Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
Si crees que pueden herir tu sensibilidad, por favor no continúes leyendo.
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martes, 16 de agosto de 2011

CAPÍTULO 2: EL TRABAJO ES LO PRIMERO

La mujer se echó a llorar, suplicante.
Su hija mayor conservaba la calma bastante mejor, aunque a efectos prácticos era ella quien debería de estar aterrada, pues la hoja del cuchillo le acariciaba con suavidad la fina piel del cuello mientras el hombre manoseaba sus generosos pechos.
-¡Por favor, se lo ruego! -gritó la señora. Aún se la veía bastante lozana. Debía rondar los cincuenta años, y a Allain no le habría importado echarle un polvo si hubiera dispuesto de más tiempo. Pero, puestos a elegir, no iba a cambiar a la chica de las tetas como cántaros por un chocho pasado.
-Cállate -espetó el hombre; hundió las narices en el rubio cabello de la joven, e inspiró. La sostenía desde atrás, con aire ansioso. La recorría entera con la mano libre, deleitándose en sus formas y su tacto, mientras la otra continuaba aferrando con fuerza el arma con que la intimidaba. Lamió el cuello impoluto de la muchacha y su madre volvió a gemir.
-¡Tómeme a mí, deje a mi hija, se lo suplico por los dioses! - Ahora la hermana pequeña lloraba también, asustada por la reacción de su madre. Allain se volvió hacia ella, con cara de estar perdiendo los estribos y la apuntó con el cuchillo.
-Si vuelves a abrir la boca, le sacaré las tripas a tu hija y me la follaré igualmente-amenazó. Y no era una amenaza vacía; lo cierto era que la voz chillona de la mujer lo estaba poniendo de los nervios.
La rehén sin embargo permanecía de pie casi con entereza y trataba de tranquilizar a su madre. Allain admiraba su valor. No gran cosa, por supuesto, pero bastante para no ser más que una señorita de a pie criada en una familia acomodada. No pasa nada, no pasa nada, la oía decir por lo bajo. Él se marchará tan pronto se haya saciado.
El mercenario la sujetó por las muñecas y la postró sobre la mesa de madera redonda que presidía el salón. La hizo pegar la mejilla al mueble, poniendo una mano en su nuca para evitar que se removiera, y le levantó las faldas desde atrás. Enaguas y otras piezas de la recargada vestimenta de la chica desaparecieron al corte bruto de la hoja afilada del cuchillo, dejando a la vista sus blanquísimas nalgas y muslos de tacto inmaculado. Allain sintió que se excitaba aún más si cabía. Si se había empalmado con sólo manosearle las tetas, tenerla expuesta de ese modo ante él dio un nuevo vuelco a la situación. Ya no sabía qué parte de él estaba funcionando por el trabajo, y qué parte por el placer.
La mano aún sujetaba el cuchillo, pero la apoyó de todos modos en las caderas de la joven. Ella frunció el ceño cuando la polla del hombre entró en contacto con su nívea piel por primera vez. Era algo extraño y difícil de asumir. Por momentos, toda la serenidad que había mantenido se evaporó en la nada, subyugada al miedo y la incertidumbre, y se echó a llorar con suavidad. Pero no por mucho. El llanto fue interrumpido súbitamente por la embestida de Elric, que de un único movimiento se hundió en ella, desgarrándola de dolor y haciéndola gritar como nunca antes debía haber hecho.
-¡Nooooo! -la madre de la chica lloraba desde su asiento. Seguramente, desearía poder levantarse y matar a Allain a puñetazos; él lo sabía. Sabía que se lamentaba por estar maniatada en esos momentos y sujeta con firmeza a la silla de madera. Al menos, pensó, había tenido la deferencia de dejar la silla de la hija pequeña mirando hacia la pared. ¿No era eso un acto de conmiseración?
La muchacha estaba caliente, y prieta. Sentía cómo la piel seca de ella tironeaba de él cuando la penetraba con el salvajismo de un animal. No tardó en humedecerse -posiblemente fuera la sangre del desgarro, ¿qué importancia tenía?- y resultar mucho más acogedora. Era una lástima realmente, qué bonita era. Se la hubiera ligado por las buenas, pero el trabajo era el trabajo. Y en ello andaba cuando sintió los pasos del enorme orangután que debía ser el padre de familia. Tal como había previsto.

