Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
Si crees que pueden herir tu sensibilidad, por favor no continúes leyendo.
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jueves, 17 de noviembre de 2011

CAPÍTULO 49: LA FUERZA DE UNA MUJER

Las cosas eran extrañamente absurdas, e irreales.
El caos imperaba dentro del castillo, pero fuera reinaban la quietud y la paz propias de la madrugada Berethiana; noches de cielo despejado y abundantes estrellas. Kamilla se apoyó en el muro del edificio como si le costase trabajo respirar. Palpó su torso, sus pechos. No parecía herida, pero le faltaba el aire igualmente. Creyó que se le saldría el corazón del pecho cuando una mano se posó en su hombro.
Se giró, sobresaltada, y Dallas hizo una mueca para que guardara silencio.
-Soy yo, soy yo -la tranquilizó, y ella resopló con fastidio. Pero no por mucho. Cuando Dallas preguntó acerca de Lloth, ella no supo qué responder. Toda su miseria debió verse reflejada en su rostro porque el muchacho la comprendió enseguida y sus ojos se apagaron momentáneamente.
-Está bien. Creo que debemos irnos -dijo, al final, en voz baja.
-Ir ¿adónde?
-No lo sé. A casa, supongo.
Y puso rumbo de vuelta a los barrios oscuros.
Absurdo; e irreal.
Nada estaba en su lugar esa noche, todo su pequeño y estable mundo se había sacudido. Cómo odiaba reconocer que desearía dejar las cosas como estaban. El pequeño burdel barato con camas de mala calidad y luces tenues; los hombres deshaciéndose ante ella. Y su amor platónico jugando a ser un cazarecompensas por toda la costa, volviendo a sus brazos de tanto en tanto para calentarle la cama. Era lo más a lo que podía aspirar alguien como ella.
Y ya ni siquiera tenía eso.

La mano se cerró en torno a su muñeca con una fuerza implacable, a través de los regios guanteletes aterciopelados, y Yaraidell encaró a Jace Adarkian con pavor. Él la arrastró a un lado del pasillo y la empujó hacia el interior de una de las salas. Luego cerró la puerta tras de sí, e ignoró los pasos de los guardias que corrían de un lado a otro buscando a la chica.
-Tú... -masculló el caballero, de mala gana. La examinó por un brevísimo instante. ¿Habría una causa que justificase el hecho de que su prometida hubiera abandonado la seguridad del hogar semidesnuda, matado hombres y dejado libres a un puñado de criminales? ¿La habría?
-Jace, yo... -balbuceó ella, pero él le sacudió una bofetada que la hizo caer al suelo.
-¿Cómo voy a sacarte de esto, Yaraidell? ¡Te has condenado sola! ¡Te ejecutarán si te juzgan! ¿Por qué me haces esto? ¿Crees que quiero volver a perderte?
La muchacha dejó que las lágrimas se escapasen de sus ojos, mientras lo miraba, indefensa. Pero no sollozó; mantuvo el gesto altivo que le era propio.
-Tú me obligaste...
-¡NO! ¡No oses culparme de tu pueril actitud! No vives en un cuento de Hadas, Yaraidell. Aquí no van a tener piedad contigo; ya hice por tí más de lo que debería.
-Deberías haberme dejado marchar... -musitó ella, con los ojos cristalinos, y se puso en pie despacio. El pecho de Jace se agitaba por el dolor. La habría matado allí mismo; cuántos problemas le estaba trayendo Yaraidell. Se sentía despechado, humillado. Ella había escupido sobre todos sus sueños y esfuerzos. Él sólo quería una boda bonita para sellar el amor que le había prometido tanto tiempo atrás, y al que la muchacha ya no correspondía.
-¿Por qué... por qué iba a hacer semejante cosa? ¿Para que puedas irte con él? ¿Darle en una noche todo lo que yo he extrañado durante años...? Eres cruel; Yara. Eres sumamente cruel conmigo.
-Lo sé. Y no te pido que me perdones. Sé que no tengo derecho a pedir eso, pero todos deberíamos poder elegir nuestra vida -su expresión parecía serena, aunque cargada de una profunda tristeza. -Yo no pude elegir la mía... hasta que murió mi padre viví con el yugo que se me había impuesto. Sólo pido una oportunidad, para ver el mundo. Para conocer lo que se siente al elegir algo por el simple hecho de poder... -Yara se interrumpió por un momento cuando Jace se tapó los ojos. ¿Estaba llorando...? Algo en el pecho la hizo sentirse sumamente culpable. Quizás en los últimos tiempos, la relación con Jace había sido como un puzzle desencajado, pero no era culpa del joven. Él lo había intentado por todos los medios.
-Eres un gran chico. No. Un gran hombre, Jace. Eres apuesto e inteligente, ocupas un cargo importante en el ejército real, y eres honrado. Las mujeres se matarán por llenar tu corazón y tu cama.
Él hizo un gesto con la mano que indicaba que no quería seguir escuchándola.
-Toda la vida... prodigando justicia... para ser tratado tan injustamente -cuando alzó el rostro, tenía los ojos enrojecidos. Yara nunca lo había visto llorar, y era una imagen verdaderamente turbadora. En otras circunstancias, habría corrido a su abrazo para consolarlo, pero él se colocó el casco enseguida y ocultó sus facciones tras el frío metal. Luego cruzó la habitación y se detuvo cerca de la pared. No la miró, tratando de recomponer su actitud regia e imperturbable.
-Sígueme. Te sacaré de aquí -dijo al fin, con toda la inexpresividad de la que fue capaz.

Pony sirvió otra jarra de vino. Resopló, agotada. Aquellos tacones la estaban matando, pero eran los preferidos del anfitrión de la fiesta. Se los había pedido expresamente a ella, y no se podía negar; era un buen cliente y merecía ser satisfecho. Dejó que su mirada se perdiera por el cristal de la ventana por un segundo, y se preguntó cómo estarían los chicos. Su hermana, Valiant... sintió una punzada de celos que quiso despejar por todos los medios con aquella sonrisa enorme que trataba de compensar la oscura mancha de nacimiento en torno a su ojo.
Pony vendía una idea con su actitud: no soy guapa, pero soy muy complaciente.
Una vez, cuando apenas tenía catorce años, oyó a los chicos de la hermandad jugando a las preguntas. Valiant dijo que, después de Kamilla, Pony era la chica más guapa de los Gatos, y eso la llenó de orgullo. Por supuesto que no podía compararse con su hermana, pero esque Kamilla era toda una belleza exótica. Asumiendo que pocas mujeres podían competir con ella en belleza, Pony sintió que su corazón se llenaba de dicha.
Claro que hubieron otros hombres, y otros piropos más encantadores. Pero ninguno la hizo tan feliz como aquella casual pero afortunada escucha a hurtadillas.
Cuando la puerta del burdel volvió a abrirse, no fue un cliente el que la atravesó. Fue Kamilla, con el rostro tan cansado que su hermana juraría que no la había visto nunca así. La siguió con la mirada mientras subía las escaleras hacia una de las habitaciones, y luego se escaqueó para darle alcance. Llegó al cuarto cuando Kamilla se había derrumbado en la cama, por causa de aquellos ridículos tacones que no la dejaban sino dar pasitos de idiota. Al asomar la cabeza por el marco de la puerta, encontró a la joven Gata abrazada a la almohada, con el rostro escondido.
-¿Kamilla...? -se atrevió a preguntar. -¿Cómo ha ido todo...?
Por toda respuesta, la chica finalmente rompió a llorar.


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By Rouge Rogue

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