Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
Si crees que pueden herir tu sensibilidad, por favor no continúes leyendo.
Gracias por visitar mi blog.

sábado, 22 de octubre de 2011

CAPÍTULO 46: EL MAL QUE VIENE DESDE DENTRO

Cuando regresaron a la celda, lo hicieron sin Valiant.
Aquello puso en sobreaviso a Allain, que tensó los músculos mientras los guardias lo apuntaban con la espada. Si quisiera, podía matarlos a los dos con unos cuantos movimientos. No sería difícil desarmarlos y tenerlos a merced, ¿pero entonces? Había demasiados cabos sueltos para permitirse poner en alerta a todo el calabozo. Tenía que recuperar sus armas, encontrar a Valiant. Sacar a los gatos de allí, y además si su plan funcionaba, ganarían mucho terreno contra el Círculo. Pero para eso tenía que esperar... Tendió los brazos y se dejó atar sin oponer resistencia. Esperar y dejarse torturar.

Cuando Yaraidell se acercó al guardia aquella noche, no tenía mejor pinta que una fulana cualquiera. Incluso, para ser una furcia de los barrios altos, iba bastante deshecha, sin zapatos, el cabello alborotado por la carrera, la piel sudorosa y sin otro atuendo que el bonito picardías rosa nacarado con encajes blancos. El hombre, sin embargo, no le hizo ascos a aquella pequeña distracción en su turno de vigilancia, y sonrió bobamente mientras ella fingía ofrecerle algunos servicios. No mucho después, el hombre estaba muerto. Yara se mordió el labio y se miró las manos con horror, mientras la sangre que brotaba del cuello del soldado resbalaba por la piedra y se acercaba a sus pies desnudos. Cerró los ojos, y volvió a guardar el abrecartas en el filo de su ropa interior. Luego le robó al muerto la espada y el cuchillo reglamentarios, y avanzó hacia el interior cargada de miedos, pero también con determinación. No tenía ningún plan. No sabía dónde estaban los muchachos. Ignoraba de qué modo iba a conseguir las llaves de la celda. Eran demasiadas cosas en los que no quería pensar. Maldita sea, quizá por eso su padre nunca la había querido en el ejército. Ella lo había atribuído al hecho de que era una mujer, pero ahora descubría también que era una mala estratega cuando se ponía en juego algo que le importaba de verdad.

Kamilla apretó los labios, con visible bochorno. Contuvo las ganas de llorar, y eso le hizo gracia al hombre, que se echó a reír mientras su compañero aún se esmeraba con las últimas embestidas. Ella tenía las manos apoyadas en el potro de madera y el guardia la disfrutaba desde atrás, a la vista de todos los chicos de los Cuervos. La joven giró el rostro hacia la pared opuesta, tratando de no encontrarse con las miradas regocijadas de ellos, pero lo cierto era que ninguno de los Cuervos disfrutaba ahora con su dolor. En circunstancias normales, se habrían unido al festín. Pero las ratas eran ratas, y ahora el enemigo común eran los guardias. No pararían hasta matarlos a todos por torturar a una de los suyos.
-Joder, ¿aún te queda? -preguntó, ansioso, aquél que vigilaba mientras el otro se follaba a la muchacha.
-Un... poco... -respondió su compañero, procurando una embestida profunda a la mujer tras cada palabra. Se hundió en ella flexionando ligeramente las rodillas para empujarla desde abajo hacia arriba. Hasta el fondo.
-Maldita sea, a ver si van a pasar los de control y no estoy en mi puesto. Date prisa -lo apremió, mientras echaba un vistazo al otro lado del pasillo. El violador puso cara de esfuerzo.
-Necesito... algunos... minutos. Ve y te llamo cuando te toque -apretó los dedos contra las nalgas morenas de la joven y luego comenzó a moverse más deprisa. El otro chistó y negó con la cabeza, pero obedeció y se perdió por el corredor para regresar a su puesto de vigilancia. Los dejó solos. Cuando los achaques del hombre se hicieron más violentos, ella tuvo que esforzarse por no gritar de dolor. Se mordió los nudillos; no estaba dispuesta a concederle el placer de verla sufrir. A ella, no.
De repente, el ruido cesó.
Los gemidos de cerdo, las embestidas. El líquido caliente le salpicó las nalgas desnudas. Kamilla supuso que se había corrido sobre ella, pero el cuerpo inerte del guardia cayó al suelo de lado, con los ojos muy abiertos, perdidos en la nada. La chica se giró deprisa y descubrió la sangre que la manchaba, y también vio a Yaraidell con miedo en los ojos, sosteniendo en alto el cuchillo de plata. Kamilla tardó en relacionar ambas cosas. Demasiadas preguntas sin respuesta, pero algo sí que le cruzó la mente en una fracción de segundo. Se arrodilló deprisa cerca del guardia y le robó las llaves del calabozo.
-Eh! Eh! -los Cuervos comenzaron a estirar las manos hacia ellas, gritando en voz baja para no alertar a nadie.
-Sácanos de aquí. ¡Vamos, deprisa!
Kamilla contó las llaves y encontró la que debía ser la de la celda de los muchachos. Luego la sostuvo en la mano, sin saber que hacer. Finalmente echó a caminar por el pasillo, llevándose las llaves consigo. Yaraidell trotó tras ella, descalza. Tenía la incertidumbre dibujada en el rostro, pero al lanzar una última mirada a la celda, descubrió a un muchacho silencioso, sentado en una esquina, mientras todos se arrebujaban para suplicar por su libertad. Yara entreabrió los labios y agarró a Kamilla por el chaleco, para retenerla.
-Saquémosles de aquí -dijo, señalando la celda.
-¿Por qué? Son Cuervos. Te han violado y humillado cuando han podido -la muchacha morena la miraba desde la superioridad de su estatura. Además, llevaba aquellas botas de tacón. De repente Yaraidell se le antojó todo aquello que no había creído jamás que fuera. Encontró en ella una belleza irresistible, más allá de sus facciones de muñeca de porcelana. Encontró una dulzura en sus ojos, en sus labios, que ella nunca había poseído. Maldita fuera, crecer en las calles la endurecía a una.
-Karoth fue amable conmigo. Siento que le debo este favor -dijo en voz baja, y la otra chica lanzó los ojos hacia el muchacho Kandoriano. Sí... Definitivamente, debía ser un Valiant en versión morena. Dioses, el mundo estaba loco. Y ella también.
Corrió hacia la celda y tanteó con la llave la cerradura, mientras todos dentro suspiraban de alivio.
-Os sacaré con una condición -advirtió ella, y todos apremiaron para que lo hiciese deprisa. -Tregua, hasta que todos, Cuervos y Gatos, hayamos salido de este maldito lugar.

