Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
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jueves, 6 de octubre de 2011

CAPÍTULO 39: LAS HERMANDADES

Desde aquella posición, Karoth podía verlo todo.
Vigilaba desde la puerta, serio y erguido, y no perdió detalle del proceso. La chica abierta de piernas sobre la cama, y el Rey sobre ella, levemente alzado sobre sus rodillas, para que la visión de su polla penetrándola fuese más clara si cabía. Karoth sabía que se trataba a todas luces de una provocación, con un mensaje mudo: yo mando aquí. Tú encontraste a la chica, pero yo me la tiro. Así que el joven no hizo ni dijo nada que pudiera denotar que por dentro, su odio visceral hacia el Rey no hacía sino crecer. Que deseaba que llegase el día en que pudiera matarlo con sus propias manos. Si no fuera por el Círculo...
Por su parte, Yaraidell tampoco se quejó.
No entendía del todo el motivo, supuso que a nadie allí le importaría lo que ella consideraba la dignidad. No la verían como una heroína por resistirse y llorar a moco tendido. Tampoco por ceder sumisa. Así que sencillamente se dejó llevar, esperando por los dioses que eso facilitase el trabajo y acabasen cuanto antes. El Rey la tenía firmemente sujeta por las muñecas mientras la follaba. Para qué.
No podía escapar de allí, a menos que se tirase por la ventana, y tampoco era un piso lo bastante alto para procurarse una muerte segura. Todo era un asco.
La chica negra entró en la habitación.
Era la misma que había estado con el Rey en el despacho, la noche anterior. Su nombre era Sayra, y era la novia del Rey. Bueno, a efectos prácticos, él la llamaba novia, pero Yara intuía que tenía más bien la función de una esclava personal que lo satisfacía de todos los modos posibles a su antojo. Sayra se colocó junto a Karoth, con un brillo oscuro en la mirada, mientras fijaba los ojos en los haceres de su novio.
El Rey gemía como un jodido gorila en celo.
Procuraba llenar cada rincón del dormitorio, y aún del pasillo, con sus alaridos de placer, como si se regodeara enormemente en el acto y en la posibilidad de restregarlo por la cara de Karoth. De nuevo podía leer todos aquellos mensajes sin palabras.
"Yo soy el Rey ahora. Jódete."
Cuando se corrió, lo hizo dentro de Yara, hundiéndose tanto como le era posible en la chica, y embistiéndola con la fuerza de un toro. Suspiró teatralmente -un gesto demasiado exagerado para resultar en toda medida sincero- y la cogió por el brazo. La arrojó al suelo, a los pies de Karoth, desnuda. Yara cayó con un golpe sordo, pero ni siquiera despegó los labios. Se recolocó el cabello y trató de mantener una mirada fría y desinteresada que no mostrase debilidad.
-Pues para ser la novia del Príncipe de los Gatos, es demasiado silenciosa. ¿Verdad, amor mío? -dijo con un tono de dulzura en la voz hacia Sayra. Ella asintió, pero no parecía nada orgullosa, ni mucho menos contenta. -En fin, me aburres, zorra -dijo de nuevo encarando a Yaraidell. Levantó la pierna y le plantó un pie en la cara. La empujó contra el suelo, obligándola a tenderse hasta que su mejilla estuvo pegada contra el piso.
-Devuélvela al desván... -comentó arrastrando las palabras. -Llévatela así, su ropa se la quedará mi chica. Prohíbe a todo el mundo que le den alimento o bebida. Y esta vez, no cierres la puerta. Echa la reja para que todos puedan ver a la novia de Valiant Cross como si fuera una perdiz en la jaula de un cazador -se rio sin ganas de su propio chiste. Luego quitó el pie de la cabeza de la muchacha. -Sayra, tú tráeme algo de agua para lavarme, no quiero que se me pegue nada por haber metido la polla en el mismo agujero que el piojoso aquél -sonrió a su novia con autosuficiencia, y ella le devolvió una sonrisilla tímida, y por completo fingida. Karoth agachó la mirada hasta posarla en Yaraidell y esperó que se pusiera en pie por sí misma. Después la sacó del dormitorio y cerró la puerta con un golpe sordo, dirigiéndola de vuelta por los pasillos.
Era un mundo extraño.
Su cuerpo siempre había sido un arma de seducción, le había procurado tantos placeres y tantas ventajas en la vida, que no creyó que llegaría el día en que se avergonzase de él. Pero allí estaba, rodeada de críos que la señalaban y se burlaban, demasiado jóvenes para apreciar su belleza. O demasiado hundidos en aquella miseria para valorar la beldad de una mujer que no tuviera cicatrices y conservase todos los dientes. Aun así se irguió, sintiéndose por una vez como un monstruo. Recordaba aquellas ferias en las que exhibían a hombres deformes para diversión del populacho. Todos lo encontraban divertido, ¿por qué no? Pero en aquél mundo, donde todos eran bestias, la diferente era ella. El eco de las burlas y las risas le perforaba los oídos cuando alcanzaron de nuevo el desván. Karoth la dejó entrar y ella se volvió hacia él, altanera. El chico deslizó los ojos de sus carnosos labios, hacia los pechos bien formados, luego hacia el vello pelirrojo de su pubis.
-¿Qué? ¿Vas a follarme tú también? -lo desafió ella. -Adelante. Pero quiero que sepas que en cuanto tenga ocasión, mataré a tu Rey. Y a tí también -escupió en el suelo, con desdén. El ceño fruncido, los labios apretados. Karoth la miró largamente y al final sonrió un poco. Después echó la reja oxidada. Dejó la contrapuerta de madera abierta, y dijo:
-Si quieres algo, volveré dos veces al día. Aprovecha para pedirme lo que sea. Nadie más tendrá permiso para ayudarte -se dio la vuelta para bajar las escaleras, pero antes de que ella pudiese hablar, él ya había desaparecido. Yaraidell se mordió el labio y reprimió las ganas de llorar, abrazándose a sí misma.
Se dejó caer en el suelo, en la soledad de su prisión. Había algo que la preocupaba ahora por encima de todas las cosas.
No quería quedarse embarazada de aquél hijo de puta.

