Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
Si crees que pueden herir tu sensibilidad, por favor no continúes leyendo.
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miércoles, 21 de septiembre de 2011

CAPÍTULO 31: DE A DOS

Synister Owl era un hijo de puta.
Si mejor o peor persona, Elliot no se sentía capaz de juzgarlo. Lo que tenía providencialmente claro era que resultaba práctico e inteligente como no había conocido a un hombre en toda su vida, y por ello lo admiraba. Sus métodos podían ser inmorales, pero nunca desacertados, y por todo lo más, eran la única salida que el chico encontraba al tormento que aislaba su alma. El mercenario lo había convencido de que una brecha invisible para el mundo, pero no para él, separaba ahora a Elliot de los hombres normales. La brecha de su conciencia.
Se había convertido en un rata, un paria. Un superviviente.
Condenado a vagar eternamente de un lugar a otro, preocupado por conseguir un sustento sin que se ocuparan de él, y sin que a nadie le importase si vivía o moría.
Tu mundo ahora es el de las sombras, había dicho el Mester.
-No son las sombras que caen con la noche, que desaparecen tan pronto amanece de nuevo. Las sombras de la muerte nacen en el alma de los hombres y oscurecen el mundo durante el resto de su vida. Nunca habrá una nueva luz. Tendrás que aprender a vivir en las sombras.
Elliot lo había creído así. En principio, se había asustado enormemente; parecía algo imposible para él. Sólo era un chico de pueblo que no había hecho gran cosa en la vida aparte de aprender a leer -dioses, cómo se enorgullecía de saber leer- y cuidar de su hermana pequeña. Mina... cuánto la echaba de menos. Pero se había prometido a sí mismo que no volvería a llorar. Hizo lo que hizo porque era su deber, y derramar una lágrima demostraría arrepentimiento. No, no se arrepentiría nunca. Jamás, aunque le costase vivir en las sombras el resto de la eternidad.
Adrian llegó a la casa apenas un par de días después.
Elliot se asustó sobremanera al ver al niño, pues llevaba el rostro ensangrentado, la piel abierta en dos enormes cortes que le daban un aspecto grotesco, y que no dejaban de supurar y formar oscuros pegotes coagulados mientras el mercenario maldecía todo lo maldecible del mundo.
-Jodido Burt, hijo de puta. Cerdo traidor, algún día le rebanaré el pescuezo... -murmuraba para sí mientras rebuscaba en las estanterías. Adrian no se movió del sitio. Seguía sangrando, aquella debía ser la herida más horrible que hubiera visto Elliot en su vida...y eso que pocos días atrás él mismo había matado a una persona. Pero con todo, el chiquillo menudo no se movía, soportando estoicamente todo el dolor que debía producirle aquello. Seguramente, si el Synister le hubiese dado permiso para llorar, lo habría hecho.
-¿Qué ha pasado...? -se atrevió a preguntar Elliot. No solía hacer preguntas; de hecho, no solía hablar.
-Esto, hijo, son sus sombras. Tú tienes las tuyas. Él las llevará marcadas en la cara de por vida -dijo sin más, mientras cogía un taburete y ensartaba una aguja en forma de gancho con un hilo oscuro y fino. Posiblemente intentaría que la cicatriz fuese lo más discreta posible, pero no había modo de disimular aquello. No lo había.

A diferencia de las de Elliot, las sombras de Adrian no las había buscado él mismo. Sencillamente, ellas lo habían encontrado a él. El destino, -el dios de la muerte y lo oscuro, como creía Synister- o cualquier tipo de fortuna se había volcado sobre Adrian, escupiéndole directamente encima para marcarlo de por vida. Burt ya tenía poder sobre la madre de Adrian antes que sobre él, y cuando el niño nació, nació esclavo. Era el hijo de una puta que no podía ni mantenerse a sí misma, y que vió en la esclavitud la única salida para mantener con vida a su hijo. Lo dejó en manos de Burt, y desapareció. El chico nunca supo quién era ella, y tan sólo preguntó una vez a su amo antes de que éste le recordase que las mujeres eran traicioneras y nunca debía confiar en ellas. Acto seguido, lo violó por primera vez.
Después de eso, se sucedieron los encuentros, las palizas y los trabajos. Adrian creció cargado de odio, y Synister Owl puso una cuchilla en su mano y le dio rienda suelta para desatarlo.

