Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
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martes, 4 de octubre de 2011

CAPÍTULO 38: EL CASERÍO

Había tratado de correr, de chantajearlo, de forcejear, pero todo había resultado inútil.
El muchacho no sólo era mucho más rápido y fuerte. También astuto, y parecía tomárselo todo con un impenetrable sentido del humor. A Yara aquello la desesperaba. La condujo a marchas forzadas a través de la vasta oscuridad del puente que sobrepasaba el Quith. Si había creído por un momento saber lo que eran los suburbios, allí descubrió que realmente nunca había tenido idea de nada. Allá donde la ciudad terminaba, empezaba un mundo nuevo. Un mundo que habría preferido no tener que ver. ¿Valiant se había criado en un lugar así...? Su joven captor parecía estar leyéndole el pensamiento, y le dio un codazo leve en el costado.
-Bienvenida al reino de las ratas.
Yaraidell clavó los ojos en el muchacho, exigiendo en silencio una explicación. Tal vez deseaba preguntar, ¿por qué? ¿Por qué la gente permitía que existieran sitios así? ¿Por qué nadie hacía nada, y a quienes vivían allí no parecía importarles? Volvió a barrer con la mirada el lugar. ¿Dónde estaban los colores vivos de las calles donde ella había crecido...? El dorado de los adoquines bañados por la luz del sol, las puertas de madera y contraventanas trabajadas con hierro, pintadas de verde o azul. Las flores adornando los alféizares, los felpudos en las entradas. Los tejados rojizos; el cielo abierto.
Aquello parecía una ciudad a pequeña escala dentro de Silverfind. Solo que una ciudad engullida por otra más grande, arrasada y ocupada por la fuerza, y sus habitantes tenían el triste aspecto de los desalojados de una guerra perdida. Una montaña de residuos se alzaba al otro lado del río, cerca de la orilla. Montones de desperdicios, la basura de toda la ciudad, iba a parar allí. El hedor era penetrante e insoportable, Yara se llevó las manos a la nariz y parpadeó con fatiga. El joven picaruelo pareció no notarlo siquiera.
Hasta el sonido de sus pasos resultaba diferente en aquél lugar.
La piedra estaba humedecida por las aguas estancadas del río, e impregnadas de los líquidos en descomposición del enorme vertedero. Según se alejaban de la montaña de putrefacción, Yara sintió que los pies se le pegaban a las baldas sucias de meados y quién sabe qué otras sutancias. Mirara donde mirase, había gente por las calles.
En Silverfind, pasear en la oscuridad de la noche era inseguro. Allí no parecían regirse por las mismas reglas de sentido común, o tal vez se debiera a que no tenían una casa a la que irse a dormir. Los vagabundos regaban los rincones; tantos que no podían siquiera sentir lástima por ellos. Ciegos, tullidos o retrasados, no importaba. En la siquiente esquina siempre había alguien en peores condiciones. Y sobre la maraña de calles desordenadas y de casas -¿casas? verdaderamente estaban construídas con restos de madera y metal para formar un techo precario y, con suerte, alguna pared que los resguardase del frío- se alzaba un enorme caserío que dejó a Yara boquiabierta. La mansión no sólo destacaba significativamente por contraste con el paisaje, levantándose hacia los cielos con el poderío ancestral de varias generaciones, sino que en sí misma era magnífica. Yara supuso que, antes de que los ratas y la gentuza plagaran la zona, aquello serían los dominios de alguna familia acaudalada. Tal vez en los inicios de la creación de la ciudad...
Sin embargo ahora el caserón estaba corrompido. Las paredes de madera envejecida, apulgaradas por la humedad del río. Los tejados combados, agujereados en muchas de las zonas visibles. Los cristales ennegrecidos, la mayoría de ellos rotos, y el recibidor, que posiblemente antaño fuese precioso, estaba recubierto de polvo y mugre y algunas otras cosas que ella no supo identificar.
Subieron las escaleras de la entrada.
Había un grupo de jóvenes arremolinados cerca de la puerta; parecían jugar a algo en el suelo. Reían.
¡Risas!
Por los dioses, si ella viviese en un lugar así, no desearía volver a sonreír de por vida. Cuando pasaron cerca de ellos, todos se detuvieron al mismo tiempo y lanzaron los ojos hacia los recién llegados. Giraron las cabezas con la coordinación de un montón de ratones en alerta. Incluso las aletas de sus narices se ensancharon ligeramente como si captasen el olor de la chica, antes de que todos se pusieran en pie y echasen a correr para recibirlos, llenos de curiosidad. Una curiosidad maliciosa.
El captor de Yara no se detuvo, sin embargo. Continuó avanzando y empujó la enorme puerta de dos hojas para abrir paso al recibidor de la mansión.
Los niños corretearon cerca de Yara, examinándola de arriba a abajo con alboroto.
-¿Es nueva? Karoth, ¿es nueva? -preguntó uno de los chiquillos, y le cogió un mechón de cabello pelirrojo a la joven, con ilusión.
-¿Es del Círculo? -preguntó otro más pequeño. Uno de ellos le dió un golpe en la cabeza.
-Gilipollas, ¿cómo va a ser del Círculo? Si lo fuera estaríamos ya todos muertos por molestarla.