-Esta es una buena espada. ¿Se la has robado a algún noble? -dijo el guardia, pretendiendo hacerse el entendido. Allain puso los ojos en blanco. Realmente no podía tener ni idea de lo especial que era aquel arma. Una espada legendaria. El hombre deslizó los dedos por la funda negra y desenvainó a Desdicha. La analizó, poniendo cara de aceptación mientras la probaba en el aire. Sus dedos se aferraron a la empuñadura con ahínco; más del que había pretendido, y luego afirmó.
-Una espada digna de un rey. Sí... creo que ya tiene un nuevo dueño...
-Yo que tú soltaba eso, amigo -lo advirtió Elric. Su mirada se había vuelto severa ahora. El guardia lo miró con desdén.
-¿No me digas, amigo? -respondió, y lanzó un corte rápido contra el abdomen del mercenario. La herida se abrió, sangrante, en cuestión de milésimas de segundos, y Allain gimió de dolor. Pero aún más, el guardia gritó también. La empuñadura de la espada había quemado, por un momento. Se miró el guante, corroído en aquellas zonas de contacto con el arma, y lo observó con cautela. Allain tosió.
-Suelta... esa espada. Hazlo. Ahora. O atente a las consecuencias.
El soldado volvió a mirarlo con el ceño fruncido. No lograba entender qué había ocurrido, pero el simple hecho de que un vagabundo cualquiera le diese órdenes lo ponía furioso.
-Cierra la puta boca, bastardo -levantó la punta de Desdicha y le atravesó el hombro derecho con ella. Allain gritó con el rostro alzado al techo. El dolor lacerante le calaba piel, músculo y hueso por igual, y la sangre alimentaba a la espada, resbalando por su hoja casi con deleite. Pero el regocijo del guardia duró bastante poco; enseguida se apartó de él y arrastró la espada consigo, mientras gritaba atormentado. Los ojos se le abrían de par en par; el guante se había consumido entero. Pero no sólo el guante, sino también su piel. Aquella extraña fuerza oscura le estaba devorando la mano y él no podía hacer nada.
-Tira...la... espada... -masculló Elric.
-¡No puedo! ¡No se suelta! ¡JODER! -agitó el brazo con todas sus fuerzas, pero el arma estaba adherida a su piel como si se alimentase de ella. El músculo dejaba ver en algunas zonas el hueso que había debajo, mientras el guardia se retorcía sobre sí mismo de dolor.
-¡Córtate la mano! ¡Hazlo!
Pero no lo hizo. Bien porque el dolor le impedía reaccionar; bien porque el miedo era demasiado acusado. La mano se consumió entera hasta dejarla hecha esqueleto, y sólo entonces, Desdicha cayó al suelo. No obstante, el tormento no cesó ahí. Aquél ácido ascendió imparable por el brazo del hombre, que se acercó a trompicones a la mesa más cercana. Agarró un cuchillo con la mano izquierda y lo acercó, dudando. Asestó una cuchillada con todas sus fuerzas y el arma se le hincó en la carne, apenas medio centímetro. Un cuchillo no estaba diseñado para separar huesos y músculos con un solo tajo. Tendría que serrar. Sin embargo la magia lo habría consumido antes de que él consiguiera desprenderse del brazo, y ya la herida estaba demasiado alta para poder cortar con otro tipo de arma sin ayuda de nadie.
Los gritos del guardia se extendieron por todo el pasillo, inútilmente. Estaban en el pabellón de torturas, y allí los gritos eran lo bastante frecuentes como para que nadie se alarmase y viniese a ayudar.
-¡QUÉ ES ESTO! ¡PÁRALO, JODER! ¡DETENLO! ¡TE DEJARÉ LIBRE! -se arrodilló con los ojos implorantes, pero Allain negó con la cabeza. Su hombro y su abdomen sangraban.
-Yo no puedo pararlo. Te advertí que no la cogieras.
-¡ES TU ESPADA! ¡TIENES QUE PARARLA! -volvió a gritar. La herida subía ya por su hombro. Enseguida le alcanzaría los pulmones, la carótida, o algún otro punto que pusiera fin a su vida.
-Te equivocas... esa no es mi espada. Yo soy su mano.
El hombre tosió, escupió sangre a los pies de Allain. No tenía fuerzas para replicar, ni para rezar. Ni para maldecir. El mercenario cerró los ojos. Esa no era su espada.
Era la espada de Syrtos.


-----------------
By Rouge Rogue

1 comentario: