Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
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martes, 20 de marzo de 2012

CAPÍTULO 55: EL VOX

El Vox estaba en la ciudad.
Desde hacía largos días, el movimiento y la expectación eran palpables. Mensajes que iban y venían. Vigilancia -discreta, pero no invisible a los ojos de Allain-, ratas que recogían recados y los pasaban de un señor a otro... La alianza entre la hermandad de los Gatos y la de los Cuervos, y por último, Elric.
Elric, desubicado en espera de su entrada en escena. Repasó de nuevo -por vez incontable, desde días atrás- las ideas fundamentales del plan de Valiant.
Uno. Allain debía volver al Círculo.
Dos. Tenía que derrocar a los altos cargos para tambalear la estructura y hacerla venirse abajo.
Para conseguir uno y dos, Allain debía, tres, vérselas con el Vox en persona, y convencerlo de que serviría a su causa, aquella cual fuese. De modo que en definitiva, cuatro, tenía que trabajar para el Vox y contra él.
Decidió hacer una bola con uno, dos, tres y cuatro y tirarla a un vertedero imaginario. Se abrochó el último botón del cuello alto y se detuvo a examinar su aspecto en el espejo. El reflejo le devolvió la imagen de un hombre altivo, sereno, seguro de sí mismo. Vestía el tabardo de cuero negro con una camisa granate que dejaba entrever algunas franjas negras en las mangas. Se ajustó los brazaletes de metal oscuro; lucía la apariencia de un refinado noble, y eso debía parecer en su encuentro. Tenía que concederse que, si bien no eran las mejores ropas de las que hubo hecho gala, hacía tiempo que no presentaba tan buen aspecto. Al final, se decidió a abandonar el dormitorio con bastante antelación.
Odiaba la impuntualidad.
Algunas de las doncellas que trabajaban en aquella casa recordaban a Allain del incidente de algunas semanas atrás, cuando el hombre tuvo que salir desnudo de la habitación, porque Yaraidell tiró sus ropas por la ventana. Lo miraban con recelo. Algunas con curiosidad poco disimulada. No pasó por alto alguna sonrisilla, pero ninguna se atrevió a dirigirle la palabra en su descenso hacia la sala principal.
Parecía que habían pasado siglos desde aquél día. Y de repente, Allain cayó en la cuenta de dos cosas: hacía mucho que no follaba. Y lo que era peor; no lo había echado en falta.

El lugar era suntuoso; imponente, como sólo podían ser los edificios de la zona alta de Silverfind. Tenía cabida para unas dos mil personas, calculó Allain, pero en aquél momento estaba completamente vacío. No le cabía la menor duda de que el teatro pertenecía por entero al Círculo. Volvió a sorprenderse de lo largas que eran sus garras, y siguió al chambelán por la alfombra verde ribeteada, en dirección a la zona de los camerinos. Descendieron unas escaleritas de madera estrechas, siguieron el silencioso pasillo custodiado de puertas, y tomaron aquella que daba al almacén para adentrarse en una sala oscura. Allí, más allá de lo que parecía un simple trastero de dimensiones considerables, había una segunda puerta, bien cerrada.
-¿No podíamos... er... habernos encontrado en una taberna corriente? -Allain llevaba las manos en los bolsillos. El hombre que lo guiaba, le lanzó una mirada furibunda y despreciativa. Pero tanto más le daba. Detrás de aquella puerta, y de un nuevo pasillo -aún más oscuro- llegaron por fin a la sala, que no tenía verdaderamente más espacio que cualquier habitación común. Lo que sí tenía de especial eran seis Mester, situados en lugares estratégicos. Cuatro de ellos, visibles. Los otros dos, inexistentes para una persona normal. Pegada a una de las paredes, había una silla de madera y cuero. Se trataba de una silla de director de teatro, bastante sencilla y sin ornamentos. No podía decirse lo mismo del tipo que estaba sentado en ella.
