Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
Si crees que pueden herir tu sensibilidad, por favor no continúes leyendo.
Gracias por visitar mi blog.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

CAPÍTULO 52: EL INVASOR

El primer cliente del día salió de la habitación con paso firme, intentando parecer señorial.
Kamilla supuso que se trataba de un hombre de clase media, y además casado. Para algunos, resultaba demasiado notorio ausentarse de sus casas por las tardes, y aprovechaban los escarceos en horario de trabajo para visitar el burdel sin que sus esposas pudieran sospechar. Al menos, eso pensaban ellos. Los muy infelices deberían aprender que una mujer siempre sabía cuándo su marido había estado con otra.
Apenas tuvo algunos minutos para asearse.
Ni siquiera se molestó en calzarse la ropa; su siguiente cliente entró en la habitación y ella lo recibió con la bata fina anudada bajo los generosos pechos. El muchacho puso gesto de impresión nada más verla, complacido, y sonrió con picardía. Cerró la puerta con suavidad tras de sí y se deshizo de la capucha que lo cubría. Llevaba un pañuelo negro ocultando la mitad superior del rostro, con dos agujeros para los ojos a modo de antifaz. La camisa blanca y holgada, se ajustaba a sus muñecas con los brazaletes de cuero, y a la cintura con un fajín acordonado. Luego caía formando unos bonitos faldones sobre sus piernas. Tenía el aspecto del líder de un grupo de bandoleros, pero no había barro del camino en sus botas. Era un rata de ciudad.
-Buenos días, mi señor -la prostituta se mesó el cabello largo y oscuro, tan negro como la noche misma, y lo acomodó sobre sus hombros morenos. Tenía un aspecto salvaje; sensual y arrebatador. Llevaba los carnosos labios pintados de rojo pasión.
El joven silbó por lo bajo, piropeando toda aquella belleza. Se acercó caminando con resolución, sin apartar los ojos de ella, y la muchacha sonrió, orgullosa.
-Vais a hacer que me ruborice...
-No era mi intención, pero visto lo visto... me lo estoy planteando- cuando Lloth se quitó el pañuelo y clavó los ojos castaños en los de ella, Kamilla sintió que se le venía el alma a los pies. La expresión de la mujer cambió por momentos, pasando de la incredulidad a la confusión en milésimas de segundo. Entreabrió los labios, tratando de respirar, e hinchó el pecho. Pues claro, ¿Cómo había sido tan idiota de darlo por muerto? ¿No era, a fin de cuentas, uno de los Cuervos de Karoth? Lo había subestimado por completo. ¿Y ahora? ¿Qué venía ahora? ¿Qué podía decir, si se le habían roto todas las defensas?
-Yo también me alegro de verte, Gata. Sólo quería asegurarme de que llegaste de una pieza -sonrió. Y dioses, su sonrisa era perfecta. Una sonrisa de imbécil y cretino, pero perfecta. El corazón le bombeó deprisa; tanto que se sintió mareada. Por un instante, alzó la mano buscando un punto de apoyo, pero la llevó deprisa a su cintura, y puso los brazos en jarra.
-Por supuesto, ¿por quién me tomas?
-Cierto; la novia de Valiant Cross debe tener algunos recursos en la manga... Y en el escote, por lo que veo -clavó los ojos en los pechos de ella. Kamilla se indignó, de algún modo, y cerró la bata tanto como le fue posible, y más.
-Estoy estupendamente, gracias por tu interés. Y ahora si me disculpas, tengo mucho trabajo -se apartó de su lado y se encaminó con prisas hacia la puerta. Iba descalza, y los pasitos cortos hacían que su grácil figura se contonease de manera casi adorable mientras andaba. Lloth sonrió, pasándose la mano por el pelo, recogido en la pequeña coleta. Luego se desabrochó el primer botón de la camisa.
-¿De manera que eso es todo? ¿No vas a darme ni las gracias?- Kamilla se detuvo para mirarlo, y estrechó los ojos. No perdió de vista el movimiento del rata, y se sintió crispada por instantes. -Te salvé la vida, ¿no me merezco aunque sea un revolcón...?
-¿No habías venido a ver si me encontraba bien? -ella sonrió con ironía, y Lloth puso los ojos en blanco. Lo había pillado. -Entérate. Mi cuerpo le pertenece a Valiant. Quienquiera que desee tomarlo, debe pagar por él. Si quieres que te demuestre lo agradecida que estoy por lo que hiciste, te haré llegar alguna chica; yo misma la pag...
-¿Cuánto cobras? -él la interrumpió, mientras sacaba el fardo de billetes del bolsillo interior. La muchacha lo miró con incredulidad. No podía... no. Había esperado ser lo bastante disuasiva. No pensaba acostarse con uno de los Cuervos. No con él.
-Estás de broma...
-¿Tratas así a todos tus clientes? Me gustabas más cuando no sabías que era yo.
-Vete cagando leches a alguno de los burdeles de tu zona, idiota -escupió las palabras con desdén. Lloth se rió.
Cruzó la sala, y cerró de nuevo la puerta que Kamilla había abierto para salir, sin quitar la mirada de ella.
El pecho de la joven se agitó, cuando se acortaron las distancias entre ambos. Acercó sus labios con suavidad a los de la fulana, pero no fue correspondido. Kamilla giró el rostro, en una última negación silenciosa.
Llothringen perdió su mano recia en el interior de la bata de la chica, con dulzura, y comenzó a acariciarle los pechos.

