Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
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domingo, 3 de junio de 2012

CAPÍTULO 58: NEGOCIOS TURBIOS

Empezaba a amanecer.
Las luces anaranjadas de la mañana se colaban por la ventana. Dibujaban formas sobre el pecho desnudo de Allain; y Yara las seguía con la mirada mientras el hombre dormía profundamente. Hacía demasiadas lunas que no sangraba, como era normal en toda mujer. Justo desde poco antes de aquella noche que pasó con Valiant en el lago. Había intentado tomar una decisión al respecto. Pensó, el primer paso debería ser decírselo al chico. Pero, ¿qué pasaría después? Valiant querría, con toda certeza, tener ese niño. Sin embargo, ellos no eran una pareja. No eran una familia. No podían darle una vida normal a la criatura. Y luego estaba Allain...
Le dio un beso suave en el hombro. Se preguntó qué soñaría para dormir tan en calma. Por un momento pareció que no existieran todas aquellas otras mujeres que habían pasado por la vida de él, ni las cosas horribles que había hecho. No, en aquella cama... en aquél preciso instante, Allain era un hombre nuevo. Distinto. Puro.
Ojalá fuese siempre así, se dijo. Pero algo la oprimió en el pecho, al pensar que al despertar probablemente todo regresaría a la normalidad. Allain no iba a quedarse con ella, y ella no quería tener que enfrentarse a su negativa, por lo que decidió que lo mejor era evitar la situación. Se escurrió a un lado de la cama, se puso en pie con sigilo. Se vistió despacio y se marchó de allí. Como si hubiera notado su ausencia, Allain abrió los ojos tan pronto ella hubo abandonado la habitación.

Fargant mil cuchillos miraba con gesto aburrido por la ventana del caserío. En qué tenía puesta el muchacho su atención; el diablo lo sabría. Mientras, Layace se atusaba los puños de su camisa, cuidando que todos los bordados estuviesen correctamente colocados; iba siempre tan impecable. Resultaba tan engreído. Adrian no ponía interés alguno en él; había dejado al Mester inmerso en su soliloquio.
-¿Porque quién es tan estúpido para jugarse el cuello de esta manera? Contaba con que Allain tenía dos dedos de frente. -Estaba diciendo-. Con el cambio de políticas amenazando con abrirnos el culo, aún me sorprende que el Vox haya querido prestarle atención siquiera. Era tan sólo una hormiga más que aplastar -Observó su reflejo en una de las hojas de la ventana. Se atusó los cabellos largos, la perilla bien recortada. El cuello del caftán. -El Círculo no está en su mejor momento. Podría decirse.-
Fargant acabó por girar el rostro hacia Layace, con los ojos entornados.
-Hablas demasiado -comentó, sin más. El otro Mester, sorprendido de obtener respuesta, rió y se acercó a él hasta tenerlo a un par de pasos.
-¿Te estoy incordiando, Fargant mil cuchillos? -preguntó, con sorna.- ¿O es que te irrita que hable de tu amiguito? Te diré algo. Me da igual que Allain perjurase para el Vox. Nadie en el Círculo cree en su propósito. A la más mínima ocasión irán a por él, y lo quitarán de enmedio.-
Fargant le sostuvo la mirada durante largo rato. Layace no era hombre de perder los estribos, así que rompió a reír de nuevo.
-Compón esa cara, Fargant. Los Mester son sólo piezas de ajedrez en el tablero del Vox. En el caso de tu amigo; un peón de mierda -sacó un pitillo del interior de la chaqueta, y lo encendió. Adrian no se dejó provocar. Por supuesto; Layace disfrutaba tirando un anzuelo para ver si Fargant picaba, pero  no sólo no se dejaba arrastrar por sus tentativas. Sino que además opinaba igual que el otro Mester. La puerta de la habitación se abrió entonces y Layace se vio obligado a arrojar por la ventana el cigarro sin consumir. Un señor rechoncho, bajito y calvo se adelantó algunos pasos silenciosamente, para presentar a la dama que lo seguía de cerca.
