Este blog contiene narraciones con escenas de sexo explícito y violencia no basadas en hechos reales.
Si crees que pueden herir tu sensibilidad, por favor no continúes leyendo.
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jueves, 25 de agosto de 2011

CAPÍTULO 16: UNA FLOR EN EL DESIERTO

Elliot pasó la página del libro y siguió leyendo.
La niña estaba sentada en el banco de madera, a su lado. Miraba las hojas rancias y endurecidas por el paso del tiempo, deslizando los ojos por las manchas amarillentas como si intentanse aprender algo. La voz del chico era dulce y agradable, y cuando se topaba con alguna escena impropia, inventaba sobre la marcha algo que lo supliera sin que ella se diese cuenta. Cuando terminó el capítulo cerró el volumen despacio, y miró a su hermana, inquisitivo.
-Ya está. ¿Te ha gustado?
Mina asintió dulcemente. Alargó la manita para coger la del muchacho y abrió otra vez el libro, indicándole que continuase leyendo.
-¿Más?- Elliot suspiró, luego la miró con un deje autoritario. -Está bien. Pero sólo un poco.- Se diría que Mina reía. Pero reía con los ojos, porque había nacido muda, cinco años atrás. Al menos, eso era lo que Elliot creía.
Su hermana nunca había dicho una sola palabra.
-¡Ahora no, Alfred, los niños! ¡No! -la voz de su madre llegó desde el interior de la casa. Mina se bajó de un salto del banco del patio pero Elliot la agarró con fuerza y la cogió en brazos.
-No, Mina. Vamos a quedarnos aquí. Te seguiré leyendo.
-¡No! -la mujer volvió a chillar. Se oyeron ruidos de cacerolas cayendo al suelo. Algún plato roto. Su padre había vuelto borracho otra vez. Se ponía violento siempre que bebía; y lo hacía bastante a menudo.
Luego gemidos.
Seguramente la estaba forzando de nuevo, pero ella nunca hacía nada al respecto. Decía que era su papel como esposa. Las mujeres eran criaturas débiles, había aprendido Elliot, a su corta edad. Estaban expuestas a que los hombres las dominasen tan sólo porque eran más fuertes, y eso era una injusticia. Pero si a su madre no le importaba; entonces estaba bien.
Abrazó a Mina con fuerza y la escondió en su pecho.
Podía aprovecharse de su madre, y tal vez de muchas otras.
Pero nunca dejaría que le pusiera la mano encima a la niña.

