy enamorado de ella -añadió enseguida. Eso hizo que su interlocutor prorrumpiera en carcajadas de burla.
-¿Has oído eso? ¡Enamorado! Qué chistoso, de veras. Y qué más. Qué le hiciste a la señorita Eagleclaw durante su arresto involuntario.
-Yo... la... -cerró los ojos y suspiró.- La violé. Varias veces -recordó aquella noche en el lago. ¿Qué tal si nos damos un baño...? Y ella pasó por su lado, desnuda. Se arrojó a las aguas y cuando volvió a emerger parecía una hermosa sirena, con el cabello tan largo y mojado. Su piel clara a la luz de la luna... aquellos ojos preciosos brillando para él. Y habían hecho el amor... - La violé una y otra vez. Volvería a hacerlo. Me pone muy cachondo -en su mente, las manos de la chica le recorrían la espalda con deseo. Sus labios estaban unidos. Qué importaba, había sido una vez, pero creía que iba a morirse sin oportunidad de sentirla cerca. Sonrió. Se había olvidado de dónde estaba, ni por qué. Volvió a la realidad cuando sintió la dura piedra golpeándole contra las rodillas. Había caído al suelo con un golpe sordo, y un par de guardias lo agarraron por los brazos.
-Acabas de confesar el secuestro y la violación de la señorita Yaradiell Eagleclaw. Mañana serás ejecutado. Tienes derecho a escoger entre la hoguera o la horca. Lleváoslo -el torturador se quitó los guantes teñidos de sangre. Los guardias tiraron bruscamente de sus hombros doloridos; casi se salieron del sitio, y lo arrastraron pasillo abajo. Valiant ya no tenía fuerzas para sostenerse en pie, ni siquiera para mantener en alto la cabeza. Sólo tuvo un único pensamiento mientras sus ojos se cerraban y perdían de vista el suelo de piedra oscura de las mazmorras.

"Qué hijo de puta. Me había dicho que me cortarían la cabeza".


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By Rogue Rogue

jueves, 13 de octubre de 2011

CAPÍTULO 43: EL CARCELERO

-Estupendo, ¡estupendo! Primero teníamos al Príncipe de los gatos a nuestra merced y perdemos la ocasión de matarlo. ¡Y ahora! Encerrados aquí -el chico se mesaba el pelo frenéticamente, en un gesto asustado. Tenía los ojos tan abiertos que parecía que se le fueran a salir. Su compañero de celda parecía aburrido de escucharlo; se había dejado caer, apoyado contra la pared, y se había escurrido poco a poco hasta acabar sentado en el suelo.
-¿Y el Rey? ¿Qué habrá sido del Rey?
-Cállate de una vez, Terse.
-¿Crees que nos sacarán de aquí? ¿Nos sacarán? Oh, dioses. ¡Toda mi vida cuidando hasta el mínimo detalle y me han capturado en mi propia casa! ¿Cómo han llegado los Paladines a dar con nosotros?
-Estaban buscando a la chiquita pelirroja. Es la novia de uno de ellos.
-¿La furcia pelirroja? Creí que estaba con el Príncipe de los Gatos. ¿Con cuántos está a la vez?
-Y qué se yo. El tipo de la espada oscura también quería llevársela.
-¿El que luchó contra Karoth?
-Sí, y lo mantuvo a raya.
-Oh, dios mío. ¿Y si se une a los Gatos? Valiant Cross ya no sería nuestro único enemigo a temer, ese tipo es bueno. Estamos muertos. Muertos. Quiero salir de aquí -se tiró del cabello con fuerza y su compañero aprovechó que pasaba cerca para lanzarle una patada contra el tobillo.
-Cállate, joder. Es una puta mierda, tenemos el agua hasta el cuello. Pero Valiant Cross y el tipo raro aquél también están encerrados, ¿no? Aún tenemos una oportunidad de salir de esta.
-¿Qué vamos a hacer, Turian? ¿Qué haremos?

Allain tenía los ojos fijos en la diminuta gota de agua. Temblaba levemente en lo alto del techo, escurriéndose lenta pero decidida por entre los quicios de la roca desgastada por la humedad. Al final volvió a caer, goteando sobre el charco que se había formado en el suelo, y una nueva gota ocupó su lugar. Fuera tronaba.
La lluvia arreciaba desde hacía horas; el viento se había levantado con la tempestad y más allá de los muros de la celda se oían sus silbidos. Valiant seguía palpando la pared.
-¿Por qué no lo dejas ya, "Príncipe"?
-Todos los muros tienen una piedra maestra...
-Cuando la encuentres, no te servirá de nada; así que relájate.
-No puedo relajarme. No así -suspiró, fastidiado, y se sentó apoyando la espalda en la pared de enfrente a la que ocupaba Elric. Le lanzó una mirada larga y arrugó el morro, con el flequillo aun húmedo sobre los ojos. -Por un momento pensé que las cosas podían salir bien.
-¿De veras pensabas darle la calle principal a los Cuervos?
-Sí.
-¿Qué habría opinado Magda al respecto?
-Lo habría encontrado brillante, supongo.
-No lo entiendo -admitió Allain. Estaba claro que debía pasar algún dato por alto, y exigía saber cuál era. Valiant era lo bastante listo para captar a lo que se refería el mercenario.
-Gremmet Founder, al que llaman Rey, es el hijo de Burt Founder -los ojos de Allain se estrecharon. Aquél nombre le hizo recordar viejos momentos de servicio para el Círculo, e, irremediablemente, a Fargant. -Si supusiéramos que el Círculo puede parecerse a la tela de una araña, en cuyo centro hay un cerebro que maneja los hilos de los extremos, creo que resultaría conveniente cortar esos hilos primero y aislar al cerebro.
-Es decir, empezar por matar a los sicarios -lo escuchaba con atención, pero con la actitud divertida de un profesor que examina el trabajo de un alumno aventajado.
-Exacto -el encogió las piernas y dibujó sobre una de sus rodillas un círculo imaginario con su dedo, una y otra vez. -Intentar acercarse al cerebro como primer objetivo, o a alguno de sus Mester sería arriesgado, teniendo en cuenta el apoyo con el que contamos ahora... -lo miró de soslayo. -Sin embargo, la muerte de un rata de la calle, pasará a todas luces desapercibida. Son gente demasiado involucrada en el peligro para sospechar que se trate de una conspiración hasta que se hayan cortado varios hilos, y eso nos dará ventaja.
-Matar ratas de la calle no te dará ninguna ventaja sobre el Círculo. Los Mesters se bastarían solos para arrasaros.
-Cortaremos los hilos prudentemente. No estamos planeando un exterminio, sino un cambio de poderes.
Allain se incorporó levemente, buscando una posición más cómoda.
-De modo que quitaremos de enmedio a los blancos pertinentes para hacer presión y conseguir aliados...
-El miedo hace reaccionar a las personas. Cuando se huelan que hay una conspiración desde dentro del propio Círculo pero no sepan con certeza quién está en el ajo y quién no, Mesters, ratas o sicarios empezarán a recelar. Ese es el mejor momento de comprar favores. Cualquiera está deseando tener un bando y asegurarse una posición cuanto antes.
-Ciertamente, sí.
-El primer palo a tambalear es Burt Founder. No lo he elegido por nada en especial; pero tiene una influencia notable dentro del Círculo. Es meticuloso, cuidadoso en su vida diaria, no sería fácil acceder a él en condiciones normales.
-Pero... -Allain lo instó a terminar la frase.
-Pero si quitamos de enmedio a su hijo, tal vez consigamos buscarle las cosquillas lo suficiente para que cometa alguna estupidez. Y entonces será el primero de los hilos del Círculo en ser cortado.
-No sé si alguien como Burt puede apreciar en algo la vida de su propio hijo, pero si es así, es posible que se deje llevar por las emociones, como dices -reconoció Elric. Mierda, no llevaba el tabaco encima.
-La muerte de Gremmet ni siquiera resultará sospechosa. Después de todo, es el líder de una banda callejera que ha robado el dominio principal de una de las hermandades rivales. Es lógica una revancha inminente. -Allain sonrió ladeando los labios.
-Así que toda la treta de la calle principal era una excusa para encubrir la muerte del Rey. No está mal.
-Pero es probable que ahora la vigilancia se duplique en la base de los Cuervos. Se me ha jodido el trabajo- chistó por lo bajo, pero al mercenario le hizo gracia.
Antes de que pudiera alegar nada más, la figura del guardia se detuvo frente a la celda de los muchachos, portando una antorcha en lo alto y un manojo de llaves en la mano libre. Allain ignoraba a ciencia cierta el motivo por el cual los habían separado del resto de los presos, pero supuso que se habría tratado de una orden de Jace Adarkian en persona. Mientras el guardia sacaba la llave herrumbrosa que correspondía a la cerradura, otros tres hombres aparecieron tras él. El mercenario estrechó la mirada y trató de pensar con rapidez. Cuatro, iban armados. Él, por el contrario, llevaba el torso al desnudo, había sido despojado de todas sus armas. Eso incluía a Desdicha.
-Tú -apuntaron a Valiant con la hoja de una espada fina -poco afilada, según pudo apreciar Elric-. El muchacho se puso en pie, y dejó que lo ataran de nuevo por las muñecas mientras se preguntaba qué harían con él. Sin tener siquiera tiempo a reaccionar, los guardias sacaron las espadas. Luego uno de ellos lo golpeó con la empuñadura de bronce en la sien, y el muchacho cayó al suelo, inconsciente.