-Lady Fenella de Midirya; primera infanta de Ascanor, dama regente de Kandalla, protectora de los valles del sur, embajadora del Príncipe Verald -Fargant dejó atrás la ventana; se acercó un par de pasos a Layace, que se encontraba en el centro de la habitación, todo sonrisas y adulación gratuitas. Entre los Mester, como en todas las cosas del mundo, pensaba Fargant, había mucha variedad. Sin embargo él los catalogaba siguiendo un sencillo criterio: los que hacían su trabajo por la vía del diálogo, y los que hablaban con la espada. Claramente, Layace era de los primeros; y por eso a él lo enviaban a tratar con la mismísima regente de Kandalla, mientras que Adrian estaba allí por lo mismo de siempre: si las cosas salían mal, que nadie sobreviviera para contarlo.
-Lady Fenella... -Layace hizo una ligera reverencia, tan natural que nadie sospecharía que el joven había nacido en un vertedero a las orillas del Quith. La mujer que se acercó hasta ellos resultaba regia e imponente; quizás por el peso de los cargos que ostentaba. Llevaba un largo vestido de rígidas telas, en tonos plateados y azul celeste, de hermosos bordados que lo recorrían desde el escote hasta las puñetas. Un cuello grueso de piel de Lamasco Blanco hacía de corona a sus hombros, y el cabello, largo, tan rubio que casi carecía de color, iba recogido en un alto moño señorial. Eran claramente las ropas de una dama de la corte norteña, si bien en aquellas zonas más cercanas a la costa resultaban poco prácticas.
-¿Quién tiene el honor de dirigirse a mi persona? -inquirió la mujer, en un tono de broma que dejaba bien claro que no estaba bromeando en absoluto. Cuarentaymuchos; tal vez cincuentaypocos. Aquella arruga que le dibujaba el cuello no dejaba lugar a dudas, por más capas de maquillaje que aclarasen su, por todo lo demás, cuidada piel.
-Mi nombre es Genreld Layace, un placer, soy...
-¿Dónde está el Vox? -ella lo cortó inmediatamente. Miró a Fargant; luego de nuevo a Layace, con el gesto impetuoso de quien no está acostumbrada a que la contrarien. Adrian Fargant Lawrence agachó la cabeza, evidenciando su escasa autoridad en la sala, pero no bajó la mirada. La mirada nunca.
-El Vox os envía sus más sinceras y profundas disculpas, mi Lady. Una grave aquejación le impide desplazarse. Por supuesto, no estaba en sus propósitos aplazar esta importante reunión, por lo que...
-¿Por lo que la mismísima Regente de Kandalla tiene que tratar con uno de sus vasallos? -La mirada de la dama resultaba frívola. Los labios estaban apretados en una mueca de disgusto. Layace sonrió sin mostrar los dientes; esta vez de un modo poco halagador. Odiaba que lo interrumpieran mientras hablaba.
-Mi lady... -repitió, con un tono más sombrío. -El Vox lamenta profundamente su ausencia, pero estima que tendréis a bien su decisión de poner el asunto en mis manos. Espera que no le decepcionéis en esto... -Hizo un gesto con la mano. Señaló al enorme sofá en mitad de la sala; todo ribeteado de caras telas, acompañado por mesitas bajas con jarrones de flores. La estancia en sí resultaba pomposa, cálida y señorial. Lady Fenella dudó algunos segundos sin decir nada, claramente disconforme, pero acabó por tomar asiento. Mantuvo los ojos puestos en Fargant por un tiempo, antes de dirigirse de nuevo a su interlocutor.
-Hemos conseguido atar corto a la mayor parte de las casas del este -comenzó a hablar la mujer. Layace se acomodó en el sofá, apoyando el brazo en el respaldo, girado hacia ella. -A excepción de algunas cuantas lenguas que deberíais apresuraros en cortar-. El muchacho volvió a sonreír.
-¿Unas cuantas lenguas os preocupan, mi señora? Si verdaderamente tan pocas son, las vías de persuasión con que contáis deberían resultar efectivas...
