Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
Si crees que pueden herir tu sensibilidad, por favor no continúes leyendo.
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miércoles, 30 de noviembre de 2011

CAPÍTULO 52: EL INVASOR

El primer cliente del día salió de la habitación con paso firme, intentando parecer señorial.
Kamilla supuso que se trataba de un hombre de clase media, y además casado. Para algunos, resultaba demasiado notorio ausentarse de sus casas por las tardes, y aprovechaban los escarceos en horario de trabajo para visitar el burdel sin que sus esposas pudieran sospechar. Al menos, eso pensaban ellos. Los muy infelices deberían aprender que una mujer siempre sabía cuándo su marido había estado con otra.
Apenas tuvo algunos minutos para asearse.
Ni siquiera se molestó en calzarse la ropa; su siguiente cliente entró en la habitación y ella lo recibió con la bata fina anudada bajo los generosos pechos. El muchacho puso gesto de impresión nada más verla, complacido, y sonrió con picardía. Cerró la puerta con suavidad tras de sí y se deshizo de la capucha que lo cubría. Llevaba un pañuelo negro ocultando la mitad superior del rostro, con dos agujeros para los ojos a modo de antifaz. La camisa blanca y holgada, se ajustaba a sus muñecas con los brazaletes de cuero, y a la cintura con un fajín acordonado. Luego caía formando unos bonitos faldones sobre sus piernas. Tenía el aspecto del líder de un grupo de bandoleros, pero no había barro del camino en sus botas. Era un rata de ciudad.
-Buenos días, mi señor -la prostituta se mesó el cabello largo y oscuro, tan negro como la noche misma, y lo acomodó sobre sus hombros morenos. Tenía un aspecto salvaje; sensual y arrebatador. Llevaba los carnosos labios pintados de rojo pasión.
El joven silbó por lo bajo, piropeando toda aquella belleza. Se acercó caminando con resolución, sin apartar los ojos de ella, y la muchacha sonrió, orgullosa.
-Vais a hacer que me ruborice...
-No era mi intención, pero visto lo visto... me lo estoy planteando- cuando Lloth se quitó el pañuelo y clavó los ojos castaños en los de ella, Kamilla sintió que se le venía el alma a los pies. La expresión de la mujer cambió por momentos, pasando de la incredulidad a la confusión en milésimas de segundo. Entreabrió los labios, tratando de respirar, e hinchó el pecho. Pues claro, ¿Cómo había sido tan idiota de darlo por muerto? ¿No era, a fin de cuentas, uno de los Cuervos de Karoth? Lo había subestimado por completo. ¿Y ahora? ¿Qué venía ahora? ¿Qué podía decir, si se le habían roto todas las defensas?
-Yo también me alegro de verte, Gata. Sólo quería asegurarme de que llegaste de una pieza -sonrió. Y dioses, su sonrisa era perfecta. Una sonrisa de imbécil y cretino, pero perfecta. El corazón le bombeó deprisa; tanto que se sintió mareada. Por un instante, alzó la mano buscando un punto de apoyo, pero la llevó deprisa a su cintura, y puso los brazos en jarra.
-Por supuesto, ¿por quién me tomas?
-Cierto; la novia de Valiant Cross debe tener algunos recursos en la manga... Y en el escote, por lo que veo -clavó los ojos en los pechos de ella. Kamilla se indignó, de algún modo, y cerró la bata tanto como le fue posible, y más.
-Estoy estupendamente, gracias por tu interés. Y ahora si me disculpas, tengo mucho trabajo -se apartó de su lado y se encaminó con prisas hacia la puerta. Iba descalza, y los pasitos cortos hacían que su grácil figura se contonease de manera casi adorable mientras andaba. Lloth sonrió, pasándose la mano por el pelo, recogido en la pequeña coleta. Luego se desabrochó el primer botón de la camisa.
-¿De manera que eso es todo? ¿No vas a darme ni las gracias?- Kamilla se detuvo para mirarlo, y estrechó los ojos. No perdió de vista el movimiento del rata, y se sintió crispada por instantes. -Te salvé la vida, ¿no me merezco aunque sea un revolcón...?
-¿No habías venido a ver si me encontraba bien? -ella sonrió con ironía, y Lloth puso los ojos en blanco. Lo había pillado. -Entérate. Mi cuerpo le pertenece a Valiant. Quienquiera que desee tomarlo, debe pagar por él. Si quieres que te demuestre lo agradecida que estoy por lo que hiciste, te haré llegar alguna chica; yo misma la pag...
-¿Cuánto cobras? -él la interrumpió, mientras sacaba el fardo de billetes del bolsillo interior. La muchacha lo miró con incredulidad. No podía... no. Había esperado ser lo bastante disuasiva. No pensaba acostarse con uno de los Cuervos. No con él.
-Estás de broma...
-¿Tratas así a todos tus clientes? Me gustabas más cuando no sabías que era yo.
-Vete cagando leches a alguno de los burdeles de tu zona, idiota -escupió las palabras con desdén. Lloth se rió.
Cruzó la sala, y cerró de nuevo la puerta que Kamilla había abierto para salir, sin quitar la mirada de ella.
El pecho de la joven se agitó, cuando se acortaron las distancias entre ambos. Acercó sus labios con suavidad a los de la fulana, pero no fue correspondido. Kamilla giró el rostro, en una última negación silenciosa.
Llothringen perdió su mano recia en el interior de la bata de la chica, con dulzura, y comenzó a acariciarle los pechos.

Fargant Mil Cuchillos estaba mal sentado en la silla de la recepción del prostíbulo. Tenía los pies puestos sobre la mesa, y jugueteaba con un puñal. Lo hacía bailar entre los dedos, una y otra vez, y se deleitaba con el tacto del acero helado, hasta que la punta demasiado fina escindió su piel y la sangre manchó la hoja. No se inmutó siquiera; le dedicó una mirada vacía a la diminuta gota escarlata que resbalaba por el tercio, pulido como un espejo, e iba a caer después al suelo. Una de las furcias de Burt lo miraba con verdadero asco.
Él se ajustó la capucha, y escondió la cara.
La mayoría de las mujeres expresaban inquietud cuando veían su rostro. Él podía sentirlo; se preguntaban qué clase de vida debía haber llevado un hombre como él, y eso lo molestaba. Se diría que le resultaba imposible disimular toda la maldad que lo corrompía por culpa de aquellas cicatrices. Era feo por dentro y por fuera.
Cuando Burt Founder apareció, ataviado con la bata de seda oscura, a Fargant no le cupo ninguna duda de que había estado follando. Conocía aquella expresión de vicio, y por el brillo de sus ojos, supo que seguía encendido. Lo había interrumpido en pleno coito. Aquello le propició una pequeña satisfacción, y aún pensar en la noticia que debía transmitirle, le hizo dibujar una sonrisilla.
-Fargant. Más vale que lo que tengas que decirme sea importante -lo amenazó de entrada. El joven clavó la mirada en la de él, y el noble adoptó una postura más condescendiente.
-No mucho, en realidad. Tu hijo está muerto. Lo asesinaron unos ratas inmundos.
Se hizo el silencio algunos segundos.
La estupefacción de Burt dio a entender a Fargant que el hombre no acababa de creerse lo que oía, así que se puso en pie con intención de marcharse de allí.
Las piernas del noble temblaban ligeramente.
Fargant sólo se detuvo para mirarlo de reojo.
-Ah, por cierto. Synister volverá al Círculo.
Luego se marchó, deleitándose en las mieles de su pequeña -pero aún no finalizada- venganza.

Lloth la empujaba despacio.
Jadeaba cerca de su oído; cada respiración de él le ponía la piel de gallina. Apretaba con una suavidad contundente; abría su cuerpo y se desplazaba por su interior, se estrechaba apenas un segundo contra ella, y volvía a retirarse. Una y otra vez.
Tenía el cabello revuelto; la cola medio deshecha.
Su cuerpo era el de un hombre joven; apenas un muchacho que hubiera pasado cortamente la veintena, pero torneado y de hermosas formas. Los músculos de su espalda se dibujaban de un modo sensual, trazando un arco suave siguiendo su columna, para acabar en unos glúteos redondos bastante prietos. Kamilla cerró los ojos.
Había algo quemándole en el pecho; y no era la elevada temperatura de la piel de su amante.
No importaba que él hubiese pagado por tenerla, se sentía como si estuviera faltando a lo que creía que era lo único que podía ofrecer a Valiant. Una fidelidad bastante cuestionable.
Lloth la estaba usando, seguramente porque pensaba que era la novia del Príncipe de los Gatos, y aquello se le antojó cruel. Entristeció el gesto durante una fracción de segundo, pero el muchacho no le concedió la paz que hubiera necesitado. Se alzó, apoyado sobre sus manos, para embestirla con más fuerza. Kamilla se agarró a las sábanas y trató de aguantar los achaques. El dolor era soportable.
La humillación; no.
Al final, él se corrió enseguida. Posiblemente no se hubiera alargado el acto más allá de diez minutos, pero para la joven fueron más que suficientes. Aún mientras él jadeaba de cansancio, lo apartó de encima con prisas y buscó su bata a tientas. Lloth se tumbó bocarriba en la cama, agotado, pero más sorprendido.
-¿Qué? -pudo articular entre resollos.
-Nada.
-¿Cómo que nada?
-Está bien -trató de recomponerse.- Espero que haya disfrutado de nuestro servicio. Por favor, vuelva pronto.
-Bueno, pensé que...
Pero la joven hizo un gesto con la mano, sin dejarle hablar. Se calzó los delicados tacones y salió de la habitación con prisas.
Olvidó recoger el dinero.


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By Rouge Rogue

miércoles, 23 de noviembre de 2011

CAPÍTULO 51: EL PRECIO A PAGAR

El legado de Synister Owl había sido una estela de sangre, dolor y muerte. Había servido a Syrtos con cada poro de su piel hasta el último aliento, y al morir, aún le regaló un alma corrupta a la que torturar durante unas largas eternidades.
Amén de aquello; dejó dos espadas.
Dos hojas tan simples, que pasarían inadvertidas a ojos mundanos, pero cuyo precio real sería difícil de calcular incluso para los tasadores más expertos.
Desdicha; la hoja de la miseria. Se alimentaba del mal de las almas de las personas, y como un lobo hambriento, las devoraba con avidez. Si no se manejaba a Desdicha con la suficiente maestría y temple, la espada se volvía contra el guerrero, y lo consumía.
Discordia; la espada del conflicto. Portaba consigo las sombras y las tinieblas, y los más oscuros y secretos temores de los hombres. Si una mano débil la empuñaba, corría el riesgo de quedar atrapada para siempre en sus propios miedos, para no regresar jamás a la cordura.
Ambas eran peligrosas; ambas eran destructivas.
Por sí solas requerían de todo un enorme talento para dominarlas.
Synister Owl las había blandido juntas.
No era de extrañar, por ende, que se hubiera convertido en el principal avatar del Círculo, el Mester más temido de Kandalla, y algunos lo habían catalogado como el hijo bastardo de Syrtos, escupido al mundo de los hombres para traer el caos y la destrucción.
No andaban del todo desencaminados.
Lo cierto era que Synister Owl se hizo con las espadas gemelas en una pequeña isla del norte de Kandoria, tras años de investigación y búsqueda, y de desentramar los misterios ocultos del túmulo profundo. Cómo consiguió el Synister aquella información; quién forjó las espadas, y por qué permanecían ocultas en el culo del mundo, eran preguntas que Allain había formulado en su día, pero que habían obtenido alguna evasiva por respuesta. A veces, incluso una bofetada.
Al final las armas habían encontrado nuevas manos que las blandieran. Almas más jóvenes y pecaminosas, más vivas y con ganas de arrasar de las que restaban al Synister en sus últimos años de vida. Quienes desconocieran la verdadera historia, habrían visto un acto cruel y despiadado en el asesinato del Mester, pero Allain sabía que aquellos impulsos que lo empujaron a hacerlo fueron algo mucho más profundo y oscuro que una simple reacción humana. El poder de las espadas lo había embaucado; lo había arrastrado sin remedio a cometer aquél pecado atroz después del cual, las armas se habían sentido de nuevo vigorosas.
En manos de los jóvenes podrían, de nuevo, devorar.
Yaraidell tenía el gesto serio, y se habría deshecho en preguntas, pero la actitud de Allain denotaba que era mejor no sacarlo de sus recuerdos, ahora que se había atrevido a empezar a hablar. La chica se hizo eco del desasosiego que crecía en su propio pecho. De repente, el hombre se había convertido en algo más. No era ya sólo la figura de un cazarecompensas aclamado, un mercenario con algo de merecida fama. Era un mito fuera de toda comprensión posible; ¿espadas legendarias? ¿dioses? ¿avatares?
-Hay algo que no entiendo... -murmuró por lo bajo. Elric la miró con actitud sarcástica. -Si tan poderosas son esas espadas... y... si están en vuestras manos... ¿Por qué no usarlas para destruir el Círculo? Acabar con todos vuestros detractores de un plumazo, y a otra cosa mariposa -le dedicó un gesto cargado de inocencia que iba perdiendo fe en cuestión de segundos.
-No sabes nada, ¿eh? -lo dijo sin tono de burla, pero le revolvió el cabello como si fuera una cría. Ella se quejó. -¿Te crees que por tener la espada de Syrtos puedo jugar a ser un dios? Hay cosas que no deberían juzgarse tan a la ligera.
-Explícate -arrugó el morro, mientras se recolocaba el peinado.
-Synister Owl sirvió durante largos años a las espadas, y al final... Ellas lo asesinaron. -Encaró a Yara con gesto exasperado. -Sé que suena absurdo, pero no lo hicimos nosotros. Las espadas querían ser encontradas, reclamadas por un nuevo dueño. Synister había decidido dejar de usarlas, porque había comprendido... En fin, debió haber comprendido algo que yo aún no he desentrañado. Es posible que el uso de estas espadas conlleve un precio a cambio.
-¿Un precio? ¿Qué clase de precio...?
-No tengo ni idea. Probablemente, siempre que la uso estoy pagando parte de ese precio que desconozco. Si por el contrario escogiese abandonarla, mi destino sería el mismo que el de mi maestro. Puede que eso sea parte del coste, después de todo. Ser un esclavo de la voluntad de Desdicha, hasta el día en que ella decida poner fin a mi vida.
-¿Y si se la entregases al Círculo? No estarías abandonándola -Yara dio un paso al frente y puso sus manos sobre las de él, en un gesto desesperado. Los ojos de Allain la miraron desde un insondable infinito.
-Cuando la espada cambia de mano, debe hacerlo por voluntad propia. De otro modo, cualquiera que la toque expone su vida gravemente.
-¿Y no hay un modo de que ella... ello... "eso", quiera cambiar de mano? -La joven parecía empeñada en encontrar una solución viable. Allain sopesó la idea un par de segundos, y respondió:
-Está jodidamente encaprichada. Creo que se ha colado un poco de mí -bromeó, y su sonrisa resultó extrañamente juvenil.
-¿Cuál es la salida, entonces...? -la chica desistió.
-Bueno. Esa es la misma pregunta que me hago cada día, desde hace algunos años. Y ahora, ¿me das mi beso? -puso cara de besugo, formando con los labios un puchero. Yaraidell comprendió que Allain pensaba dar el tema por zanjado. No podía quejarse; posiblemente era la primera persona a quien el Mester contaba su historia. ¿Pero de qué le servía, si no lo podía ayudar? Estrechó los ojos, y los clavó en los de él. Cuántas preguntas sin responder, cuántos misterios. ¿Cómo acabaría la historia para Allain? ¿Lograría deshacerse de la espada maldita? ¿Perecería en el intento, o por el contrario arrastraría a miles de inocentes antes de consumirse por completo? Las posibilidades eran aterradoras, aunque no era ella quien cargaba con aquél peso. Y allí estaba él, sonriéndole despreocupadamente, con una actitud de chulo insoportable, y pidiéndole un beso. Un beso.
Allain, cómo debió ser tu vida, que ni morirte te importa un bledo.
La muchacha acabó por cerrar los ojos con un gesto de paz envidiable. Tenía las mejillas encendidas por la brisa fría de la mañana, y el cabello arremolinado por el viento. Estaba muy hermosa; parecía una muñeca de porcelana.
Aguardó pacientemente a que él la besara, pero no ocurrió.
Tres segundos.
Cinco.
Lanzó un suspiro.
Cuando abrió los ojos, inquisitiva, Elric había desaparecido.