Cuando abrió los ojos, sintió que algo quemaba a la altura de su ojo izquierdo.
Era su propia sangre, caliente, discurriendo despacio desde la brecha abierta en su piel y yendo a parar en un diminuto reguero hasta su barbilla goteante. Parpadeó algunas veces, tratando de habituarse a la luz del candil, y entonces reparó en el hombre que había cerca de él. Lo observaba con impaciencia.
-¿Vas a terminar de despertarte, chico? ¿O tengo que arrancarte algo para que reacciones? -cogió con las manos unas enormes tenazas de hierro oscurecido por el tiempo. Valiant sintió que el pecho se le encogía. ¿Dónde estaba? Trató de incorporarse, pero estaba atado al duro camastro, que no resultó ser sino una plancha metálica y gruesa con correajes de cuero tachonado. Sus tobillos y muñecas apenas se desplazaron algunos centímetros del lugar en que estaban; no podía ser bueno.
-¿Qué es lo que quieres? -acabó por preguntar, con la voz rendida. El guardia rió.
-Ah, si tú supieras. Me encantaría irme a casa, almorzar un buen filete y echar un polvo a mi mujer. Pero mírame, estoy en un lugar en el que no me apetece; justo como tú.
Valiant apretó los dientes, y dejó la cabeza reposar en el camastro. Cerró los ojos y trató de serenarse, controlando su respiración. Pensó.
Sus Gatos sabían que estaba allí; irían a buscarlo, tarde o temprano. Sólo tenía que sobrevivir hasta entonces...
Aunque fuese con alguna extremidad de menos.