Cuando la puerta de la casa se abrió de par en par, el panorama resultó desolador para Jace Cárdenas. Se quedó estupefacto en la entrada de la casa, observando la escena sin dar crédito a lo que veía. A escasos metros de él, la mesa de madera. Su hija recostada y semidesnuda, con la vista perdida en el infinito mientras el hilo de sangre le recorría las piernas temblorosas. No mucho más allá, su esposa maniatada con el rostro enrojecido por el llanto, y su hija menor asustada, que sin ver nada podía intuir el peligro por la actitud de su madre.
Y por supuesto, el hombre.
El desconocido que se había sorprendido de ser descubierto en plena faena y se abrochaba el pantalón con prisas. Jace Cárdenas tardó algunos segundos en asumir todo lo que estaba ocurriendo, pero tan pronto logró interpretar que el intruso debía morir, alzó su hacha de leñador por encima de los dos metros treinta que medía de alto, y se lanzó contra Elric.
Al grito desesperado del forzudo hombre se sumó el de su hijo, que entró tras su padre a tiempo justo de verlo derrumbarse bocabajo en el suelo.
"Lo había imaginado más alto, la verdad" había dicho la chica aquella misma mañana. ¿Más alto, para qué? Allain Elric era rápido, y certero. Y se deleitaba en ello.
El caos se hizo en la habitación.
La mujer que gritaba suplicando, el gigante que se sacudía entre espasmos a los pies del mercenario, tratando de llevarse las manos a la daga que se clavaba en su cuello de toro sin conseguirlo, ahogándose en su propia sangre. La niña pequeña que profirió un grito desgarrador de aquellos que taladraban los oídos y el hermano mayor que había sacado el enorme machete para atacar a Allain. Todo como un torbellino confuso. Justo la clase de situaciones en las que Allain se movía con facilidad.
El hijo de Jace no resultó tan sencillo como su padre. Aunque igual de corpulento, el muchacho era más ágil, y pasó saltando por encima del cuerpo de su progenitor apuntando con la gigantesca hoja al cazarecompensas, cortando el aire en estocadas de semicírculo. Allain retrocedió un paso pero aún hubo de encoger el estómago para esquivar uno de los ataques, que le rasgó las telas de la ropa de tan cerca que le pasó. No en vano las larguísimas piernas de su oponente le proferían unas zancadas de vértigo, y él era poco menos que un grillo al lado de un mastodonte. Se sonrió a sí mismo. ¿Qué cojones hacía pensando en grillos ahora...?
Se hizo a un lado con presteza y deseó buscar en el cinto de su pantalón. Coger un puñal sería tan sencillo...un ligero corte y el veneno haría el resto. Pero el trabajo era el trabajo, se recordó. Y en aquella ocasión su trabajo le impedía usar cualquier cosa que no debiera llevar encima un simple asaltador de caminos. Miró hacia los lados, buscando algún objeto contundente, y justo en aquél momento su enemigo volvió a lanzar otra estocada. Allain no tenía tiempo de retroceder, así que en esta ocasión viró sobre sí mismo y la hoja afilada -aunque curtida por el trabajo en los campos- le pasó cerca del pecho. Demasiado cerca.
Tanto, que tuvo el brazo del contrario a su alcance para asirlo e impulsarse para lanzar un rodillazo a su abdomen con toda la fuerza de que fue capaz. El montañés apenas sí se hizo eco del impacto. Miró a Allain con furia contenida y lanzó un puñetazo que, de haber alcanzado al mercenario, probablemente le habría roto el cráneo. Con lo fácil que habría acabado la contienda si hubiera podido usar su equipo, se lamentó una vez más. Se escurrió a un lado con pasos ágiles hasta llegar a la escalera. Asió el candelabro de hierro que adornaba el pasamanos y se volvió con aire decidido al muchacho.
-Si te rindes ahora, te daré una muerte rápida -dijo, y hablaba enserio. La verdad era que se había aburrido de perder el tiempo. Tenía que acabar aquello antes de la hora prevista. El joven Cárdenas profirió una risa estruendosa, propia de sus enormes pulmones.
-¿Y si no, qué?
-Si no, peor para tí.

Aún tuvo tiempo para caminar despacio.
Las mujeres maniatadas y amordazadas, encerradas en el sótano de la casa, con casi total seguridad no serían encontradas hasta como pronto el día después. Allain exhaló una nube de humo al aire; parte eran los restos del tabaco rancio que fumaba, y lo demás, su propio aliento bailando en la noche helada de las montañas Kauhjuùn. Cuando llegó a las caballerizas, la joven lo esperaba con la cabeza cubierta por un hermoso pañuelo de tela negra que dejaba al descubierto tan sólo su rostro. Le sonrió, y tiró el pitillo al suelo. No se molestó en apagarlo, así que la luz aún brilló algunos segundos en la penumbra.
-Lo que me corresponde- tendió la mano para recoger las monedas. La joven receló antes de sacar la bolsita de la manga de su amplio vestido.
-¿Todo en orden?
-No tardará en correrse la voz. Y haz el favor, no seas tan obvia -se acercó a ella y le arrancó el pañuelo de la cabeza de un solo gesto. Lo dejó caer al suelo. La chica no dijo nada, tan sólo agachó la mirada; era evidente que se sentía muy culpable.
-¿Cómo ha pasado todo? -se atrevió a preguntar; la voz le temblaba débilmente. Allain estrechó los ojos y la miró, analizando la pregunta.
-Te refieres a si he dejado algún tipo de prueba que pueda dar lugar a sospechar de vosotros. Verás, mañana oirás que un terrible violador ha asaltado la casa de los Cárdenas, con tan mala suerte que Jace y su hijo, que volvían de faenar, lo descubrieron en el acto. Forcejearon, y padre e hijo cayeron en el enfrentamiento. Después de esconder los cadáveres y encerrar a las testigos, el violador se dió a la fuga. Si finges sorprenderte por ello, no habrá manera en que os relacionen con el incidente- resolvió. Buscó de nuevo entre sus ropajes y sacó otro cigarro. Tenía esa terrible manía de tirarlos a medio consumir.
La muchacha asintió, conforme, y le tendió al hombre la bolsa con la recompensa acordada. Allain nisiquiera necesitó abrirla, con el peso era suficiente para saber que la cantidad adecuada estaba dentro. Luego de eso se ajustó el cuello del tabardo y se dio la vuelta para marcharse.
Ella aún lo observó mientras caminaba hasta perderse en la distancia.
Era un hombre terrible, tal como decían.

Pero ahora comprendía que no tenía nada que ver con la altura.


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by Rouge Rogue

1 comentario:

  1. el segundo capitulo y ya le he cogido asco al tio este allain, que creo, es el protagonista.
    Nana

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