La sala se encontraba en una densa penumbra, tan sólo iluminada por un único foco de luz, proveniente de una enorme lámpara de hierro circular con tres velas encendidas -el resto permanecían apagadas, el Mester supuso que para favorecer la incógnita acerca de la identidad del Vox-. El escueto halo de luz recaía, teatralmente, sobre la figura principal. Aquél que estaba sentado en la silla. A su alrededor, dispuestos de alguna manera más o menos organizada, había numerosas y pintorescas figuras.
La puerta se cerró con gran estruendo, y el ambiente se volvió hermético y denso por momentos.
-He aquí al desertor -dijo el hombre que estaba frente a él. Exhaló una densa nube de humo y se repantingó aún más en su asiento. Allain lo escrutó con seriedad y al final chistó por lo bajo.
-¿Podemos obviar los numeritos? ¿Dónde está el Vox?
Su interlocutor frunció el ceño, mirándolo, acusador.
-Cuida tu lengua, rata piojosa. Estás hablando con él.
-Está bien; si el Vox se niega a recibirme, no tengo nada que hacer aquí -se dio la vuelta para marcharse. Las figuras surgieron de la oscuridad como si formaran parte de ella, y le impidieron el paso.
-El Vox no te ha dado permiso para marcharte -susurró uno de ellos. Allain aguardó un par de segundos en el lugar, y al final asintió.
-Así que tu eres el verdadero Vox -le respondió el Mester. El hombre de la silla había desaparecido entonces, engullido por las zonas oscuras de la habitación. Por el contrario, el chico que le había cortado el paso, se adelantó para ocupar su lugar, en la silla de director. Cuando la luz lamió su figura, Allain no se extrañó de no haber podido verlo. Iba vestido completamente de negro, con un uniforme ajustado que dibujaba a la perfección todas sus formas, como una segunda piel. Parecía un material resistente y cómodo. El rostro, sin embargo, lo llevaba oculto por una máscara de cuero negro, que le cubría toda la cabeza. Había unas rejillas oscuras en la zona de los ojos, y un respiradero para la boca, pero en ninguno de los casos se apreciaba la piel que había debajo.
-No creas que me sorprende, Allaingard Elric. ¿O debería llamarte Elliot? Yo también sé algunas cosas... -musitó por lo bajo. Su voz era ronca, rota, aunque indudablemente la persona que la acuñaba era un hombre joven. El Vox se dejó caer en el asiento como si estuviera maltrecho. Se movía con la fragilidad de una persona anciana a pesar de, según apreciaba el Mester, lucir una figura atlética. ¿Sería un farol? ¿Otra capa más del disfraz? -Pero, por curiosidad. ¿Qué te hizo pensar que mi Mester no era adecuado para desempeñar el papel de Vox?- Allain tuvo entonces la sensación de que en la voz del joven había una nota de diversión.
-Apestaba. Un Vox tiene que oler bien -se tiró el farol. Su interlocutor rompió en una sonora carcajada, bastante tétrica por efecto del respiradero de su máscara. La verdad era que si él mismo hubiese tenido delante al que, decían, era el mejor Mester vivo de Kandalla, también habría querido ponerlo a prueba. En definitiva, había sido más bien un poco de suerte... Aunque el tipo de verdad apestara.
-Estoy un poco consternado, la verdad. ¿Sabes por qué, Allain? No es fácil estar atento de los asuntos de un país... son muchos detalles que a la larga se acaban acumulando. Y en medio de todos mis quehaceres, como si no tuviese mejores cosas en las que pensar, descubro que han matado a mi querido amigo Synister... Sus pupilos, no voy a decir que me sorprendiera, realmente, pero que le robáseis las espadas era ya un asunto más serio.
Allain cayó. Cruzó las manos detrás de la espalda y aguardó en el centro de la sala, con los hombros regios y las piernas separadas, y la barbilla alta como un orgulloso soldado de la guardia real.