Fargant Mil Cuchillos estaba mal sentado en la silla de la recepción del prostíbulo. Tenía los pies puestos sobre la mesa, y jugueteaba con un puñal. Lo hacía bailar entre los dedos, una y otra vez, y se deleitaba con el tacto del acero helado, hasta que la punta demasiado fina escindió su piel y la sangre manchó la hoja. No se inmutó siquiera; le dedicó una mirada vacía a la diminuta gota escarlata que resbalaba por el tercio, pulido como un espejo, e iba a caer después al suelo. Una de las furcias de Burt lo miraba con verdadero asco.
Él se ajustó la capucha, y escondió la cara.
La mayoría de las mujeres expresaban inquietud cuando veían su rostro. Él podía sentirlo; se preguntaban qué clase de vida debía haber llevado un hombre como él, y eso lo molestaba. Se diría que le resultaba imposible disimular toda la maldad que lo corrompía por culpa de aquellas cicatrices. Era feo por dentro y por fuera.
Cuando Burt Founder apareció, ataviado con la bata de seda oscura, a Fargant no le cupo ninguna duda de que había estado follando. Conocía aquella expresión de vicio, y por el brillo de sus ojos, supo que seguía encendido. Lo había interrumpido en pleno coito. Aquello le propició una pequeña satisfacción, y aún pensar en la noticia que debía transmitirle, le hizo dibujar una sonrisilla.
-Fargant. Más vale que lo que tengas que decirme sea importante -lo amenazó de entrada. El joven clavó la mirada en la de él, y el noble adoptó una postura más condescendiente.
-No mucho, en realidad. Tu hijo está muerto. Lo asesinaron unos ratas inmundos.
Se hizo el silencio algunos segundos.
La estupefacción de Burt dio a entender a Fargant que el hombre no acababa de creerse lo que oía, así que se puso en pie con intención de marcharse de allí.
Las piernas del noble temblaban ligeramente.
Fargant sólo se detuvo para mirarlo de reojo.
-Ah, por cierto. Synister volverá al Círculo.
Luego se marchó, deleitándose en las mieles de su pequeña -pero aún no finalizada- venganza.

Lloth la empujaba despacio.
Jadeaba cerca de su oído; cada respiración de él le ponía la piel de gallina. Apretaba con una suavidad contundente; abría su cuerpo y se desplazaba por su interior, se estrechaba apenas un segundo contra ella, y volvía a retirarse. Una y otra vez.
Tenía el cabello revuelto; la cola medio deshecha.
Su cuerpo era el de un hombre joven; apenas un muchacho que hubiera pasado cortamente la veintena, pero torneado y de hermosas formas. Los músculos de su espalda se dibujaban de un modo sensual, trazando un arco suave siguiendo su columna, para acabar en unos glúteos redondos bastante prietos. Kamilla cerró los ojos.
Había algo quemándole en el pecho; y no era la elevada temperatura de la piel de su amante.
No importaba que él hubiese pagado por tenerla, se sentía como si estuviera faltando a lo que creía que era lo único que podía ofrecer a Valiant. Una fidelidad bastante cuestionable.
Lloth la estaba usando, seguramente porque pensaba que era la novia del Príncipe de los Gatos, y aquello se le antojó cruel. Entristeció el gesto durante una fracción de segundo, pero el muchacho no le concedió la paz que hubiera necesitado. Se alzó, apoyado sobre sus manos, para embestirla con más fuerza. Kamilla se agarró a las sábanas y trató de aguantar los achaques. El dolor era soportable.
La humillación; no.
Al final, él se corrió enseguida. Posiblemente no se hubiera alargado el acto más allá de diez minutos, pero para la joven fueron más que suficientes. Aún mientras él jadeaba de cansancio, lo apartó de encima con prisas y buscó su bata a tientas. Lloth se tumbó bocarriba en la cama, agotado, pero más sorprendido.
-¿Qué? -pudo articular entre resollos.
-Nada.
-¿Cómo que nada?
-Está bien -trató de recomponerse.- Espero que haya disfrutado de nuestro servicio. Por favor, vuelva pronto.
-Bueno, pensé que...
Pero la joven hizo un gesto con la mano, sin dejarle hablar. Se calzó los delicados tacones y salió de la habitación con prisas.
Olvidó recoger el dinero.