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By Rouge Rogue

lunes, 10 de octubre de 2011

CAPÍTULO 42: UN ASALTO INESPERADO

Los Cuervos los miraban con los ojos entrecerrados, aguzando todos sus sentidos, erizando los nervios, tensando los músculos. Preparados por si iniciaban algún tipo de acción imprudente contra su Rey.
Pero los Gatos no se sintieron intimidados.
Valiant cruzó el porche de la casa caminando con resolución, consciente de que daba igual lo que hiciera. Si luchaban en aquél lugar, los suyos no tendrían posibilidades. Morirían.
Tal vez Allain tuviese opción de escapar, abrirse paso entre ellos. Luchando con las habilidades de un Mester contra seis decenas de chiquillos que blandían armas primitivas, podía sobrevivir. Pero Valiant no. Porque si se lanzaba un ataque, el primer blanco común sería él.
Cuando alcanzaron el pie de la escalera principal, había tanta expectación en el aire que se podía oler en todo el caserío. Los más pequeños se arremolinaban en torno a las columnas, poblaban los pasamanos del piso superior, se asomaban desde los rincones. Procuraban encontrar un hueco desde el que mirar sin convertirse, en caso de que hubiese problemas, en víctimas de la furia de los Gatos. Pero pese al halo de tensión que apelmazaba el aire, la curiosidad e incluso la admiración también se abrían paso entre los presentes. Posiblemente, muchos de los que se encontraban en aquél lugar entonces hubieran deseado nacer en el territorio de los Gatos.
-Mirad a quién tenemos aquí... -la voy del Rey se alzó en todo el recibidor. Apareció entre la maraña de cabezas que apenas levantaban metro y medio del suelo. Los mayores lo acompañaron enseguida hacia la escalera. Si el Rey esperaba algún tipo de consideración por su cargo, no la obtuvo por parte de Valiant.
-Ahorra tiempo, Gremmet Founder. ¿Dónde está ella? -Valiant alzó el rostro, desafiante. Allain se detuvo a su lado, y se dedicó a observar todo cuanto le rodeaba.
-Allí -respondió, en lugar del Rey. Señaló con la mirada el piso superior. Por el hueco de la escalera, Karoth descendía con la muchacha agarrada del brazo. Estaba desnuda, despeinada, y presentaba el aspecto de haber malcomido y maldormido durante días. Los ojos de Valiant centellearon, pero Karoth se mantuvo impasible mientras se la entregaba al Rey.
-Ya veo que no me he equivocado. Es tu chica -comentó el hombre, mirándola con desdén. -Francamente la he encontrado deficiente. No habla. No grita. Lo hace todo con diligencia y hasta casi diría que con gusto. Esperaba un poco más de rebeldía, de resistencia. No te ha honrado en absoluto, y eso me defrauda: no me la quedaría de puta. Puedes llevártela -comentó. Yara apretó los labios, conteniendo las ganas de escupirle a la cara. Quizá aquello complicaría la negociación.
Valiant por su parte no dijo nada, ni se movió.
Sabía de sobras que el Rey no perdonaría la vida de Yara así porque sí. Seguramente pediría algo a cambio, y ese algo sería de valor: lo tenía cogido por los huevos.
-Por supuesto, mi amabilidad debería verse compensada de algún modo... -dejó flotar las palabras, esperando que Valiant reaccionase. Al final, el chico suspiró, y miró al resto de los Gatos.
-Te gusta dar rodeos, ¿eh?
-Creo que es hora de que los Gatos renuncien a la calle principal -zanjó el tema. La sonrisa se había borrado de su cara, y sus ojos habían adoptado un cariz amenazador.
-Empezamos a hablar el mismo idioma... -Valiant alzó la mano y todos los Cuervos tensaron los hombros. Al final el chico tan sólo se rascó la nuca. Allain rió por lo bajo, notando el miedo de los presentes.
-Valiant. La calle principal... -uno de los Gatos le hablaba bajito, justo detrás de él. Otro se adelantó un paso.
-Ni hablar, nos ha costado años de guerras contra los Titanes afianzar el dominio. ¿Se lo vas a dar de gratis?
-Se lo voy a dar -sentenció Valiant. Kamilla apretó los puños, no daba crédito a lo que oía. Muchos de los ratas de su Hermandad habían muerto por conseguir la vía principal. La mejor zona para mendigar, donde los nobles paseaban aburridos y eran generosos con los niños y con las chicas de los burdeles. Tanto tiempo de lucha para que ahora él renunciase, y todo por... ¿qué? ¿Por evitar que el Rey se follase a Yara? ¿Cuántas chicas de la Hermandad eran utilizadas a diario salvajemente? ¿Por qué luchaba Valiant? ¿Sus propios intereses, sólo porque estaba enamorado de ella? La crueldad de aquella realidad se le hizo demasiado indigerible. Se dio la vuelta para marcharse con prisas de allí, a pasos agigantados. Por qué lo habría seguido tan ciegamente. A él no le importaba nada, ni nadie.
Todo el mundo de Valiant era el culo de Yara.
-¿Estás seguro...? -se quejó el tercer hombre, con un acento nervioso. No parecía nada conforme.
-Sé lo que me hago. No hay más que decir, ya está decidido -Allain sonrió levemente, y subió los ojos hacia Yara. Ella los tenía fijos en Valiant. La chica tragó saliva; allá abajo, al pie de la escalera, los Gatos debatían en susurros. ¿La liberarían? ¿Qué harían con ella si no...? Y al arrastrar los ojos despacio, topó con los del mercenario, y se le cortó la respiración, ¿Qué hacía él allí? El corazón le golpeó con fuerza, y volvió a ser consciente de su propia desnudez. Sintió vergüenza, deseó hundirse en la tierra. Casi pudo reconocer en el gesto de autosuficiencia del hombre la suculenta venganza después de su último encuentro.
"Hola, pezoncitos rosas", parecía decir.
-Está bien. Esta misma noche retiraré a mis gatos de la vía principal. Mañana al amanecer, el dominio estará libre para vosotros. Sin excepción -resolvió el chico. Yara sintió que el estómago le bailaba por los nervios. El Rey asintió.
-La chica se queda. Si mañana al amanecer encuentro un sólo Gato en la vía, puedes despedirte de ella -Yara abrió los ojos como platos. Aquello significaba una noche más. Volvería a utilizarla; volvería a correrse en ella. El gesto se le descompuso por el asco, el miedo, las ganas de echar a correr hacia su amigo. Pero Valiant no puso objeciones a los términos del trato.
Fue Allain el que habló.
-Me parece que eso no podrá ser -dijo, desenfundando la espada. Desdicha centelleó débilmente, con la hoja oscura bañada por sombras. El Rey alzó una ceja, y Karoth dio un paso al frente, acompañado por los perros fieles de Gremmet. -Ella se viene conmigo.
-¿Quién eres tú? No me suena tu cara.
-Mi nombre no importa. No soy de los Gatos, he venido a por la chica. A mí vuestros absurdos tratos me sudan, me la llevaré quieras o no. Puedes elegir conservar la vida de tus ratones -hizo girar la espada un par de veces - o perder algunas cabezas.
Valiant lo miró sin comprender. ¿Qué estaba haciendo Allain? ¿Por qué se desmarcaba de sus decisiones? No había tenido tiempo de razonar aquello cuando Gremmet volvió a hablar.
-Matadlo -dijo. Dos de los chicos más cercanos a los Gatos se lanzaron a por Allain. ¿El mercenario puso los ojos en blanco, como aburrido? Hizo una elegante finta dando un par de pasos al frente, rompió la línea de ataque enemiga metiéndose en su guardia, se giró alzando la espada. Detuvo un estocazo a la altura del costado sin siquiera mirar, luego se dio la vuelta y sesgó el estómago del primero con un corte limpio. Superficial, pero lo suficientemente doloroso para evitar que empuñara de nuevo el arma contra él. El otro de los Cuervos golpeó desde arriba, pero la mano de Allain ya estaba ahí. Agarró la muñeca del muchacho y lo golpeó en el pecho con la empuñadura. Lo hizo perder la respiración, y cayó al suelo con un ruido sordo. El Rey apretó los dientes, y luego perdió todo resto de cordialidad.
-¡A qué esperáis! ¡Matadlo! ¡Matadlo, joder!
Pero antes de que nadie reaccionara, Allain ya estaba corriendo hacia él. Subió las escaleras en zancadas de tres escalones; había sido un visto y no visto. Un pestañeo, y él se había movido de lugar. A Valiant se le encogió el estómago, entonces lo comprendió. Joder, qué lento había sido, qué estúpido. Allain había iniciado un ataque distractorio justo porque había comprendido que Valiant no tenía más salida. De este modo, habían perdido el interés por el Príncipe de los Gatos y el blanco potencialmente peligroso era ahora él. Valiant podía permitirse correr, moverse. Coger a Yara, marcharse de allí y conservar la vía principal. Qué jodido; y eso que él se jactaba de tener siempre un plan en la manga.
Sin embargo a mitad de la escalera, los Cuervos lo alcanzaron.
Karoth rugió con fiereza y desenfundó la espada curva, dio un salto hacia el Mester y lo atacó a pecho descubierto. Yara notaba en la garganta la fuerza aprisionadora del miedo, de la incertidumbre y del horror. Había visto a Allain luchar otras veces; era certero con la espada. ¿Pero y Karoth? Había sido el Rey de los Cuervos antes de que Gremmet comprase su propio ascenso con las amenazas de su padre, Burt Founder. ¿Estaba el propio Rey de los Cuervos a la altura de Synister Owl? La aterraba pensar que uno de los dos resultase herido... o algo peor.
Valiant desenfundó las espadas cortas, en apenas cuestión de un segundo todo se había revolucionado.
La quietud, la tensión espesa de la sala se rompió en un revuelo como de abejas zumbando en un panal. Un cristal sometido a demasiada presión que estalló en mil pedazos, y los Cuervos atacaron a los Gatos. Elric aguzó los oídos; cerró los ojos, y se dejó llevar. Una mano que se movía ligera, transportando el peso de una hoja corta. Un puñal. Dio un paso a la derecha y lo esquivó a tiempo de que le pasara justo por delante de la cara. Golpeó con el codo, y arrojó a la mujer escaleras abajo, haciéndola rodar. La caída fue torpe, pero acabó a cuatro patas, y enseguida estuvo de nuevo de pie.
Karoth cayó desde arriba. Llevaba el pecho descubierto, una espada media curva de estilo sureño y rasgó el aire con un grito profundo y gutural. Allain tuvo tiempo incluso de preguntarse a qué se debía aquello. En vez de atacar de imprevisto para abatirlo cuando estuviera desprevenido, el muchacho sureño lo había puesto en sobreaviso con ese grito. ¿Tan pagado de sí mismo iba...? ¿O realmente no había querido herirlo?
El choque de las espadas fue contundente, pero la hoja de la espada curva resbaló. No era un arma hecha para mantener la posición en un encuentro estático. Su forma de media luna fue pensada para el movimiento, ideal para el modo de combate que usaban los guerreros Sharandíes. El joven se escurrió con un giro rápido y enseguida asestó otra dentellada. Otra, otra y otra.
Los ojos engañaban.
Cualquiera que lo viera moverse apreciaría la hoja tan flexible, bailando en el aire y hondeando, sacudida por el movimiento del combate, de un modo tan rápido e inusual por aquellas tierras que daba auténtico miedo. Pero los oídos no. La lechuza se guiaba por el oído.
Allain también.
Penetró con una estocada larga y directa, barrió con su propio cuerpo la distancia, hizo a su adversario girar en el otro sentido. La débil espada sureña del muchacho de los Cuervos no estaba pensada para detener la hoja poderosa de Desdicha; se haría pedazos. Los sureños admiraban la habilidad de un espadachín por encima de su fuerza física, de modo que confiaban ciegamente en la destreza de sus guerreros, y los proveían de hojas ligeras y flexibles, y tan cortas que no los entorpecieran para girar, saltar y atacar desde varios sitios a la vez. De esta guisa, a Karoth no le quedó más remedio que hacerse a un lado y dejar pasar a Desdicha cerca de su estómago. Usó el otro brazo para golpear el brazo de Allain pero él lo atajó girando a Desdicha en el aire y haciendo una floritura que le permitió lanzar un tajo en semicírculo a la chica que habia intentado atacarle de nuevo desde atrás. Ella se curvó sobre su espalda; la hoja de la espada le pasó a escasos centímetros de la cara, y Allain le propinó una patada en el estómago. Volvió a girarse hacia Karoth, detuvo el ataque en alto. Uno, dos, y tres puñetazos contra su estómago.
Los abdominales del joven rata los encajaron bastante mejor de lo que esperaba, no obstante. El Mester se llevó la mano hacia el cuchillo en su pantalón, lo lanzó contra el abdomen de Karoth, pero él frenó la muñeca de Allain, haciendo acopio de todas sus fuerzas. Apretó los dientes y clavó los ojos en los de Elric; él sonrió.
Entonces, por encima del ruído del combate; de las espadas entrechocando, los cuchillos volando por la sala, los cuerpos cayendo al suelo, se oyó un estruendo. Las puertas del caserío se abrieron de par en par con un golpe sordo, y todos volvieron la vista hacia la entrada, sorprendidos. En la oscuridad sucia de la noche, el resplandor de las armaduras perfectamente pulidas y relucientes les otorgaba un aspecto casi etéreo. Celestial.
Los caballeros se abrieron paso en la sala ante el pasmo de decenas de personas, demasiado atónitas para intuir que era sensato salir corriendo. Fue como si todo se moviera despacio.
Los hombres buscaban con los ojos, los miraban pasando sobre ellos con desinterés.
Allain reconoció al primero de todos ellos.
Dioses, ¿qué hacía él allí...?
-En nombre del Rey, yo, Jace Adarkian, ordeno que nadie se mueva. Estáis todos arrestados.


