Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
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viernes, 23 de septiembre de 2011

CAPÍTULO 33: COMO EL PRIMERO

Los ojos del hombre se quedaron inertes, clavados en el oscuro infinito.
Habían perdido el brillo de astucia, de elocuencia. Se habían quedado mudos por un segundo y por una eternidad. Ya no hablarían más, no contarían miles de historias que quizás no fueron o quizás sí. Elliot sintió una punzada de dolor en el pecho, como si la espada lo estuviese atravesando directamente a él, en lugar de a su maestro.
Se derrumbó de rodillas, esforzándose por respirar. Había algo que le oprimía los pulmones, algo poderoso. Todo se había teñido de rojo y negro; la conciencia lo estaba apuñalando con saña y las lágrimas quemaban los párpados que no las dejaban salir. El chico abrió la boca y trató de coger aire, pero era tan angosto.
El mundo entero era tan angosto.
Ni toda la libertad de los cielos bastaba para llenar el pecho del muchacho; dolía demasiado. Se miró las manos, teñidas de sangre, temblorosas. ¿Por qué? ¿Por qué tenía tanto miedo? ¿Era miedo, realmente, o alguna otra sensación que ya no recordaba? ¿Cómo podía vencer a la culpabilidad?, le había preguntado el niño al Synister aquella primera vez.
Sencillamente, sigue matando.
Sigue matando.
Mata.
Adrian le dedicó una mirada vacía al cadáver que se había derrumbado ante ellos. Tragó saliva, sintiendo que la garganta se le cerraba y le impedía hablar. Sentía las piernas flojas por el esfuerzo, las cosas se sucedían con la rapidez de un torbellino, y él era un flan de gelatina en medio del huracán. Se arrodilló junto a su amigo, Elliot parecía conmocionado. Alargó la mano despacio, haciendo acopio de todas las fuerzas que le quedaban, y la posó sobre su hombro. Aquello lo hizo reaccionar, y le devolvió una mirada desquiciada, con los ojos enrojecidos y cargados de venas.
-¿Qué he hecho...? -se lamentó, con la voz rota. A Adrian se le oprimió el corazón, si esque aún tenía de eso. Elliot siempre era tan seguro de sí mismo, tenía una templanza tan envidiable. Y allí estaba, temblando como si fuera el primer día, asustado como un niño, a sus casi 22 años de edad.
-Qué hemos hecho... -lo corrigió él. Sin duda, la mano ejecutora había sido la de Elliot, pero aquello no importaba demasiado. Los dos eran culpables, lo habían hecho juntos. Y no había vuelta atrás.
-Cómo he podido... -el agujero en su estómago se hizo más grande, amenazando con arrastrar todas sus vísceras al interior y devorarlas. Al menos, dolía como tal.
-No lo sé... -admitió Adrian. De repente tenía los ojos muy abiertos, como si el peso de la realidad empezase a golpearlo en la cara. -No deberíamos haber llegado tan lejos...
-En qué estábamos pensando... -siguió lamentándose su amigo. Se abrazó a sí mismo, aquello se repetía otra vez. Había matado tanta gente, y sin embargo era ahora cuando sentía de nuevo las mismas nauseas que con la primera muerte.
-Elliot, ¿qué vamos a hacer? -Adrian lo miró, con los ojos negros cargados de preocupación. Entreabrió la boca, y la enorme cicatriz le confirió un aspecto grotesco a su rostro salpicado por la sangre. De repente, eran tan niños como el primer día.
Pero ahora, se habían quedado solos.