-Esas espadas... eran importantes para mí. Fueron un regalo personal.
-Cuántas molestias por unas espadas. Cualquiera diría que tuvieran poderes mágicos, o algo así -comentó con ironía el Mester.
-No me jodas, Elliot. No hay espada que te saque con vida de esta habitación si me jodes. Creí que lo tenías claro cuando accediste a venir.
-Lo tengo. Sólo son prontos; la costumbre de vivir en las calles. Ya sabes... desde que perdí todo lo que me correspondía por derecho propio y tuve que dedicarme a mendigar...
-¿Así que ahora te arrastras como un gusano por un puñado de monedas? Me meo en toda tu historia, Elliot. No eres persona que guste de andarse con rodeos. Ahorrémonos el tiempo mutuamente, entonces. ¿Qué es lo que quieres?
-Eso es una pregunta muy generosa para alguien que ha puesto a sus mejores Mester en la empresa de seguirme por todo el país y conseguir mi cabeza.
El Vox apoyó la mejilla en la mano, con aire aburrido.
-Tienes razón. No es mi estilo ser generoso, gracias por recordármelo. En ese caso te diré lo que quiero yo de tí. Esto ha durado demasiado tiempo. Synister Owl no era un Mester cualquiera. Ni siquiera un gran Mester; era el mejor. Más que el mejor, era el mejor de los mejores, tenía las espadas de Syrtos. Y todo; las espadas y el propio Synister, me pertenecían. Al matar a tu maestro no sólo robaste una vida; robaste algo que me pertenecía. Tú bien lo sabes, Elliot. Nadie le roba al Vox de los ladrones. Tienes dos opciones. Devuelve la espada y vive, o muere y devuélvela de todos modos. El resultado será el mismo; con la insignificante variable de que puedes irte a criar malvas hoy mismo. Ahora mismo. Vamos, Elliot. Te concedo tres segundos. Para alguien com otú, tres segundos son más que suficientes para decidir.
-"Devuelve la espada y vive". Sabes que eso no es posible. Sabes que no puedo deshacerme de la espada, que el simple hecho de dejarla a un lado no sirve. Que guardarla en el fondo de un baúl de hierro y tirarla al mar no sirve. Que tratar de hacerla pedazos o arrojarla al centro de un volcán no sirve. Que ponerla en manos de otro hombre, no sirve.
-De hecho, todas esas opciones son más bien estúpidas. Syrtos te llamará igualmente. Acabarás hundiéndote en el mar detrás de tu espada, o arrojándote al volcán. No, Elliot, mi oferta no es que te deshagas de la espada. Te ofrecí devolverla, a su dueño. Su dueño soy yo. -Allain estrechó la mirada. Le sudaban las manos. Por un momento, había esperado encontrar una manera de librarse de aquella maldición.- Synister las blandía para mí. Parece que las espadas eligen a su propio dueño, así que nunca pude empuñarlas por mí mismo... Pero yo tenía una mano que lo hacía. Tú me la arrebataste. Te ofrezco, ni más, ni menos, ocupar su lugar. De otro modo, acabarás muerto y la espada elegirá una nueva mano. Lo hará, no lo dudes... Esa hoja está sedienta de sangre todo el tiempo. Lo has notado, ¿verdad? Sí... -cruzó las piernas de manera refinada.- Tengo que admitir que sería una lástima que eligieras morirte. Eres un buen Mester. Pero tus tres segundos terminan aquí. Habla.
Elric deslizó ligeramente la mirada hacia la derecha. En la oscuridad de las sombras, le pareció distinguir un rostro familiar, bajo la capucha. Aquellas cicatrices eran inconfundibles.
-Serviré al Círculo, serviré al Vox, y serviré a Syrtos hasta que mi alma se consuma. Pagaré por la muerte de mi maestro -dijo, finalmente, con la cabeza gacha.
En sus ojos brillaba una oscura determinación.

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