-No son lenguas fáciles de callar, Mester Layace -la mujer abrió el hermoso abanico que llevaba en la mano. Una docena de delicadas plumas de Oca de las Nieves se desplegaron sobre la cuna de madera negra. Cada asta del juguete llevaba engarzada una lágrima de cristal.
-¿Qué hay de los norteños; los fieles al Rey Veregold?
-Claudicaron. No les quedó remedio alguno.
-Algo he oído sobre una batalla en Tabia, sí... -Layace se hizo el distraído. No sólo lo había oído. Lo sabía todo acerca de la opresión a la que fueron sometidos los norteños para rendirse al reinado de Fenella. Una matanza como pocas había habido en Kandalla desde que Veregold tomase la corona, tanto atrás. En los últimos tiempos no obstante, desde la muerte del hombre, una tiranía disfrazada con modales corteses se estaba adueñando del país como la peste.
-Los sensatos deben tender la mano a los nuevos tiempos. Desligarse de las cenicientas costumbres que en polvo mismo convierten el país.
-Un modo práctico de ver las cosas -el muchacho se abrillantaba las uñas en el caftán. Parecía ensimismado mientras las pulía. Lady Fenella irguió el cuello, con aires de grandeza.
-Pero...
-Siempre hay un pero -concedió Layace.
-Esos alborotadores... Soliviantando a las masas. 
-Las masas deberían estar tranquilas y sumisas, ¿cierto?
-Tengo la ligera impresión de que os burláis de mi, Mester Layace. ¿Acaso os resulta divertido el asunto de dirigir un reino? -la dama se abanicaba frenéticamente. Resultaba a todas luces visible que no acostumbraba a aquellas temperaturas. 
-Nada más lejos de mi intención, mi Lady. Pero me veo en la obligación, como representante del Vox, de recordaros que si bien hay mucho trabajo pendiente antes de poder nombraros Reina y soberana de Kandalla a título de derecho propio, también hay algunos pagos que seguimos sin percibir...- Lady Fenella se estiró, recta en su asiento.
-El Vox debe saber que siempre cumplo mis promesas.
-Ni una duda al respecto. Pero no de promesas se paga al Círculo, desde el mismísimo Vox hasta el rata más miserable de la ciudad tienen un precio -apuntilló distendidamente el muchacho, pero no dejó que la mujer hablase. -¿Qué lenguas son esas que tenemos que apresurarnos en cortar, mi señora? -La dama entrecerró los ojos. Se humedeció los labios y finalmente habló.
-Algunos bastiones del sureste se han hecho fuertes. Las manos que los mueven tienen apellidos aclamados dentro de la Corte. 
-¿Qué apellidos?
-Applecot. Whiteford. Eagleclaw.
-Interesante. Familias de alto linaje. Su historia en Kandalla se remonta muy alto.
-Quizás demasiado. Hay conjeturas acerca de una rama común para los tres apellidos. Una misma rama con derecho al trono en los tiempos de Gallante.
-Sangre muy aguada después de tanto tiempo.
-Por lo que a mí respecta, más agua que sangre. Pero los turbadores moverán a las masas con cualquier indicio, sea cual sea, de que pueden derrocar el trono. No podemos concederles más tiempo. Los quiero fuera de juego.
Layace suspiró y asintió.
-Lo veo. Nos encargaremos de ello. Luego, volveremos a por el pago -dijo. Hizo ademán de ponerse en pie, pero entonces Lady Fenella alargó la mano y la posó sobre la suya, con gesto imperioso.
-No tan deprisa, Mester-. Él alzó una ceja, sin decir nada. Fargant no se movió del sitio, de pie, con las piernas abiertas y firme mientras miraba al infinito. -¿Acaso esta fría máscara de negociador es todo lo que puedes ofrecer a una dama de alta alcurnia, de visita por tu país?
Layace ladeó el gesto y sonrió solemnemente. 
Luego se cernió despacio sobre la mujer mientras ella se levantaba la falda del vestido.



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By Rouge Rogue.