Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
Si crees que pueden herir tu sensibilidad, por favor no continúes leyendo.
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lunes, 17 de octubre de 2011

CAPÍTULO 45: LA DEIDAD DE LA MUERTE

Los jóvenes la miraban con recelo.
Ella bufó como una gata, apretándose contra la esquina de la celda.
Con el cabello oscuro alborotado, parecía aún más salvaje de lo que dejaban adivinar sus ojos, y aunque había temido en algún momento por su integridad, se habían mantenido al margen lo suficiente como para que incluso pudiera pensar en salir de allí con vida.
Kamilla estaba encerrada junto a un puñado de muchachos de los Cuervos. Los habían apresado a todos, sin distinción, como ratas cayendo en una trampa, demasiado asustadas para saber hacia dónde correr. Estaba convencida de que en otras circunstancias, lo más probable era que se hubieran abalanzado sobre ella para violarla y matarla después. Pero allí estaba aquél muchacho, que no había soltado palabra desde que los encerrasen en la mazmorra, y sin embargo todos parecían obedecerle ciegamente. El joven la había escrutado de arriba a abajo con desdén; ella sabía de quién se trataba. Karoth Teihje'neen, el antiguo líder de los Cuervos. Entre los suyos, era muy bien considerado, e incluso los Gatos y los Titanes habían tratado de convencerlo de que se les uniera, pero no de valde los Kandorianos eran orgullosos y tenían algo que los ratas de Bereth desconocían: sentido del honor.
Karoth se había sentado al otro lado de la celda, cerca de la puerta, y miraba hacia el exterior como quien se encuentra cómodamente emplazado en su lugar preferido. Ningún otro de los jóvenes se había atrevido a acercarse; y eso la hizo suponer que, efectivamente, él era un buen líder. Estrechó la mirada y lo recorrió de arriba a abajo con los ojos.
Era curioso.
Los brazos fibrosos, el flequillo rebelde, y aquél aire de tenerlo todo siempre bajo control, eran cosas que le recordaban a Valiant. En el fondo, siempre había sabido que Valiant Cross había nacido para liderar la Hermandad, pero él no tenía interés alguno en hacerlo. Era lo que lo diferenciaba de Karoth, y posiblemente del resto. Valiant tenía poder al alcance de su mano, y no lo quería.
-¿Qué estás mirando? -preguntó uno de los reclusos entonces. Kamilla arrastró la vista hasta él, con desgana, y mantuvo el gesto sereno. El chico mascó el caucho que tenía en la boca y le aguantó la mirada largo rato. -Te he hecho una pregunta, gata de mierda.
-Qué valiente eres. ¿Te sientes poderoso porque sois seis contra una?
Karoth entornó los ojos, puestos en el guardia que patrullaba por el pasillo. El muchacho arrugó los labios, envalentonado.
-¿Y tú? ¿Te pones cachonda porque somos seis contra una?
-Preferiría quemarme en la hoguera antes que tenerte dentro de mi cuerpo; piojoso.
El muchacho dio un paso al frente, y el haz de luz que se colaba por la ventana reveló con mayor claridad su aspecto. El cabello castaño, recogido en una coleta pequeña, y los flequillos largos y deshechos. El rostro alargado, de formas anguladas y nariz recta. Kamilla había creído ver a un crío de unos 18 años, pero al fijarse mejor, debía tener 3 o 4 años más.
-¿Y eso lo dice la furcia de Valiant Cross...?
La joven apretó los labios. El nombre de su amado en boca de aquél niñato le erizaba los nervios.
-Es el más mierda de los ratas del este, y ni aun con eso puedes retenerlo. Te ha cambiado por una con las tetas mejor puestas y el chochito rosa -se burló de la chica. Los ojos de ella se encendieron por un instante y se puso en pie como un resorte, sin siquiera reparar en lo que hacía.
-Déjala ya, Lloth -intervino un segundo muchacho, pero sin hacer ademán de levantarse.
-¿Qué? ¿Vas a plantarme cara...? -el joven de los Cuervos dio otro paso hacia ella, pero eso no la intimidó. Estaba furiosa; si hubiera tenido un arma a mano... -A mí me resbala de quién seas novia. Los Gatos deberíais moriros, todos. Disfrutaré llevándote al cadalso de la mano -sonrió con malicia. Kamilla abrió los ojos con una nueva perspectiva. No se había planteado la idea de que pudieran morir allí.
-No le hagas caso; odia demasiado a demasiadas cosas -el muchacho que había hablado antes se acercó Kamilla, y trató de cogerla por los hombros, pero ella bufó de nuevo y retrocedió un paso. Él dejó las manos en alto.
-Cállate. Mira en el lío en que estamos -masculló Lloth. Se pasó las manos por el pelo, tratando de pensar, y se puso a caminar por la pequeña celda.
-Tenía un hermano gemelo -se explicó el otro, señalando a su amigo. -Los gatos lo mataron. Lo tiraron al Quith y sus aguas turbias nos lo trajeron en descomposición. Desde entonces, Llothringen no ha sido el mismo.
-¿Por qué le cuentas eso a la furcia? ¡Es uno de ellos! ¡Deja de tratarla como si fuéramos amigos de toda la vida! ¡Ellos mataron a mi hermano! -el muchacho alzó la voz tanto que el guardia dirigió su atención hacia ellos por un instante. Karoth se puso en pie de un salto y lo agarró por el brazo. Le retorció la muñeca con un simple gesto hasta hacerlo arrodillarse por el dolor y mantenerlo inmóvil. Lloth masculló y maldijo en varios idiomas, posiblemente alguno inventado.
-Cálmate, ¿quieres? Es inútil pelear ahora. Aquí dentro todos somos la misma mierda. Si no salimos con vida, la guerra entre Cuervos y Gatos no sirve de nada -espetó el muchacho Kandoriano. El resto de los suyos asintieron, incluído Lloth, y el otro joven le tendió la mano a Kamilla.
-Me llamo Dallas, y Loth es mi mejor amigo. Quizás no lo parezca pero es un gran tío.
-Que te jodan -rumió el susodicho, visiblemente ultrajado. Se cruzó de brazos y se sentó cerca de Karoth, volviendo la vista al otro lado para no tener que ver a Kamilla.
-Tienes razón -dijo ella al fin. -No lo parece; en absoluto.