-Esta carta la ha traído un chico de los Cuervos. Dijo que era importante -Pony dejó el pergamino sobre el regazo de Valiant, y él no perdió ni un segundo en desenrollarlo. Buscó automáticamente la firma; una doble K volteada sobre su propio eje, y el chico sonrió.
-Las cosas van a empezar a sonreírnos, Pony -leía con rapidez las escasas líneas del mensaje. No era una gran carta, pero la idea principal era lo más importante. Más allá de todo lo que pudieran expresar las palabras, aquella doble K denotaba que King Karoth había vuelto. A aquellas alturas, el Rey Gremmet estaría muerto, los Cuervos habrían recuperado su autonomía. Serían un cabo suelto de las zarpas del Círculo, y mientras intentasen amarrarlos de nuevo, los Gatos tendrían tiempo de actuar. Lo primero era responder a aquella petición de Karoth para encontrarse en persona. La alianza entre los Cuervos y los Gatos los beneficiaría a todos, pero tendría que vigilar para no ser traicionado y vendido al Círculo.
-¿No estarás pensando en levantarte? Aún no estás recuperado -lo acuchilló la chica con una pequeña dosis de realidad, hecho que él había pasado por alto.
-Estaré bi...
-Envía a otro en tu lugar.
-Pony, deja de...
-No y no. Se acabó, Valiant, estoy harta. Si sales por esa puerta, no vengas más. Me siento estúpida intentando cuidarte una y otra vez para que ni siquiera pongas interés en curarte. Me preocupo por tí, ¿sabes? -hizo un puchero tan adorable, que no pudo más que sentirse culpable por ello. Resopló, con fastidio, y se dejó recaer sobre los almohadones de la cama.
-Está bien, llama a Kamilla entonces... -hizo un gesto con la mano, y Pony sonrió de nuevo con felicidad.
-Oh, enseguida. Pero ahora está ocupada con el chico de los Cuervos. Tenía mucho interés en verla.


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By Rouge Rogue

viernes, 18 de noviembre de 2011

CAPÍTULO 50: EL COMIENZO

Las cosas habían cambiado en las calles en cuestión de una semana más de lo que hubiera hecho en los últimos veinte años. Tanto, que cuando Valiant abrió los ojos aquella mañana, no tenía idea de lo que se iba a encontrar.
La habitación era bastante amplia; la cama grande. Todo en la decoración resultaba pomposo y recargado; la alfombra ribeteada, la colcha bordada, las cortinas con flecos, los muebles de formas florales. Comprendió enseguida que se trataba de los cuartos íntimos de uno de los prostíbulos del dominio de los Gatos.
La cabeza le dio vueltas.
Apenas sí lograba recordar cómo había llegado hasta allí, y tenía la vaga sensación de que había dormido demasiado. Cuando intentó moverse, un agudo pinchazo lo laceró de arriba a abajo, recorriéndole la columna vertebral. Habían cosido el enorme corte, no con mucha maña pero con buen resultado. Al menos no parecía que se fuese a infectar. Se puso en pie con un esfuerzo visceral, que le costó un mareo tan grande que creyó que vomitaría, y arrastró la pierna rota hacia la salida. Sin embargo, antes de tocar la puerta siquiera, ésta se abrió, y la figura grácil y exageradamente femenina de Pony entró al dormitorio. Al descubrirlo allí de pie, casi le dio un soponcio.
-¡Valiant! ¡No puedes moverte de la cama!-dejó la bandeja del desayuno en la mesita de noche y se apresuró a asistir al muchacho, agarrándolo por un brazo para que apoyase su peso en ella.
-¿Y qué estoy haciendo, eh...? -su voz sonó algo rota, tras tantas horas sin hablar. Tosió como si hubiera tragado polvo.
-Anda, no hagas tonterías. Estás muy malherido. El médico dijo que tu estado era pra... proc...
-Precario -atinó a dar con la palabra antes que ella. Pony no era tan lista como Kamilla, pero por el contrario rebosaba humanidad y sencillez en todos sus gestos. Lo sentó en el borde de la cama y le tocó la frente para comprobar su temperatura. Su ruborizó cuando descubrió que él la miraba a los labios y perdía después sus ojos por el escote que se adivinaba bajo la bata que llevaba ella.
-Debe haberte dolido mucho... -musitó con verdadero cariño. Le acarició el rostro, y luego pegó la mejilla al hombro de él, con suavidad, para evitar rozar ninguna de sus heridas. -Debe haber sido horrible... los odio, los odio a todos. Odio a cualquiera capaz de hacerte daño.
-No fue nada... -en comparación a lo que podría haber sido, pensó. Recordó el instrumento con forma de lágrima de metal acariciando su culo, y se encogió sobre sí mismo. Le dolió todo el cuerpo.
-Túmbate, ponte cómodo. Te he traído el desayuno, y algunas nuevas que seguro que te interesará conocer.
-Gracias -sonó aquejado, pero eran sinceras. -Antes de nada, ¿dónde está tu hermana?
Pricia miraba el chorro de té humeante que caía en la taza mientras lo servía. Estaba distraída, y el flequillo no cubría bien la enorme marca de su cara. Valiant se entretuvo analizándola, hasta que ella respondió.
-A salvo- dijo, sin más, y le sonrió.

Allain lanzó una mirada furibunda hacia el infinito, entretenido en las formas del paisaje. Yaraidell jugaba a enrrollar uno de sus rizos pelirrojos en su dedo, mientras sopesaba qué decir.
-¿Qué piensas hacer ahora? -rompió el silencio finalmente el mercenario.
-No lo sé.
-¿No lo sabes? Eso es un mal asunto... -buscó en el bolsillo del pantalón. El tacto del paquete de tabaco lo relajó enseguida, y se sintió reconfortado mientras se llevaba el cigarrillo a los labios.
-Quiero decir que no sé qué papel me queda en todo esto- Yara se acercó también a la baranda del balcón, y posó las manos con delicadeza sobre el mármol, acompañando al hombre en el gesto.- Pero lo que tengo claro es que quiero formar parte de vuestra causa. He dejado mi hogar, lo poco que me queda de familia, e incluso a mi prometido. Me he apartado de los caminos de la legalidad, he hecho cosas... cosas horribles -sintió un escalofrío al recordar la sangre de aquellos hombres manchando el cuchillo que ella empuñaba.
El Mester exhaló una densa nube de humo, deleitándose en la contaminación que llenaba sus pulmones. Quizá algún día aquello lo mataría. Sería un final demasiado amable para lo que creía merecer, pero de igual modo le hacía ilusión imaginar una muerte digna, como no lo había sido su vida.
-Lo tenías todo. Muchos habrían dado sus piernas por ser tú, y sin embargo lo has tirado todo por la borda. ¿Por qué?
-Por mis ideales. ¿Acaso el dinero y el poder lo son todo en la vida?
-Tus ideales no te mantendrán cuando estés muriendo de hambre en las calles.
-Pero nadie volverá a elegir por mí -la chica lo miró a los ojos, con pasión, completamente convencida. Tanto, que él no pudo objetar nada más. -Dime, Allain, ¿tú te cambiarías por mí? Si pudieras elegir, ¿dejarías la vida de las calles para acomodar tu culo peludo en el sillón presidencial de una mansión lóbrega y solitaria?
-Mi culo no es peludo... -se quejó él.
-Uhm. Bastante.
-¿Tú crees...?
-Responde -lo presionó ella, y el hombre suspiró.
-No, no lo haría -admitió. -Sería como pretender convertir a un chacal en un perrito de compañía. Imposible.
-Algunos hemos nacido chacales -Yara se giró hacia él, con la mirada repentinamente brillante. Su mano se escapó al pecho del mercenario y se apoyó allí, con suavidad. Allain bajó la vista a los dedos de la chica, y luego la subió de nuevo.
-¿Pezoncitos...?
Por un instante creyó que ella lo besaría. Tan embelesada se sentía, tan perdida dentro de los ojos de él, que la distancia entre ambos se acortó considerablemente. Quizá si él no se hubiera movido... pero instintivamente sus manos se agarraron a las caderas de la muchacha, y para cuando sus rostros estaban tan cerca, ella reaccionó, y agrió el gesto.
-Que no me llames así, caraculo- le dio un leve empujón que lo apartó, y se giró para disimular que se había ruborizado. ¿En qué estaba pensando...? Dioses, ¡era Allain! -Y ahora explícame qué fue aquello que ví en el castillo -juraría que tenía la cara caliente, pero no se atrevió a tocársela, por no delatarse. El mercenario enseguida se amoldó al cambio de conversación; como si no hubiese reparado en el detalle del momento amoroso.
-¿De qué hablas...?
-Ya sabes de qué hablo.
-No, de veras. ¿Qué viste en el castillo?
-No juegues conmigo, Elric -lo encaró y le apuntó con el dedo, pero él rió, divertido. -Nunca te había visto así. Era como si... como si... -Yara hizo aspavientos con las manos, sin lograr expresarse, pero parecía emocionada al recordar la escena. Entonces adoptó un cariz teatral y misterioso. -Todo estaba oscuro... el sonido de las espadas repiqueteaba por toda la torre... corrí descalza por el pasadizo, había perdido la orientación, y me detuve a través de la pared. Por el pequeño agujero distinguí las figuras relampagueantes de tres guardias con armadura. Por la escalera aparecieron dos más. Y luego tú... -hizo un paro, estrechando los ojos. Buceaba en su memoria.- Tu mirada rezumaba poder, todo era tan siniestro en tí.
-Sólo viste un hombre blandir su espada con maestría. Eso es lo que viste.
-No -ella lo interrumpió. - Yo sé lo que vi, aunque no pueda explicarlo. Aquél escalofrío sería imposible de olvidar.
Allain suspiró, sin perder la sonrisa de autosuficiencia.
-Valiant me dijo que eras un Mester, y nunca había comprendido del todo a qué se refería. Creo que empiezo a adivinar...
-Un Mester nunca habla de su trabajo, pequeña. Si lo hiciera, tendría que matarte.
-Siempre con evasivas. ¿Por qué no puedes ser franco conmigo?
-Me echaste en pelotas de tu casa, ¿se supone que te debo algo?
-Si no fuera por mí, seguirías allí encerrado -ella se cruzó de brazos, molesta.-Posiblemente, muerto.
-Enserio, ¿piensas que te necesitaba para escapar? Niña, no sabes nada -el hombre se pasó la mano por la nuca, revolviendo el cabello largo y oscuro. Luego hizo ademán de darse la vuelta para marcharse. Ella lanzó su última moneda al aire.
-Te daré un beso -lo atajó, antes de que pudiera irse. Él se detuvo, sonriente, y la miró de soslayo. Al final, accedió.
-Está bien... -dijo. -Te lo contaré a cambio de un beso, Y -recalcó- de una promesa.
-¿Qué promesa? -ella dio un paso al frente, dispuesta a acceder a lo que él pidiera, con tal de desvelar aquél misterio.
-La promesa de que si cuentas esto a alguien, te mataré.


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By Rouge Rogue

jueves, 17 de noviembre de 2011

CAPÍTULO 49: LA FUERZA DE UNA MUJER

Las cosas eran extrañamente absurdas, e irreales.
El caos imperaba dentro del castillo, pero fuera reinaban la quietud y la paz propias de la madrugada Berethiana; noches de cielo despejado y abundantes estrellas. Kamilla se apoyó en el muro del edificio como si le costase trabajo respirar. Palpó su torso, sus pechos. No parecía herida, pero le faltaba el aire igualmente. Creyó que se le saldría el corazón del pecho cuando una mano se posó en su hombro.
Se giró, sobresaltada, y Dallas hizo una mueca para que guardara silencio.
-Soy yo, soy yo -la tranquilizó, y ella resopló con fastidio. Pero no por mucho. Cuando Dallas preguntó acerca de Lloth, ella no supo qué responder. Toda su miseria debió verse reflejada en su rostro porque el muchacho la comprendió enseguida y sus ojos se apagaron momentáneamente.
-Está bien. Creo que debemos irnos -dijo, al final, en voz baja.
-Ir ¿adónde?
-No lo sé. A casa, supongo.
Y puso rumbo de vuelta a los barrios oscuros.
Absurdo; e irreal.
Nada estaba en su lugar esa noche, todo su pequeño y estable mundo se había sacudido. Cómo odiaba reconocer que desearía dejar las cosas como estaban. El pequeño burdel barato con camas de mala calidad y luces tenues; los hombres deshaciéndose ante ella. Y su amor platónico jugando a ser un cazarecompensas por toda la costa, volviendo a sus brazos de tanto en tanto para calentarle la cama. Era lo más a lo que podía aspirar alguien como ella.
Y ya ni siquiera tenía eso.