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By Rouge Rogue

domingo, 9 de octubre de 2011

CAPÍTULO 41: UN REY DESTRONADO

Sayra arrojó el cubo de deshechos sobre Yaraidell, y ella ni siquiera tuvo tiempo de apartarse.
Las heces y la orina de casi todas las chicas de la Hermandad cayeron sobre ella a chorro, aún calientes. La muchacha negra volvió a cerrar de un portazo la reja del desván y la miró con desinterés. Yara se habría preguntado el por qué de aquello, pero estaba demasiado ocupada en contener las arcadas mientras se apartaba los restos de mierda de los ojos y la boca. Tosió y gimoteó, asqueada. La camiseta que llevaba puesta como único atuendo -se la había dado Karoth un par de días atrás- ahora estaba mojada y tan maloliente como ella misma. Le dieron ganas de llorar, pero no tenía fuerzas. Estaba malcomiendo ultimamente.
Cuando Sayra se marchó, la muchacha se quedó a solas. Se arrastró a un lado del desván y se mantuvo oculta en lo oscuro, y cuando nadie la veía, permitió que las lágrimas resbalaran de sus ojos.
Pasaron muchas horas antes de que Karoth regresara, y cuando lo hizo, la encontró destemplada por la humedad que se había secado sobre su piel. Toda ella apestaba a meados, podía olerse a sí misma, se daba verdadero asco, pero el joven le puso la mano en la frente como si ni siquiera hubiera notado el desagradable olor.
-¿Quién ha sido? -le preguntó sin más. Yara se revolvió ligeramente y se hizo un poco más pequeña.
-No importa.
-Yo decido lo que importa. Quién.
-La chica negra... -musitó en voz baja y se arrojó a los brazos de él. Necesitaba un poco de contacto humano, algo de calor. O tal vez se moría de miedo de que él se marchara de nuevo y ya no volviese más.
-Sayra es una zorra despiadada. Gremmet la ha vuelto así.
Yaraidell alzó el rostro, inquisitiva.
-El Rey -claró él. -Su verdadero nombre es Gremmet. Y ella debe estar celosa.
La chica pelirroja encontró en las palabras de Karoth algún tipo de consuelo a su soledad. De repente él llegaba, y borraba todos sus miedos de un plumazo con aquella voz tibia e imperturbable.
-¿Por qué...? ¿Por qué iba a querer ella ser la novia de un tipo como ése? Es repugnante, y la trata mal.
Karoth cerró los ojos, como aturdido por la pregunta. Tardó en pensar algo que responder.
-También gana muchos favores. Gracias a ser la novia del "Rey", se asegura comida caliente todos los días. Los ratas no pueden tocarla, está libre de que la fuercen como al resto de compañeras si se presenta la ocasión. También, lo que se roba pasa primero por manos del Rey, luego de Sayra, y finalmente se reparte en la Hermandad. Como ves, es un pequeño sacrificio para obtener muchas ventajas.
-Yo no lo haría -se quejó la joven.
-Ya lo estás haciendo. Te estás dejando follar sólo para seguir con vida.
-En espera de que Valiant me rescate -recalcó ella, molesta.
-A Sayra no la rescatarán. Nunca.
-En cualquier caso, si no está enamorada del cerdo ese, no veo por qué debe estar celosa -se apartó del chico e intentó recolocarse el cabello. Sucio. Qué asco... Karoth sonrió levemente.
-¿Quién dijo que estuviera celosa por el Rey...?
-¿Pues entonces qu...? -Yara dejó la pregunta en el aire hasta que topó con los ojos de él. Esos ojos fieros, salvajes. Y algo hizo clic en su cabeza. -¿Es por tí? ¿A ella le gustas tú?
-Sayra era mi novia -se sentó junto a ella y apoyó el antebrazo en una de sus rodillas, mientras la analizaba. Le recorría la piel desnuda con la mirada, pero parecía más bien un paseo visual sin ningún tipo de intención, porque no la veía. Estaba acordándose de su exnovia.
-¿Te dejó por el Rey?
El chico se encogió de hombros, y negó.
-Gremmet reclamó todo lo mío cuando consiguió el puesto. Así funcionan aquí las cosas. Antes, el Rey era yo.
Yaraidell entreabrió los labios, era la cosa más absurda, pero más aplastantemente cruda que había escuchado.
-¿Se quedó con Sayra como si fuese una posesión y nada más?
-Sí, para avergonzarme y humillarme. Ahora la usa como una puta delante de toda la Hermandad -apretó ligeramente la mandíbula.
Yara frunció el ceño. Si él aún sentía algo por ella, debía ser doloroso. Tan doloroso que debía estar desgarrado por dentro.
-De todos modos, nada de eso justifica lo que te ha hecho. Hablaré con ella personalmente.
-No te preocupes, estoy bien. Si yo... -tragó saliva y miró hacia el suelo.- Si yo estuviera en su situación... también me comportaría de un modo vengativo.
-Valiant tiene suerte de poder amarte libremente -le recogió uno de los mechones de pelo tras la oreja, y la sonrisa se le perdió enseguida. Volvió a ser el muchacho imperturbable con los ojos de fuego. -Voy a traerte un barreño con agua. No tardo -dijo. Y se marchó.

Kamilla lanzó una mirada cargada de reproche hacia los presentes.
No entendía el motivo, pero se había sentido ultrajada. Todos allí sabían sobradamente lo que la chica sentía por Valiant, y a su vez conocían las andanzas del joven con la muchacha de los Eagleclaw. Una oleada de celos la invadió al ver cómo los ojos de Valiant se encendían al leer la nota. Yaraidell le importaba; le importaba de verdad.
Sintió en su pecho el peso de la humillación; ella había sido a caras de la Hermandad la amiga de Valiant. Su chica.
Ninguno se había atrevido nunca a tocarla.
Apretó los labios y salió tras los pasos de los hombres. Los gatos se miraron entre sí y después los acompañaron.

Yara pasó el trapo sucio despacio por sus hombros.
El agua discurrió en el silencio de la noche, bajó por sus codos hasta volver al barreño mientras ella lanzaba una mirada furtiva hacia sus espaldas. Karoth estaba sentado a un par de metros, con las piernas cruzadas y los ojos fijos en ella. Había cerrado la puerta de madera para concederle algo de intimidad, pero no había vuelto a pronunciar una palabra desde que ella comenzara a lavarse. Yara bajó la vista; agradecía todo lo que él hacía por ella, y ahora comprendía mejor el por qué. Karoth no era como el Rey. Karoth debía haber sido mejor rey de lo que lo hubiera sido cualquier otro, porque era justo. Tal vez se tratara de un concepto de justicia demasiado regio, que defendía que quien cometiera una fechoría, debía pagarla. Pero humana o no, era justicia, y eso era mucho más de lo que se podía esperar de los ratas de la ciudad. Cuando soltó el trapo y lo dejó flotar dentro del barreño, lo miró largamente en silencio.
Los ojos de él centelleaban en lo oscuro, a la luz del candil.
-¿Me recordarás cuando te hayas ido y vivas demasiado asustada para regresar por este lado de la ciudad...? -inquirió el muchacho. Yaraidell asintió despacio.
-Has sido amable conmigo todo el tiempo.
-Sé lo que es que maltraten a tu novia sin que puedas hacer nada. No se lo deseo a nadie; ni siquiera al Príncipe de los Gatos.
Yara se mordió el labio y agachó la cabeza, ligeramente turbada.
-En... realidad. Valiant y yo no...
Karoth alzó una ceja.
-No somos nada serio -carraspeó.- No somos nada, más bien. Sólo amigos.
El muchacho estrechó los ojos como si no se lo explicara.
-Todo el mundo sabe que el Príncipe de los Gatos está enamorado de la hija mayor de los Eagleclaw. ¿Habría alguna razón por la que te hubieras fugado con él que no fuera que le correspondías?
Yara sintió un pequeño pinchazo en el estómago. Sí, la había, y era una razón muy lejana al amor. Era el propio egoísmo; las ganas de huír, de ocultarse lejos del mundo. En algún rincón perdido donde no tuviera que hacer frente a sus obligaciones, que por entonces se le antojaban tan grandes. No pudo responder, pero apretó los labios e hizo un puchero involuntario. Todo el mundo sabe que el Príncipe de los Gatos está enamorado...
¿Qué clase de desconsiderada había sido por tanto tiempo? No había dejado de mirarse el ombligo; pero aquello debía cambiar. Si salía de allí... No, mejor dicho, cuando saliera de allí, haría todo lo que estuviera en su mano por Valiant. Por abrirle nuevas puertas al mundo, por hacer que su vida por fin sonriese. Por poner un sol que brillase en las calles frías donde había crecido. Ella podía, tenía la herencia de sus padres.
Podía destinar su enorme mansión a albergar a un par de cientos de chiquillos huérfanos en lugar de hacerse vieja en soledad como su abuela, y en este orden de cosas, Karoth le tomó la mano, trayéndola de nuevo de golpe a la realidad. Ella lo miró a los ojos, y él musitó:
-Lo oigo. Ya está aquí; ha venido a buscarte. Y no viene solo -
Luego de aquello, la besó en los labios.