----------------
By Rouge Rogue

miércoles, 23 de noviembre de 2011

CAPÍTULO 51: EL PRECIO A PAGAR

El legado de Synister Owl había sido una estela de sangre, dolor y muerte. Había servido a Syrtos con cada poro de su piel hasta el último aliento, y al morir, aún le regaló un alma corrupta a la que torturar durante unas largas eternidades.
Amén de aquello; dejó dos espadas.
Dos hojas tan simples, que pasarían inadvertidas a ojos mundanos, pero cuyo precio real sería difícil de calcular incluso para los tasadores más expertos.
Desdicha; la hoja de la miseria. Se alimentaba del mal de las almas de las personas, y como un lobo hambriento, las devoraba con avidez. Si no se manejaba a Desdicha con la suficiente maestría y temple, la espada se volvía contra el guerrero, y lo consumía.
Discordia; la espada del conflicto. Portaba consigo las sombras y las tinieblas, y los más oscuros y secretos temores de los hombres. Si una mano débil la empuñaba, corría el riesgo de quedar atrapada para siempre en sus propios miedos, para no regresar jamás a la cordura.
Ambas eran peligrosas; ambas eran destructivas.
Por sí solas requerían de todo un enorme talento para dominarlas.
Synister Owl las había blandido juntas.
No era de extrañar, por ende, que se hubiera convertido en el principal avatar del Círculo, el Mester más temido de Kandalla, y algunos lo habían catalogado como el hijo bastardo de Syrtos, escupido al mundo de los hombres para traer el caos y la destrucción.
No andaban del todo desencaminados.
Lo cierto era que Synister Owl se hizo con las espadas gemelas en una pequeña isla del norte de Kandoria, tras años de investigación y búsqueda, y de desentramar los misterios ocultos del túmulo profundo. Cómo consiguió el Synister aquella información; quién forjó las espadas, y por qué permanecían ocultas en el culo del mundo, eran preguntas que Allain había formulado en su día, pero que habían obtenido alguna evasiva por respuesta. A veces, incluso una bofetada.
Al final las armas habían encontrado nuevas manos que las blandieran. Almas más jóvenes y pecaminosas, más vivas y con ganas de arrasar de las que restaban al Synister en sus últimos años de vida. Quienes desconocieran la verdadera historia, habrían visto un acto cruel y despiadado en el asesinato del Mester, pero Allain sabía que aquellos impulsos que lo empujaron a hacerlo fueron algo mucho más profundo y oscuro que una simple reacción humana. El poder de las espadas lo había embaucado; lo había arrastrado sin remedio a cometer aquél pecado atroz después del cual, las armas se habían sentido de nuevo vigorosas.
En manos de los jóvenes podrían, de nuevo, devorar.
Yaraidell tenía el gesto serio, y se habría deshecho en preguntas, pero la actitud de Allain denotaba que era mejor no sacarlo de sus recuerdos, ahora que se había atrevido a empezar a hablar. La chica se hizo eco del desasosiego que crecía en su propio pecho. De repente, el hombre se había convertido en algo más. No era ya sólo la figura de un cazarecompensas aclamado, un mercenario con algo de merecida fama. Era un mito fuera de toda comprensión posible; ¿espadas legendarias? ¿dioses? ¿avatares?
-Hay algo que no entiendo... -murmuró por lo bajo. Elric la miró con actitud sarcástica. -Si tan poderosas son esas espadas... y... si están en vuestras manos... ¿Por qué no usarlas para destruir el Círculo? Acabar con todos vuestros detractores de un plumazo, y a otra cosa mariposa -le dedicó un gesto cargado de inocencia que iba perdiendo fe en cuestión de segundos.
-No sabes nada, ¿eh? -lo dijo sin tono de burla, pero le revolvió el cabello como si fuera una cría. Ella se quejó. -¿Te crees que por tener la espada de Syrtos puedo jugar a ser un dios? Hay cosas que no deberían juzgarse tan a la ligera.
-Explícate -arrugó el morro, mientras se recolocaba el peinado.
-Synister Owl sirvió durante largos años a las espadas, y al final... Ellas lo asesinaron. -Encaró a Yara con gesto exasperado. -Sé que suena absurdo, pero no lo hicimos nosotros. Las espadas querían ser encontradas, reclamadas por un nuevo dueño. Synister había decidido dejar de usarlas, porque había comprendido... En fin, debió haber comprendido algo que yo aún no he desentrañado. Es posible que el uso de estas espadas conlleve un precio a cambio.
-¿Un precio? ¿Qué clase de precio...?
-No tengo ni idea. Probablemente, siempre que la uso estoy pagando parte de ese precio que desconozco. Si por el contrario escogiese abandonarla, mi destino sería el mismo que el de mi maestro. Puede que eso sea parte del coste, después de todo. Ser un esclavo de la voluntad de Desdicha, hasta el día en que ella decida poner fin a mi vida.
-¿Y si se la entregases al Círculo? No estarías abandonándola -Yara dio un paso al frente y puso sus manos sobre las de él, en un gesto desesperado. Los ojos de Allain la miraron desde un insondable infinito.
-Cuando la espada cambia de mano, debe hacerlo por voluntad propia. De otro modo, cualquiera que la toque expone su vida gravemente.
-¿Y no hay un modo de que ella... ello... "eso", quiera cambiar de mano? -La joven parecía empeñada en encontrar una solución viable. Allain sopesó la idea un par de segundos, y respondió:
-Está jodidamente encaprichada. Creo que se ha colado un poco de mí -bromeó, y su sonrisa resultó extrañamente juvenil.
-¿Cuál es la salida, entonces...? -la chica desistió.
-Bueno. Esa es la misma pregunta que me hago cada día, desde hace algunos años. Y ahora, ¿me das mi beso? -puso cara de besugo, formando con los labios un puchero. Yaraidell comprendió que Allain pensaba dar el tema por zanjado. No podía quejarse; posiblemente era la primera persona a quien el Mester contaba su historia. ¿Pero de qué le servía, si no lo podía ayudar? Estrechó los ojos, y los clavó en los de él. Cuántas preguntas sin responder, cuántos misterios. ¿Cómo acabaría la historia para Allain? ¿Lograría deshacerse de la espada maldita? ¿Perecería en el intento, o por el contrario arrastraría a miles de inocentes antes de consumirse por completo? Las posibilidades eran aterradoras, aunque no era ella quien cargaba con aquél peso. Y allí estaba él, sonriéndole despreocupadamente, con una actitud de chulo insoportable, y pidiéndole un beso. Un beso.
Allain, cómo debió ser tu vida, que ni morirte te importa un bledo.
La muchacha acabó por cerrar los ojos con un gesto de paz envidiable. Tenía las mejillas encendidas por la brisa fría de la mañana, y el cabello arremolinado por el viento. Estaba muy hermosa; parecía una muñeca de porcelana.
Aguardó pacientemente a que él la besara, pero no ocurrió.
Tres segundos.
Cinco.
Lanzó un suspiro.
Cuando abrió los ojos, inquisitiva, Elric había desaparecido.