La mano se cerró en torno a su muñeca con una fuerza implacable, a través de los regios guanteletes aterciopelados, y Yaraidell encaró a Jace Adarkian con pavor. Él la arrastró a un lado del pasillo y la empujó hacia el interior de una de las salas. Luego cerró la puerta tras de sí, e ignoró los pasos de los guardias que corrían de un lado a otro buscando a la chica.
-Tú... -masculló el caballero, de mala gana. La examinó por un brevísimo instante. ¿Habría una causa que justificase el hecho de que su prometida hubiera abandonado la seguridad del hogar semidesnuda, matado hombres y dejado libres a un puñado de criminales? ¿La habría?
-Jace, yo... -balbuceó ella, pero él le sacudió una bofetada que la hizo caer al suelo.
-¿Cómo voy a sacarte de esto, Yaraidell? ¡Te has condenado sola! ¡Te ejecutarán si te juzgan! ¿Por qué me haces esto? ¿Crees que quiero volver a perderte?
La muchacha dejó que las lágrimas se escapasen de sus ojos, mientras lo miraba, indefensa. Pero no sollozó; mantuvo el gesto altivo que le era propio.
-Tú me obligaste...
-¡NO! ¡No oses culparme de tu pueril actitud! No vives en un cuento de Hadas, Yaraidell. Aquí no van a tener piedad contigo; ya hice por tí más de lo que debería.
-Deberías haberme dejado marchar... -musitó ella, con los ojos cristalinos, y se puso en pie despacio. El pecho de Jace se agitaba por el dolor. La habría matado allí mismo; cuántos problemas le estaba trayendo Yaraidell. Se sentía despechado, humillado. Ella había escupido sobre todos sus sueños y esfuerzos. Él sólo quería una boda bonita para sellar el amor que le había prometido tanto tiempo atrás, y al que la muchacha ya no correspondía.
-¿Por qué... por qué iba a hacer semejante cosa? ¿Para que puedas irte con él? ¿Darle en una noche todo lo que yo he extrañado durante años...? Eres cruel; Yara. Eres sumamente cruel conmigo.
-Lo sé. Y no te pido que me perdones. Sé que no tengo derecho a pedir eso, pero todos deberíamos poder elegir nuestra vida -su expresión parecía serena, aunque cargada de una profunda tristeza. -Yo no pude elegir la mía... hasta que murió mi padre viví con el yugo que se me había impuesto. Sólo pido una oportunidad, para ver el mundo. Para conocer lo que se siente al elegir algo por el simple hecho de poder... -Yara se interrumpió por un momento cuando Jace se tapó los ojos. ¿Estaba llorando...? Algo en el pecho la hizo sentirse sumamente culpable. Quizás en los últimos tiempos, la relación con Jace había sido como un puzzle desencajado, pero no era culpa del joven. Él lo había intentado por todos los medios.
-Eres un gran chico. No. Un gran hombre, Jace. Eres apuesto e inteligente, ocupas un cargo importante en el ejército real, y eres honrado. Las mujeres se matarán por llenar tu corazón y tu cama.
Él hizo un gesto con la mano que indicaba que no quería seguir escuchándola.
-Toda la vida... prodigando justicia... para ser tratado tan injustamente -cuando alzó el rostro, tenía los ojos enrojecidos. Yara nunca lo había visto llorar, y era una imagen verdaderamente turbadora. En otras circunstancias, habría corrido a su abrazo para consolarlo, pero él se colocó el casco enseguida y ocultó sus facciones tras el frío metal. Luego cruzó la habitación y se detuvo cerca de la pared. No la miró, tratando de recomponer su actitud regia e imperturbable.
-Sígueme. Te sacaré de aquí -dijo al fin, con toda la inexpresividad de la que fue capaz.

Pony sirvió otra jarra de vino. Resopló, agotada. Aquellos tacones la estaban matando, pero eran los preferidos del anfitrión de la fiesta. Se los había pedido expresamente a ella, y no se podía negar; era un buen cliente y merecía ser satisfecho. Dejó que su mirada se perdiera por el cristal de la ventana por un segundo, y se preguntó cómo estarían los chicos. Su hermana, Valiant... sintió una punzada de celos que quiso despejar por todos los medios con aquella sonrisa enorme que trataba de compensar la oscura mancha de nacimiento en torno a su ojo.
Pony vendía una idea con su actitud: no soy guapa, pero soy muy complaciente.
Una vez, cuando apenas tenía catorce años, oyó a los chicos de la hermandad jugando a las preguntas. Valiant dijo que, después de Kamilla, Pony era la chica más guapa de los Gatos, y eso la llenó de orgullo. Por supuesto que no podía compararse con su hermana, pero esque Kamilla era toda una belleza exótica. Asumiendo que pocas mujeres podían competir con ella en belleza, Pony sintió que su corazón se llenaba de dicha.
Claro que hubieron otros hombres, y otros piropos más encantadores. Pero ninguno la hizo tan feliz como aquella casual pero afortunada escucha a hurtadillas.
Cuando la puerta del burdel volvió a abrirse, no fue un cliente el que la atravesó. Fue Kamilla, con el rostro tan cansado que su hermana juraría que no la había visto nunca así. La siguió con la mirada mientras subía las escaleras hacia una de las habitaciones, y luego se escaqueó para darle alcance. Llegó al cuarto cuando Kamilla se había derrumbado en la cama, por causa de aquellos ridículos tacones que no la dejaban sino dar pasitos de idiota. Al asomar la cabeza por el marco de la puerta, encontró a la joven Gata abrazada a la almohada, con el rostro escondido.
-¿Kamilla...? -se atrevió a preguntar. -¿Cómo ha ido todo...?
Por toda respuesta, la chica finalmente rompió a llorar.


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By Rouge Rogue

martes, 15 de noviembre de 2011

CAPÍTULO 48: UN AS BAJO LA MANGA

Los chicos se habían puesto sumamente nerviosos. Aunque aún seguían camuflados cerca de las esquinas oscuras de los edificios, era sólo cuestión de tiempo que alguno de los soldados que pasaban corriendo los descubriese.
Y entonces morirían, todos.
-Se acabó, me largo -dijo uno de ellos, y se giró de cara a la columna para intentar escalar. Apenas con un ágil salto se encaramó en una de las piedras del muro gris, pero no llegó más allá. Lloth lo agarró por el chaleco y tiró de él hasta hacerlo caer al suelo.
-No nos vamos a ir sin Karoth -sentenció, con un brillo fiero en la mirada.
-Están perdidos, gilipollas. No voy a morir por nada -el otro se retorció tratando de ponerse en pie pero Lloth dirigió la punta de su daga al cuello sucio del muchacho, con aire amenazador.
-O te quedas con riesgo a morir. O te quedas muerto.-
Los mechones de cabello castaño claro que se escapaban de su cola baja mal recogida le tapaban en parte el rostro, pero era fácil apreciar desde aquél ángulo el perfil bien dibujado del joven. Kamilla se sorprendió sonriendo levemente ante el gesto del Cuervo. Su interlocutor gruñó.
-Si nos separamos nos harán una presa fácil. No conocemos el castillo. Tenemos que movernos sabiendo dónde pisamos -apuntó Dallas.
-Y una mierda -masculló el chico desde el suelo, por lo bajo.
-Deberíamos buscar un punto alto para salvar las murallas -sugirió un tercero.
-Llevamos heridos, y... -el joven miró directamente a los pechos de Yara, que no hizo por cubrirlos. Se enfrascaron en una pequeña discusión que, de haber estado Karoth, nunca hubiera sucedido. Lo malo de un ejército sin ley era el descontrol. Y el descontrol equivalía a la derrota.
Antes de que pudieran siquiera darse cuenta, y sin haber podido tomar una decisión final, un candil los estaba alumbrando directamente.
-¡Los he encontrado! ¡Son ellos! -gritó uno de los guardias. Y los ratas hicieron lo que mejor sabían: correr.

Desdicha cortó los barrotes de la celda como si fueran de gelatina. Karoth no podía dejar de asombrarse. Había tratado de sopesar, en base a su no poca experiencia, qué decisión tomar respecto a Allain. Concluyó que lo necesitaba con vida para salir de allí, y aunque no estaba convencido de que no se fuera a arrepentir en el futuro, era mucho más importante pensar en el presente. Si lo cogían de nuevo, no podría volver a escapar.
La figura abultada e inconsciente, al fondo de la celda, era Valiant. Se encontraba tirado en el suelo, en alguna extraña postura antinatural, de lo que el Mester no tardó en inferir que tenía varios huesos rotos. Sin prolongar demasiado su examen, lo cargó en peso muerto y se lo echó sobre los hombros. A su espalda, el Cuervo estrechó la mirada, analizando también al líder de los Gatos, sin dar crédito a sus ojos.
-Monstruos... Naien dereth sh'ur -blasfemó en kandoriano por lo bajo. Para su sorpresa, cuando Allain pasó por su lado correspondió a sus insultos con palabras de sosiego.
-Se recuperará -resolvió, y volvieron a poner rumbo por los corredores, el joven sureño abriendo paso por si alguna repentina amenaza los asaltaba, y el Mester tratando que el peso de Valiant no supusiera un impedimento al movimiento en el hombro que le quedaba sano. Sin embargo, y contra todo pronóstico, el camino estaba libre. A excepción de los cuerpos de aquellos hombres que habían derrotado con anterioridad, la vía estaba vacía, y la puerta de salida, abierta. Fueron prudentes al abandonar el edificio y lo hicieron sólo después de cerciorarse de que nadie miraba hacia allí. Como temían, los habían descubierto, y el resto del grupo había desaparecido.
-Estupendo, tu gente se ha dado el piro.
Karoth desplazó la vista rápidamente por todo el patio; que parecía un hervidero de fantasmas pululando por doquier. Las armaduras metálicas de los guardias arrancaban destellos por la luz de los candiles de sus propios compañeros que pasaban con prisas de un lado a otro. ¿Por dónde habrían ido los otros? ¿Los capturarían?
-Vas a tener que cargar tú con el fardo -sentenció el Mester, tras sopesar sus posibilidades, y le pasó el cuerpo de Valiant al chico. Sorprendido, Karoth pretendió chistar. Por todo su honor de Rey Irithí, se habría negado si no fuera porque lo que vio a continuación lo dejó estupefacto. La sangrante herida en el hombro de Allain pareció cerrarse momentáneamente. La piel se regeneró a una velocidad que debía ser antinatural, y sus tejidos se buscaron para entrelazarse como una red hasta cerrar el corte profundo por completo. Bajo la sangre que lo manchaba, su cuerpo volvía a estar sano. Allain hizo crujir los nudillos y estiró el cuello como si se preparase para entrar en batalla. Su mirada se oscureció.
Karoth no habría sabido explicar de qué se trataba.
Aquellos ojos se volvieron negros como piedras de zirconio y su rostro se apagó ligeramente. Parecía haber sido alumbrado con una poderosa luz proveniente del suelo, por cuanto las sombras se proyectaban de forma tétrica en él, dibujando sus ojeras, sus pómulos. Tenía el inquietante aspecto de un muerto viviente, si esque tal cosa podía existir. El kandoriano trastabilló hacia atrás, y estuvo a punto de caer de culo.
-Despejaré la vía principal para tí y sacaré a todos los que encuentre con vida de aquí. Pero tú, encárgate del príncipe de los Gatos, o juro que te encontraré, allá donde mores.
Luego echó a correr.
Y aquello sí que era correr; no lo decía de valde. ¿Podía un hombre humano moverse a aquella velocidad? ¿Quién era aquél tipo, por todos los dioses? Apenas pestañeó; Allain ya no estaba allí.
Los gritos no tardaron en escucharse desde el castillo.

