Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
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jueves, 6 de octubre de 2011

CAPÍTULO 40: DESDE EL DESVÁN

Al tercer día, Yara admitía estar muriéndose de hambre.
Nunca antes había pasado tanto tiempo sin comer; en la vida acomodada que había llevado en la mansión, e incluso durante los viajes con Valiant, jamás se había enfrentado a algo parecido. No podía evitar odiarse por una parte: "Niña rica, muchos de esos críos de ahí fuera pasan más hambre que tú." Pero enseguida el estómago rugía, lanzaba dentelladas y ella se encogía de dolor en el suelo.
Al final, se quedó dormida.
Tenía sueños turbios.
Valiant no venía a buscarla, el Rey se cansaba de usarla como a un trapo y la lanzaba desde el primer piso contra una maraña de dedos, de manos que luchaban por asirla. Por coger un poco de su carne y saciar el apetito. Se despertaba a menudo y se descubría a sí misma abrazada por el frío, acurrucada como un perro junto a la puerta del desván, en espera de que alguien acudiese a rescatarla. Allí cerca de la reja, era el único punto donde había luz durante las noches. En el día, se alumbraba con el sol que se colaba por el enorme boquete del techo en mal estado. Era difícil contar las horas allí encerrada, se preguntaba si sobreviviría. Si Valiant vendría verdaderamente.
Sí, por supuesto, él vendría... él no la dejaría jamás...
Aquella vez sintió algo suave y caliente que le salpicaba la cara.
Una, y otra, y otra gota.
Risas, risas tintineantes.
Cuando abrió los ojos se quedó paralizada por el asombro. No podía creer lo que estaba presenciando. Había ante ella cuatro chiquillos -¡verdaderamente jóvenes, que horror!- que la miraban a través de la puerta de reja. Llevaban las calzas medio bajadas y se mansturbaban con los ojos puestos en su cuerpo. La muchacha se tocó la cara, anonadada, y descubrió el líquido blanquecino manchándole las mejillas. Los hombros, el vientre.
Alguno de ellos -el que ya había terminado, seguramente- se reía, con mofa, mientras uno de los otros eyaculaba en ese momento y le manchaba directamente el pelo. Acto seguido el tercero llegó también, y la cara del cuarto se frustró bastante al verla apartarse a toda prisa de la entrada, arrastrándose hacia el fondo de la sala. Tenía los ojos desorbitados, aquello no podía ser. ¡No podía!
Si quiera apartó los ojos de los chiquillos un momento, y al volverlos de nuevo hacia ellos, habían salido a correr como ratas, gritando. Karoth había aparecido en la escalera en ese momento, y en vistas de que traía una mano ocupada, sólo pudo agarrar a uno de ellos. Lo cogió por el pelo y tiró de él mientras abría la puerta del desván. Dejó su carga en el suelo y se centró en el mocoso, mientras Yara lo observaba, casi tan asustada como el niño.
-Te ha parecido divertido, ¿verdad? -le apretó la cara contra el suelo, a los pies de Yaraidell. Le acercó la boca al pequeño charco de semen que se había formado ante la chica, y le espetó:
-Chupa. Vas a limpiarlo todo con la lengua, bastardo desagradecido.
El niño cerró los ojos con fuerza, visiblemente acongojado, pero no lloró. Yaraidell lo encontró admirable, de algún modo.
Pero no obedeció la orden de Karoth, y él se llevó la mano al cinturón para sacar el cuchillo afilado. Estiró la oreja derecha del muchacho y acercó la hoja brillante hacia él, con intención de cortarla. Fue tan sólo una fracción de segundo, pero Yara tuvo tiempo de reaccionar.
-¡No! -gritó, y empujó el arma lejos del chico. La mano de Karoth se desvió de su trayectoria, y el niño aprovechó la distracción para ponerse en pie y echar a correr. Se perdió escaleras abajo con la rapidez de un gato asustado, y Karoth la miró a la cara, no con reproche, sino con incredulidad.
-¿Qué estás haciendo? ¡Es sólo un niño! -recriminó al joven. Él entornó los ojos, y fue a cerrar la puerta de madera, luego regresó a su lado.
-Aquí los niños no existen. Uno sólo puede permitirse ser niño si tiene alguien que le cuide, pero en las calles no es así -cogió la mano de Yaraidell y la examinó. Entonces ella reparó en la sangre caliente, de un rojo encendido, que le chorreaba por la muñeca. Se había cortado al golpear el cuchillo de Karoth, y sólo con ver la herida abierta en la palma de su mano, comenzó a dolerle.
-Alguien debería empezar a hacerlo... -se quejó una última vez, obligándose a no mirar el corte, mientras él se rasgaba la camisa y hacía con el jirón una venda para la muchacha.
Yaraidell no lo comprendía.
Momentos antes andaba arrastrando por el suelo la cara de un niño de once años y pretendía cortarle la oreja, y ahora era tan dulce. ¿Qué demonios se le pasaba por la cabeza a Karoth?