-Esta carta la ha traído un chico de los Cuervos. Dijo que era importante -Pony dejó el pergamino sobre el regazo de Valiant, y él no perdió ni un segundo en desenrollarlo. Buscó automáticamente la firma; una doble K volteada sobre su propio eje, y el chico sonrió.
-Las cosas van a empezar a sonreírnos, Pony -leía con rapidez las escasas líneas del mensaje. No era una gran carta, pero la idea principal era lo más importante. Más allá de todo lo que pudieran expresar las palabras, aquella doble K denotaba que King Karoth había vuelto. A aquellas alturas, el Rey Gremmet estaría muerto, los Cuervos habrían recuperado su autonomía. Serían un cabo suelto de las zarpas del Círculo, y mientras intentasen amarrarlos de nuevo, los Gatos tendrían tiempo de actuar. Lo primero era responder a aquella petición de Karoth para encontrarse en persona. La alianza entre los Cuervos y los Gatos los beneficiaría a todos, pero tendría que vigilar para no ser traicionado y vendido al Círculo.
-¿No estarás pensando en levantarte? Aún no estás recuperado -lo acuchilló la chica con una pequeña dosis de realidad, hecho que él había pasado por alto.
-Estaré bi...
-Envía a otro en tu lugar.
-Pony, deja de...
-No y no. Se acabó, Valiant, estoy harta. Si sales por esa puerta, no vengas más. Me siento estúpida intentando cuidarte una y otra vez para que ni siquiera pongas interés en curarte. Me preocupo por tí, ¿sabes? -hizo un puchero tan adorable, que no pudo más que sentirse culpable por ello. Resopló, con fastidio, y se dejó recaer sobre los almohadones de la cama.
-Está bien, llama a Kamilla entonces... -hizo un gesto con la mano, y Pony sonrió de nuevo con felicidad.
-Oh, enseguida. Pero ahora está ocupada con el chico de los Cuervos. Tenía mucho interés en verla.


-----------------
By Rouge Rogue

viernes, 18 de noviembre de 2011

CAPÍTULO 50: EL COMIENZO

Las cosas habían cambiado en las calles en cuestión de una semana más de lo que hubiera hecho en los últimos veinte años. Tanto, que cuando Valiant abrió los ojos aquella mañana, no tenía idea de lo que se iba a encontrar.
La habitación era bastante amplia; la cama grande. Todo en la decoración resultaba pomposo y recargado; la alfombra ribeteada, la colcha bordada, las cortinas con flecos, los muebles de formas florales. Comprendió enseguida que se trataba de los cuartos íntimos de uno de los prostíbulos del dominio de los Gatos.
La cabeza le dio vueltas.
Apenas sí lograba recordar cómo había llegado hasta allí, y tenía la vaga sensación de que había dormido demasiado. Cuando intentó moverse, un agudo pinchazo lo laceró de arriba a abajo, recorriéndole la columna vertebral. Habían cosido el enorme corte, no con mucha maña pero con buen resultado. Al menos no parecía que se fuese a infectar. Se puso en pie con un esfuerzo visceral, que le costó un mareo tan grande que creyó que vomitaría, y arrastró la pierna rota hacia la salida. Sin embargo, antes de tocar la puerta siquiera, ésta se abrió, y la figura grácil y exageradamente femenina de Pony entró al dormitorio. Al descubrirlo allí de pie, casi le dio un soponcio.
-¡Valiant! ¡No puedes moverte de la cama!-dejó la bandeja del desayuno en la mesita de noche y se apresuró a asistir al muchacho, agarrándolo por un brazo para que apoyase su peso en ella.
-¿Y qué estoy haciendo, eh...? -su voz sonó algo rota, tras tantas horas sin hablar. Tosió como si hubiera tragado polvo.
-Anda, no hagas tonterías. Estás muy malherido. El médico dijo que tu estado era pra... proc...
-Precario -atinó a dar con la palabra antes que ella. Pony no era tan lista como Kamilla, pero por el contrario rebosaba humanidad y sencillez en todos sus gestos. Lo sentó en el borde de la cama y le tocó la frente para comprobar su temperatura. Su ruborizó cuando descubrió que él la miraba a los labios y perdía después sus ojos por el escote que se adivinaba bajo la bata que llevaba ella.
-Debe haberte dolido mucho... -musitó con verdadero cariño. Le acarició el rostro, y luego pegó la mejilla al hombro de él, con suavidad, para evitar rozar ninguna de sus heridas. -Debe haber sido horrible... los odio, los odio a todos. Odio a cualquiera capaz de hacerte daño.
-No fue nada... -en comparación a lo que podría haber sido, pensó. Recordó el instrumento con forma de lágrima de metal acariciando su culo, y se encogió sobre sí mismo. Le dolió todo el cuerpo.
-Túmbate, ponte cómodo. Te he traído el desayuno, y algunas nuevas que seguro que te interesará conocer.
-Gracias -sonó aquejado, pero eran sinceras. -Antes de nada, ¿dónde está tu hermana?
Pricia miraba el chorro de té humeante que caía en la taza mientras lo servía. Estaba distraída, y el flequillo no cubría bien la enorme marca de su cara. Valiant se entretuvo analizándola, hasta que ella respondió.
-A salvo- dijo, sin más, y le sonrió.

