Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
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lunes, 12 de septiembre de 2011

CAPÍTULO 24: FARGANT

-Adrian Fargant Lawrence, bienvenido a mi humilde hogar -Burt Founder esbozó una sonrisa melosa. La clase de sonrisa que ponía alguien que trataba de hacerle la pelota deliberadamente a otro alguien, aunque recordándole en todo momento quién estaba por encima. El muchacho no varió demasiado el gesto, por costumbre adusto, y chistó.
-No me llames por mi nombre, viejo- dijo, y pasó al interior de la mansión. Caminó con aire decidido, haciendo ondear la capa oscura tras de sí mientras atravesaba el gigantesco recibidor con columnas en espiral. Burt no se molestó en cerrar la puerta; para eso estaban los esclavos. Siguió a Fargant como un perrito faldero, dando pasos rápidos, pero cuando el joven se detuvo para mirarlo, él recuperó la entereza señorial de la que gustaba hacer gala.
-¿Has recibido mi obsequio...? -hizo un gesto desentendido con la mano, indicándole al chico que pasase a la siguiente sala.
-No me interesan tus mujeres -respondió hoscamente. Siguió a Burt, haciendo resonar las botas de piel de Tarkún contra el suelo encerado.
-Oh, prefieres muchachos entonces. Lo tendré en cuenta para la próxima vez...
-Lo diré de otro modo. No me interesa nada de tí -zanjó el tema de una vez por todas. Burt prorrumpió una carcajada modesta que pretendía distendir el ambiente, sin conseguirlo.
-Vamos, Adrian, quiero decir Fargant -se corrigió enseguida al percatarse del brillo de odio que había surcado la mirada del joven al oír su nombre- olvidemos de una vez las rencillas que...
-Tu mierda de rata de cloaca me dijo que este trabajo venía del "Círculo". Más vale que sea así.
-Lo es, mi impetuoso muchacho -Burt descorrió la cortina que daba entrada a la sala de las visitas. Fargant no tenía que mirarla siquiera. La habría recorrido entera con los ojos cerrados; se la sabía de memoria. El hombre lo condujo hacia los divanes que presidían la estancia, se descalzó, y se recostó en uno de ellos. Palpó el asiento de un modo sugerente que a Fargant le revolvió las tripas. Decidió quedarse de pie, mirándolo con lo que pretendía ser impasibilidad, pero su labio superior se curvaba ligeramente en un gesto de asco.
-Synister -el hombre no dijo nada más. Dio una palmada, e ipso facto, uno de los esclavos apostados en la entrada se acercó, presuroso. Burt se sentó en el borde del diván y se levantó la túnica mientras el chico se arrodillaba a sus pies. Fargant apretó los labios.
-No -dijo, sin más.
-Me temo que es así. El Círculo quiere que lo traigas de vuelta. Han acabado por decidir que eres el único que puede hacerlo... -puso la mano con delicadeza sobre la cabeza del muchacho moreno y le metió la polla flácida en la boca. El chico no se quejó, parecía bastante acostumbrado. Procuró que todo su pene estuviera dentro de él y comenzó a succionarlo despacio, tomándose su tiempo. Movía la cabeza con un ritmo suave que dibujaba en el rostro de Burt un deleite sin parangón.
Fargant lo odiaba.
Burt Founder regentaba un prostíbulo de lujo y media docena de casas de putas de mala muerte. Por supuesto, nunca se dejaba ver por allí, pero movía sus hilos con destreza para que todo estuviera cuidado al detalle, y elegía a las chicas personalmente. Sin embargo, todo el mundo sabía que era maricón, aunque nadie se atrevía a mencionarlo.
-Ya he tenido esta misma conversación con el Círculo. Mi respuesta no ha cambiado desde entonces -sentenció el muchacho. Se moría de ganas por apartar la mirada del acto grotesco que tenía lugar en sus narices, pero algo dentro de su orgullo se lo impedía. Sabía que crisparse en lo más mínimo significaba concederle a Burt una victoria que no estaba dispuesto a otorgar.
-Pero los términos del Círculo sí que han cambiado. Digamos que...se están impacientando. Ya sabes cómo es. Cuando el Círculo quiere algo, debe tenerlo...
-Pues que baje el Círculo a cogerlo -masculló Fargant. Su interlocutor abrió la boca y alzó el rostro al techo, henchido de placer. Apretó la cabellera rizada del esclavo contra sus caderas y se movió deprisa, deslizándose sobre el diván para follarle la boca.
-Las cosas no funcionan así, chico. No creas que el Círculo compró tu vida para dejarla en tus manos. Ahora les perteneces a ellos... -sonrió maliciosamente, dejando a la vista aquella muela de oro que tanto detestaba. Pensándolo seriamente, lo odiaba todo en él. -Deja de quejarte inútilmente. Sabes que al final, accederás a hacerlo.
-O si no...
-O si no, eres carne para las ratas -se rió socarronamente, y luego transformó la risa en un gemido de placer. Susurró por lo bajo algunas frivolidades e incrementó el ritmo de sus embestidas. A aquellas alturas, el muchacho luchaba por respirar como podía, con la polla de Burt hasta la garganta. Fargant lo miraba con despecho. Quizás él ya no tuviera la polla de Burt en la boca, pero ahora tenía la del Círculo entero.
-Nunca me he enfrentado al Synister y he salido victorioso -dijo, sin más. Sus ojos se volvieron como piedras opacas y pesadas.
-Tampoco has salido derrotado.
-No tendréis garantía de éxito -Fargant se apretó la capucha que no se había quitado. No le gustaba que la gente le mirase a la cara, era una manía personal. Mucho menos, aquél miserable. Burt rió.
-Confiamos en tu talento. Y por tu bien, si no le das caza al Synister, procura morir en sus manos. Sabes que somos vengativos- dijo aquello y el chico se dió la vuelta para marcharse. Cuando dejó la sala, aún pudo escuchar los bramidos de placer del hombre mientras se corría, llamando "Adrian" al esclavo. Fargant apretó los nudillos y se marchó con paso raudo de aquél lugar.
Algún día consumaría su venganza de algún modo lento y horrible.