Cuando arrivaron de nuevo en Silverfind, Allain tuvo la extraña sensación de estar dando un paso atrás en su vida. Estaban planificando un golpe contra el Círculo; la organización para la cual había trabajado desde que se escapó de casa. El Círculo le había dado un sentido al talento para matar de Allain, una finalidad y una causa, y aquello se había convertido en su propia identidad. Cuando el Círculo desapareciese, él volvería a ser sólo un asesino, no únicamente a los ojos de algunos, sino a los ojos de todos. Con la existencia de la Orden, él ocupaba un status. Tenía una fama, unos logros. Le hacía gracia sentir que los ratas se estremecían al escuchar su nombre, porque sabían quién era él. Lo comprendían, comprendían el complejo arte que era la muerte. La gente de a pie era ignorante, no sabría diferenciar entre un asaltador aficionado y un Mester si los tuviera a ambos delante, eso era frustrante. Él era un profesional.
Trató de quitarse toda aquella paja de la cabeza. También procuró deshacerse de la idea de que, tarde o temprano, tendría que enfrentarse a Fargant, y eso acarrearía la muerte de alguno de los dos. No lograba adivinar si preferiría matarlo, o por el contrario dejarle vivir con el cargo de conciencia de haber eliminado a su único amigo. Ambas cosas se le antojaban incluso, un poco crueles.
Cuando alcanzaron la sede de la orden, había anochecido.
Tras varios días de viaje al fin podrían comenzar a preparar algunos aspectos de su plan para atacar al Círculo, y lo harían con ayuda de las ratas de la hermandad de Valiant. El chico estaba bastante agitado, se diría que llevaba un brillo de ilusión en los ojos, y se refrotaba las manos con codicia. No se había esperado encontrar un palacio dándole la bienvenida, pero irremediablemente la palabra Hermandad había hecho que Allain imaginase un edificio menos triste, y cuando llegaron a la entrada, lo miró con desdén. Se trataba de un viejo faro abandonado, algo que a todas luces había tenido utilidad cuando los canales del Quith se habían mantenido abiertos para el comercio. Ahora, aquél lado de la ciudad estaba abandonado, ensombrecido, y los barcos ya no pasaban por allí.
La enorme torre se alzaba orgullosa, como un portento, coronando el tejado de un gran almacén alargado de planta baja. Era lo bastante grande para albergar a doscientas personas, si se apretaban, pero no dejaba espacio para la intimidad. Sin embargo, y pese a las altas horas de la madrugada, se apreciaban sombras en movimiento. La luz de la enorme luna llena iluminaba el lugar y los ratones charlaban entre ellos, reunidos en torno a hogueras, discutiendo por cosas triviales.
-Hoy han cogido a Valkas, uno de los ratas de los Titanes, entre tres de los Cuervos y le han cortado la mano. ¿Lo oíste? -comentaba uno de los chiquillos. ¿Qué edad tendría? ¿Once, doce?
-No me caía bien ese cara de mono -dijo otro con las paletas enormes. Un tercero lo recriminó.
-Cállate, capullo. Es el hermano de Cynthia -pateó la arena a sus pies, y levantó una pequeña nube de polvo.
-¿Quién es esa?
Valiant se inclinó sobre los críos. Cogió a dos de ellos por la cabeza y les dió un coscorrón entre sí. Los niños se quejaron y blasfemaron, pero al mirarlo, se quedaron mudos.
-Si hubiese sido uno de los Cuervos, estaríais muertos. Los tres -dijo el muchacho, con aire severo. Luego les sonrió. -¿Dónde están los mayores?
-¡Valiant! -el más pequeño dibujó una enorme sonrisa. Debía rondar los siete años; le faltaban muchos dientes de leche.
-Valiant, ¿cuándo has vuelto? ¿Dónde habías ido? Zarpa se ha metido en líos otra vez mientras no estabas... -comenzó a hablar otro de ellos. Allain alzó una ceja. Qué bonito, si hasta parecían una familia. Era extravagantemente ridículo, pero la estampa vendía bien. Así funcionaban las ratas. Cuando escaseaba el sustento, podían matarse entre ellas. Pero si había un enemigo común, se defendían unas a otras con uñas y dientes. La prioridad era la prioridad.