Allain lanzó una mirada furibunda hacia el infinito, entretenido en las formas del paisaje. Yaraidell jugaba a enrrollar uno de sus rizos pelirrojos en su dedo, mientras sopesaba qué decir.
-¿Qué piensas hacer ahora? -rompió el silencio finalmente el mercenario.
-No lo sé.
-¿No lo sabes? Eso es un mal asunto... -buscó en el bolsillo del pantalón. El tacto del paquete de tabaco lo relajó enseguida, y se sintió reconfortado mientras se llevaba el cigarrillo a los labios.
-Quiero decir que no sé qué papel me queda en todo esto- Yara se acercó también a la baranda del balcón, y posó las manos con delicadeza sobre el mármol, acompañando al hombre en el gesto.- Pero lo que tengo claro es que quiero formar parte de vuestra causa. He dejado mi hogar, lo poco que me queda de familia, e incluso a mi prometido. Me he apartado de los caminos de la legalidad, he hecho cosas... cosas horribles -sintió un escalofrío al recordar la sangre de aquellos hombres manchando el cuchillo que ella empuñaba.
El Mester exhaló una densa nube de humo, deleitándose en la contaminación que llenaba sus pulmones. Quizá algún día aquello lo mataría. Sería un final demasiado amable para lo que creía merecer, pero de igual modo le hacía ilusión imaginar una muerte digna, como no lo había sido su vida.
-Lo tenías todo. Muchos habrían dado sus piernas por ser tú, y sin embargo lo has tirado todo por la borda. ¿Por qué?
-Por mis ideales. ¿Acaso el dinero y el poder lo son todo en la vida?
-Tus ideales no te mantendrán cuando estés muriendo de hambre en las calles.
-Pero nadie volverá a elegir por mí -la chica lo miró a los ojos, con pasión, completamente convencida. Tanto, que él no pudo objetar nada más. -Dime, Allain, ¿tú te cambiarías por mí? Si pudieras elegir, ¿dejarías la vida de las calles para acomodar tu culo peludo en el sillón presidencial de una mansión lóbrega y solitaria?
-Mi culo no es peludo... -se quejó él.
-Uhm. Bastante.
-¿Tú crees...?
-Responde -lo presionó ella, y el hombre suspiró.
-No, no lo haría -admitió. -Sería como pretender convertir a un chacal en un perrito de compañía. Imposible.
-Algunos hemos nacido chacales -Yara se giró hacia él, con la mirada repentinamente brillante. Su mano se escapó al pecho del mercenario y se apoyó allí, con suavidad. Allain bajó la vista a los dedos de la chica, y luego la subió de nuevo.
-¿Pezoncitos...?
Por un instante creyó que ella lo besaría. Tan embelesada se sentía, tan perdida dentro de los ojos de él, que la distancia entre ambos se acortó considerablemente. Quizá si él no se hubiera movido... pero instintivamente sus manos se agarraron a las caderas de la muchacha, y para cuando sus rostros estaban tan cerca, ella reaccionó, y agrió el gesto.
-Que no me llames así, caraculo- le dio un leve empujón que lo apartó, y se giró para disimular que se había ruborizado. ¿En qué estaba pensando...? Dioses, ¡era Allain! -Y ahora explícame qué fue aquello que ví en el castillo -juraría que tenía la cara caliente, pero no se atrevió a tocársela, por no delatarse. El mercenario enseguida se amoldó al cambio de conversación; como si no hubiese reparado en el detalle del momento amoroso.
-¿De qué hablas...?
-Ya sabes de qué hablo.
-No, de veras. ¿Qué viste en el castillo?
-No juegues conmigo, Elric -lo encaró y le apuntó con el dedo, pero él rió, divertido. -Nunca te había visto así. Era como si... como si... -Yara hizo aspavientos con las manos, sin lograr expresarse, pero parecía emocionada al recordar la escena. Entonces adoptó un cariz teatral y misterioso. -Todo estaba oscuro... el sonido de las espadas repiqueteaba por toda la torre... corrí descalza por el pasadizo, había perdido la orientación, y me detuve a través de la pared. Por el pequeño agujero distinguí las figuras relampagueantes de tres guardias con armadura. Por la escalera aparecieron dos más. Y luego tú... -hizo un paro, estrechando los ojos. Buceaba en su memoria.- Tu mirada rezumaba poder, todo era tan siniestro en tí.
-Sólo viste un hombre blandir su espada con maestría. Eso es lo que viste.
-No -ella lo interrumpió. - Yo sé lo que vi, aunque no pueda explicarlo. Aquél escalofrío sería imposible de olvidar.
Allain suspiró, sin perder la sonrisa de autosuficiencia.
-Valiant me dijo que eras un Mester, y nunca había comprendido del todo a qué se refería. Creo que empiezo a adivinar...
-Un Mester nunca habla de su trabajo, pequeña. Si lo hiciera, tendría que matarte.
-Siempre con evasivas. ¿Por qué no puedes ser franco conmigo?
-Me echaste en pelotas de tu casa, ¿se supone que te debo algo?
-Si no fuera por mí, seguirías allí encerrado -ella se cruzó de brazos, molesta.-Posiblemente, muerto.
-Enserio, ¿piensas que te necesitaba para escapar? Niña, no sabes nada -el hombre se pasó la mano por la nuca, revolviendo el cabello largo y oscuro. Luego hizo ademán de darse la vuelta para marcharse. Ella lanzó su última moneda al aire.
-Te daré un beso -lo atajó, antes de que pudiera irse. Él se detuvo, sonriente, y la miró de soslayo. Al final, accedió.
-Está bien... -dijo. -Te lo contaré a cambio de un beso, Y -recalcó- de una promesa.
-¿Qué promesa? -ella dio un paso al frente, dispuesta a acceder a lo que él pidiera, con tal de desvelar aquél misterio.
-La promesa de que si cuentas esto a alguien, te mataré.