Kamilla no podía creer que se estuvieran metiendo directa, y voluntariamente, en la boca del lobo. Las damas de la limpieza proferían gritos exaltados mientras se apartaban a su paso, cerrando los ojos con auténtico pavor. ¿En qué momento se habían separado del resto? ¿Qué había sido de Allain, y Karoth? ¿Habrían encontrado a Valiant; lo sacarían de allí con vida? Se maldijo de nuevo a sí misma cuando tropezó con el escalón y cayó de bruces.
-¡Joder! -Lloth se giró para mirarla y en sus ojos había premura. Ella no se permitió demoras y volvió a subir a toda prisa, aunque le dolía la rodilla. No debería haber dejado los burdeles, este era el trabajo de los ratas de calle, y ella hacía demasiado tiempo que vivía amparada por la seguridad del prostíbulo. Ahora se sentía como un lastre, siguiendo los pasos del muchacho, que era bastante más rápido que ella.
-¡Estamos subiendo! -se quejó, sin lograr encontrar escondite para sus temores. Los guardias los seguían por las escaleras en espiral con dificultad; no en vano sus pesadas armaduras les frenaban el avance.
-Eres jodidamente aguda, chica -chistó él, y viró a la derecha cuando alcanzó el último piso, adentrándose en el corredor.
-Y tú... jodidamente... gilipo...
-Ahorra energías -una oronda señora abordó el pasillo con un cesto cargado de sábanas blancas. Al verlos pasar a toda prisa, tiró la cesta al suelo y trató de apartarse a tiempo, pero Lloth la arroyó a su paso y la hizo caer. Luego se adentró en la enorme habitación por la que había salido la dama, y cerró la puerta tras de sí.
Paseó los ojos con prisas hasta dar con un candelabro de metal. Atrancó la puerta y se pasó las manos por la cara, sudoroso.
Kamilla jadeaba por el esfuerzo, justo a su lado. Lo miró con cara de ¿y ahora qué?. El chico no tardó en girarse hacia el enorme ventanal con balaustrada que presidía la habitación, y abrirlo de par en par.
-Saldremos por aquí -dijo, asomándose. Abajo, el suelo se encontraba a una distancia de cuatro pisos. A Kamilla no le pareció muy brillante, y sintió un pequeño acceso de ira.
-¿Sueles hacer esto a menudo? Lo de tirarte y volar, digo -lo acuchilló con la mirada, y él frunció el ceño.
-Eres insufrible, gata. Tendrás que saltar.
Un estruendo sordo los sobresaltó cuando las puertas amenazaron con abrirse. El candelabro resistió la embestida; era de hierro macizo. Sin embargo, las asas de la puerta no podían decir lo mismo. Quizás dos o tres empellones más y saltarían por los aires. Entonces los capturarían.
-Pero, ¿cómo? -Kamilla puso un pie, dudosa, sobre la barandilla.
-Desde aquí podrás alcanzar el muro del patio y salir del castillo -lo señaló en la oscuridad. Conque era eso. No era tan cabestro, después de todo.
El segundo empujón fue mucho más fuerte, y una de las asas se desprendió y cayó al suelo. La otra resistió poco más, pero la puerta se abrió por fin y los soldados entraron en tropel.
-¡Que no escapen! -gritó uno de ellos, y arrojó su lanza contra los muchachos. Kamilla gritó, creyendo que la impactaría de lleno, pero Lloth asestó una cuchillada limpia al aire y la desvió lo suficiente para que pasase a pocos centimetros del rostro de ella.
-¡Date prisa, no soy muy buen espadachín!- se quejó, el maldito. ¿Siempre se quejaba por todo? Ahora le habría gustado conocerlo un poco mejor, pero algo le decía que...
-¡No voy a dejarte!
-¡Lárgate ya! -sentenció, y cerró el cristal del ventanal. De un golpe seco rompió la llave dentro, y la dejó sola. Después, blandió con tanta fuerza como pudo el puñal mientras los soldados se precipitaban sobre él, para arrestarlo. Se revolvió como un toro enfurecido; hirió a alguno, pero enseguida las armas se cernieron sobre él.
A Kamilla le dolía el pecho cuando saltó hacia la seguridad del muro colindante, y se perdió en la calle, preguntándose si el mundo no podía notar aquella desazón suya.



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sábado, 22 de octubre de 2011

CAPÍTULO 47: LAS CUCARACHAS

-¡No! -gritó Allain, y Yaraidell se encogió del susto antes de que sus dedos llegasen a posarse sobre la empuñadura de Desdicha. Cuando Kamilla terminó de desatarlo, el hombre se llevó la mano al hombro sangrante, pero no perdió tiempo en caminar hacia el arma y guardarla de nuevo en su funda. Karoth lo observaba todo, intrigado. Dentro de su cabeza, parecía querer buscar un significado. Miraba al guardia muerto, después la espada.
-¿Dónde está Valiant?
Kamilla se adelantó a la principal preocupación de Yaraidell, mientras el mercenario se acercaba a la mesa de los instrumentos de tortura para buscar algo que le resultase de valor. La mayor parte de su equipo estaba allí: las dagas, los cuchillos arrojadizos, los venenos en polvo, las agujas. Lo demás eran armas oxidadas, hojas romas y pinzas para hacer presión. Objetos punzantes e instrumentos de tortura. Con todo, cada uno se procuró lo que mejor pudo, antes de que él se volviera hacia todos, que aguardaban en silencio como si esperasen alguna indicación.
-¿Qué demonios miráis?
-Queremos rescatar a Valiant Cross -Karoth dio un paso al frente. Yara lo encaró entonces con los ojos cargados de gratitud.
-¿Qué...? -Allain miró a Yaraidell con gesto de ¿es una broma? Pero ella no pintaba nada allí.
-Indícanos por dónde se lo han llevado -Kamilla lo apremió, poniendo una mano en su brazo desnudo. Obviamente los ratas suponían que, dado el estado de las heridas de Elric, no podría moverse con rapidez y deberían dejarlo atrás. El Mester dudó un instante, e intuyendo las intenciones de los otros, negó con la cabeza.
-Ni hablar. Si vais a provocar una estampida, me beneficiaré de ello. Si queréis encontrar al rubito, tendréis que seguirme -echó a andar con determinación por el pasillo, cruzando los arcos de piedra ennegrecida. Algunos chistaron; se morían de ganas por salir de allí. Karoth admitió que en aras de su propia supervivencia, Allain había tomado la mejor decisión, aunque perjudicase al grupo.
-Estás herido... -Yara caminaba deprisa, casi trotando, junto al Mester.
-Así que no te acaba de convencer la vida pacífica de casada... -dijo, rebatiendo el comentario de la chica, y ella apretó los dientes.
-Tenemos asuntos que tratar.
-Si salimos de esta, pezoncitos.
Yara frunció el ceño, pero enseguida lo relajó. Lo miraba caminar con aquél porte erguido y serio, regio a pesar de sus heridas, y resultaba imponente. Hubiera deseado transmitirle algo de ¿afecto? ¿fuerza? ¿valor? pero no se atrevió a decir nada al hombre. Aún eran recientes las palabras de su útlima discusión en la cabeza de Yara. Maldito orgullo. Giraron la esquina del corredor y entonces Allain retrocedió un par de pasos y alzó la mano para que se detuvieran. Se pegó a la pared y dejó que el guardia que hacía su ronda cruzase el pasillo, medio adormilado. Miró a Karoth.
-Una puerta. Dos guardias. Yo el de la derecha. Luego corred -con aquellas escuetas indicaciones pusieron paso ligero hacia el portón del fondo. Media hoja de madera permanecía abierta para que, en su regreso, el soldado deambulante pusiese rumbo hacia el patio. Otros dos hombres custodiaban la salida, y probablemente creyeron que los pasos pertenecían a su compañero, porque no reaccionaron de modo alguno. El primero cayó en manos de Elric. El enorme y puntiagudo cuchillo le atravesó la garganta de lado a lado, seccionándola e impidiéndole emitir sonido alguno. Luego se desplomó.
Cuando el Mester se giró, el otro guardia yacía ya en el suelo, a los pies de Karoth, que había tomado la precaución de sostenerlo antes de que se estrellase estrepitosamente, alertando al resto de la base con el sonido de la armadura. Echó de nuevo a andar, cruzando el patio. Buscó la pared más cercana y se perdió en las sombras que el muro proyectaba sobre el suelo frío, donde la oscuridad era más profunda aún si cabía que en el resto del lugar. Karoth hizo un gesto a los demás para que los siguieran, y como ratones en tropel cruzaron el arco, sin perder no obstante el sigilo, y se apresuraron hacia el siguiente edificio.
-¿Valiant Cross está en los calabozos bajos? -Karoth musitó, pero era una pregunta vacía, que denotaba más rabia que incredulidad. Eso quería decir indudablemente que lo habían condenado a muerte, y por lo tanto habría sido cruelmente torturado. Quizás eso le impediría moverse con la rapidez necesaria para salir airosos de allí.
-No sé en qué celda. Pero sé que lo han traído aquí -admitió el Mester. Apuntó a Karoth con la mirada y luego indicó con la cabeza que se hiciese cargo del guardia que estaba a punto de darse la vuelta para proseguir su ronda nocturna. El joven echó a correr medio agachado, haciendo que sus rodillas flexionadas amortiguaran el sonido de sus pasos, y asoló al hombre desde atrás. Con movimientos fugaces, el muchacho tumbó al soldado, y al alzar la mirada, Allain ya estaba en la entrada al edificio de piedra, como si hubiera sido un trabajo perfectamente coordinado.
-Entraremos los dos. Tu gente se queda fuera, necesitamos que nos cubran la salida -indicó, y no esperó una retahíla a cambio. Se perdió hacia el interior. El joven Irithí transmitió los gestos pertinentes a sus compañeros y luego corrió tras él.
Yaraidell se mordió el labio. No entendía a ciencia cierta el plan del Mester, pero si había alguien en el mundo capaz de sacarlos a todos con vida de allí, era él. Por más que le hubiera fastidiado reconocerlo en cualquier otra situación; Elric siempre tenía las cosas bajo control. ¿Por qué aparentaría lo contrario? Miró a todos lados, confusa. Allí agachada, el camisón se le había subido lo suficiente para dejar ver parte de sus braguitas rosas. También sus turgentes senos se adivinaban bajo la tela, pero eso no era lo que le preocupaba. Lo importante era aquél guardia que ahora tenía la vista clavada en ellos, a una distancia de cincuenta pasos, sin duda preguntándose si había visto algo moverse o no. Yara recordó el abrecartas y el corazón se le disparó, mientras se apresuraba a cubrirlo para esconder sus destellos. Todos trataron de pegarse al muro hasta hacerse prácticamente invisibles en la densidad de las penumbras, y contuvieron las respiraciones. Un par de segundos después, el guardia volvió la vista a otro lado y siguió con su paseo.
-Esperad un segundo -Dallas habló en voz baja. -Se dirije a la puerta -señaló el lugar por el que habían venido, donde, a todas luces, descubriría a sus compañeros asesinados, y un nerviosismo general hizo presa de todos ellos. Sin embargo, antes de que pudieran hacer nada, el cuerno de alarma ya estaba resonando en el castillo, alertando a las tropas.

El sonido ronco y grave del cuerno retumbó en las paredes y los guardias se giraron, alerta, para encarar la salida. Sin embargo, lo primero que encontraron fue la mirada gris profunda de un Mester que no necesitó más de un segundo para robarles la vida a ambos. Karoth pasó por su lado corriendo como una sombra, inclinado hacia delante por pura costumbre como si con ello pudiese cortar mejor el aire. Se paró en seco al llegar a la esquina del pasillo, mirando al mercenario.
-Coge las llaves de las celdas -le indicó, pero Allain hizo caso omiso. Echó a andar, algo más torpemente que el joven rata por las heridas que le habían infligido, pero nadie que no estuviera al tanto del verdadero potencial del hombre sospecharía siquiera que su destreza se había visto reducida. -¿Qué haces? ¡Date prisa! -Karoth parecía no comprender, pero Allain lo miró a los ojos intensamente. No necesitaba las llaves para nada, bastaba para entenderlo. La pequeña escuadra apareció desde el fondo del pasillo, desfilando a paso ligero con las armas en ristre. Cuando se lanzaba una señal de alarma, los soldados se distribuían estratégicamente para asegurar los puestos clave dentro del castillo y enviar el mayor grueso de los efectivos a combate. Aquellos quince hombres no se unirían con sus compañeros.
Desdicha cortaba con la facilidad con que la bota de un montañés de dos metros y medio podría aplastar una cucaracha. Más que eso; devoraba. Una estela oscura y aquél silbido agudo eran los testigos únicos de su existencia, porque Allain luchaba con una destreza tal que era imposible distinguir la espada. Karoth se sintió turbado al verlo en combate. Abrió los ojos enormemente y bajó la guardia de su espada, ya que antes de haberse podido lanzar contra su primer adversario, el Mester ya los había masacrado. A todos.
Aquello hizo al antiguo rey de los Cuervos estremecerse. ¿Cuál era el verdadero potencial de aquél hombre...? Cuando saliesen de allí, ¿se convertiría en su enemigo?
Allain lo encaró con una pequeña gota de sudor perlando su frente. Después de todo, estaba herido.
-Busca tú en ese ala del edificio -dijo, y partió en dirección opuesta.
Karoth dudó por un segundo.
Quizás si lo mataba por la espalda podía ahorrarse muchos problemas en el futuro.


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CAPÍTULO 46: EL MAL QUE VIENE DESDE DENTRO

Cuando regresaron a la celda, lo hicieron sin Valiant.
Aquello puso en sobreaviso a Allain, que tensó los músculos mientras los guardias lo apuntaban con la espada. Si quisiera, podía matarlos a los dos con unos cuantos movimientos. No sería difícil desarmarlos y tenerlos a merced, ¿pero entonces? Había demasiados cabos sueltos para permitirse poner en alerta a todo el calabozo. Tenía que recuperar sus armas, encontrar a Valiant. Sacar a los gatos de allí, y además si su plan funcionaba, ganarían mucho terreno contra el Círculo. Pero para eso tenía que esperar... Tendió los brazos y se dejó atar sin oponer resistencia. Esperar y dejarse torturar.

Cuando Yaraidell se acercó al guardia aquella noche, no tenía mejor pinta que una fulana cualquiera. Incluso, para ser una furcia de los barrios altos, iba bastante deshecha, sin zapatos, el cabello alborotado por la carrera, la piel sudorosa y sin otro atuendo que el bonito picardías rosa nacarado con encajes blancos. El hombre, sin embargo, no le hizo ascos a aquella pequeña distracción en su turno de vigilancia, y sonrió bobamente mientras ella fingía ofrecerle algunos servicios. No mucho después, el hombre estaba muerto. Yara se mordió el labio y se miró las manos con horror, mientras la sangre que brotaba del cuello del soldado resbalaba por la piedra y se acercaba a sus pies desnudos. Cerró los ojos, y volvió a guardar el abrecartas en el filo de su ropa interior. Luego le robó al muerto la espada y el cuchillo reglamentarios, y avanzó hacia el interior cargada de miedos, pero también con determinación. No tenía ningún plan. No sabía dónde estaban los muchachos. Ignoraba de qué modo iba a conseguir las llaves de la celda. Eran demasiadas cosas en los que no quería pensar. Maldita sea, quizá por eso su padre nunca la había querido en el ejército. Ella lo había atribuído al hecho de que era una mujer, pero ahora descubría también que era una mala estratega cuando se ponía en juego algo que le importaba de verdad.