-Tengo prisa, Mosca. ¿Magda está arriba? -señaló el torreón. Los niños asintieron, y el jovenzuelo echó a andar. Cuando Kamilla pasó por al lado de los críos retuvo las ganas de acariciarles el pelo. Ella no era su madre, y no le gustaba que nadie dependiese de ella.
-Mosca, Zarpa... ¿qué clase de nombres se busca aquí la gente? -Allain dejó la pregunta en el aire, sin esperar que realmente Valiant la respondiese, pero lo hizo de todos modos. Él siempre tan gentil.
-Los niños nacen sin nombre, llegan aquí sin nombre, y crecen sin nombre. Nadie se molesta en buscarles uno, porque la mayoría no sobrevive. Si son lo suficientemente mayores para pensar por sí mismos, elijen uno que les guste, y suelen ser las pocas cosas con las que están familiarizados. Muchos no conocen más allá del Quith.
-Tiene sentido.
-Uhm, te lo advierto. Magda está un poco ida, pero no la subestimes.
-¿Un poco ida?
-Sí, es la más mayor de nosotros. Ha sido por bastante tiempo una líder sabia, hemos ganado mucho territorio gracias a ella -abrió la puerta del torreón. Por dentro resultaba más amplio de lo que parecía a simple vista en la distancia, e incluso había antorchas en las paredes.
-¿Pero?
-Pero demasiado sufrimiento ha acabado por robarle gota a gota su cordura. La muerte de su novio a manos de una de las bandas rivales la ha terminado de trastocar. Ahora no sabemos a ciencia cierta cuándo está "consciente" o evadida.
-¿Por qué mantenéis en el liderazgo a una tía que está chalada?
-Magda no está chalada. Sencillamente se ha cansado de vivir.
-Suponía que era cosa tuya...
Valiant no respondió a eso. Cuando alcanzaron el piso superior del faro, llamó a la puerta. No era necesario, la intimidad brillaba por su ausencia en las Hermandades, pero de todos modos, el chico era bastante cortés. Los modales de Kevin y Yara habían hecho mella en él, después de tantos años.
La sala estaba en penumbras, había una vela sobre la mesa.
Al fondo, un enorme ventanal de cristales amarillos, y la figura escuálida de una joven con el cabello larguísimo se recortaba contra la luz que entraba desde el cielo. Ella no se giró a mirarlos, pero otros lo hicieron en su lugar. Allain vio emerger de entre las sombras cinco siluetas, como si acabaran de atravesar las paredes. Tenía que reconocer que estaban bien camuflados, pero después de entrenar durante años con el mismísimo Synister Owl, poca cosa podía impresionarle ya.
-Magda, ya he vuelto -dijo Valiant con voz suave. Kamilla se adentró también en la habitación, y los ratas -cuatro hombres y una mujer- escrutaron con curiosidad a Allain, aunque sin importunarle demasiado.
-Valiant, ¿cómo ha ido tu viaje? -la única joven que había emergido de las sombras alargó la mano hacia el picaruelo, pero Kamilla bufó en su dirección, y ella la apartó enseguida. Encontraron las miradas, tensas. Los hombres pasaron de ambas.
-Tengo cosas que contaros, deberíais poneros cómodos, creo que será una larga charla -el chico rubio echó mano de una silla. Magda se giró con suavidad hacia él, con el lánguido rostro pálido y las enormes ojeras desdibujando una belleza que parecía consumirse poco a poco.
-Antes de eso, Valiant. Tenemos esto para tí; llegó hace seis noches -uno de los presentes le tendió un papel, Valiant entrecerró los ojos. Los miró a todos, inquisitivo, pero ninguno dijo nada. Al final, cuando desdobló la hoja, encontró el escrito.

"Tengo a la chica pelirroja. Pienso seguir disfrutándola todas las noches hasta que vengas a buscarla"
G.F.

Valiant abrió los ojos como platos, miró a Allain.
Luego ambos salieron de la sala, con prisas.


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By Rouge Rogue

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