No estaba segura de cuánto tiempo la retendría Jace allí. Tampoco de lo que pensaban hacer con Valiant, y por todos los demonios, Allain. ¿Le preocupaba Elric? Qué más daba, tenía que ir a ayudarles, como fuera. Ellos estaban allí por su culpa; por su cabezonería, por su insensatez. Cada paso que había dado desde que se cruzara en el camino de ambos jóvenes no les había traído más que problemas. No se iba a morir tranquila si no podía resarcirlos aunque fuera un poco.
Abrió el enorme ventanal del dormitorio y dejó caer la larga ristra de sábanas que había humedecido con agua y anudado entre sí. Se había desprendido del vestido; no tenía nada de ropa en casa de Jace, así que se quedó con la combinación interior. El escueto picardías no tapaba demasiado, y hacía frío en la calle. Pero qué demonios.
Yaraidell se encaramó en lo alto del alféizar y se agarró con fuerza a la sábana. Intentó dejarse caer con suavidad, pero sus brazos no tenían la fuerza suficiente para sostenerse, de modo que cayó sin poder remediarlo algunos metros antes de topar con un nudo que frenase sus pies. Gimió, con las palmas de las manos doloridas por la abrasión, y después comenzó a bajar despacio. Cayó de pie y los finos zapatos de tacón -suerte que no eran muy altos- la hicieron tambalearse.
Al final, se deshizo de ellos y echó a correr descalza hacia la salida de la mansión.

Syrtos era una bella criatura.
Tenía las mismas facciones hermosas y el porte esbelto que su hermana gemela, Vide. Pero mientras que la diosa disfrutaba creando vida y dotando de esplendor todo aquello que con sus manos tocaba, Syrtos aprovechaba este don para sus fines propios. Se hizo a sí mismo como un dios arrogante y malicioso, que disfrutaba conquistando a las mortales. Su acusado sentido del orgullo y la posesividad lo empujaba a arrancarles la vida después de disfrutarlas, para que ningún otro pudiera hacerlo tras él. De este modo creó una estela de muerte que se prolongó durante siglos y su pasión por la sangre y el sexo se hizo más acusada; también su orgullo se creció, hasta que llegó el momento en que sintió que ya no habia mujer que se le resistiera. Fue entonces que puso sus ojos sobre su propia hermana, Vide, la única de las diosas que aún no había cedido a sus encantos. Pero Vide repudiaba todo aquello que Syrtos era, porque podía leer la oscuridad de su corazón. Cuando Syrtos se sintió rechazado por su hermana, sucumbió a la cólera y la forzó. Syrtos engendró una semilla oscura en su hermana que mermó el poder de la diosa, y ella a cambio lo maldijo. La muerte había vencido a la vida, la había consumido y la había vuelto limitada en su poder, pero Vide confinó a su propio hermano en la celda sin frontera de las sombras, de modo que desde entonces, él nunca volvería a ver la luz del sol.
Desde aquél momento, Syrtos reinó en lo oscuro; se alzaba en todo su poder con la caída de la noche y oteaba los cielos, anhelando regresar al hogar del que lo habían expulsado. Pero, impotente, su dolor lo consumía cada noche y lo sumía en la locura, empujándolo a seguir matando, violando, y causando temor.
Syrtos se convirtió en el dios de la sangre y lo oscuro.
Tenía siete putas, llamadas muertes. También se las conocía como pecados mortales. Se decía que quienes servían a los pecados del cuerpo y la carne, servían al mismísimo dios, y por ello los hombres rehuían la existencia poco virtuosa. La deidad adoptaba muchas formas, pero ninguna dejaba de ser maligna, y siempre exigía sacrificios. Syrtos se llevaba a los vivos y los torturaba por toda la eternidad para desahogar sus más bajos instintos.
Todo aquello se lo contó Synister Owl, cuando él no era más que un niño.
Allain nunca había creído en los dioses, ni en ninguna fuerza superior que regiera el destino de los hombres, pero había llegado a creer en Syrtos, porque había visto la muerte desde cerca. Y allí estaba ahora, solo. Mirando al techo de la celda y preguntándose tantas cosas.
¿A quién se llevaría Syrtos esa noche?


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By Rouge Rogue

1 comentario:

  1. joe Que mal rollo con Syrtos no?.... Kamilla me da muhcisima pena...
    Nana

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