Fargant Diez Cuchillos, le había llamado él aquella vez. Bromeaba acerca de lo rápido que era lanzando las hojas y volviéndolas a recoger. No eran diez cuchillos, sino dos, los que usaba. Pero los movía tan deprisa y con tal destreza que en el aire se dibujaba una estela que impedía contarlos. Acarició distraídamente la cadena que pendía de su muñeca. El brazalete de metal unía el cordón de merellite con una hoja en forma de luna, bien afilada. Las llevaba enfundadas en el pantalón; una en cada pernera. Todo un complejo mecanismo que le permitía moverse con libertad y fluidez en caso de ser necesario.
Diez cuchillos.
Se sonrió.
El resto fue cosa de la gente, por supuesto. Fargant cien cuchillos. Mil. Y algunos otros nombres absurdos que en realidad tenían bastante gracia. Allain se habría reído de ellos.
Pero ahora tenía que matarlo. Había dejado de ser gracioso.
Maldijo al Synister por todo aquello. ¿Por qué tenía siempre que complicar las cosas?

Allain se aburrió de esperar.
Yara no había regresado a verlo después de marcharse aquella mañana, y no había salido de su habitación. Para cuando llegó la hora del almuerzo, al no verla aparecer comprendió que no estaba sola y que era posible que tuviera "asuntos" que tratar con el muchacho que había llegado en el carruaje, fuera quien fuese. La hermosa mujer rubia había resultado ser su hermana. Él aún se preguntaba qué pintaba allí, ahora que Valiant había desaparecido como una lagartija en un día sin sol.
Con la caída de la noche decidió salir, amparado por las sombras. Abordó la zona trasera de la casa, caminando pesadamente. Aunque su ropa resultase ligera, era algún tipo de peso diferente el que lo apelmazaba. Trató de pensar en todo lo que pudiera haber cambiado en los últimos días, pero no encontró nada significativo. Nada excepto que hacía demasiado que no mataba.
Las ganas bullían en sus venas, la sed de sangre y de muerte.
Sí, debía ser eso.
No podía estar ablandándose.
Se echó la mano a la espada que llevaba en el cinto y la desenvainó en silencio, rasgando la funda con el metal.

Yaraidell se acercó despacio a la ventana del dormitorio. La noche se había cerrado sobre ellos como un manto protector, pero aun así la luna brillaba hermosa, en lo alto. Jace se había dormido. Era tan guapo, parecía tan feliz. Ella se sonrió a sí misma, reconfortada por algún extraño sentimiento que creía olvidado, y clavó los ojos en el paisaje nocturno. Allá donde la vista se perdía, en el bosque, se oía ulular a la lechuza.


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By Rouge Rogue

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