-¿Por qué te escapaste de casa? -preguntó el niño. Casi nunca decía nada, era aún más reservado que Elliot. Estaba acostumbrado a obedecer sin rechistar, lo cual lo convertía en un excelente alumno, y Synister se veía satisfecho por ello.
-Maté a mi padre... -resolvió Elliot, dudoso. Algo más allá, en el otro extremo del patio, el Mester sacudió un golpe con la vara de madera flexible, a modo de aviso para que guardasen silencio.
-Menos hablar y más trabajar -masculló, y volvió a hundirse en la lectura de su libro mientras los niños rellenaban los sacos de arenisca y los cargaban a peso para transportarlos de un extremo al otro.
-¿Por qué? ¿No te trataba bien? -inquirió Adrian más bajito para que no lo oyeran.
-Violaba a mi madre y a mis hermanas. Nos pegaba. Pero no iba a permitir que le pusiera encima la mano a Mina.
-¿Quién es Mina?
-Mi hermana pequeña. Tiene cinco años -Synister lo agarró por el cuello de la camisa y tiró con tanta fuerza de él que lo hizo caer de espaldas. Elliot no sólo se llevó el susto repentino, sino que además el Mester lo sacudió con la vara de madera tres veces, haciéndola restallar contra su costado.
-Uno, para que obedezcas -dijo, con el primer azote. -Dos, para que nunca bajes la guardia. Tres, para que jamás le hables a la gente de tu vida personal. Todas esas razones te hacen débil -el chico gimoteó, con una lágrima amenazando por salir de sus ojos, y se encogió sobre sí mismo. Adrian lo miraba, sorprendido por el modo en que el Mester había cruzado el largo trecho del patio sin que ninguno de los dos lo hubiese notado siquiera.
-Continuad. U os ensartaré esto por el culo -bramó, desenvainando la espada. La hoja larguísima y fina de acero templado resplandeció a la luz del sol del medio día. Allain la observó con miedo. Sí, aquella fué la primera impresión que tuvo cuando vió a Desdicha, y no se le olvidaría jamás.

-Se te está cayendo la ceniza al suelo -le advirtió la joven. Allain pestañeó un par de veces; había vuelto a ensimismarse otra vez. Efectivamente, el cigarro a medio consumir se estaba desmoronando sobre el piso de madera, y ella se apresuró a poner un cuenco debajo para los restos. Allain sorbió por la nariz, desinteresado, mientras ella se rehacía el moño que se le había soltado por el revolcón en el bosque. La casita era pequeña, aunque acogedora. Limpia, y disponía de un montón de camas bien hechas y una mesa con cinco sillas.
-Mi padre no tardará en volver con mis hermanas. ¿Quieres comer algo entretanto?
-No te preocupes, esperaré.
La muchacha le sonrió con dulzura.
-¿Sueles adentrarte tanto en el bosque?
-¿Y tú...? -bromeó él. Ella se sonrojó levemente pero luego se carcajeó.
-La verdad es que sí. ¿Y tú asaltas a jovencitas a menudo?
Allain sonrió sin separar los labios, y asintió.
-Más de lo que imaginas.
-Me gusta...
-¿Cuánto dices que tardarán tu padre y tus hermanas? -preguntó el hombre. La muchacha lo pensó un instante y chasqueó la lengua.
-Lamentablemente, ya se les oye desde el otro lado del claro.
Allain asintió, comprensivo.
Pero luego refunfuñó.


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By Rouge Rogue

1 comentario:

  1. Joer con allain.... va de tia en tia.. y yara? ya se olvido de ella?

    Nana

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