---------------
By Rouge Rogue

jueves, 17 de noviembre de 2011

CAPÍTULO 49: LA FUERZA DE UNA MUJER

Las cosas eran extrañamente absurdas, e irreales.
El caos imperaba dentro del castillo, pero fuera reinaban la quietud y la paz propias de la madrugada Berethiana; noches de cielo despejado y abundantes estrellas. Kamilla se apoyó en el muro del edificio como si le costase trabajo respirar. Palpó su torso, sus pechos. No parecía herida, pero le faltaba el aire igualmente. Creyó que se le saldría el corazón del pecho cuando una mano se posó en su hombro.
Se giró, sobresaltada, y Dallas hizo una mueca para que guardara silencio.
-Soy yo, soy yo -la tranquilizó, y ella resopló con fastidio. Pero no por mucho. Cuando Dallas preguntó acerca de Lloth, ella no supo qué responder. Toda su miseria debió verse reflejada en su rostro porque el muchacho la comprendió enseguida y sus ojos se apagaron momentáneamente.
-Está bien. Creo que debemos irnos -dijo, al final, en voz baja.
-Ir ¿adónde?
-No lo sé. A casa, supongo.
Y puso rumbo de vuelta a los barrios oscuros.
Absurdo; e irreal.
Nada estaba en su lugar esa noche, todo su pequeño y estable mundo se había sacudido. Cómo odiaba reconocer que desearía dejar las cosas como estaban. El pequeño burdel barato con camas de mala calidad y luces tenues; los hombres deshaciéndose ante ella. Y su amor platónico jugando a ser un cazarecompensas por toda la costa, volviendo a sus brazos de tanto en tanto para calentarle la cama. Era lo más a lo que podía aspirar alguien como ella.
Y ya ni siquiera tenía eso.

La mano se cerró en torno a su muñeca con una fuerza implacable, a través de los regios guanteletes aterciopelados, y Yaraidell encaró a Jace Adarkian con pavor. Él la arrastró a un lado del pasillo y la empujó hacia el interior de una de las salas. Luego cerró la puerta tras de sí, e ignoró los pasos de los guardias que corrían de un lado a otro buscando a la chica.
-Tú... -masculló el caballero, de mala gana. La examinó por un brevísimo instante. ¿Habría una causa que justificase el hecho de que su prometida hubiera abandonado la seguridad del hogar semidesnuda, matado hombres y dejado libres a un puñado de criminales? ¿La habría?
-Jace, yo... -balbuceó ella, pero él le sacudió una bofetada que la hizo caer al suelo.
-¿Cómo voy a sacarte de esto, Yaraidell? ¡Te has condenado sola! ¡Te ejecutarán si te juzgan! ¿Por qué me haces esto? ¿Crees que quiero volver a perderte?
La muchacha dejó que las lágrimas se escapasen de sus ojos, mientras lo miraba, indefensa. Pero no sollozó; mantuvo el gesto altivo que le era propio.
-Tú me obligaste...
-¡NO! ¡No oses culparme de tu pueril actitud! No vives en un cuento de Hadas, Yaraidell. Aquí no van a tener piedad contigo; ya hice por tí más de lo que debería.
-Deberías haberme dejado marchar... -musitó ella, con los ojos cristalinos, y se puso en pie despacio. El pecho de Jace se agitaba por el dolor. La habría matado allí mismo; cuántos problemas le estaba trayendo Yaraidell. Se sentía despechado, humillado. Ella había escupido sobre todos sus sueños y esfuerzos. Él sólo quería una boda bonita para sellar el amor que le había prometido tanto tiempo atrás, y al que la muchacha ya no correspondía.
-¿Por qué... por qué iba a hacer semejante cosa? ¿Para que puedas irte con él? ¿Darle en una noche todo lo que yo he extrañado durante años...? Eres cruel; Yara. Eres sumamente cruel conmigo.
-Lo sé. Y no te pido que me perdones. Sé que no tengo derecho a pedir eso, pero todos deberíamos poder elegir nuestra vida -su expresión parecía serena, aunque cargada de una profunda tristeza. -Yo no pude elegir la mía... hasta que murió mi padre viví con el yugo que se me había impuesto. Sólo pido una oportunidad, para ver el mundo. Para conocer lo que se siente al elegir algo por el simple hecho de poder... -Yara se interrumpió por un momento cuando Jace se tapó los ojos. ¿Estaba llorando...? Algo en el pecho la hizo sentirse sumamente culpable. Quizás en los últimos tiempos, la relación con Jace había sido como un puzzle desencajado, pero no era culpa del joven. Él lo había intentado por todos los medios.
-Eres un gran chico. No. Un gran hombre, Jace. Eres apuesto e inteligente, ocupas un cargo importante en el ejército real, y eres honrado. Las mujeres se matarán por llenar tu corazón y tu cama.
Él hizo un gesto con la mano que indicaba que no quería seguir escuchándola.
-Toda la vida... prodigando justicia... para ser tratado tan injustamente -cuando alzó el rostro, tenía los ojos enrojecidos. Yara nunca lo había visto llorar, y era una imagen verdaderamente turbadora. En otras circunstancias, habría corrido a su abrazo para consolarlo, pero él se colocó el casco enseguida y ocultó sus facciones tras el frío metal. Luego cruzó la habitación y se detuvo cerca de la pared. No la miró, tratando de recomponer su actitud regia e imperturbable.
-Sígueme. Te sacaré de aquí -dijo al fin, con toda la inexpresividad de la que fue capaz.