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By Rouge Rogue

jueves, 6 de octubre de 2011

CAPÍTULO 40: DESDE EL DESVÁN

Al tercer día, Yara admitía estar muriéndose de hambre.
Nunca antes había pasado tanto tiempo sin comer; en la vida acomodada que había llevado en la mansión, e incluso durante los viajes con Valiant, jamás se había enfrentado a algo parecido. No podía evitar odiarse por una parte: "Niña rica, muchos de esos críos de ahí fuera pasan más hambre que tú." Pero enseguida el estómago rugía, lanzaba dentelladas y ella se encogía de dolor en el suelo.
Al final, se quedó dormida.
Tenía sueños turbios.
Valiant no venía a buscarla, el Rey se cansaba de usarla como a un trapo y la lanzaba desde el primer piso contra una maraña de dedos, de manos que luchaban por asirla. Por coger un poco de su carne y saciar el apetito. Se despertaba a menudo y se descubría a sí misma abrazada por el frío, acurrucada como un perro junto a la puerta del desván, en espera de que alguien acudiese a rescatarla. Allí cerca de la reja, era el único punto donde había luz durante las noches. En el día, se alumbraba con el sol que se colaba por el enorme boquete del techo en mal estado. Era difícil contar las horas allí encerrada, se preguntaba si sobreviviría. Si Valiant vendría verdaderamente.
Sí, por supuesto, él vendría... él no la dejaría jamás...
Aquella vez sintió algo suave y caliente que le salpicaba la cara.
Una, y otra, y otra gota.
Risas, risas tintineantes.
Cuando abrió los ojos se quedó paralizada por el asombro. No podía creer lo que estaba presenciando. Había ante ella cuatro chiquillos -¡verdaderamente jóvenes, que horror!- que la miraban a través de la puerta de reja. Llevaban las calzas medio bajadas y se mansturbaban con los ojos puestos en su cuerpo. La muchacha se tocó la cara, anonadada, y descubrió el líquido blanquecino manchándole las mejillas. Los hombros, el vientre.
Alguno de ellos -el que ya había terminado, seguramente- se reía, con mofa, mientras uno de los otros eyaculaba en ese momento y le manchaba directamente el pelo. Acto seguido el tercero llegó también, y la cara del cuarto se frustró bastante al verla apartarse a toda prisa de la entrada, arrastrándose hacia el fondo de la sala. Tenía los ojos desorbitados, aquello no podía ser. ¡No podía!
Si quiera apartó los ojos de los chiquillos un momento, y al volverlos de nuevo hacia ellos, habían salido a correr como ratas, gritando. Karoth había aparecido en la escalera en ese momento, y en vistas de que traía una mano ocupada, sólo pudo agarrar a uno de ellos. Lo cogió por el pelo y tiró de él mientras abría la puerta del desván. Dejó su carga en el suelo y se centró en el mocoso, mientras Yara lo observaba, casi tan asustada como el niño.
-Te ha parecido divertido, ¿verdad? -le apretó la cara contra el suelo, a los pies de Yaraidell. Le acercó la boca al pequeño charco de semen que se había formado ante la chica, y le espetó:
-Chupa. Vas a limpiarlo todo con la lengua, bastardo desagradecido.
El niño cerró los ojos con fuerza, visiblemente acongojado, pero no lloró. Yaraidell lo encontró admirable, de algún modo.
Pero no obedeció la orden de Karoth, y él se llevó la mano al cinturón para sacar el cuchillo afilado. Estiró la oreja derecha del muchacho y acercó la hoja brillante hacia él, con intención de cortarla. Fue tan sólo una fracción de segundo, pero Yara tuvo tiempo de reaccionar.
-¡No! -gritó, y empujó el arma lejos del chico. La mano de Karoth se desvió de su trayectoria, y el niño aprovechó la distracción para ponerse en pie y echar a correr. Se perdió escaleras abajo con la rapidez de un gato asustado, y Karoth la miró a la cara, no con reproche, sino con incredulidad.
-¿Qué estás haciendo? ¡Es sólo un niño! -recriminó al joven. Él entornó los ojos, y fue a cerrar la puerta de madera, luego regresó a su lado.
-Aquí los niños no existen. Uno sólo puede permitirse ser niño si tiene alguien que le cuide, pero en las calles no es así -cogió la mano de Yaraidell y la examinó. Entonces ella reparó en la sangre caliente, de un rojo encendido, que le chorreaba por la muñeca. Se había cortado al golpear el cuchillo de Karoth, y sólo con ver la herida abierta en la palma de su mano, comenzó a dolerle.
-Alguien debería empezar a hacerlo... -se quejó una última vez, obligándose a no mirar el corte, mientras él se rasgaba la camisa y hacía con el jirón una venda para la muchacha.
Yaraidell no lo comprendía.
Momentos antes andaba arrastrando por el suelo la cara de un niño de once años y pretendía cortarle la oreja, y ahora era tan dulce. ¿Qué demonios se le pasaba por la cabeza a Karoth?
-Te he traído algo de comer. Está asqueroso, pero no hay nada mejor ahora -terminó de vendarle la mano rudimentariamente, y le acercó el plato que había traído consigo. La joven examinó el contenido -parecían copos de maíz extrañamente apelmazados-.
-¿Qué es...?
-Avena con agua.
-Bon apetit... -musitó ella.
-¿Qué has dicho...?
-Nada -cogió un puñado con las manos y se puso a comer. Verdaderamente, era fatigoso. No había comido nada tan malo en su vida, ya no sólo porque resultara insulso, sino porque además tenía el aspecto de ser la comida de alguien de varios días atrás. Karoth levantó la vista al cielo, y Yara aprovechó para examinarlo de perfil. Tenía la nariz más baja de lo que a ella le gustaba, apuntando hacia su boca, como los muchachos sureños de las tribus Irithíes. Los labios gruesos y el cabello muy oscuro.
Pese a todo, ese algo encendido en sus ojos le gustaba mucho.
O quizás simplemente fuera la situación, y el hecho de que se sentía agradecida.
-¿Por qué me has traído comida? ¿Ha dado permiso ya el Rey para que me alimenten? -él la miró de nuevo, y negó con la cabeza.
-Valiant Cross es mi enemigo, pero tú no. Nuestro objetivo es que él venga a buscarte, no ganaremos nada haciéndote sufrir de este modo -confesó el muchacho. Yara entrecerró los ojos y ladeó la cabeza con curiosidad. La vista del muchacho se perdió en las gachas de avena.
-¿Por qué peleais las bandas...? ¿Por qué odias a Valiant?
-Yo no le odio, pero él ha nacido con los Gatos. Yo nací con los Cuervos. Y así ha sido siempre, y será, hasta que una de las dos Hermandades desaparezca y se implante una nueva.
-¿Sólo por haber nacido en una parte diferente de la ciudad...?
-Luchamos por el territorio. Por conservar esto -miró en derredor, refiriéndose al caserío. -Por controlar las calles. Los burdeles. Las esquinas donde los chicos van a mendigar, los mercados a los que van a robar, los almacenes que saquean. Silverfind es una ciudad demasiado pequeña para albergar a tanta gentuza. Aunque no hubiera una guerra declarada entre las Hermandades, el día a día ya es una competencia por sobrevivir. El primero que llega se lo lleva todo. El que llega el último, pasa el día sin comer.
Parecía bastante sencillo, pero Yara supuso que no podía verlo igual que ellos, porque nunca había vivido en las calles. Reparó en el modo en que él clavaba de nuevo los ojos en sus pechos, y se sintió perdida. Se encogió levemente, cubriéndolos. A veces llegaba a olvidar que estaba desnuda ante un hombre que había pretendido violarla la noche que la encontró.
-No me gusta que me mires así -se quejó, y él automáticamente subió la vista hacia su rostro. Tenía los ojos brillantes de fiereza, pero no había pizca de violencia en ellos. Más bien, debía de ser fuego.
-No sé como se debe mirar a una mujer hermosa y desnuda si no es con deseo -dijo con voz suave. Por lo general cuando hablaba, lo hacía con un tono tan regio que no daba lugar a notar ningún acento en él, pero ahora había podido discernir aquella cadencia sureña al final de la frase, como si lo dijese todo en forma de pregunta.
Yara tragó saliva; él se mordió el labio. Agarró su camisa y se la sacó por arriba, en silencio, dejando al descubierto el musculoso torso de piel morena, y a ella se le aceleró el corazón. El Rey la había poseído tres veces desde que había llegado, y siempre obligaba a Karoth a mirar. A la chica le daba mucha vergüenza, que alguien la viese mientras fornicaba -o más bien mientras la fornicaban a ella- pero él la miraba a los ojos con naturalidad y reconocía su deseo. La pregunta era, si le decía que no, ¿se pondría violento? ¿La forzaría? ¿Valía la pena ganarse a Karoth de enemigo, o debía dejarle creer que ella le correspondía, para obtener un trato de favor y ganar algo de tiempo hasta que Valiant la salvara...? Era un lío, y tenía que pensar con prisas, se dijo. Pero el muchacho le tendió la camiseta, y aquello la dejó descolocada.
-Hace frío en la noche -comentó sin más. Luego se puso en pie, y trotó hacia una de las vigas más bajas. Se encaramó a ella con un salto, ayudándose de las dos manos, y subió a lo alto. A Yara se le encogió el estómago. No podía creerse que él se estuviera comportando así con ella; no sólo desobedecía las órdenes del Rey por ayudarla sino que además le estaba dando lecciones de humildad.
-Ven, sígueme -la llamó desde lo alto del madero. Ella se puso la camisa, aún pasmada, y se levantó del suelo. Caminó hacia él, despacio, y cuando el muchacho le tendió la mano, ella la aceptó.
Ya no le parecía tan callosa como aquella primera vez.


