Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
Si crees que pueden herir tu sensibilidad, por favor no continúes leyendo.
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martes, 4 de octubre de 2011

CAPÍTULO 37: PERDIDA ENTRE LAS SOMBRAS

Daleelah se miró una vez más en el espejo.
Ya se había cansado de llorar.
Ahora era un vacío en el estómago lo que la sacudía cada vez que pasaba sus ojos por aquellas cicatrices que el maquillaje no lograba disimular. Se estaba haciendo vieja, y además era monstruosa. ¿Qué haría después de aquello? ¿Valía la pena seguir consagrando su vida a servir a los hombres que la trataban peor que a una perra día tras día? Pero, ¿adónde iría si no? ¿Con quién? A ella no la esperaba nadie por la noche para calentarle la cama después de un día horrible de trabajo. Nadie que se interesase por saber cómo se sentía. Nadie que la mirase con amor.
Estaba convencida de que habría vuelto a echarse a llorar, pero sus ojos estaban ya muy secos. Se daba asco a sí misma.
La que es puta una vez, es puta siempre, se recordó. Ni siquiera era capaz de comprender por qué se había mantenido anclada en aquél mundo que detestaba, que no le había dado ninguna satisfacción. Hombres... bufó.
A veces habían sido amables, y hasta tiernos, no lo podía negar. Había encontrado dulzura en manos callosas que habían creído morir sin poder tocar a una mujer. También dedos temblorosos de piel suave en efebos que deberían estar poco menos que recién destetados. ¿Pero había disfrutado alguna vez de verdad con uno de ellos...? El corazón le golpeó con fuerza una única vez en el pecho, luego se ahogó. El Ángel de alas negras... siempre la miraba distinto. Distinto no significaba mejor, ni peor, sino distinto. Las pocas veces que se había consentido analizar su rostro, lo había notado. Qué cosa tan absurda, después de todo lo que él le dijo, el poco tacto del que hacía uso y aquella chulería barata que tanto detestaba...
No, no era cierto. Daleelah conocía demasiado bien a los hombres para haberse dejado afectar por ese escudo frívolo. Eran sus ojos lo que la habían asustado. Leer en ellos una acusación silenciosa, algo de reproche contra ella, mientras sus labios se esforzaban por fingir superioridad. Sentir que él estaba ¿decepcionado?... No era sólo una locura, era pretender demasiado. Significaría que ella le importaba en algo.
Uno tropieza con la misma piedra dos veces... y por lo visto, hasta treintaidós.
Esas fueron sus palabras.
Pero, ¿cuál fue la primera vez que tropezaron...? Se sentó cuidadosamente en la cama. Aun poniendo toda su delicadeza, los moratones le dolieron y los huesos maltrechos se quejaron por los golpes de días atrás. Había perdido la noción de los hombres que entraban y salían de su cama cada noche... era difícil estimar cuándo fue su primer encuentro. Estrechó la mirada, clavada en el infinito. Un hombre alto, moreno, media melena, perilla. Fornido, de manos regias pero habilidosas... acabó por cerrar los ojos y suspiró, imaginándolo. La nariz de puente recto, los labios finos y bien dibujados, la mandíbula angulada. El cuello... ah, cuando lo besaba le llegaba el suave aroma de su masculinidad. Le encantaba dejar que sus dedos se escurrieran por el pecho del hombre, bajando por su abdomen hasta perderse en su pantalón... ¿le encantaba? Daleelah apretó las piernas, avergonzada consigo misma por estar excitándose. Le gustaba, le gustaba el Ángel de alas negras. ¿Por qué habría sido tan altiva la última vez? Él siempre volvía... siempre regresaba a buscarla. Pues claro que disfrutaba con ella, ¿qué importaba que dijese que no? Ella sabía que estaba mintiendo. ¿Para qué necesitaba escucharlo de su boca...?
Suspiró por la nariz y se dejó caer sobre el colchón.
¿Y si él se había tomado enserio su provocación y ya no volvía...?
Demasiadas preguntas sin respuesta, era frustrante. Además, si él la viese de nuevo... Dioses, no quería pensarlo. Con aquella cara demacrada, el hombre no la encontraría de su agrado. Seguramente ya no querría volver a pagar por ella, y aquella idea se le antojó sumamente angustiosa. Porque Daleelah habia deseado abandonar aquella vida tanto tiempo atrás, y si no lo había hecho, era sencillamente para poder volver a verle.