Kamilla apretó los labios, con visible bochorno. Contuvo las ganas de llorar, y eso le hizo gracia al hombre, que se echó a reír mientras su compañero aún se esmeraba con las últimas embestidas. Ella tenía las manos apoyadas en el potro de madera y el guardia la disfrutaba desde atrás, a la vista de todos los chicos de los Cuervos. La joven giró el rostro hacia la pared opuesta, tratando de no encontrarse con las miradas regocijadas de ellos, pero lo cierto era que ninguno de los Cuervos disfrutaba ahora con su dolor. En circunstancias normales, se habrían unido al festín. Pero las ratas eran ratas, y ahora el enemigo común eran los guardias. No pararían hasta matarlos a todos por torturar a una de los suyos.
-Joder, ¿aún te queda? -preguntó, ansioso, aquél que vigilaba mientras el otro se follaba a la muchacha.
-Un... poco... -respondió su compañero, procurando una embestida profunda a la mujer tras cada palabra. Se hundió en ella flexionando ligeramente las rodillas para empujarla desde abajo hacia arriba. Hasta el fondo.
-Maldita sea, a ver si van a pasar los de control y no estoy en mi puesto. Date prisa -lo apremió, mientras echaba un vistazo al otro lado del pasillo. El violador puso cara de esfuerzo.
-Necesito... algunos... minutos. Ve y te llamo cuando te toque -apretó los dedos contra las nalgas morenas de la joven y luego comenzó a moverse más deprisa. El otro chistó y negó con la cabeza, pero obedeció y se perdió por el corredor para regresar a su puesto de vigilancia. Los dejó solos. Cuando los achaques del hombre se hicieron más violentos, ella tuvo que esforzarse por no gritar de dolor. Se mordió los nudillos; no estaba dispuesta a concederle el placer de verla sufrir. A ella, no.
De repente, el ruido cesó.
Los gemidos de cerdo, las embestidas. El líquido caliente le salpicó las nalgas desnudas. Kamilla supuso que se había corrido sobre ella, pero el cuerpo inerte del guardia cayó al suelo de lado, con los ojos muy abiertos, perdidos en la nada. La chica se giró deprisa y descubrió la sangre que la manchaba, y también vio a Yaraidell con miedo en los ojos, sosteniendo en alto el cuchillo de plata. Kamilla tardó en relacionar ambas cosas. Demasiadas preguntas sin respuesta, pero algo sí que le cruzó la mente en una fracción de segundo. Se arrodilló deprisa cerca del guardia y le robó las llaves del calabozo.
-Eh! Eh! -los Cuervos comenzaron a estirar las manos hacia ellas, gritando en voz baja para no alertar a nadie.
-Sácanos de aquí. ¡Vamos, deprisa!
Kamilla contó las llaves y encontró la que debía ser la de la celda de los muchachos. Luego la sostuvo en la mano, sin saber que hacer. Finalmente echó a caminar por el pasillo, llevándose las llaves consigo. Yaraidell trotó tras ella, descalza. Tenía la incertidumbre dibujada en el rostro, pero al lanzar una última mirada a la celda, descubrió a un muchacho silencioso, sentado en una esquina, mientras todos se arrebujaban para suplicar por su libertad. Yara entreabrió los labios y agarró a Kamilla por el chaleco, para retenerla.
-Saquémosles de aquí -dijo, señalando la celda.
-¿Por qué? Son Cuervos. Te han violado y humillado cuando han podido -la muchacha morena la miraba desde la superioridad de su estatura. Además, llevaba aquellas botas de tacón. De repente Yaraidell se le antojó todo aquello que no había creído jamás que fuera. Encontró en ella una belleza irresistible, más allá de sus facciones de muñeca de porcelana. Encontró una dulzura en sus ojos, en sus labios, que ella nunca había poseído. Maldita fuera, crecer en las calles la endurecía a una.
-Karoth fue amable conmigo. Siento que le debo este favor -dijo en voz baja, y la otra chica lanzó los ojos hacia el muchacho Kandoriano. Sí... Definitivamente, debía ser un Valiant en versión morena. Dioses, el mundo estaba loco. Y ella también.
Corrió hacia la celda y tanteó con la llave la cerradura, mientras todos dentro suspiraban de alivio.
-Os sacaré con una condición -advirtió ella, y todos apremiaron para que lo hiciese deprisa. -Tregua, hasta que todos, Cuervos y Gatos, hayamos salido de este maldito lugar.

-Esta es una buena espada. ¿Se la has robado a algún noble? -dijo el guardia, pretendiendo hacerse el entendido. Allain puso los ojos en blanco. Realmente no podía tener ni idea de lo especial que era aquel arma. Una espada legendaria. El hombre deslizó los dedos por la funda negra y desenvainó a Desdicha. La analizó, poniendo cara de aceptación mientras la probaba en el aire. Sus dedos se aferraron a la empuñadura con ahínco; más del que había pretendido, y luego afirmó.
-Una espada digna de un rey. Sí... creo que ya tiene un nuevo dueño...
-Yo que tú soltaba eso, amigo -lo advirtió Elric. Su mirada se había vuelto severa ahora. El guardia lo miró con desdén.
-¿No me digas, amigo? -respondió, y lanzó un corte rápido contra el abdomen del mercenario. La herida se abrió, sangrante, en cuestión de milésimas de segundos, y Allain gimió de dolor. Pero aún más, el guardia gritó también. La empuñadura de la espada había quemado, por un momento. Se miró el guante, corroído en aquellas zonas de contacto con el arma, y lo observó con cautela. Allain tosió.
-Suelta... esa espada. Hazlo. Ahora. O atente a las consecuencias.
El soldado volvió a mirarlo con el ceño fruncido. No lograba entender qué había ocurrido, pero el simple hecho de que un vagabundo cualquiera le diese órdenes lo ponía furioso.
-Cierra la puta boca, bastardo -levantó la punta de Desdicha y le atravesó el hombro derecho con ella. Allain gritó con el rostro alzado al techo. El dolor lacerante le calaba piel, músculo y hueso por igual, y la sangre alimentaba a la espada, resbalando por su hoja casi con deleite. Pero el regocijo del guardia duró bastante poco; enseguida se apartó de él y arrastró la espada consigo, mientras gritaba atormentado. Los ojos se le abrían de par en par; el guante se había consumido entero. Pero no sólo el guante, sino también su piel. Aquella extraña fuerza oscura le estaba devorando la mano y él no podía hacer nada.
-Tira...la... espada... -masculló Elric.
-¡No puedo! ¡No se suelta! ¡JODER! -agitó el brazo con todas sus fuerzas, pero el arma estaba adherida a su piel como si se alimentase de ella. El músculo dejaba ver en algunas zonas el hueso que había debajo, mientras el guardia se retorcía sobre sí mismo de dolor.
-¡Córtate la mano! ¡Hazlo!
Pero no lo hizo. Bien porque el dolor le impedía reaccionar; bien porque el miedo era demasiado acusado. La mano se consumió entera hasta dejarla hecha esqueleto, y sólo entonces, Desdicha cayó al suelo. No obstante, el tormento no cesó ahí. Aquél ácido ascendió imparable por el brazo del hombre, que se acercó a trompicones a la mesa más cercana. Agarró un cuchillo con la mano izquierda y lo acercó, dudando. Asestó una cuchillada con todas sus fuerzas y el arma se le hincó en la carne, apenas medio centímetro. Un cuchillo no estaba diseñado para separar huesos y músculos con un solo tajo. Tendría que serrar. Sin embargo la magia lo habría consumido antes de que él consiguiera desprenderse del brazo, y ya la herida estaba demasiado alta para poder cortar con otro tipo de arma sin ayuda de nadie.
Los gritos del guardia se extendieron por todo el pasillo, inútilmente. Estaban en el pabellón de torturas, y allí los gritos eran lo bastante frecuentes como para que nadie se alarmase y viniese a ayudar.
-¡QUÉ ES ESTO! ¡PÁRALO, JODER! ¡DETENLO! ¡TE DEJARÉ LIBRE! -se arrodilló con los ojos implorantes, pero Allain negó con la cabeza. Su hombro y su abdomen sangraban.
-Yo no puedo pararlo. Te advertí que no la cogieras.
-¡ES TU ESPADA! ¡TIENES QUE PARARLA! -volvió a gritar. La herida subía ya por su hombro. Enseguida le alcanzaría los pulmones, la carótida, o algún otro punto que pusiera fin a su vida.
-Te equivocas... esa no es mi espada. Yo soy su mano.
El hombre tosió, escupió sangre a los pies de Allain. No tenía fuerzas para replicar, ni para rezar. Ni para maldecir. El mercenario cerró los ojos. Esa no era su espada.
Era la espada de Syrtos.


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lunes, 17 de octubre de 2011

CAPÍTULO 45: LA DEIDAD DE LA MUERTE

Los jóvenes la miraban con recelo.
Ella bufó como una gata, apretándose contra la esquina de la celda.
Con el cabello oscuro alborotado, parecía aún más salvaje de lo que dejaban adivinar sus ojos, y aunque había temido en algún momento por su integridad, se habían mantenido al margen lo suficiente como para que incluso pudiera pensar en salir de allí con vida.
Kamilla estaba encerrada junto a un puñado de muchachos de los Cuervos. Los habían apresado a todos, sin distinción, como ratas cayendo en una trampa, demasiado asustadas para saber hacia dónde correr. Estaba convencida de que en otras circunstancias, lo más probable era que se hubieran abalanzado sobre ella para violarla y matarla después. Pero allí estaba aquél muchacho, que no había soltado palabra desde que los encerrasen en la mazmorra, y sin embargo todos parecían obedecerle ciegamente. El joven la había escrutado de arriba a abajo con desdén; ella sabía de quién se trataba. Karoth Teihje'neen, el antiguo líder de los Cuervos. Entre los suyos, era muy bien considerado, e incluso los Gatos y los Titanes habían tratado de convencerlo de que se les uniera, pero no de valde los Kandorianos eran orgullosos y tenían algo que los ratas de Bereth desconocían: sentido del honor.
Karoth se había sentado al otro lado de la celda, cerca de la puerta, y miraba hacia el exterior como quien se encuentra cómodamente emplazado en su lugar preferido. Ningún otro de los jóvenes se había atrevido a acercarse; y eso la hizo suponer que, efectivamente, él era un buen líder. Estrechó la mirada y lo recorrió de arriba a abajo con los ojos.
Era curioso.
Los brazos fibrosos, el flequillo rebelde, y aquél aire de tenerlo todo siempre bajo control, eran cosas que le recordaban a Valiant. En el fondo, siempre había sabido que Valiant Cross había nacido para liderar la Hermandad, pero él no tenía interés alguno en hacerlo. Era lo que lo diferenciaba de Karoth, y posiblemente del resto. Valiant tenía poder al alcance de su mano, y no lo quería.
-¿Qué estás mirando? -preguntó uno de los reclusos entonces. Kamilla arrastró la vista hasta él, con desgana, y mantuvo el gesto sereno. El chico mascó el caucho que tenía en la boca y le aguantó la mirada largo rato. -Te he hecho una pregunta, gata de mierda.
-Qué valiente eres. ¿Te sientes poderoso porque sois seis contra una?
Karoth entornó los ojos, puestos en el guardia que patrullaba por el pasillo. El muchacho arrugó los labios, envalentonado.
-¿Y tú? ¿Te pones cachonda porque somos seis contra una?
-Preferiría quemarme en la hoguera antes que tenerte dentro de mi cuerpo; piojoso.
El muchacho dio un paso al frente, y el haz de luz que se colaba por la ventana reveló con mayor claridad su aspecto. El cabello castaño, recogido en una coleta pequeña, y los flequillos largos y deshechos. El rostro alargado, de formas anguladas y nariz recta. Kamilla había creído ver a un crío de unos 18 años, pero al fijarse mejor, debía tener 3 o 4 años más.
-¿Y eso lo dice la furcia de Valiant Cross...?
La joven apretó los labios. El nombre de su amado en boca de aquél niñato le erizaba los nervios.
-Es el más mierda de los ratas del este, y ni aun con eso puedes retenerlo. Te ha cambiado por una con las tetas mejor puestas y el chochito rosa -se burló de la chica. Los ojos de ella se encendieron por un instante y se puso en pie como un resorte, sin siquiera reparar en lo que hacía.
-Déjala ya, Lloth -intervino un segundo muchacho, pero sin hacer ademán de levantarse.
-¿Qué? ¿Vas a plantarme cara...? -el joven de los Cuervos dio otro paso hacia ella, pero eso no la intimidó. Estaba furiosa; si hubiera tenido un arma a mano... -A mí me resbala de quién seas novia. Los Gatos deberíais moriros, todos. Disfrutaré llevándote al cadalso de la mano -sonrió con malicia. Kamilla abrió los ojos con una nueva perspectiva. No se había planteado la idea de que pudieran morir allí.
-No le hagas caso; odia demasiado a demasiadas cosas -el muchacho que había hablado antes se acercó Kamilla, y trató de cogerla por los hombros, pero ella bufó de nuevo y retrocedió un paso. Él dejó las manos en alto.
-Cállate. Mira en el lío en que estamos -masculló Lloth. Se pasó las manos por el pelo, tratando de pensar, y se puso a caminar por la pequeña celda.
-Tenía un hermano gemelo -se explicó el otro, señalando a su amigo. -Los gatos lo mataron. Lo tiraron al Quith y sus aguas turbias nos lo trajeron en descomposición. Desde entonces, Llothringen no ha sido el mismo.
-¿Por qué le cuentas eso a la furcia? ¡Es uno de ellos! ¡Deja de tratarla como si fuéramos amigos de toda la vida! ¡Ellos mataron a mi hermano! -el muchacho alzó la voz tanto que el guardia dirigió su atención hacia ellos por un instante. Karoth se puso en pie de un salto y lo agarró por el brazo. Le retorció la muñeca con un simple gesto hasta hacerlo arrodillarse por el dolor y mantenerlo inmóvil. Lloth masculló y maldijo en varios idiomas, posiblemente alguno inventado.
-Cálmate, ¿quieres? Es inútil pelear ahora. Aquí dentro todos somos la misma mierda. Si no salimos con vida, la guerra entre Cuervos y Gatos no sirve de nada -espetó el muchacho Kandoriano. El resto de los suyos asintieron, incluído Lloth, y el otro joven le tendió la mano a Kamilla.
-Me llamo Dallas, y Loth es mi mejor amigo. Quizás no lo parezca pero es un gran tío.
-Que te jodan -rumió el susodicho, visiblemente ultrajado. Se cruzó de brazos y se sentó cerca de Karoth, volviendo la vista al otro lado para no tener que ver a Kamilla.
-Tienes razón -dijo ella al fin. -No lo parece; en absoluto.