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CAPÍTULO 39: LAS HERMANDADES

Desde aquella posición, Karoth podía verlo todo.
Vigilaba desde la puerta, serio y erguido, y no perdió detalle del proceso. La chica abierta de piernas sobre la cama, y el Rey sobre ella, levemente alzado sobre sus rodillas, para que la visión de su polla penetrándola fuese más clara si cabía. Karoth sabía que se trataba a todas luces de una provocación, con un mensaje mudo: yo mando aquí. Tú encontraste a la chica, pero yo me la tiro. Así que el joven no hizo ni dijo nada que pudiera denotar que por dentro, su odio visceral hacia el Rey no hacía sino crecer. Que deseaba que llegase el día en que pudiera matarlo con sus propias manos. Si no fuera por el Círculo...
Por su parte, Yaraidell tampoco se quejó.
No entendía del todo el motivo, supuso que a nadie allí le importaría lo que ella consideraba la dignidad. No la verían como una heroína por resistirse y llorar a moco tendido. Tampoco por ceder sumisa. Así que sencillamente se dejó llevar, esperando por los dioses que eso facilitase el trabajo y acabasen cuanto antes. El Rey la tenía firmemente sujeta por las muñecas mientras la follaba. Para qué.
No podía escapar de allí, a menos que se tirase por la ventana, y tampoco era un piso lo bastante alto para procurarse una muerte segura. Todo era un asco.
La chica negra entró en la habitación.
Era la misma que había estado con el Rey en el despacho, la noche anterior. Su nombre era Sayra, y era la novia del Rey. Bueno, a efectos prácticos, él la llamaba novia, pero Yara intuía que tenía más bien la función de una esclava personal que lo satisfacía de todos los modos posibles a su antojo. Sayra se colocó junto a Karoth, con un brillo oscuro en la mirada, mientras fijaba los ojos en los haceres de su novio.
El Rey gemía como un jodido gorila en celo.
Procuraba llenar cada rincón del dormitorio, y aún del pasillo, con sus alaridos de placer, como si se regodeara enormemente en el acto y en la posibilidad de restregarlo por la cara de Karoth. De nuevo podía leer todos aquellos mensajes sin palabras.
"Yo soy el Rey ahora. Jódete."
Cuando se corrió, lo hizo dentro de Yara, hundiéndose tanto como le era posible en la chica, y embistiéndola con la fuerza de un toro. Suspiró teatralmente -un gesto demasiado exagerado para resultar en toda medida sincero- y la cogió por el brazo. La arrojó al suelo, a los pies de Karoth, desnuda. Yara cayó con un golpe sordo, pero ni siquiera despegó los labios. Se recolocó el cabello y trató de mantener una mirada fría y desinteresada que no mostrase debilidad.
-Pues para ser la novia del Príncipe de los Gatos, es demasiado silenciosa. ¿Verdad, amor mío? -dijo con un tono de dulzura en la voz hacia Sayra. Ella asintió, pero no parecía nada orgullosa, ni mucho menos contenta. -En fin, me aburres, zorra -dijo de nuevo encarando a Yaraidell. Levantó la pierna y le plantó un pie en la cara. La empujó contra el suelo, obligándola a tenderse hasta que su mejilla estuvo pegada contra el piso.
-Devuélvela al desván... -comentó arrastrando las palabras. -Llévatela así, su ropa se la quedará mi chica. Prohíbe a todo el mundo que le den alimento o bebida. Y esta vez, no cierres la puerta. Echa la reja para que todos puedan ver a la novia de Valiant Cross como si fuera una perdiz en la jaula de un cazador -se rio sin ganas de su propio chiste. Luego quitó el pie de la cabeza de la muchacha. -Sayra, tú tráeme algo de agua para lavarme, no quiero que se me pegue nada por haber metido la polla en el mismo agujero que el piojoso aquél -sonrió a su novia con autosuficiencia, y ella le devolvió una sonrisilla tímida, y por completo fingida. Karoth agachó la mirada hasta posarla en Yaraidell y esperó que se pusiera en pie por sí misma. Después la sacó del dormitorio y cerró la puerta con un golpe sordo, dirigiéndola de vuelta por los pasillos.
Era un mundo extraño.
Su cuerpo siempre había sido un arma de seducción, le había procurado tantos placeres y tantas ventajas en la vida, que no creyó que llegaría el día en que se avergonzase de él. Pero allí estaba, rodeada de críos que la señalaban y se burlaban, demasiado jóvenes para apreciar su belleza. O demasiado hundidos en aquella miseria para valorar la beldad de una mujer que no tuviera cicatrices y conservase todos los dientes. Aun así se irguió, sintiéndose por una vez como un monstruo. Recordaba aquellas ferias en las que exhibían a hombres deformes para diversión del populacho. Todos lo encontraban divertido, ¿por qué no? Pero en aquél mundo, donde todos eran bestias, la diferente era ella. El eco de las burlas y las risas le perforaba los oídos cuando alcanzaron de nuevo el desván. Karoth la dejó entrar y ella se volvió hacia él, altanera. El chico deslizó los ojos de sus carnosos labios, hacia los pechos bien formados, luego hacia el vello pelirrojo de su pubis.
-¿Qué? ¿Vas a follarme tú también? -lo desafió ella. -Adelante. Pero quiero que sepas que en cuanto tenga ocasión, mataré a tu Rey. Y a tí también -escupió en el suelo, con desdén. El ceño fruncido, los labios apretados. Karoth la miró largamente y al final sonrió un poco. Después echó la reja oxidada. Dejó la contrapuerta de madera abierta, y dijo:
-Si quieres algo, volveré dos veces al día. Aprovecha para pedirme lo que sea. Nadie más tendrá permiso para ayudarte -se dio la vuelta para bajar las escaleras, pero antes de que ella pudiese hablar, él ya había desaparecido. Yaraidell se mordió el labio y reprimió las ganas de llorar, abrazándose a sí misma.
Se dejó caer en el suelo, en la soledad de su prisión. Había algo que la preocupaba ahora por encima de todas las cosas.
No quería quedarse embarazada de aquél hijo de puta.