Fargant abrió los ojos enormes en mitad de la noche y alargó el brazo inmediatamente para constatar que sus armas estaban allí, a mano. Sólo después de eso se permitió respirar tranquilo. Se incorporó despacio en la cama, y suspiró, cansado. Se frotó los ojos, revolviéndose el cabello de punta, camino hacia la mesa con la palangana llena de agua fría para lavarse la cara. Mojó su rostro, restregándose con saña como si con eso pudiera deshacerse de los malos sueños , y con los flequillos goteando se miró en el espejo. La oscuridad de la noche lo amparaba, lo escondía de todas aquellas cosas que le aterraban del mundo. Pero también, en sí misma, la oscuridad lo aterraba.
Todos tenemos algún infierno que nos confina...Algún infierno que llevamos dentro. Habrían sido palabras propias de su maestro, de esas creencias siempre tan por encima de lo que la gente de a pie acostumbraba a considerar. Fargant las había seguido ciegamente. Quizás porque no le quedaba nada más en lo que creer.
Ni el amor, ni la amistad.
Ni siquiera la fidelidad de un pupilo a su maestro.
Crispó el gesto y salpicó el agua contra el espejo hasta conseguir deformar su rostro maldito. Se odiaba por tantas cosas. La peor de todas era haber matado al hombre que lo quiso y cuidó como a un hijo, y por el contrario a diario perdonar la vida de aquél que lo había maltratado y violado durante años.
Aquello quemaba el alma de Fargant con una intensidad a menudo difícilmente soportable.