No estaba segura de cuánto tiempo la retendría Jace allí. Tampoco de lo que pensaban hacer con Valiant, y por todos los demonios, Allain. ¿Le preocupaba Elric? Qué más daba, tenía que ir a ayudarles, como fuera. Ellos estaban allí por su culpa; por su cabezonería, por su insensatez. Cada paso que había dado desde que se cruzara en el camino de ambos jóvenes no les había traído más que problemas. No se iba a morir tranquila si no podía resarcirlos aunque fuera un poco.
Abrió el enorme ventanal del dormitorio y dejó caer la larga ristra de sábanas que había humedecido con agua y anudado entre sí. Se había desprendido del vestido; no tenía nada de ropa en casa de Jace, así que se quedó con la combinación interior. El escueto picardías no tapaba demasiado, y hacía frío en la calle. Pero qué demonios.
Yaraidell se encaramó en lo alto del alféizar y se agarró con fuerza a la sábana. Intentó dejarse caer con suavidad, pero sus brazos no tenían la fuerza suficiente para sostenerse, de modo que cayó sin poder remediarlo algunos metros antes de topar con un nudo que frenase sus pies. Gimió, con las palmas de las manos doloridas por la abrasión, y después comenzó a bajar despacio. Cayó de pie y los finos zapatos de tacón -suerte que no eran muy altos- la hicieron tambalearse.
Al final, se deshizo de ellos y echó a correr descalza hacia la salida de la mansión.

Syrtos era una bella criatura.
Tenía las mismas facciones hermosas y el porte esbelto que su hermana gemela, Vide. Pero mientras que la diosa disfrutaba creando vida y dotando de esplendor todo aquello que con sus manos tocaba, Syrtos aprovechaba este don para sus fines propios. Se hizo a sí mismo como un dios arrogante y malicioso, que disfrutaba conquistando a las mortales. Su acusado sentido del orgullo y la posesividad lo empujaba a arrancarles la vida después de disfrutarlas, para que ningún otro pudiera hacerlo tras él. De este modo creó una estela de muerte que se prolongó durante siglos y su pasión por la sangre y el sexo se hizo más acusada; también su orgullo se creció, hasta que llegó el momento en que sintió que ya no habia mujer que se le resistiera. Fue entonces que puso sus ojos sobre su propia hermana, Vide, la única de las diosas que aún no había cedido a sus encantos. Pero Vide repudiaba todo aquello que Syrtos era, porque podía leer la oscuridad de su corazón. Cuando Syrtos se sintió rechazado por su hermana, sucumbió a la cólera y la forzó. Syrtos engendró una semilla oscura en su hermana que mermó el poder de la diosa, y ella a cambio lo maldijo. La muerte había vencido a la vida, la había consumido y la había vuelto limitada en su poder, pero Vide confinó a su propio hermano en la celda sin frontera de las sombras, de modo que desde entonces, él nunca volvería a ver la luz del sol.
Desde aquél momento, Syrtos reinó en lo oscuro; se alzaba en todo su poder con la caída de la noche y oteaba los cielos, anhelando regresar al hogar del que lo habían expulsado. Pero, impotente, su dolor lo consumía cada noche y lo sumía en la locura, empujándolo a seguir matando, violando, y causando temor.
Syrtos se convirtió en el dios de la sangre y lo oscuro.
Tenía siete putas, llamadas muertes. También se las conocía como pecados mortales. Se decía que quienes servían a los pecados del cuerpo y la carne, servían al mismísimo dios, y por ello los hombres rehuían la existencia poco virtuosa. La deidad adoptaba muchas formas, pero ninguna dejaba de ser maligna, y siempre exigía sacrificios. Syrtos se llevaba a los vivos y los torturaba por toda la eternidad para desahogar sus más bajos instintos.
Todo aquello se lo contó Synister Owl, cuando él no era más que un niño.
Allain nunca había creído en los dioses, ni en ninguna fuerza superior que regiera el destino de los hombres, pero había llegado a creer en Syrtos, porque había visto la muerte desde cerca. Y allí estaba ahora, solo. Mirando al techo de la celda y preguntándose tantas cosas.
¿A quién se llevaría Syrtos esa noche?


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By Rouge Rogue

viernes, 14 de octubre de 2011

CAPÍTULO 44: CONFESIÓN

Yara estaba limpia, peinada y perfumada.
Se miraba al espejo ovalado y contemplaba la imagen de una joven hermosa y apoderada, con el precioso cabello recogido en un moño que dejaba escapar alguno de sus bucles pelirrojos cerca de su nuca. Incluso le habían puesto un bonito collar de merellite con una amatista engarzada en forma de lágrima. Con todo eso, se daba bastante asco a sí misma.
Cuando entró Jace en la habitación, ella le devolvió la mirada, desafiante.
Era una mirada cargada de reproche, de quejas y de incomprensión.
-Estás preciosa, Yaraidell.
-¿Dónde están mis amigos? -ella se puso en pie y cargó las pomposas faldas del vestido que llevaba para acercarse al caballero, con el gesto agrio. Él no se alteró ni un poco.
-Donde les corresponde.
-¿Así es como tratas a quienes acudieron a salvar a tu prometida?
-Así es como trato a los asesinos, ladrones, violadores y demás gente de mala calaña. Desgraciadamente, no podemos hacer el visto bueno sólo porque sean tus amigos, Yara. Han hecho cosas terribles.
-Ellos no deberían haber estado allí. Fueron porque querían salvarme. No es justo que les des el mismo trato que a quienes me secuestraron y me forzaron a... -su voz vaciló un momento, y al final se apagó. Jace cruzó la sala y se sentó sobre la cama.
-Me gustaría creer en tus palabras; que hablan con sinceridad sobre la justicia. Pero esa justicia de la que hablas es una que sólo te beneficiaría a tí, Yaraidell. Porque les quieres, y no deseas verlos sufrir. Sin embargo, las familias inocentes de los hombres que han muerto y las mujeres que han sido violadas, o los comerciantes que han sido saqueados por los bandoleros...
-Ratas -lo corrigió ella.
-¿Cómo dices?
-No son bandoleros. Los bandoleros son asaltantes de los caminos, y ellos son ratas.
-¿Cuál es la diferencia...?
-¿No sabes distinguir una rata de una persona? Las personas son malas porque quieren. Las ratas nacen en la inmundicia y mueren en la inmundicia, y nunca conocen el calor humano.
-Yaraidell, ¿qué...? -negó con la cabeza. No la entendía en absoluto.
-Quizá vuestra ilustrísima Orden de Caballeros tenga un fin noble, que es el de proteger a las gentes de la ciudad. Pero se os olvida que en la zona más pobre de la ciudad también hay un montón de personas, que sólo por no tener recursos no tienen menos derechos -se acercó de nuevo molesta al tocador, y se sentó en el taburete. Estaba enfadada con el mundo; con Jace, con ella misma. El joven frunció ligeramente el ceño y luego se acercó caminando despacio a su prometida.
-Sólo intento hacer lo que creo más correcto, por tu bien... y por el de todos... -dijo, bajito.
-Supongo que es más fácil arrestar a la chusma y mandarla a la horca que tenderle una mano y sacarla de la mala vida -concluyó. Se quitó el collar brillante y lo dejó caer sobre la mesita del tocador, con desgana.
-Si fuera tan fácil...
-Con Valiant es así de fácil -chistó ella, y se giró para encararlo. -Valiant es un buen chico; es inteligente y habilidoso. Sé que si hubiera nacido en otras condiciones posiblemente estaría ocupando tu puesto -lo acuchilló, pero enseguida se dio cuenta de que había herido el orgullo de Jace. Le hubiera gustado pedir disculpas, pero era demasiado vanidosa para reconocer cuando se equivocaba.
-Ya... -farfulló, molesto, y miró a otro lado.
-Lo que quiero decir es que estás condenando a una buena persona, y sé que tú no harías algo así. No eres esa clase de hombre despiadado, te amé porque bajo la fría armadura latía un corazón bondadoso y cálido... -se puso en pie buscando con las manos el pecho de él, pero la mirada de Jace se endureció.
-¿Me amaste?
Yara se dio cuenta entonces de que había usado el pasado para expresar sus sentimientos hacia Jace de un modo totalmente inconsciente, y se llevó las manos a la boca, sorprendida.
-Yo... lo siento, Jace -admitió, al fin.
-Soy el hazmereír de la caballería. Todo el mundo sabía que la prometida de Jace Adarkian se dio a la fuga con otro. Conjeturaban y se mofaban a mis espaldas, y yo quería creer en tu virtud. Defendí tu honor y te esperé pese a todo -apretó los labios, dolido. Retrocedió un paso cuando ella intentó tocarle. -Has jugado conmigo como si fuera un bufón, Yaraidell Eagleclaw. Te he dado muchos años de mi vida y he sido permisivo. Pero ya no quiero ser más ese hombre que lo daba todo por tí -volvió el rostro y perdió la vista en alguna parte, apretando la mandíbula. Yara creyó que Jace estaba rompiendo su compromiso. Pero no era así, en absoluto. -De ahora en adelante seré lo que un esposo tiene que ser, y si no me respetas por tí misma, te obligaré a hacerlo -se dio la vuelta y salió de la habitación con paso firme. Cerró la puerta de un golpe sordo, pero Yara tenía los oídos entaponados por el latido de su propio corazón. No oyó el "clic" hasta que fue demasiado tarde, y cuando se acercó a la puerta para tratar de abrirla, descubrió que la había encerrado con llave.