Pony sirvió otra jarra de vino. Resopló, agotada. Aquellos tacones la estaban matando, pero eran los preferidos del anfitrión de la fiesta. Se los había pedido expresamente a ella, y no se podía negar; era un buen cliente y merecía ser satisfecho. Dejó que su mirada se perdiera por el cristal de la ventana por un segundo, y se preguntó cómo estarían los chicos. Su hermana, Valiant... sintió una punzada de celos que quiso despejar por todos los medios con aquella sonrisa enorme que trataba de compensar la oscura mancha de nacimiento en torno a su ojo.
Pony vendía una idea con su actitud: no soy guapa, pero soy muy complaciente.
Una vez, cuando apenas tenía catorce años, oyó a los chicos de la hermandad jugando a las preguntas. Valiant dijo que, después de Kamilla, Pony era la chica más guapa de los Gatos, y eso la llenó de orgullo. Por supuesto que no podía compararse con su hermana, pero esque Kamilla era toda una belleza exótica. Asumiendo que pocas mujeres podían competir con ella en belleza, Pony sintió que su corazón se llenaba de dicha.
Claro que hubieron otros hombres, y otros piropos más encantadores. Pero ninguno la hizo tan feliz como aquella casual pero afortunada escucha a hurtadillas.
Cuando la puerta del burdel volvió a abrirse, no fue un cliente el que la atravesó. Fue Kamilla, con el rostro tan cansado que su hermana juraría que no la había visto nunca así. La siguió con la mirada mientras subía las escaleras hacia una de las habitaciones, y luego se escaqueó para darle alcance. Llegó al cuarto cuando Kamilla se había derrumbado en la cama, por causa de aquellos ridículos tacones que no la dejaban sino dar pasitos de idiota. Al asomar la cabeza por el marco de la puerta, encontró a la joven Gata abrazada a la almohada, con el rostro escondido.
-¿Kamilla...? -se atrevió a preguntar. -¿Cómo ha ido todo...?
Por toda respuesta, la chica finalmente rompió a llorar.


-------------
By Rouge Rogue

martes, 15 de noviembre de 2011

CAPÍTULO 48: UN AS BAJO LA MANGA

Los chicos se habían puesto sumamente nerviosos. Aunque aún seguían camuflados cerca de las esquinas oscuras de los edificios, era sólo cuestión de tiempo que alguno de los soldados que pasaban corriendo los descubriese.
Y entonces morirían, todos.
-Se acabó, me largo -dijo uno de ellos, y se giró de cara a la columna para intentar escalar. Apenas con un ágil salto se encaramó en una de las piedras del muro gris, pero no llegó más allá. Lloth lo agarró por el chaleco y tiró de él hasta hacerlo caer al suelo.
-No nos vamos a ir sin Karoth -sentenció, con un brillo fiero en la mirada.
-Están perdidos, gilipollas. No voy a morir por nada -el otro se retorció tratando de ponerse en pie pero Lloth dirigió la punta de su daga al cuello sucio del muchacho, con aire amenazador.
-O te quedas con riesgo a morir. O te quedas muerto.-
Los mechones de cabello castaño claro que se escapaban de su cola baja mal recogida le tapaban en parte el rostro, pero era fácil apreciar desde aquél ángulo el perfil bien dibujado del joven. Kamilla se sorprendió sonriendo levemente ante el gesto del Cuervo. Su interlocutor gruñó.
-Si nos separamos nos harán una presa fácil. No conocemos el castillo. Tenemos que movernos sabiendo dónde pisamos -apuntó Dallas.
-Y una mierda -masculló el chico desde el suelo, por lo bajo.
-Deberíamos buscar un punto alto para salvar las murallas -sugirió un tercero.
-Llevamos heridos, y... -el joven miró directamente a los pechos de Yara, que no hizo por cubrirlos. Se enfrascaron en una pequeña discusión que, de haber estado Karoth, nunca hubiera sucedido. Lo malo de un ejército sin ley era el descontrol. Y el descontrol equivalía a la derrota.
Antes de que pudieran siquiera darse cuenta, y sin haber podido tomar una decisión final, un candil los estaba alumbrando directamente.
-¡Los he encontrado! ¡Son ellos! -gritó uno de los guardias. Y los ratas hicieron lo que mejor sabían: correr.

Desdicha cortó los barrotes de la celda como si fueran de gelatina. Karoth no podía dejar de asombrarse. Había tratado de sopesar, en base a su no poca experiencia, qué decisión tomar respecto a Allain. Concluyó que lo necesitaba con vida para salir de allí, y aunque no estaba convencido de que no se fuera a arrepentir en el futuro, era mucho más importante pensar en el presente. Si lo cogían de nuevo, no podría volver a escapar.
La figura abultada e inconsciente, al fondo de la celda, era Valiant. Se encontraba tirado en el suelo, en alguna extraña postura antinatural, de lo que el Mester no tardó en inferir que tenía varios huesos rotos. Sin prolongar demasiado su examen, lo cargó en peso muerto y se lo echó sobre los hombros. A su espalda, el Cuervo estrechó la mirada, analizando también al líder de los Gatos, sin dar crédito a sus ojos.
-Monstruos... Naien dereth sh'ur -blasfemó en kandoriano por lo bajo. Para su sorpresa, cuando Allain pasó por su lado correspondió a sus insultos con palabras de sosiego.
-Se recuperará -resolvió, y volvieron a poner rumbo por los corredores, el joven sureño abriendo paso por si alguna repentina amenaza los asaltaba, y el Mester tratando que el peso de Valiant no supusiera un impedimento al movimiento en el hombro que le quedaba sano. Sin embargo, y contra todo pronóstico, el camino estaba libre. A excepción de los cuerpos de aquellos hombres que habían derrotado con anterioridad, la vía estaba vacía, y la puerta de salida, abierta. Fueron prudentes al abandonar el edificio y lo hicieron sólo después de cerciorarse de que nadie miraba hacia allí. Como temían, los habían descubierto, y el resto del grupo había desaparecido.
-Estupendo, tu gente se ha dado el piro.
Karoth desplazó la vista rápidamente por todo el patio; que parecía un hervidero de fantasmas pululando por doquier. Las armaduras metálicas de los guardias arrancaban destellos por la luz de los candiles de sus propios compañeros que pasaban con prisas de un lado a otro. ¿Por dónde habrían ido los otros? ¿Los capturarían?
-Vas a tener que cargar tú con el fardo -sentenció el Mester, tras sopesar sus posibilidades, y le pasó el cuerpo de Valiant al chico. Sorprendido, Karoth pretendió chistar. Por todo su honor de Rey Irithí, se habría negado si no fuera porque lo que vio a continuación lo dejó estupefacto. La sangrante herida en el hombro de Allain pareció cerrarse momentáneamente. La piel se regeneró a una velocidad que debía ser antinatural, y sus tejidos se buscaron para entrelazarse como una red hasta cerrar el corte profundo por completo. Bajo la sangre que lo manchaba, su cuerpo volvía a estar sano. Allain hizo crujir los nudillos y estiró el cuello como si se preparase para entrar en batalla. Su mirada se oscureció.
Karoth no habría sabido explicar de qué se trataba.
Aquellos ojos se volvieron negros como piedras de zirconio y su rostro se apagó ligeramente. Parecía haber sido alumbrado con una poderosa luz proveniente del suelo, por cuanto las sombras se proyectaban de forma tétrica en él, dibujando sus ojeras, sus pómulos. Tenía el inquietante aspecto de un muerto viviente, si esque tal cosa podía existir. El kandoriano trastabilló hacia atrás, y estuvo a punto de caer de culo.
-Despejaré la vía principal para tí y sacaré a todos los que encuentre con vida de aquí. Pero tú, encárgate del príncipe de los Gatos, o juro que te encontraré, allá donde mores.
Luego echó a correr.
Y aquello sí que era correr; no lo decía de valde. ¿Podía un hombre humano moverse a aquella velocidad? ¿Quién era aquél tipo, por todos los dioses? Apenas pestañeó; Allain ya no estaba allí.
Los gritos no tardaron en escucharse desde el castillo.