Allain arrancó el cartel de la pared.
"Se busca, vivo o muerto", rezaba, bajo el rostro de un tipo gordo y feo. Arrugó el gesto y lo arrojó al suelo. Menuda gilipollez.
Había salido temprano de la cabaña del bosque, antes incluso de que amaneciera. No se despidió de Tera, ni de ninguna de sus hermanas. No quería volver a ver los ojos de la chica posándose en su espada con aquella codicia compulsiva que Desdicha despertaba en la gente. Habría tenido que matarla.
Llandor se abría ante él, bulliciosa. Era como el brazo largo de Silverfind; sus riquezas se extendían como una lengua en el interior de la región, lamiendo la sierra en su zona norte, y la costa en su zona sur. Una ciudad hermosa y muy poblada, como correspondía a la capital de Bereth. El Mester supuso que en la mente de un asesino ordinario, un fugitivo debía escoger las áreas alejadas y de difícil acceso a las principales ciudades, de modo que trabajar en contra del modo de pensar común era una pequeña -diminuta- ventaja. Si habían enviado Mesters tras él, daría igual hacia dónde se dirigiese. Lo encontrarían, antes o después.
Se encaminó hacia la taberna más cercana y, siguiendo su modus operandi tradicional, se sentó en la barra, pidió un whisky, encendió un cigarro y leyó el tablón de anuncios.
Todo se había vuelto burdo y sin emoción.
Acostumbrado a los trabajos que el Círculo le encomiaba, contentarse con ahuyentar bandoleros, salvar campesinos o recuperar baratijas era poco menos que asqueante. De haber poseído una de las fortunas más importantes de Taverán, a verse vagabundeando y trabajando por doscientas míseras monedas. Robar vidas por doscientas monedas.
Era ridículo.
El hombre se acercó sigilosamente por su espalda. Daba la impresión de no querer llamar la atención, pero Allain no necesitó girarse para notar sus pasos, a tan corta distancia. El peso de los maderos al crugir, vacilantes, como si el tipo en cuestión estuviera dudando sobre si acercarse, lo hizo ponerse en sobrealerta. Al final, antes de que él posara una mano sobre el hombro del mercenario, Elric se había girado a toda velocidad, y lo había agarrado por la muñeca. Se puso en pie y usó la mano libre para presionar la espalda del desconocido: golpeó su rodilla desde atrás, obligándolo a doblarse hacia delante, y le apretó sin miramientos la cara contra la barra. El hombre masculló y se quejó al tiempo que todos los presentes se giraban para mirarlos, guardando silencio.
-¡Trabajo para Cross, vengo de parte de Cross! -dijo el rata. Allain le apretó un poco más el rostro contra la superficie de madera.
-Mientes -sentenció. Pero no tenía por qué mentir, y él lo sabía. Únicamente deseaba poner a prueba su resistencia a confesar; era algo necesario y básico para la supervivencia.
-¡No miento, no miento! Valiant Cross, ¿te suena? Sí, debes conocerle, es uno de los gatos de Silverfind...auch -se quejó tan pronto Allain aflojó la presión que ejercía contra él. Aún así, no bajó la guardia, y se dedicó a observarlo, dubitativo. El hombre se frotó la nuca, ejercitó los hombros, recolocándolos en su lugar, y escrutó a Elric con fastidio.
-Eres de los que golpean y después preguntan, ¿eh? -se quejó. El mercenario hizo caso omiso a la pregunta.
-¿Quién eres? -se sentó de nuevo en el taburete. La actividad volvía a bullir en la taberna. Los hombres siguieron bebiendo, jugando a las cartas, apostando a los dados. Insultándose medio ebrios y trapicheando en susurros los asuntos demasiado escabrosos para tratarlos a plena luz del día.
-Eso no importa. Pero él me ha enviado -carraspeó-, "Nos" ha enviado.
-¿Nos?
El muchacho se sentó junto a Allain y pidió otro whisky. El hombre se tomó aquellos segundos para su rutinaria inspección en busca de información. Moreno, cabello grasiento y aplastado contra el cuero cabelludo. Se le formaba un flequillo mal cortado que le llegaba casi hasta las cejas, muy pobladas. La cara redonda y pequeña, llena de pecas. Las paletas grandes y separadas, y un par de dientes de menos.
-La red de las calles, amigo. Ese tipo tiene contactos, ahora mismo debe haber buscándote como unas mil personas de muchas de las órdenes de ratas de Bereth. También tiene una novia preciosa, joder. ¿La has visto? Vaya si está buena, si yo la cogiera le...
-¿Para qué me busca Valiant? -lo cortó Allain. Estaba claro que el chico era un rata, pero no todos eran igual de listos. Aquél debía haber sobrevivido en las calles por pura suerte, o algún hermano mayor que le hubiese guardado las espaldas. Por su inteligencia, no.
-Nos ha mandado localizarte para volver a reunirse contigo. Y ha ofrecido una recompensa para la persona que te encuentre -se atusó el cabello, aplastándolo contra la cabeza. Caray, era el mismo gesto que acostumbraba a hacer Valiant. ¿Qué carajo les pasaba a los ratas, esque querían evitar que los piojos se les escaparan...?
-¿A qué tanto interés...? -¿Aquello era cosa de Yara? ¿Se había arrepentido y le había dado alguno de sus ataques de niña caprichosa? ¿Había mandado a Valiant, su perro fiel, a encontrarlo? ¿Estarían en problemas? ¿Qué importaba, de todos modos?
-No eres de las calles, ¿verdad? No...no lo eres. Si lo fueras, sabrías que nadie dice nada si no es previo pago aquí -rió bobamente, pero Allain permaneció serio, así que su sonrisa se borró.
-Está bien, haz maullar a tus gatos. Dile a Valiant que me has encontrado, y que te pague lo que quiera que te deba, pero no voy a esperarle ni reunirme con él -se escurrió del taburete y se echó la mochila al hombro. El muchacho abrió la boca, sin dar crédito.
-N-no, no te puedes ir. ¡No me pagará si no te llevo hasta él! ¡Creerá que es un bulo!
Allain cerró la puerta de la taberna tras de sí y apenas justo en la salida topó con la hermosa mujer morena. Ella lo miró de arriba a abajo, devorándolo con los ojos, y se relamió.
-Bueno, Valiant, creo que hemos encontrado a tu gatito perdido -dijo Kamilla. A su lado, el ratero clavó los ojos en los del mercenario, y Elric sonrió como si lo hubieran pillado haciendo algo reprobatorio.
-Carajo. Hola de nuevo, tú.
Valiant miró en derredor con desinterés un instante. Al final acabó por decir:
-Tengo algunas preguntas, Synister. Si esque de verdad eres tú.


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By Rouge Rogue

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