-Te he traído algo de comer. Está asqueroso, pero no hay nada mejor ahora -terminó de vendarle la mano rudimentariamente, y le acercó el plato que había traído consigo. La joven examinó el contenido -parecían copos de maíz extrañamente apelmazados-.
-¿Qué es...?
-Avena con agua.
-Bon apetit... -musitó ella.
-¿Qué has dicho...?
-Nada -cogió un puñado con las manos y se puso a comer. Verdaderamente, era fatigoso. No había comido nada tan malo en su vida, ya no sólo porque resultara insulso, sino porque además tenía el aspecto de ser la comida de alguien de varios días atrás. Karoth levantó la vista al cielo, y Yara aprovechó para examinarlo de perfil. Tenía la nariz más baja de lo que a ella le gustaba, apuntando hacia su boca, como los muchachos sureños de las tribus Irithíes. Los labios gruesos y el cabello muy oscuro.
Pese a todo, ese algo encendido en sus ojos le gustaba mucho.
O quizás simplemente fuera la situación, y el hecho de que se sentía agradecida.
-¿Por qué me has traído comida? ¿Ha dado permiso ya el Rey para que me alimenten? -él la miró de nuevo, y negó con la cabeza.
-Valiant Cross es mi enemigo, pero tú no. Nuestro objetivo es que él venga a buscarte, no ganaremos nada haciéndote sufrir de este modo -confesó el muchacho. Yara entrecerró los ojos y ladeó la cabeza con curiosidad. La vista del muchacho se perdió en las gachas de avena.
-¿Por qué peleais las bandas...? ¿Por qué odias a Valiant?
-Yo no le odio, pero él ha nacido con los Gatos. Yo nací con los Cuervos. Y así ha sido siempre, y será, hasta que una de las dos Hermandades desaparezca y se implante una nueva.
-¿Sólo por haber nacido en una parte diferente de la ciudad...?
-Luchamos por el territorio. Por conservar esto -miró en derredor, refiriéndose al caserío. -Por controlar las calles. Los burdeles. Las esquinas donde los chicos van a mendigar, los mercados a los que van a robar, los almacenes que saquean. Silverfind es una ciudad demasiado pequeña para albergar a tanta gentuza. Aunque no hubiera una guerra declarada entre las Hermandades, el día a día ya es una competencia por sobrevivir. El primero que llega se lo lleva todo. El que llega el último, pasa el día sin comer.
Parecía bastante sencillo, pero Yara supuso que no podía verlo igual que ellos, porque nunca había vivido en las calles. Reparó en el modo en que él clavaba de nuevo los ojos en sus pechos, y se sintió perdida. Se encogió levemente, cubriéndolos. A veces llegaba a olvidar que estaba desnuda ante un hombre que había pretendido violarla la noche que la encontró.
-No me gusta que me mires así -se quejó, y él automáticamente subió la vista hacia su rostro. Tenía los ojos brillantes de fiereza, pero no había pizca de violencia en ellos. Más bien, debía de ser fuego.
-No sé como se debe mirar a una mujer hermosa y desnuda si no es con deseo -dijo con voz suave. Por lo general cuando hablaba, lo hacía con un tono tan regio que no daba lugar a notar ningún acento en él, pero ahora había podido discernir aquella cadencia sureña al final de la frase, como si lo dijese todo en forma de pregunta.
Yara tragó saliva; él se mordió el labio. Agarró su camisa y se la sacó por arriba, en silencio, dejando al descubierto el musculoso torso de piel morena, y a ella se le aceleró el corazón. El Rey la había poseído tres veces desde que había llegado, y siempre obligaba a Karoth a mirar. A la chica le daba mucha vergüenza, que alguien la viese mientras fornicaba -o más bien mientras la fornicaban a ella- pero él la miraba a los ojos con naturalidad y reconocía su deseo. La pregunta era, si le decía que no, ¿se pondría violento? ¿La forzaría? ¿Valía la pena ganarse a Karoth de enemigo, o debía dejarle creer que ella le correspondía, para obtener un trato de favor y ganar algo de tiempo hasta que Valiant la salvara...? Era un lío, y tenía que pensar con prisas, se dijo. Pero el muchacho le tendió la camiseta, y aquello la dejó descolocada.
-Hace frío en la noche -comentó sin más. Luego se puso en pie, y trotó hacia una de las vigas más bajas. Se encaramó a ella con un salto, ayudándose de las dos manos, y subió a lo alto. A Yara se le encogió el estómago. No podía creerse que él se estuviera comportando así con ella; no sólo desobedecía las órdenes del Rey por ayudarla sino que además le estaba dando lecciones de humildad.
-Ven, sígueme -la llamó desde lo alto del madero. Ella se puso la camisa, aún pasmada, y se levantó del suelo. Caminó hacia él, despacio, y cuando el muchacho le tendió la mano, ella la aceptó.
Ya no le parecía tan callosa como aquella primera vez.


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By Rouge Rogue

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