Kamilla no podía creer que se estuvieran metiendo directa, y voluntariamente, en la boca del lobo. Las damas de la limpieza proferían gritos exaltados mientras se apartaban a su paso, cerrando los ojos con auténtico pavor. ¿En qué momento se habían separado del resto? ¿Qué había sido de Allain, y Karoth? ¿Habrían encontrado a Valiant; lo sacarían de allí con vida? Se maldijo de nuevo a sí misma cuando tropezó con el escalón y cayó de bruces.
-¡Joder! -Lloth se giró para mirarla y en sus ojos había premura. Ella no se permitió demoras y volvió a subir a toda prisa, aunque le dolía la rodilla. No debería haber dejado los burdeles, este era el trabajo de los ratas de calle, y ella hacía demasiado tiempo que vivía amparada por la seguridad del prostíbulo. Ahora se sentía como un lastre, siguiendo los pasos del muchacho, que era bastante más rápido que ella.
-¡Estamos subiendo! -se quejó, sin lograr encontrar escondite para sus temores. Los guardias los seguían por las escaleras en espiral con dificultad; no en vano sus pesadas armaduras les frenaban el avance.
-Eres jodidamente aguda, chica -chistó él, y viró a la derecha cuando alcanzó el último piso, adentrándose en el corredor.
-Y tú... jodidamente... gilipo...
-Ahorra energías -una oronda señora abordó el pasillo con un cesto cargado de sábanas blancas. Al verlos pasar a toda prisa, tiró la cesta al suelo y trató de apartarse a tiempo, pero Lloth la arroyó a su paso y la hizo caer. Luego se adentró en la enorme habitación por la que había salido la dama, y cerró la puerta tras de sí.
Paseó los ojos con prisas hasta dar con un candelabro de metal. Atrancó la puerta y se pasó las manos por la cara, sudoroso.
Kamilla jadeaba por el esfuerzo, justo a su lado. Lo miró con cara de ¿y ahora qué?. El chico no tardó en girarse hacia el enorme ventanal con balaustrada que presidía la habitación, y abrirlo de par en par.
-Saldremos por aquí -dijo, asomándose. Abajo, el suelo se encontraba a una distancia de cuatro pisos. A Kamilla no le pareció muy brillante, y sintió un pequeño acceso de ira.
-¿Sueles hacer esto a menudo? Lo de tirarte y volar, digo -lo acuchilló con la mirada, y él frunció el ceño.
-Eres insufrible, gata. Tendrás que saltar.
Un estruendo sordo los sobresaltó cuando las puertas amenazaron con abrirse. El candelabro resistió la embestida; era de hierro macizo. Sin embargo, las asas de la puerta no podían decir lo mismo. Quizás dos o tres empellones más y saltarían por los aires. Entonces los capturarían.
-Pero, ¿cómo? -Kamilla puso un pie, dudosa, sobre la barandilla.
-Desde aquí podrás alcanzar el muro del patio y salir del castillo -lo señaló en la oscuridad. Conque era eso. No era tan cabestro, después de todo.
El segundo empujón fue mucho más fuerte, y una de las asas se desprendió y cayó al suelo. La otra resistió poco más, pero la puerta se abrió por fin y los soldados entraron en tropel.
-¡Que no escapen! -gritó uno de ellos, y arrojó su lanza contra los muchachos. Kamilla gritó, creyendo que la impactaría de lleno, pero Lloth asestó una cuchillada limpia al aire y la desvió lo suficiente para que pasase a pocos centimetros del rostro de ella.
-¡Date prisa, no soy muy buen espadachín!- se quejó, el maldito. ¿Siempre se quejaba por todo? Ahora le habría gustado conocerlo un poco mejor, pero algo le decía que...
-¡No voy a dejarte!
-¡Lárgate ya! -sentenció, y cerró el cristal del ventanal. De un golpe seco rompió la llave dentro, y la dejó sola. Después, blandió con tanta fuerza como pudo el puñal mientras los soldados se precipitaban sobre él, para arrestarlo. Se revolvió como un toro enfurecido; hirió a alguno, pero enseguida las armas se cernieron sobre él.
A Kamilla le dolía el pecho cuando saltó hacia la seguridad del muro colindante, y se perdió en la calle, preguntándose si el mundo no podía notar aquella desazón suya.



---------------
By Rouge Rogue