-Verás... esto es así de sencillo; muchacho. Tú me das una confesión, y yo paro inmediatamente con la tortura. Dejas de sufrir este martirio innecesario, te devuelvo a tu celda, y mañana a la aurora el verdugo hará un trabajo bastante más rápido de lo que piensas. Apenas un corte y se habrá acabado -el guardia afilaba el cuchillo procurando hacer ruido para que Valiant lo oyese, pero el chico luchaba torpemente por respirar. Escupía agua; tenía los ojos entreabiertos y perdidos en el infinito. La visión se le había vuelto borrosa por la falta de oxígeno, y el sabor de la sangre que resbalaba de su nariz se perdía en sus labios rotos.
-¿Qué me dices, eh?
-Dónde... está... Yar...
El guardia accionó la palanca y la cadena cayó de nuevo, sumergiendo al muchacho bocabajo hasta el torso en el barreño con agua. Valiant se removió; cada vez era capaz de retener menos aire. El hombre acercó una de las hojas afiladas a su costado y le practicó un corte ligero, que lo hizo gemir de dolor y soltar oxígeno. Aguardó algunos segundos prudentes, y cuando estimó que el joven podría perder la conciencia, volvió a sacarlo, entre toses.
-La señorita Yaraidell Eagleclaw, cuyo nombre no deberías siquiera osar a mencionar, se halla a buen acierto en brazos de su prometido. Es posible que en estos momentos estén retozando como conejos en celo... -volvió a sesgar la piel del chico, y él gritó, apretando los dientes. -Sí... me la imagino... -se acercó al oído de Valiant. -Entre tú y yo, chico, debe ser toda una puta en la cama... -luego rió por lo bajo y practicó un tercer corte en el pecho del pícaro, que se removió, sangrando profusamente por todas sus heridas. -Bueno, ¿piensas hablar o no?
-Soy inocente, ella lo sabe... tes... tificará... por mí -masculló por lo bajo, tratando de no tragar su propia sangre.
-Para ser honestos, se ha desentendido bastante rápido del asunto. Tenía más prisa por darse un baño relajante que por saber qué sería de vosotros. No creo que testifique nada, chico. Perdona si te rompo el corazón.
Valiant frunció el ceño y musitó bajito.
-Mientes...
-Ya quisieras, perro -esta vez apoyó la punta del cuchillo en la zona baja de su espalda y la deslizó despacio, recorriéndole la columna vertebral. Los alaridos de dolor del joven rompieron entonces el silencio sordo y el gotear de la sangre en el suelo. Sintió que se rasgaba su carne, que se abría su piel y se separaba poco a poco siguiendo el paso del metal. Era un dolor lacerante y profundo, que hacía palpitar sus oídos. La garganta se le quebró; luego tosió y escupió la sangre que se le acumulaba en la boca. El torturador prorrumpió una carcajada larga y ronca, y mientras el muchacho trataba de recuperarse, volvió a soltar la palanca y cayó estrepitosamente al agua, golpeando el fondo del barreño con la cabeza. Valiant se removió, se agitó contra las cadenas que lo apresaban; esta vez no había podido contener la respiración.
-Ah...fíjate. Ha anochecido ya. La luna está muy plena... -miró hacia el techo. El agujero practicado en la zona más alta de la roca dejaba entrever parte del cielo. Ignoró los gemidos del joven que se ahogaba, a menos de medio metro de él. -Sí que hemos perdido tiempo en esto. Más de lo que estoy dispuesto a consentir...
Valiant se revolvió un par de veces más, se sacudió con violentos espasmos.
Luego dejó de moverse.
El guardia chistó, y accionó la palanca para sacarlo de allí. Cuando lo izaron, el pícaro no hizo por coger aire, ni tosió. El cabello le chorreaba profusamente; tenía los oídos y los pulmones llenos de agua. También el rostro amoratado por la sangre que se le acumulaba en la cabeza.
El guardia parecía molesto consigo mismo cuando le soltó los pies de sus ataduras y lo hizo caer de nuevo, estrepitosamente, como un muñeco sin vida. Lo agarró por el pelo y lo sacó del barreño, y tumbándolo bocarriba en el suelo, levantó la bota y la dirigió contra su pecho.
-¡No te mueras, joder! -lo pisó con fuerza en el plexo solar. Las costillas se hundieron y el doloroso "crack" lo hizo de nuevo abrir los ojos y escupir agua por la boca y la nariz. Tosió largamente, con las manos temblando, y el carcelero se permitió relajarse un poco más. Le habrían puesto algún tipo de amonestación si llegaba a matarlo sin que hubiera confesado.
En la otra punta de la habitación, el notario, receloso, estrechó los ojos acusadoramente. No le importaba si el chico moría o no; más bien se diría que estaba deseando poder despedir a alguien. Su trabajo era increíblemente aburrido.
-Querías morirte, ¿eh? Pues no te lo pondré tan fácil, sabandija. Voy a hacerte sufrir hasta que sientas que el infierno es cosa de chiquillos en comparación -lo arrastró de nuevo, tirando de sus muñecas. Valiant hizo fuerza y trató de oponerse, pero su cuerpo estaba demasiado turbado para responder. Los músculos le temblaban, los pulmones luchaban por escupir todo aquél agua y las heridas seguían sangrando. La vista estaba nublada, los oídos entaponados. Qué doloroso era morirse.
Y qué difícil.
Quería terminar con aquello, de una vez. ¿Cuántas horas habían pasado? ¿A cuántas torturas lo habían sometido? ¿Cuándo vendrían los gatos? Él sólo quería una vida mejor... sólo quería un lugar mejor al que ir. Maldita fuera la furcia que lo trajo al mundo para sufrir. Él la maldecía, sí. Allá donde estuviese.
Las cosas podrían haber sido distintas, quizá. Si él no se hubiera enamorado de Yara... el Círculo. Kevin; el general Eagleclaw. Kamilla... todo daba vueltas en su cabeza, todo como un torbellino. Cerró los ojos con fuerza, vio pasar montones de imágenes de su vida; escenas que creía olvidadas. Creyó poder oler de nuevo aquella peste nauseabunda de las cloacas, la noche en que mató por primera vez. El hedor del vómito que le empapaba las manos y la ropa; la cara del hombre inerte. Los gritos de la chica a la que estaban violando. Él podía haberla ayudado, podía haberla salvado. Pero era de los titanes; se lo merecía. Sin embargo no había podido borrar de su cabeza el sonido estridente de sus alaridos de dolor. El tacto suave de las sábanas en el burdel, de la joven rubia que lo había amado tan intensamente y que al día siguiente amaneció muerta después de que su marido descubriera que se prostituía. Montones y montones de recuerdos, una maraña confusa de viejos momentos que pasaron a toda velocidad. Todos ellos tristes, oscuros y hediondos. Toda su vida había sido una mierda.
¿Qué sentido tenía seguir queriendo vivir?
¿Por Yara?
¿Dónde estaba Yara en ese momento?
Cuando volvieron a encadenarlo contra la estaca de madera, dejando su espalda desgarrada por los azotes y los cortes al descubierto, él abrió la boca despacio.
-Basta... parad ya. Os lo suplico... -su voz sonó cansada. El torturador echó mano del artilugio de metal con forma de lágrima, y se lo mostró. Al accionar mediante presión la zona media del aparato, éste se abrió como un abanico, en montones de cuchillas afiladas, y el hombre sonrió.
-¿Sabes por dónde te meteré esto...?
-No... por favor... -rumió. Cerró los ojos, agotado.
-No te matará, pero el dolor de las hojas destrozándote por dentro es sumamente agonioso. Te hará las tripas carne picada.
-No... ya no puedo más. Te daré lo que quieras... Confesaré...
La sonrisa del carcelero se hizo más profunda. Se acercó al joven y le bajó las calzas, despacio, dejando su culo al descubierto. Valiant alzó la vista al techo y sintió que el pecho se le encogía; por el miedo, por el dolor de alguna costilla resquebrajada.
-Veamos si es cierto... ¿quién secuestró a la señorita Eagleclaw? -acercó la punta de la lágrima de metal de nuevo cerrada a la piel del muchacho. La introdujo despacio entre sus nalgas, rozando su ano hasta conseguir que se pusiera sumamente nervioso.
-Yo; yo mismo la secuestré -dijo, y tosió.
-Yo que tú no apretaría demasiado el culo. Puede que se active el resorte por error... -comentó ladinamente su captor. Valiant agachó la mirada. -¿Está tomando apunte de todo, señor notario? -miró al escriba, al otro lado de la sala, y éste asintió solemnemente.
-Bien, ¿por qué secuestraste a la prometida del capitán Adarkian?
-Porque... -se mordió el labio. Dolió. El momento de tribulación hizo que el torturador apretase ligeramente el utensilio contra el agujero del culo del chico, y él cogió aire, deprisa. -Porque estoy enamorado de ella -añadió enseguida. Eso hizo que su interlocutor prorrumpiera en carcajadas de burla.
-¿Has oído eso? ¡Enamorado! Qué chistoso, de veras. Y qué más. Qué le hiciste a la señorita Eagleclaw durante su arresto involuntario.
-Yo... la... -cerró los ojos y suspiró.- La violé. Varias veces -recordó aquella noche en el lago. ¿Qué tal si nos damos un baño...? Y ella pasó por su lado, desnuda. Se arrojó a las aguas y cuando volvió a emerger parecía una hermosa sirena, con el cabello tan largo y mojado. Su piel clara a la luz de la luna... aquellos ojos preciosos brillando para él. Y habían hecho el amor... - La violé una y otra vez. Volvería a hacerlo. Me pone muy cachondo -en su mente, las manos de la chica le recorrían la espalda con deseo. Sus labios estaban unidos. Qué importaba, había sido una vez, pero creía que iba a morirse sin oportunidad de sentirla cerca. Sonrió. Se había olvidado de dónde estaba, ni por qué. Volvió a la realidad cuando sintió la dura piedra golpeándole contra las rodillas. Había caído al suelo con un golpe sordo, y un par de guardias lo agarraron por los brazos.
-Acabas de confesar el secuestro y la violación de la señorita Yaradiell Eagleclaw. Mañana serás ejecutado. Tienes derecho a escoger entre la hoguera o la horca. Lleváoslo -el torturador se quitó los guantes teñidos de sangre. Los guardias tiraron bruscamente de sus hombros doloridos; casi se salieron del sitio, y lo arrastraron pasillo abajo. Valiant ya no tenía fuerzas para sostenerse en pie, ni siquiera para mantener en alto la cabeza. Sólo tuvo un único pensamiento mientras sus ojos se cerraban y perdían de vista el suelo de piedra oscura de las mazmorras.

"Qué hijo de puta. Me había dicho que me cortarían la cabeza".


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By Rogue Rogue

jueves, 13 de octubre de 2011

CAPÍTULO 43: EL CARCELERO

-Estupendo, ¡estupendo! Primero teníamos al Príncipe de los gatos a nuestra merced y perdemos la ocasión de matarlo. ¡Y ahora! Encerrados aquí -el chico se mesaba el pelo frenéticamente, en un gesto asustado. Tenía los ojos tan abiertos que parecía que se le fueran a salir. Su compañero de celda parecía aburrido de escucharlo; se había dejado caer, apoyado contra la pared, y se había escurrido poco a poco hasta acabar sentado en el suelo.
-¿Y el Rey? ¿Qué habrá sido del Rey?
-Cállate de una vez, Terse.
-¿Crees que nos sacarán de aquí? ¿Nos sacarán? Oh, dioses. ¡Toda mi vida cuidando hasta el mínimo detalle y me han capturado en mi propia casa! ¿Cómo han llegado los Paladines a dar con nosotros?
-Estaban buscando a la chiquita pelirroja. Es la novia de uno de ellos.
-¿La furcia pelirroja? Creí que estaba con el Príncipe de los Gatos. ¿Con cuántos está a la vez?
-Y qué se yo. El tipo de la espada oscura también quería llevársela.
-¿El que luchó contra Karoth?
-Sí, y lo mantuvo a raya.
-Oh, dios mío. ¿Y si se une a los Gatos? Valiant Cross ya no sería nuestro único enemigo a temer, ese tipo es bueno. Estamos muertos. Muertos. Quiero salir de aquí -se tiró del cabello con fuerza y su compañero aprovechó que pasaba cerca para lanzarle una patada contra el tobillo.
-Cállate, joder. Es una puta mierda, tenemos el agua hasta el cuello. Pero Valiant Cross y el tipo raro aquél también están encerrados, ¿no? Aún tenemos una oportunidad de salir de esta.
-¿Qué vamos a hacer, Turian? ¿Qué haremos?

Allain tenía los ojos fijos en la diminuta gota de agua. Temblaba levemente en lo alto del techo, escurriéndose lenta pero decidida por entre los quicios de la roca desgastada por la humedad. Al final volvió a caer, goteando sobre el charco que se había formado en el suelo, y una nueva gota ocupó su lugar. Fuera tronaba.
La lluvia arreciaba desde hacía horas; el viento se había levantado con la tempestad y más allá de los muros de la celda se oían sus silbidos. Valiant seguía palpando la pared.
-¿Por qué no lo dejas ya, "Príncipe"?
-Todos los muros tienen una piedra maestra...
-Cuando la encuentres, no te servirá de nada; así que relájate.
-No puedo relajarme. No así -suspiró, fastidiado, y se sentó apoyando la espalda en la pared de enfrente a la que ocupaba Elric. Le lanzó una mirada larga y arrugó el morro, con el flequillo aun húmedo sobre los ojos. -Por un momento pensé que las cosas podían salir bien.
-¿De veras pensabas darle la calle principal a los Cuervos?
-Sí.
-¿Qué habría opinado Magda al respecto?
-Lo habría encontrado brillante, supongo.
-No lo entiendo -admitió Allain. Estaba claro que debía pasar algún dato por alto, y exigía saber cuál era. Valiant era lo bastante listo para captar a lo que se refería el mercenario.
-Gremmet Founder, al que llaman Rey, es el hijo de Burt Founder -los ojos de Allain se estrecharon. Aquél nombre le hizo recordar viejos momentos de servicio para el Círculo, e, irremediablemente, a Fargant. -Si supusiéramos que el Círculo puede parecerse a la tela de una araña, en cuyo centro hay un cerebro que maneja los hilos de los extremos, creo que resultaría conveniente cortar esos hilos primero y aislar al cerebro.
-Es decir, empezar por matar a los sicarios -lo escuchaba con atención, pero con la actitud divertida de un profesor que examina el trabajo de un alumno aventajado.
-Exacto -el encogió las piernas y dibujó sobre una de sus rodillas un círculo imaginario con su dedo, una y otra vez. -Intentar acercarse al cerebro como primer objetivo, o a alguno de sus Mester sería arriesgado, teniendo en cuenta el apoyo con el que contamos ahora... -lo miró de soslayo. -Sin embargo, la muerte de un rata de la calle, pasará a todas luces desapercibida. Son gente demasiado involucrada en el peligro para sospechar que se trate de una conspiración hasta que se hayan cortado varios hilos, y eso nos dará ventaja.
-Matar ratas de la calle no te dará ninguna ventaja sobre el Círculo. Los Mesters se bastarían solos para arrasaros.
-Cortaremos los hilos prudentemente. No estamos planeando un exterminio, sino un cambio de poderes.
Allain se incorporó levemente, buscando una posición más cómoda.
-De modo que quitaremos de enmedio a los blancos pertinentes para hacer presión y conseguir aliados...
-El miedo hace reaccionar a las personas. Cuando se huelan que hay una conspiración desde dentro del propio Círculo pero no sepan con certeza quién está en el ajo y quién no, Mesters, ratas o sicarios empezarán a recelar. Ese es el mejor momento de comprar favores. Cualquiera está deseando tener un bando y asegurarse una posición cuanto antes.
-Ciertamente, sí.
-El primer palo a tambalear es Burt Founder. No lo he elegido por nada en especial; pero tiene una influencia notable dentro del Círculo. Es meticuloso, cuidadoso en su vida diaria, no sería fácil acceder a él en condiciones normales.
-Pero... -Allain lo instó a terminar la frase.
-Pero si quitamos de enmedio a su hijo, tal vez consigamos buscarle las cosquillas lo suficiente para que cometa alguna estupidez. Y entonces será el primero de los hilos del Círculo en ser cortado.
-No sé si alguien como Burt puede apreciar en algo la vida de su propio hijo, pero si es así, es posible que se deje llevar por las emociones, como dices -reconoció Elric. Mierda, no llevaba el tabaco encima.
-La muerte de Gremmet ni siquiera resultará sospechosa. Después de todo, es el líder de una banda callejera que ha robado el dominio principal de una de las hermandades rivales. Es lógica una revancha inminente. -Allain sonrió ladeando los labios.
-Así que toda la treta de la calle principal era una excusa para encubrir la muerte del Rey. No está mal.
-Pero es probable que ahora la vigilancia se duplique en la base de los Cuervos. Se me ha jodido el trabajo- chistó por lo bajo, pero al mercenario le hizo gracia.
Antes de que pudiera alegar nada más, la figura del guardia se detuvo frente a la celda de los muchachos, portando una antorcha en lo alto y un manojo de llaves en la mano libre. Allain ignoraba a ciencia cierta el motivo por el cual los habían separado del resto de los presos, pero supuso que se habría tratado de una orden de Jace Adarkian en persona. Mientras el guardia sacaba la llave herrumbrosa que correspondía a la cerradura, otros tres hombres aparecieron tras él. El mercenario estrechó la mirada y trató de pensar con rapidez. Cuatro, iban armados. Él, por el contrario, llevaba el torso al desnudo, había sido despojado de todas sus armas. Eso incluía a Desdicha.
-Tú -apuntaron a Valiant con la hoja de una espada fina -poco afilada, según pudo apreciar Elric-. El muchacho se puso en pie, y dejó que lo ataran de nuevo por las muñecas mientras se preguntaba qué harían con él. Sin tener siquiera tiempo a reaccionar, los guardias sacaron las espadas. Luego uno de ellos lo golpeó con la empuñadura de bronce en la sien, y el muchacho cayó al suelo, inconsciente.

Cuando abrió los ojos, sintió que algo quemaba a la altura de su ojo izquierdo.
Era su propia sangre, caliente, discurriendo despacio desde la brecha abierta en su piel y yendo a parar en un diminuto reguero hasta su barbilla goteante. Parpadeó algunas veces, tratando de habituarse a la luz del candil, y entonces reparó en el hombre que había cerca de él. Lo observaba con impaciencia.
-¿Vas a terminar de despertarte, chico? ¿O tengo que arrancarte algo para que reacciones? -cogió con las manos unas enormes tenazas de hierro oscurecido por el tiempo. Valiant sintió que el pecho se le encogía. ¿Dónde estaba? Trató de incorporarse, pero estaba atado al duro camastro, que no resultó ser sino una plancha metálica y gruesa con correajes de cuero tachonado. Sus tobillos y muñecas apenas se desplazaron algunos centímetros del lugar en que estaban; no podía ser bueno.
-¿Qué es lo que quieres? -acabó por preguntar, con la voz rendida. El guardia rió.
-Ah, si tú supieras. Me encantaría irme a casa, almorzar un buen filete y echar un polvo a mi mujer. Pero mírame, estoy en un lugar en el que no me apetece; justo como tú.
Valiant apretó los dientes, y dejó la cabeza reposar en el camastro. Cerró los ojos y trató de serenarse, controlando su respiración. Pensó.
Sus Gatos sabían que estaba allí; irían a buscarlo, tarde o temprano. Sólo tenía que sobrevivir hasta entonces...
Aunque fuese con alguna extremidad de menos.