Algún otro se rió por ahí. Yara se acarició el cabello, con aprensión. Sólo eran niños; pero eran demasiados. La ponían nerviosa.
Como si se hiciera eco de las emociones de la chica, Karoth se giró sobre sí mismo y dió un sonoro zapatazo en el suelo. Sus facciones se habían oscurecido por un momento, de cara a los chiquillos, y echaron todos a correr despavoridos. Se escurrieron como cucarachas en todas direcciones, tras las columnas más cercanas, las esquinas y los pasillos. Alguno no tuvo tiempo de huír y se cayó de culo por el susto, pero Karoth no se entretuvo en pegarles. Indicó a Yara que lo siguiera con un gesto de cabeza y subieron por las escaleras del recibidor. Aún quedaban restos de la antigua moqueta roja que protegía los escalones, pero ya había perdido prácticamente el color. También estaba sucia de barro y levantada por las esquinas, así que la joven puso esmero en no tropezar. Atravesaron el piso superior, ajenos a las miradas de los curiosos. Un grupito de chicas enseguida se les unió, salido de la nada, y los siguió hasta la última sala. Karoth se frenó ante la puerta y golpeó tres veces con el puño antes de abrirla sin esperar.
-Karoth le ha traído un regalo al Rey -chismorreó una de las jóvenes, avisando a las demás. Pronto acudieron más personas al encuentro y se agolparon en la puerta, henchidos de curiosidad. Montones de ojos vigilantes la acechaban ahora, pero Yara estaba anonadada por lo que encontró dentro de la habitación.
La sala parecía a todas luces, un despacho. En el centro había una antigua mesa de roble con bonitos grabados, y tras la mesa un enorme butacón. El Rey estaba recostado cómodamente en el asiento, con los ojos cerrados, mientras una chica de piel negra le practicaba una felación. Cuando los vio entrar a todos, ni siquiera se inmutó. Les lanzó una mirada de desdén, desinteresado, y apoyó la mano sobre el pelo de la joven. Yara tragó saliva, y se encogió un poco más. Aquél mundo era siniestro y oscuro.
Nunca había creído a Valiant.
-¿Qué tripa se te ha roto, Karoth?
El joven se acercó al centro del despacho, y tomó a Yara por el brazo. La encaró al Rey, y él la escrutó de arriba a abajo.
-Está buena. Déjala en mi habitación, me la tiraré luego.
-Es de la gente de Valiant Cross. Es su amiguita de la zona rica de la ciudad -Yara abrió la boca, sin dar crédito. Ella no había dicho nada al respecto, ¿cómo lo había adivinado...? Los ojos del Rey se volvieron duros de un momento a otro, como piedras pesadas. Con un gesto de mano hizo que la muchacha parase de practicarle sexo. Se puso en pie, altiva, y se recolocó la camisa para ocultar sus pechos de enormes pezones oscuros. Luego él se acercó resueltamente hacia Yara, pasando los ojos de Karoth a la chica, y de la chica a Karoth. Estaba maravillado.
-¿Es eso cierto...? -preguntó, pero no esperó respuesta. Olisqueó a Yara, la tomó por el pelo y hundió sus narices en ella. La joven trató de apartarse instintivamente, pero Karoth ya la tenía sujeta de nuevo, impidiéndole escapar.
-Sí que lo es... eres de la zona alta -su sonrisa se hizo ancha, y sincera. Había encontrado un pequeño tesoro.
-Se perdió en las calles. Estaba buscando a Cross.
El Rey lanzó una carcajada socarrona, y Yaraidell no pudo evitar esbozar un gesto de asco. Era feo. Irredimiblemente feo. Si tenía algún atractivo, debía residir en el vigor de su juventud. ¿Qué edad tendría? ¿Veintidós? ¿Veintitrés? La cara llena de granos, el cabello rapado a excepción de una cresta de pelo rizado y rubio en el centro, y el corpachón robusto le daban aspecto de mono de feria. ¿Cómo podían llamarlo REY?
-Buen trabajo, Karoth. Encárgate de que llegue a los oídos de Valiant, quiero que se presente personalmente aquí. Lo haré arrastrarse ante mí de una vez por todas- canturreó. Karoth no cambió un ápice su expresión, no parecía participar de la felicidad del Rey. -Enciérrala en el desván, y vigílala personalmente -le guiñó un ojo al muchacho. Él mantuvo el gesto gacho, y asintió. Ya no estaba de buen humor. El Rey lo usaba como si fuese un simple ratón y le encomiaba los trabajos que competían a los chicos de 12 años de la Hermandad.
Salió de la sala y los mirones se abrieron en abanico. Se agolparon y apelotonaron a ambos lados del pasillo, procurando no cruzarse con el mal genio del pícaro. A Yara le había resultado un chico bastante simpático, si exceptuaban el hecho de que la estaba forzando a hacer cosas en contra de su voluntad, pero de repente su humor se había crispado. Recorrieron los interminables pasillos -no lograba recordar el trayecto, por más que lo intentaba, por si se le presentaba ocasión de escapar- y acabaron en el desván.
-Entra -dijo, secamente. La chica dudó, echando un vistazo al interior. Estaba oscuro, y el polvo bailaba en el aire. ¿Habría ratas...? Se estremeció levemente.
-¿Qué vais a hacer conmigo?
Karoth se encogió de hombros.
-Si de mí dependiese, cosas distintas de las que el Rey tiene pensadas para tí.
-¿Qué significa eso...? -preguntó, algo cohibida.
-Nada bueno. Eso seguro.


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By Rouge Rogue


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