La chica apretó el paso por las calles.
La noche se había cernido sobre la ciudad, y amparada por la oscuridad de las sombras, se había escapado de casa. Se mordió el labio inferior, andaba preocupada. No solía frecuentar los callejones angostos de los suburbios a aquellas horas de la madrugada, era tan estúpido como meter la mano en la boca de un lobo, pero no había tenido elección. Jace se habría empeñado en acompañarla -seguía interponiendo su intachable sentido del deber a absolutamente todo- y no podía pedirle eso. Primero, porque no habría sido un reencuentro en condiciones si su prometido mediaba en él. Valiant se habría mantenido a la defensiva, con aquella actitud altiva que era más propia de ella que de él, y no habrían podido dialogar cómodamente. Segundo, porque pese a lo mucho que apreciaba a su ¿amigo? -Ya no sabia cómo definirlo, en cualquier caso- él y Jace pertenecían a mundos completamente opuestos. Eran la noche y el día, el bien y el mal. Y todas las cosas relativas y cuestionables posibles tomaban forma en ellos y se repelían con la naturalidad con que la vida busca un equilibrio. Por último, y esto era incuestionable, ella era así de idiota. Siempre tenía que salirse con la suya, aunque se pusiera en peligro absurdamente; su orgullo le impedía depender de un hombre para salir a las calles. De modo que allí estaba, envuelta en el manto -había pretendido ser una capa de viaje sencilla, pero se revelaba de buena calidad aun en la noche- y haciendo resonar lo menos posible sus botas contra el adoquinado del suelo. Yaraidell trató de hacer memoria y recoger detalles sobre las cosas que Valiant le había contado en sus viajes. Las calles que solía recorrer, los edificios que mencionaba. Siguió caminando hacia la zona profunda de la ciudad. Era un asunto peliagudo, pues recordaba que Silverfind estaba ocupada por tres bandas de rateros, rivales entre sí. No le había prestado demasiada atención a las historias del chico, y ahora se lamentaba. Si se equivocaba de territorio era muy posible que se metiese en un problema enorme. ¿Y si no se equivocaba? ¿Qué era lo que tenía que decir...?
Se detuvo en mitad de la calle, paralizada por un momento.
¿Qué estaba haciendo? ¿Adónde estaba yendo...? ¿Valía la pena arriesgarse de aquél modo...? Dudó por un instante sobre si dar el siguiente paso, pero antes de que pudiera hacerlo, una sombra cruzó a sus espaldas. La chica se giró, sobresaltada, y se hizo pequeña dentro de la capa que le cubría los hombros. La calle larga y fría estaba vacía por completo. A ambos lados, las casitas combadas por la humedad del río Quith se doblaban tétricamente como si pretendiesen engullir a los caminantes, ofreciendo un panorama de pesadilla. Abrió la boca, pensando preguntar si había alguien allí, pero decidió que no era lo más sensato. Volvió a girarse y se concienció de que ya que estaba en un lío, al menos saldría de allí de la mano de Valiant. Valiant, ¡qué demonio de chico! ¿Cómo podía él haber crecido en aquellas calles tan oscuras, tan tristes y desoladoras, y tener una sonrisa tan cálida...? Trató de concentrarse en los ojos verdes del muchacho, pero cualquier atisbo de color había desaparecido de su imaginación, ahogado por los grises del paisaje. Grises. Como los ojos de Allain...
Algo se movió a su derecha.
Unos círculos brillantes relampaguearon por un segundo en la oscuridad del callejón adyacente, heridos por la luz de la luna, y la chica se sobrecogió. Luego desaparecieron otra vez. La voz de Yaraidell tembló.