Cuando arrivaron de nuevo en Silverfind, Allain tuvo la extraña sensación de estar dando un paso atrás en su vida. Estaban planificando un golpe contra el Círculo; la organización para la cual había trabajado desde que se escapó de casa. El Círculo le había dado un sentido al talento para matar de Allain, una finalidad y una causa, y aquello se había convertido en su propia identidad. Cuando el Círculo desapareciese, él volvería a ser sólo un asesino, no únicamente a los ojos de algunos, sino a los ojos de todos. Con la existencia de la Orden, él ocupaba un status. Tenía una fama, unos logros. Le hacía gracia sentir que los ratas se estremecían al escuchar su nombre, porque sabían quién era él. Lo comprendían, comprendían el complejo arte que era la muerte. La gente de a pie era ignorante, no sabría diferenciar entre un asaltador aficionado y un Mester si los tuviera a ambos delante, eso era frustrante. Él era un profesional.
Trató de quitarse toda aquella paja de la cabeza. También procuró deshacerse de la idea de que, tarde o temprano, tendría que enfrentarse a Fargant, y eso acarrearía la muerte de alguno de los dos. No lograba adivinar si preferiría matarlo, o por el contrario dejarle vivir con el cargo de conciencia de haber eliminado a su único amigo. Ambas cosas se le antojaban incluso, un poco crueles.
Cuando alcanzaron la sede de la orden, había anochecido.
Tras varios días de viaje al fin podrían comenzar a preparar algunos aspectos de su plan para atacar al Círculo, y lo harían con ayuda de las ratas de la hermandad de Valiant. El chico estaba bastante agitado, se diría que llevaba un brillo de ilusión en los ojos, y se refrotaba las manos con codicia. No se había esperado encontrar un palacio dándole la bienvenida, pero irremediablemente la palabra Hermandad había hecho que Allain imaginase un edificio menos triste, y cuando llegaron a la entrada, lo miró con desdén. Se trataba de un viejo faro abandonado, algo que a todas luces había tenido utilidad cuando los canales del Quith se habían mantenido abiertos para el comercio. Ahora, aquél lado de la ciudad estaba abandonado, ensombrecido, y los barcos ya no pasaban por allí.
La enorme torre se alzaba orgullosa, como un portento, coronando el tejado de un gran almacén alargado de planta baja. Era lo bastante grande para albergar a doscientas personas, si se apretaban, pero no dejaba espacio para la intimidad. Sin embargo, y pese a las altas horas de la madrugada, se apreciaban sombras en movimiento. La luz de la enorme luna llena iluminaba el lugar y los ratones charlaban entre ellos, reunidos en torno a hogueras, discutiendo por cosas triviales.
-Hoy han cogido a Valkas, uno de los ratas de los Titanes, entre tres de los Cuervos y le han cortado la mano. ¿Lo oíste? -comentaba uno de los chiquillos. ¿Qué edad tendría? ¿Once, doce?
-No me caía bien ese cara de mono -dijo otro con las paletas enormes. Un tercero lo recriminó.
-Cállate, capullo. Es el hermano de Cynthia -pateó la arena a sus pies, y levantó una pequeña nube de polvo.
-¿Quién es esa?
Valiant se inclinó sobre los críos. Cogió a dos de ellos por la cabeza y les dió un coscorrón entre sí. Los niños se quejaron y blasfemaron, pero al mirarlo, se quedaron mudos.
-Si hubiese sido uno de los Cuervos, estaríais muertos. Los tres -dijo el muchacho, con aire severo. Luego les sonrió. -¿Dónde están los mayores?
-¡Valiant! -el más pequeño dibujó una enorme sonrisa. Debía rondar los siete años; le faltaban muchos dientes de leche.
-Valiant, ¿cuándo has vuelto? ¿Dónde habías ido? Zarpa se ha metido en líos otra vez mientras no estabas... -comenzó a hablar otro de ellos. Allain alzó una ceja. Qué bonito, si hasta parecían una familia. Era extravagantemente ridículo, pero la estampa vendía bien. Así funcionaban las ratas. Cuando escaseaba el sustento, podían matarse entre ellas. Pero si había un enemigo común, se defendían unas a otras con uñas y dientes. La prioridad era la prioridad.
-Tengo prisa, Mosca. ¿Magda está arriba? -señaló el torreón. Los niños asintieron, y el jovenzuelo echó a andar. Cuando Kamilla pasó por al lado de los críos retuvo las ganas de acariciarles el pelo. Ella no era su madre, y no le gustaba que nadie dependiese de ella.
-Mosca, Zarpa... ¿qué clase de nombres se busca aquí la gente? -Allain dejó la pregunta en el aire, sin esperar que realmente Valiant la respondiese, pero lo hizo de todos modos. Él siempre tan gentil.
-Los niños nacen sin nombre, llegan aquí sin nombre, y crecen sin nombre. Nadie se molesta en buscarles uno, porque la mayoría no sobrevive. Si son lo suficientemente mayores para pensar por sí mismos, elijen uno que les guste, y suelen ser las pocas cosas con las que están familiarizados. Muchos no conocen más allá del Quith.
-Tiene sentido.
-Uhm, te lo advierto. Magda está un poco ida, pero no la subestimes.
-¿Un poco ida?
-Sí, es la más mayor de nosotros. Ha sido por bastante tiempo una líder sabia, hemos ganado mucho territorio gracias a ella -abrió la puerta del torreón. Por dentro resultaba más amplio de lo que parecía a simple vista en la distancia, e incluso había antorchas en las paredes.
-¿Pero?
-Pero demasiado sufrimiento ha acabado por robarle gota a gota su cordura. La muerte de su novio a manos de una de las bandas rivales la ha terminado de trastocar. Ahora no sabemos a ciencia cierta cuándo está "consciente" o evadida.
-¿Por qué mantenéis en el liderazgo a una tía que está chalada?
-Magda no está chalada. Sencillamente se ha cansado de vivir.
-Suponía que era cosa tuya...
Valiant no respondió a eso. Cuando alcanzaron el piso superior del faro, llamó a la puerta. No era necesario, la intimidad brillaba por su ausencia en las Hermandades, pero de todos modos, el chico era bastante cortés. Los modales de Kevin y Yara habían hecho mella en él, después de tantos años.
La sala estaba en penumbras, había una vela sobre la mesa.
Al fondo, un enorme ventanal de cristales amarillos, y la figura escuálida de una joven con el cabello larguísimo se recortaba contra la luz que entraba desde el cielo. Ella no se giró a mirarlos, pero otros lo hicieron en su lugar. Allain vio emerger de entre las sombras cinco siluetas, como si acabaran de atravesar las paredes. Tenía que reconocer que estaban bien camuflados, pero después de entrenar durante años con el mismísimo Synister Owl, poca cosa podía impresionarle ya.
-Magda, ya he vuelto -dijo Valiant con voz suave. Kamilla se adentró también en la habitación, y los ratas -cuatro hombres y una mujer- escrutaron con curiosidad a Allain, aunque sin importunarle demasiado.
-Valiant, ¿cómo ha ido tu viaje? -la única joven que había emergido de las sombras alargó la mano hacia el picaruelo, pero Kamilla bufó en su dirección, y ella la apartó enseguida. Encontraron las miradas, tensas. Los hombres pasaron de ambas.
-Tengo cosas que contaros, deberíais poneros cómodos, creo que será una larga charla -el chico rubio echó mano de una silla. Magda se giró con suavidad hacia él, con el lánguido rostro pálido y las enormes ojeras desdibujando una belleza que parecía consumirse poco a poco.
-Antes de eso, Valiant. Tenemos esto para tí; llegó hace seis noches -uno de los presentes le tendió un papel, Valiant entrecerró los ojos. Los miró a todos, inquisitivo, pero ninguno dijo nada. Al final, cuando desdobló la hoja, encontró el escrito.

"Tengo a la chica pelirroja. Pienso seguir disfrutándola todas las noches hasta que vengas a buscarla"
G.F.

Valiant abrió los ojos como platos, miró a Allain.
Luego ambos salieron de la sala, con prisas.


