Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
Si crees que pueden herir tu sensibilidad, por favor no continúes leyendo.
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jueves, 22 de marzo de 2012

CAPÍTULO 57: LA SEMILLA

Allain no sabía a ciencia cierta por qué estaba allí.
Yara parecía -y seguro que a todas luces lo estaba- enfadada, aun cuando él no había hecho nada reprobatorio... ¿O sí? De cualquier manera, volvió a preguntarse, ¿qué importaba? ¿qué más daba que Yara estuviese como le diera la gana? Él sólo quería descansar del viaje, ahora que Lleida dormía, al fin, plácidamente. Y sin embargo llamó con los nudillos a la puerta del dormitorio de la muchacha, dispuesto a escuchar cualquiera de sus reproches. Para quedarse tranquilo de una vez.
Tardó algunos largos segundos en abrir la puerta. Lo miró por una pequeña rendija, con el rostro hinchado y enrojecido.
-¿Has llorado? -él se apoyó en el marco y se inclinó hacia ella. Por toda respuesta, Yaraidell bufó y se apartó de la entrada, perdiéndose hacia la oscuridad de la habitación. El Mester cerró sin hacer ruido. Las luces estaban apagadas, pero la claridad que entraba por el gigantesco ventanal se dibujaba en el suelo. Se metió las manos en los bolsillos y esperó a que la chica hablase, pero en vista de que no tenía intención de ello, comenzó él mismo.
-Yara, no sé a qué...
-Te resulta muy fácil pasar por encima de mis sentimientos, Allain. -Se giró para encararlo. -No eres idiota. Eres un idiota, pero no idiota, ¿me comprendes? -El mercenario arqueó una ceja. -Sé que lo has notado, sabes tocar mi cuerda sensible. Puedes tocar todas mis cuerdas sensibles y hacerlas vibrar con fuerza, y estoy indefensa ante ello. No puedo, Allain, te lo aseguro, es superior a mí. He intentado... no sé, lanzarte lejos y expulsarte de mi vida, pero siempre acabas volviendo y haciéndome más daño.
-Creo que será mejor que me marche no vaya a ser que digas algo de lo que... em... te arrepientas mañana -se acarició la nuca, con la vista perdida en la alfombra, a sus pies. Pero Yara negó.
-No; tú me lo has puesto así de difícil. Ahora carga con las consecuencias. Te has limitado a ignorarme y a hacer el visto gordo a todo lo que despiertas en mí. ¿Quieres hacerte el ciego? Te obligaré a ver. ¿Quieres hacerte el sordo? Te obligaré a escuchar. Te lo diré yo misma, haré que lo entiendas. Que comprendas que estoy cansada, que no puedo más. ¡Me mata por dentro verte con otras! Si, lo admito, ¿y qué? ¡Estoy celosa! Celosa porque estoy ena...
-¡Es mi hermana pequeña! -la atajó él, como si no quisiera escuchar el final de lo que Yara tuviese que decir. -La chica es mi hermana, ¿recuerdas? Una vez te hablé de ellas. Tengo tres hermanas, bueno, tenía. No sé qué habrá sido de las otras dos; pero a Mía... logré recuperarla. Le seguí la pista mucho tiempo hasta que supe dónde estaba. Ella acababa de cumplir los dieciseis... Fue difícil reconocerla, creeme, la última vez que la ví medía esto -hizo un gesto con la mano, y se sentó en la cama. Yara lo observaba impertérrita, y el corazón le latía tan fuerte que le entaponaba los oídos.
Allain hablaba. Hablaba sin parar, y ella no escuchaba nada. Tan sólo tenía los ojos puestos en los labios de él. Aquellos labios finos, aquellos dientes blancos. Como si se tratase de un autómata, Yara se acercó despacio a la cama. ¿Qué demonios estaría explicando el hombre? Estrechó la mirada cuando lo tuvo cerca. Se situó de pie, entre las piernas abiertas del mercenario, que entonces paró de hablar para mirarla a la cara.
-... ¿Yara...?
-El mundo se me viene encima y no seré capaz de soportarlo, Allain. Quédate conmigo esta noche -subió la rodilla con suavidad y la apoyó sobre el muslo del hombre. Hundió los dedos de la mano en el pelo de él, y lo hizo reclinar la cabeza para mirarla fijamente. No dijo nada. No dijo nada mientras la chica se sentaba a horcajadas sobre él y se desabrochaba la bata. Dejó que la fina tela cayese al suelo. El escueto camisón que llevaba debajo dejaba poco a la imaginación. Los turgentes y sensuales pechos de la muchacha se adivinaban con las telas; sus hermosas piernas estaban al descubierto. Allain aguantó la vista en ella algunos segundos. Al final suspiró, muy despacio.
Cerró los ojos, y se dejó besar.