-¡Qui-quién eres! -no tenía sentido pararse a preguntar. No en las calles. De repente recordó uno de los mejores consejos que le había dado Valiant para aquellos casos.
"Tira todo lo que tengas de valor, y huye."
El por qué, Yara no lo había pensado hasta entonces.
Si el acechador era un simple ladronzuelo, tal vez se entretendría en recoger el botín e incluso se diera por satisfecho. Si se trataba de un violador, bueno, la cosa era más complicada, y posiblemente nada de lo que hiciera sirviese de mucho.
Pensaba en aquello mientras buscaba en sus bolsillos con manos temblorosas, pero no había llevado nada consigo. Nada excepto el cuchillo, en la parte trasera del...
-¿Buscas esto? -Yara ahogó un grito y se giró para mirar la figura a sus espaldas. El chico ladeó la cabeza y la observó con expresión felina mientras sostenía entre dos dedos el arma que ella creía llevar encima. ¿Cuándo se la había arrebatado...? La muchacha hizo un movimiento rápido con la mano; trató de quitarle el cuchillo al desconocido, pero él lo lanzó un momento al aire, y lo recogió de nuevo. Ninguno de los tres intentos siguientes de la joven dio resultado, hasta que arrancó una carcajada al chico.
-Ya veo que sí que lo buscas. ¿Y qué harás con él si te lo devuelvo...?
-No tengo oro encima; y si quieres tomarme, espero que no te importen las ladillas.
El joven alzó una ceja, sin borrar la sonrisa de su rostro. Dio un paso hacia delante, y se guardó el arma en su propio cinturón. Al entrar directamente en el haz de luz que se colaba entre los tejados, la chica pudo distinguir su rostro. Moreno, media melena, algo más corta por detrás. Ojos fieros, nariz aguileña, tez bronceada. Quizá si hubiese crecido en un lugar más favorable lo habría encontrado incluso guapo... ¿pero en qué demonios pensaba?
-No me importan las ladillas, en absoluto. Hace tiempo que aprendí que era mejor afeitarse "todo" -sonrió socarronamente, inclinándose hacia ella. Alargó la mano y de un gesto decidido la desprendió de la capucha. Abrió los ojos con regocijo, y Yara tembló.
-La ostia, sí que eres guapa -comentó con la naturalidad de un niño mientras la analizaba. -Qué suerte he tenido hoy... -Le acarició las mejillas suaves con el dorso de su mano. Era una mano curtida, llena de arañazos y cortes. Manos acostumbradas al dolor; a sufrir y a producir sufrimiento. Yara exhaló un suspiro asustado y tembló como un gatito arrinconado.
-Por favor... Te daré lo que quieras...
-Shh... pues claro que me lo darás... -susurró acercando sus labios al cuello de la muchacha. Ella se apartó de un brinco, y los ojos del ladronzuelo se encendieron de curiosidad.
-Soy amiga de Valiant, ayúdame. Ayúdame a encontrarle y te pagaré, más oro del que hayas visto en tu vida -comentó apresuradamente por los nervios. Las pupilas de él se contrajeron por la sorpresa. ¿Decía la verdad...? -Es un chico de media estatura, delgado, rubio, con los ojos verdes y...
-Valiant Cross -la cortó él. Su expresión había cambiado en apenas un instante, ya no la veía como un juguete, sino como algo más. Sin embargo su actitud seguía siendo la de un depredador.
-¿Le conoces? ¿Me ayudarás...?
-Vaya que si le conozco... -dijo, resueltamente, y se sacó el cuchillo del pantalón. Entonces la apuntó con la hoja. -Vas a venir conmigo. A lo mejor si Valiant se da prisa, puede recoger después tus restos.


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By Rouge Rogue

1 comentario:

  1. jojojojo se puede meter mas la pata?? ahh no puedo esperar a ver que pasa!

    Sas

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