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By Rouge Rogue

martes, 4 de octubre de 2011

CAPÍTULO 38: EL CASERÍO

Había tratado de correr, de chantajearlo, de forcejear, pero todo había resultado inútil.
El muchacho no sólo era mucho más rápido y fuerte. También astuto, y parecía tomárselo todo con un impenetrable sentido del humor. A Yara aquello la desesperaba. La condujo a marchas forzadas a través de la vasta oscuridad del puente que sobrepasaba el Quith. Si había creído por un momento saber lo que eran los suburbios, allí descubrió que realmente nunca había tenido idea de nada. Allá donde la ciudad terminaba, empezaba un mundo nuevo. Un mundo que habría preferido no tener que ver. ¿Valiant se había criado en un lugar así...? Su joven captor parecía estar leyéndole el pensamiento, y le dio un codazo leve en el costado.
-Bienvenida al reino de las ratas.
Yaraidell clavó los ojos en el muchacho, exigiendo en silencio una explicación. Tal vez deseaba preguntar, ¿por qué? ¿Por qué la gente permitía que existieran sitios así? ¿Por qué nadie hacía nada, y a quienes vivían allí no parecía importarles? Volvió a barrer con la mirada el lugar. ¿Dónde estaban los colores vivos de las calles donde ella había crecido...? El dorado de los adoquines bañados por la luz del sol, las puertas de madera y contraventanas trabajadas con hierro, pintadas de verde o azul. Las flores adornando los alféizares, los felpudos en las entradas. Los tejados rojizos; el cielo abierto.
Aquello parecía una ciudad a pequeña escala dentro de Silverfind. Solo que una ciudad engullida por otra más grande, arrasada y ocupada por la fuerza, y sus habitantes tenían el triste aspecto de los desalojados de una guerra perdida. Una montaña de residuos se alzaba al otro lado del río, cerca de la orilla. Montones de desperdicios, la basura de toda la ciudad, iba a parar allí. El hedor era penetrante e insoportable, Yara se llevó las manos a la nariz y parpadeó con fatiga. El joven picaruelo pareció no notarlo siquiera.
Hasta el sonido de sus pasos resultaba diferente en aquél lugar.
La piedra estaba humedecida por las aguas estancadas del río, e impregnadas de los líquidos en descomposición del enorme vertedero. Según se alejaban de la montaña de putrefacción, Yara sintió que los pies se le pegaban a las baldas sucias de meados y quién sabe qué otras sutancias. Mirara donde mirase, había gente por las calles.
En Silverfind, pasear en la oscuridad de la noche era inseguro. Allí no parecían regirse por las mismas reglas de sentido común, o tal vez se debiera a que no tenían una casa a la que irse a dormir. Los vagabundos regaban los rincones; tantos que no podían siquiera sentir lástima por ellos. Ciegos, tullidos o retrasados, no importaba. En la siquiente esquina siempre había alguien en peores condiciones. Y sobre la maraña de calles desordenadas y de casas -¿casas? verdaderamente estaban construídas con restos de madera y metal para formar un techo precario y, con suerte, alguna pared que los resguardase del frío- se alzaba un enorme caserío que dejó a Yara boquiabierta. La mansión no sólo destacaba significativamente por contraste con el paisaje, levantándose hacia los cielos con el poderío ancestral de varias generaciones, sino que en sí misma era magnífica. Yara supuso que, antes de que los ratas y la gentuza plagaran la zona, aquello serían los dominios de alguna familia acaudalada. Tal vez en los inicios de la creación de la ciudad...
Sin embargo ahora el caserón estaba corrompido. Las paredes de madera envejecida, apulgaradas por la humedad del río. Los tejados combados, agujereados en muchas de las zonas visibles. Los cristales ennegrecidos, la mayoría de ellos rotos, y el recibidor, que posiblemente antaño fuese precioso, estaba recubierto de polvo y mugre y algunas otras cosas que ella no supo identificar.
Subieron las escaleras de la entrada.
Había un grupo de jóvenes arremolinados cerca de la puerta; parecían jugar a algo en el suelo. Reían.
¡Risas!
Por los dioses, si ella viviese en un lugar así, no desearía volver a sonreír de por vida. Cuando pasaron cerca de ellos, todos se detuvieron al mismo tiempo y lanzaron los ojos hacia los recién llegados. Giraron las cabezas con la coordinación de un montón de ratones en alerta. Incluso las aletas de sus narices se ensancharon ligeramente como si captasen el olor de la chica, antes de que todos se pusieran en pie y echasen a correr para recibirlos, llenos de curiosidad. Una curiosidad maliciosa.
El captor de Yara no se detuvo, sin embargo. Continuó avanzando y empujó la enorme puerta de dos hojas para abrir paso al recibidor de la mansión.
Los niños corretearon cerca de Yara, examinándola de arriba a abajo con alboroto.
-¿Es nueva? Karoth, ¿es nueva? -preguntó uno de los chiquillos, y le cogió un mechón de cabello pelirrojo a la joven, con ilusión.
-¿Es del Círculo? -preguntó otro más pequeño. Uno de ellos le dió un golpe en la cabeza.
-Gilipollas, ¿cómo va a ser del Círculo? Si lo fuera estaríamos ya todos muertos por molestarla.
Algún otro se rió por ahí. Yara se acarició el cabello, con aprensión. Sólo eran niños; pero eran demasiados. La ponían nerviosa.
Como si se hiciera eco de las emociones de la chica, Karoth se giró sobre sí mismo y dió un sonoro zapatazo en el suelo. Sus facciones se habían oscurecido por un momento, de cara a los chiquillos, y echaron todos a correr despavoridos. Se escurrieron como cucarachas en todas direcciones, tras las columnas más cercanas, las esquinas y los pasillos. Alguno no tuvo tiempo de huír y se cayó de culo por el susto, pero Karoth no se entretuvo en pegarles. Indicó a Yara que lo siguiera con un gesto de cabeza y subieron por las escaleras del recibidor. Aún quedaban restos de la antigua moqueta roja que protegía los escalones, pero ya había perdido prácticamente el color. También estaba sucia de barro y levantada por las esquinas, así que la joven puso esmero en no tropezar. Atravesaron el piso superior, ajenos a las miradas de los curiosos. Un grupito de chicas enseguida se les unió, salido de la nada, y los siguió hasta la última sala. Karoth se frenó ante la puerta y golpeó tres veces con el puño antes de abrirla sin esperar.
-Karoth le ha traído un regalo al Rey -chismorreó una de las jóvenes, avisando a las demás. Pronto acudieron más personas al encuentro y se agolparon en la puerta, henchidos de curiosidad. Montones de ojos vigilantes la acechaban ahora, pero Yara estaba anonadada por lo que encontró dentro de la habitación.
La sala parecía a todas luces, un despacho. En el centro había una antigua mesa de roble con bonitos grabados, y tras la mesa un enorme butacón. El Rey estaba recostado cómodamente en el asiento, con los ojos cerrados, mientras una chica de piel negra le practicaba una felación. Cuando los vio entrar a todos, ni siquiera se inmutó. Les lanzó una mirada de desdén, desinteresado, y apoyó la mano sobre el pelo de la joven. Yara tragó saliva, y se encogió un poco más. Aquél mundo era siniestro y oscuro.
Nunca había creído a Valiant.
-¿Qué tripa se te ha roto, Karoth?
El joven se acercó al centro del despacho, y tomó a Yara por el brazo. La encaró al Rey, y él la escrutó de arriba a abajo.
-Está buena. Déjala en mi habitación, me la tiraré luego.
-Es de la gente de Valiant Cross. Es su amiguita de la zona rica de la ciudad -Yara abrió la boca, sin dar crédito. Ella no había dicho nada al respecto, ¿cómo lo había adivinado...? Los ojos del Rey se volvieron duros de un momento a otro, como piedras pesadas. Con un gesto de mano hizo que la muchacha parase de practicarle sexo. Se puso en pie, altiva, y se recolocó la camisa para ocultar sus pechos de enormes pezones oscuros. Luego él se acercó resueltamente hacia Yara, pasando los ojos de Karoth a la chica, y de la chica a Karoth. Estaba maravillado.
-¿Es eso cierto...? -preguntó, pero no esperó respuesta. Olisqueó a Yara, la tomó por el pelo y hundió sus narices en ella. La joven trató de apartarse instintivamente, pero Karoth ya la tenía sujeta de nuevo, impidiéndole escapar.
-Sí que lo es... eres de la zona alta -su sonrisa se hizo ancha, y sincera. Había encontrado un pequeño tesoro.
-Se perdió en las calles. Estaba buscando a Cross.
El Rey lanzó una carcajada socarrona, y Yaraidell no pudo evitar esbozar un gesto de asco. Era feo. Irredimiblemente feo. Si tenía algún atractivo, debía residir en el vigor de su juventud. ¿Qué edad tendría? ¿Veintidós? ¿Veintitrés? La cara llena de granos, el cabello rapado a excepción de una cresta de pelo rizado y rubio en el centro, y el corpachón robusto le daban aspecto de mono de feria. ¿Cómo podían llamarlo REY?
-Buen trabajo, Karoth. Encárgate de que llegue a los oídos de Valiant, quiero que se presente personalmente aquí. Lo haré arrastrarse ante mí de una vez por todas- canturreó. Karoth no cambió un ápice su expresión, no parecía participar de la felicidad del Rey. -Enciérrala en el desván, y vigílala personalmente -le guiñó un ojo al muchacho. Él mantuvo el gesto gacho, y asintió. Ya no estaba de buen humor. El Rey lo usaba como si fuese un simple ratón y le encomiaba los trabajos que competían a los chicos de 12 años de la Hermandad.
Salió de la sala y los mirones se abrieron en abanico. Se agolparon y apelotonaron a ambos lados del pasillo, procurando no cruzarse con el mal genio del pícaro. A Yara le había resultado un chico bastante simpático, si exceptuaban el hecho de que la estaba forzando a hacer cosas en contra de su voluntad, pero de repente su humor se había crispado. Recorrieron los interminables pasillos -no lograba recordar el trayecto, por más que lo intentaba, por si se le presentaba ocasión de escapar- y acabaron en el desván.
-Entra -dijo, secamente. La chica dudó, echando un vistazo al interior. Estaba oscuro, y el polvo bailaba en el aire. ¿Habría ratas...? Se estremeció levemente.
-¿Qué vais a hacer conmigo?
Karoth se encogió de hombros.
-Si de mí dependiese, cosas distintas de las que el Rey tiene pensadas para tí.
-¿Qué significa eso...? -preguntó, algo cohibida.
-Nada bueno. Eso seguro.


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By Rouge Rogue