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By Rouge Rogue

lunes, 10 de octubre de 2011

CAPÍTULO 42: UN ASALTO INESPERADO

Los Cuervos los miraban con los ojos entrecerrados, aguzando todos sus sentidos, erizando los nervios, tensando los músculos. Preparados por si iniciaban algún tipo de acción imprudente contra su Rey.
Pero los Gatos no se sintieron intimidados.
Valiant cruzó el porche de la casa caminando con resolución, consciente de que daba igual lo que hiciera. Si luchaban en aquél lugar, los suyos no tendrían posibilidades. Morirían.
Tal vez Allain tuviese opción de escapar, abrirse paso entre ellos. Luchando con las habilidades de un Mester contra seis decenas de chiquillos que blandían armas primitivas, podía sobrevivir. Pero Valiant no. Porque si se lanzaba un ataque, el primer blanco común sería él.
Cuando alcanzaron el pie de la escalera principal, había tanta expectación en el aire que se podía oler en todo el caserío. Los más pequeños se arremolinaban en torno a las columnas, poblaban los pasamanos del piso superior, se asomaban desde los rincones. Procuraban encontrar un hueco desde el que mirar sin convertirse, en caso de que hubiese problemas, en víctimas de la furia de los Gatos. Pero pese al halo de tensión que apelmazaba el aire, la curiosidad e incluso la admiración también se abrían paso entre los presentes. Posiblemente, muchos de los que se encontraban en aquél lugar entonces hubieran deseado nacer en el territorio de los Gatos.
-Mirad a quién tenemos aquí... -la voy del Rey se alzó en todo el recibidor. Apareció entre la maraña de cabezas que apenas levantaban metro y medio del suelo. Los mayores lo acompañaron enseguida hacia la escalera. Si el Rey esperaba algún tipo de consideración por su cargo, no la obtuvo por parte de Valiant.
-Ahorra tiempo, Gremmet Founder. ¿Dónde está ella? -Valiant alzó el rostro, desafiante. Allain se detuvo a su lado, y se dedicó a observar todo cuanto le rodeaba.
-Allí -respondió, en lugar del Rey. Señaló con la mirada el piso superior. Por el hueco de la escalera, Karoth descendía con la muchacha agarrada del brazo. Estaba desnuda, despeinada, y presentaba el aspecto de haber malcomido y maldormido durante días. Los ojos de Valiant centellearon, pero Karoth se mantuvo impasible mientras se la entregaba al Rey.
-Ya veo que no me he equivocado. Es tu chica -comentó el hombre, mirándola con desdén. -Francamente la he encontrado deficiente. No habla. No grita. Lo hace todo con diligencia y hasta casi diría que con gusto. Esperaba un poco más de rebeldía, de resistencia. No te ha honrado en absoluto, y eso me defrauda: no me la quedaría de puta. Puedes llevártela -comentó. Yara apretó los labios, conteniendo las ganas de escupirle a la cara. Quizá aquello complicaría la negociación.
Valiant por su parte no dijo nada, ni se movió.
Sabía de sobras que el Rey no perdonaría la vida de Yara así porque sí. Seguramente pediría algo a cambio, y ese algo sería de valor: lo tenía cogido por los huevos.
-Por supuesto, mi amabilidad debería verse compensada de algún modo... -dejó flotar las palabras, esperando que Valiant reaccionase. Al final, el chico suspiró, y miró al resto de los Gatos.
-Te gusta dar rodeos, ¿eh?
-Creo que es hora de que los Gatos renuncien a la calle principal -zanjó el tema. La sonrisa se había borrado de su cara, y sus ojos habían adoptado un cariz amenazador.
-Empezamos a hablar el mismo idioma... -Valiant alzó la mano y todos los Cuervos tensaron los hombros. Al final el chico tan sólo se rascó la nuca. Allain rió por lo bajo, notando el miedo de los presentes.
-Valiant. La calle principal... -uno de los Gatos le hablaba bajito, justo detrás de él. Otro se adelantó un paso.
-Ni hablar, nos ha costado años de guerras contra los Titanes afianzar el dominio. ¿Se lo vas a dar de gratis?
-Se lo voy a dar -sentenció Valiant. Kamilla apretó los puños, no daba crédito a lo que oía. Muchos de los ratas de su Hermandad habían muerto por conseguir la vía principal. La mejor zona para mendigar, donde los nobles paseaban aburridos y eran generosos con los niños y con las chicas de los burdeles. Tanto tiempo de lucha para que ahora él renunciase, y todo por... ¿qué? ¿Por evitar que el Rey se follase a Yara? ¿Cuántas chicas de la Hermandad eran utilizadas a diario salvajemente? ¿Por qué luchaba Valiant? ¿Sus propios intereses, sólo porque estaba enamorado de ella? La crueldad de aquella realidad se le hizo demasiado indigerible. Se dio la vuelta para marcharse con prisas de allí, a pasos agigantados. Por qué lo habría seguido tan ciegamente. A él no le importaba nada, ni nadie.
Todo el mundo de Valiant era el culo de Yara.
-¿Estás seguro...? -se quejó el tercer hombre, con un acento nervioso. No parecía nada conforme.
-Sé lo que me hago. No hay más que decir, ya está decidido -Allain sonrió levemente, y subió los ojos hacia Yara. Ella los tenía fijos en Valiant. La chica tragó saliva; allá abajo, al pie de la escalera, los Gatos debatían en susurros. ¿La liberarían? ¿Qué harían con ella si no...? Y al arrastrar los ojos despacio, topó con los del mercenario, y se le cortó la respiración, ¿Qué hacía él allí? El corazón le golpeó con fuerza, y volvió a ser consciente de su propia desnudez. Sintió vergüenza, deseó hundirse en la tierra. Casi pudo reconocer en el gesto de autosuficiencia del hombre la suculenta venganza después de su último encuentro.
"Hola, pezoncitos rosas", parecía decir.
-Está bien. Esta misma noche retiraré a mis gatos de la vía principal. Mañana al amanecer, el dominio estará libre para vosotros. Sin excepción -resolvió el chico. Yara sintió que el estómago le bailaba por los nervios. El Rey asintió.
-La chica se queda. Si mañana al amanecer encuentro un sólo Gato en la vía, puedes despedirte de ella -Yara abrió los ojos como platos. Aquello significaba una noche más. Volvería a utilizarla; volvería a correrse en ella. El gesto se le descompuso por el asco, el miedo, las ganas de echar a correr hacia su amigo. Pero Valiant no puso objeciones a los términos del trato.
Fue Allain el que habló.
-Me parece que eso no podrá ser -dijo, desenfundando la espada. Desdicha centelleó débilmente, con la hoja oscura bañada por sombras. El Rey alzó una ceja, y Karoth dio un paso al frente, acompañado por los perros fieles de Gremmet. -Ella se viene conmigo.
-¿Quién eres tú? No me suena tu cara.
-Mi nombre no importa. No soy de los Gatos, he venido a por la chica. A mí vuestros absurdos tratos me sudan, me la llevaré quieras o no. Puedes elegir conservar la vida de tus ratones -hizo girar la espada un par de veces - o perder algunas cabezas.
Valiant lo miró sin comprender. ¿Qué estaba haciendo Allain? ¿Por qué se desmarcaba de sus decisiones? No había tenido tiempo de razonar aquello cuando Gremmet volvió a hablar.
-Matadlo -dijo. Dos de los chicos más cercanos a los Gatos se lanzaron a por Allain. ¿El mercenario puso los ojos en blanco, como aburrido? Hizo una elegante finta dando un par de pasos al frente, rompió la línea de ataque enemiga metiéndose en su guardia, se giró alzando la espada. Detuvo un estocazo a la altura del costado sin siquiera mirar, luego se dio la vuelta y sesgó el estómago del primero con un corte limpio. Superficial, pero lo suficientemente doloroso para evitar que empuñara de nuevo el arma contra él. El otro de los Cuervos golpeó desde arriba, pero la mano de Allain ya estaba ahí. Agarró la muñeca del muchacho y lo golpeó en el pecho con la empuñadura. Lo hizo perder la respiración, y cayó al suelo con un ruido sordo. El Rey apretó los dientes, y luego perdió todo resto de cordialidad.
-¡A qué esperáis! ¡Matadlo! ¡Matadlo, joder!
Pero antes de que nadie reaccionara, Allain ya estaba corriendo hacia él. Subió las escaleras en zancadas de tres escalones; había sido un visto y no visto. Un pestañeo, y él se había movido de lugar. A Valiant se le encogió el estómago, entonces lo comprendió. Joder, qué lento había sido, qué estúpido. Allain había iniciado un ataque distractorio justo porque había comprendido que Valiant no tenía más salida. De este modo, habían perdido el interés por el Príncipe de los Gatos y el blanco potencialmente peligroso era ahora él. Valiant podía permitirse correr, moverse. Coger a Yara, marcharse de allí y conservar la vía principal. Qué jodido; y eso que él se jactaba de tener siempre un plan en la manga.
Sin embargo a mitad de la escalera, los Cuervos lo alcanzaron.
Karoth rugió con fiereza y desenfundó la espada curva, dio un salto hacia el Mester y lo atacó a pecho descubierto. Yara notaba en la garganta la fuerza aprisionadora del miedo, de la incertidumbre y del horror. Había visto a Allain luchar otras veces; era certero con la espada. ¿Pero y Karoth? Había sido el Rey de los Cuervos antes de que Gremmet comprase su propio ascenso con las amenazas de su padre, Burt Founder. ¿Estaba el propio Rey de los Cuervos a la altura de Synister Owl? La aterraba pensar que uno de los dos resultase herido... o algo peor.
Valiant desenfundó las espadas cortas, en apenas cuestión de un segundo todo se había revolucionado.
La quietud, la tensión espesa de la sala se rompió en un revuelo como de abejas zumbando en un panal. Un cristal sometido a demasiada presión que estalló en mil pedazos, y los Cuervos atacaron a los Gatos. Elric aguzó los oídos; cerró los ojos, y se dejó llevar. Una mano que se movía ligera, transportando el peso de una hoja corta. Un puñal. Dio un paso a la derecha y lo esquivó a tiempo de que le pasara justo por delante de la cara. Golpeó con el codo, y arrojó a la mujer escaleras abajo, haciéndola rodar. La caída fue torpe, pero acabó a cuatro patas, y enseguida estuvo de nuevo de pie.
Karoth cayó desde arriba. Llevaba el pecho descubierto, una espada media curva de estilo sureño y rasgó el aire con un grito profundo y gutural. Allain tuvo tiempo incluso de preguntarse a qué se debía aquello. En vez de atacar de imprevisto para abatirlo cuando estuviera desprevenido, el muchacho sureño lo había puesto en sobreaviso con ese grito. ¿Tan pagado de sí mismo iba...? ¿O realmente no había querido herirlo?
El choque de las espadas fue contundente, pero la hoja de la espada curva resbaló. No era un arma hecha para mantener la posición en un encuentro estático. Su forma de media luna fue pensada para el movimiento, ideal para el modo de combate que usaban los guerreros Sharandíes. El joven se escurrió con un giro rápido y enseguida asestó otra dentellada. Otra, otra y otra.
Los ojos engañaban.
Cualquiera que lo viera moverse apreciaría la hoja tan flexible, bailando en el aire y hondeando, sacudida por el movimiento del combate, de un modo tan rápido e inusual por aquellas tierras que daba auténtico miedo. Pero los oídos no. La lechuza se guiaba por el oído.
Allain también.
Penetró con una estocada larga y directa, barrió con su propio cuerpo la distancia, hizo a su adversario girar en el otro sentido. La débil espada sureña del muchacho de los Cuervos no estaba pensada para detener la hoja poderosa de Desdicha; se haría pedazos. Los sureños admiraban la habilidad de un espadachín por encima de su fuerza física, de modo que confiaban ciegamente en la destreza de sus guerreros, y los proveían de hojas ligeras y flexibles, y tan cortas que no los entorpecieran para girar, saltar y atacar desde varios sitios a la vez. De esta guisa, a Karoth no le quedó más remedio que hacerse a un lado y dejar pasar a Desdicha cerca de su estómago. Usó el otro brazo para golpear el brazo de Allain pero él lo atajó girando a Desdicha en el aire y haciendo una floritura que le permitió lanzar un tajo en semicírculo a la chica que habia intentado atacarle de nuevo desde atrás. Ella se curvó sobre su espalda; la hoja de la espada le pasó a escasos centímetros de la cara, y Allain le propinó una patada en el estómago. Volvió a girarse hacia Karoth, detuvo el ataque en alto. Uno, dos, y tres puñetazos contra su estómago.
Los abdominales del joven rata los encajaron bastante mejor de lo que esperaba, no obstante. El Mester se llevó la mano hacia el cuchillo en su pantalón, lo lanzó contra el abdomen de Karoth, pero él frenó la muñeca de Allain, haciendo acopio de todas sus fuerzas. Apretó los dientes y clavó los ojos en los de Elric; él sonrió.
Entonces, por encima del ruído del combate; de las espadas entrechocando, los cuchillos volando por la sala, los cuerpos cayendo al suelo, se oyó un estruendo. Las puertas del caserío se abrieron de par en par con un golpe sordo, y todos volvieron la vista hacia la entrada, sorprendidos. En la oscuridad sucia de la noche, el resplandor de las armaduras perfectamente pulidas y relucientes les otorgaba un aspecto casi etéreo. Celestial.
Los caballeros se abrieron paso en la sala ante el pasmo de decenas de personas, demasiado atónitas para intuir que era sensato salir corriendo. Fue como si todo se moviera despacio.
Los hombres buscaban con los ojos, los miraban pasando sobre ellos con desinterés.
Allain reconoció al primero de todos ellos.
Dioses, ¿qué hacía él allí...?
-En nombre del Rey, yo, Jace Adarkian, ordeno que nadie se mueva. Estáis todos arrestados.


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By Rouge Rogue