Sintió que Yaraidell se le metía dentro; se colaba por su boca y recorría como una exhalación cada centímetro de su cuerpo. El vello se le puso de punta; ella le estaba tocando el alma con manos invisibles. Entretanto, las manos corpóreas le desabrochaban la camisa con necesidad imperiosa. Las caderas serpenteaban sobre las de él; toda su figura se había vuelto como de brisa, mecida con una cadencia sutil y armoniosa. ¿Qué hacían allí aquellas telas? Todo lo que necesitaba sentir al paso de sus dedos era la piel de la mujer; tan abrasadora. Tan caliente que parecía de fuego, tan dulce que parecía almíbar. La besó; la besó largamente y aún más. La besó sin saber dónde anclar sus manos; ¿en sus caderas? ¿en su rostro? ¿sus hombros? Le recorrió la espalda entera y deslizó el vestido hasta sacarlo por encima de su cabeza. Luego rodeó su torso desnudo y, haciéndola pequeña entre sus brazos, giró sobre su eje y la tumbó en el colchón. Se recostó a su lado; invadiendo ligeramente su espacio personal, cerniéndose sobre su persona para retenerla bajo su pecho. La besó en el cuello; justo debajo de la oreja. Recorrió su mandíbula inferior con los labios; le besó la mejilla, la sien. Volvió a su boca. Yara la mordió, hambrienta de él. ¿Cuánto tiempo...? ¿Estaba bien aquello? Oh, Valiant, ¿por qué? Era una mala persona; una persona horrible. Pero el modo en que Allain la tocaba le desbocaba el corazón. Deshizo el último botón de la camisa del hombre y tironeó para sacársela a medias, dejándole un hombro al descubierto y parte del otro. Le arañó la espalda; gimió, dejó libre su cuello a los labios del él. Elric se arrodilló en la cama; se desprendió de la parte superior de su ropa. Yaraidell suspiró, agitada, apremiándole para que regresara junto a ella. Sin el manto protector que Allain era, la brisa de la noche resultaba helada; la cama enorme. La habitación, austera. La muchacha necesitaba de él en aquellos momentos. De sus ojos grises, de su pelo negro. De su tacto de acero y sus caricias de seda. Qué bien olía Allain. Qué bien sabía. Era apasionado, joven y virtuoso, tenía la forma de tocar de quien ha vivido tanto, y los regios abdominales tan tensos contra el vientre de ella la hacían sentir espasmos. Necesitaba tenerlo dentro. Lo deseaba más que nada.
El mercenario llevó su mano hacia las suaves sábanas; se descalzó las botas y se recostó sobre el cómodo colchón. Desabrochó su pantalón y permitió que Yara tirase de él para desvestirlo. No era la primera vez que lo veía desnudo, pero sí de aquella forma; con su imponente virilidad enhiesta. Tan apetecible... La chica los cubrió a ambos con las ropas de la cama, y se recostó sobre él. Cruzó las manos sobre el pecho del hombre y lo observó algunos segundos a los ojos. Eran profundos e insondables, y brillaban de manera sensual en aquél ambiente íntimo. Yara lo besó con suavidad en la barbilla; en los labios, y Allain suspiró, cerrando los ojos como un adolescente. ¿Sería siempre así con todas? ¿Tan tierno? ¿Tan deseable...?
Cuando Yara agarró con decisión la virilidad del hombre, él gimió levemente. Su pecho se contrajo de placer, y ella lo besó despacio en la clavícula. Luego llevó el pene de él a su interior, y buscó algunos segundos la comodidad necesaria para abrirle su cuerpo. El Mester tensó todos los músculos, apretó los dedos en los muslos de la chica, y gimió de nuevo. Dos, tres veces, mientras Yara lo introducía con suavidad en ella. Reclinó la cabeza hacia atrás, y la dejó hacer. Permitió que saciara con su cuerpo aquellos bajos instintos, sus más profundas fantasías, que hiciera de él lo que siempre había deseado, y no le sorprendió descubrir al cabo de pocos minutos que la chica no tardaría en terminar. No consintió en ello.
Volvió a tomar las riendas de la situación; volvió a ser el amo. Volvió a tenerla debajo; esta vez la tomó desde atrás. Se tumbó sobre la espalda de ella; la penetró con suavidad al principio, después con una fuerza tórrida. Yara gimió de placer. Gritó de placer. Allain la complació durante no demasiado tiempo antes de que se deshiciera por completo y se abandonase al éxtasis. Los gemidos de ella lo excitaron sobremanera; lo invitaron a seguirla. Le mordió el lóbulo de la oreja y después lanzó un gemido largo, interminable, que acabó apagándose y fundiéndose con sus jadeos. Ninguno de los dos se movió.
Yaraidell cerró los ojos; una diminuta sonrisa perfilaba sus labios. Allain siguió respirando con ligera dificultad algunos segundos. Apoyó la mejilla en el hombro de la muchacha, y se abandonó a la paz del momento. Sentía su corazón latir contra la espalda de la joven. Al final, se dejó caer a su lado, bocarriba. Se tapó el rostro con el antebrazo, rehuyendo un haz de luz que se colaba por la ventana. Yara aprovechó para apresurarse en descansar la cabeza sobre el pecho del hombre, juguetona. Feliz.
-¿Te importa...? -preguntó por lo bajo, pero tenía la actitud de quien piensa hacer lo que le place de todos modos. Allain le sonrió por toda respuesta. Hinchó el pecho hasta que en los pulmones no le cupo más aire y suspiró con fuerza. La muchacha cerró los ojos. Se dejó dormir, arrullada por el contacto cálido del mercenario.
Al final, no le había contado aquello tan importante y por lo cual llevaba días sin descansar.
Que estaba embarazada.
De Valiant.


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By Rouge Rogue

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