-Tú, patán. Mueve el culo y tráeme el vino -le espetó de mala gana el hombre. Su madre aún lloraba en la esquina, recogiendo con las manos las esquirlas de cristal de los platos rotos. Dunia estaba a su lado, ayudándola. También lloraba. Dunia lloraba siempre que él golpeaba a su madre, porque era una chica enormemente sensible. Por el contrario, Ada era mucho más orgullosa. Era ella quien tenía más control sobre Alfred de toda la casa; y era la única capaz de plantarle cara, aunque luego lo pagase con algún moratón de más.
Elliot miró al hombre con gesto desafiante, y no se movió del sitio.
-¿No me has oído? -el hombre se acercó al niño, tan alto como era, con aire amenazante. Ada enseguida se interpuso entre ambos.
-Aquí tienes el jodido vino. A ver si te revienta un día de estos y nos dejas en paz -dejó la jarra en la mesa. El padre la miró con asco.
-Si no estuviera tan cansado, te...
-¿Tan cansado de qué? ¿De andar tirado por las calles como un vagabundo andrajoso?
-Ada por favor... -su madre tenía la cabeza gacha. Pero Ada era joven, y fuerte como un junco. No se doblaba ante nadie. Ni siquiera cambió su expresión cuando el hombre la abofeteó con tal contundencia que la tiró al suelo, haciéndola sangrar por la nariz.
Mia se echó a llorar, escondiéndose tras el quicio de una de las puertas. Dunia se puso en pie y trató de contener al padre de abalanzarse sobre su hija mayor.
-¡Elliot! ¡Llévatelo, llévatelo de aquí! -decía la muchacha. El niño agarró a su progenitor por el brazo y tiró de él hasta hacerlo tambalearse de tan bebido como estaba.
-Maldita furcia...¡furcias todas! ¡No tenéis respeto por el hombre de la casa! ¡Algún día me hartaré y os reventaré a golpes! -El chico tiró de él hacia la calle hasta que al fin logró sacarlo de la casa. Alfred dio algunos tumbos antes de apoyarse en su hijo. Luego se echó a reír.
-¿Qué edad tienes, Elliot? ¿Eres ya mayor de edad?
-No, padre. Tengo catorce años.
-Ah, ya... -echó a andar calle abajo. Llevaba el brazo sobre los hombros del niño. -¿Por qué no hacemos algo juntos? Tú y yo...de hombre a hombre. - Elliot lo miró con interés renovado. Era la primera vez en la vida que su padre mostraba algún interés por él. -¿Qué te gusta hacer?
-Me gusta leer, padre. Me gusta mucho.
-¿Leer? ¿Es a eso a lo que te dedicas? ¡Leer es cosa de mujeres! ¿Esque tu madre te consiente que pierdas el tiempo de esa manera? Yo te enseñaré... -Llegaron caminando a las afueras del pueblo; allá donde el sendero ya se perdía hacia las aldeas vecinas. Alfred se acercó a una de las mujeres que rondaban la zona e intercambió algunas palabras con ella. Luego invitó a Elliot a seguirlos hasta un árbol apartado, donde la señorita se detuvo y comenzó a quitarse la ropa.
El chico abrió los ojos como platos. Luego miró en derredor, nervioso.
Pese a vivir rodeado de mujeres, era la primera vez que veía una desnuda, y no se atrevía a mantener los ojos puestos en ella.
-¿Ya sabes...? Vamos, tócala -le dijo su padre. Elliot no se movió del sitio. Parecía estar asustado, y probablemente en gran parte así era.
La mujer era preciosa.
Al menos, así se lo había parecido a él.
El cabello largo y negro, lleno de rizos muy hermosos. Los labios carnosos pintados de rojo pasión, y unas pestañas frondosas y oscuras que enmarcaban unos ojos azules de mirada vivaz. Pero con todo, Elliot no se atrevía a ponerle la mano encima.
-¿No...? Observa y aprende -su padre se desabrochó los pantalones. La prostituta se recostó en el suelo y abrió las piernas para él. Alfred se acomodó sobre ella, y enseguida comenzó a empujar. Elliot tragó saliva; sintió una pequeña sacudida en su pantalón.
Ahora era consciente, verdaderamente consciente de lo que significaba pecar. Un hombre y una mujer, dos cuerpos desnudos procurándose placer mutuo.
El placer por el placer.
Así que era eso. ¿Qué de especial tenía? ¿Por qué deseaba tanto probarlo ahora?
Mantuvo los ojos fijos en las peludas nalgas de su padre, que se hundían en ella. Bastante torpemente, en realidad, pero eso Elliot no podía saberlo. El hombre resolló varias veces, y la voz le sonó áspera por el alcohol. Al final acabó por correrse, y el chico no se había movido ni un ápice del sitio. Jadeante y cansado, se recolocó las ropas mientras se ponía en pie.
-Vamos, ahora tú -apoyó las manos en su cintura para descansar, y se dedicó a examinar a la mujer aún desnuda, en el suelo. Ella aguardaba la decisión de Elliot, que parecía estar demasiado inseguro para acercarse.
-¿No te gusto? -ella le sonrió, y a él se le encogió algo en el pecho. Era muy guapa...muy guapa. -Podemos ser buenos amigos si quieres... -se incorporó hasta quedar de rodillas ante él. Desató despacio el fajín y hurgó dentro de las calzas con mano experta. Lo miraba a los ojos con la expresión de quien se moría de ganas por meterse aquello en la boca. -¿Te gusta esto? -dijo, estrechando la polla del chico entre los dedos y deslizándolos de arriba a abajo. -Te va agustar mucho más cuando la metas, te lo puedo asegurar -se apartó de él de nuevo y volvió a recostarse bocarriba. Abrió los brazos para recibirlo.
Elliot se olvidó de que su padre estaba allí, mirando.
Ahora sólo tenían cabida en sus pensamientos aquella mujer y sus hermosas tetas. Sus piernas blancas, su ombligo, sus manos suaves.
Se bajó las calzas hasta medio muslo y se acercó a ella. Al arrodillarse, la muchacha le sonrió con dulzura. No tenía idea de cómo sería aquello; nunca había estado con una mujer. La prostituta lo acercó a ella y condujo gentilmente su miembro hacia el interior de su cuerpo. Luego gimió, complacida, y Elliot se encogió un poco sobre sí mismo. Tenía las manos apoyadas a ambos lados de la cabeza de la joven; los brazos delgados y tensos. Ella volvió a gemir por lo bajo, como no lo había hecho momentos antes cuando su padre ocupaba su lugar. Probablemente ella sólo pretendía ser amable y borrar las inseguridades del chico, pero él lo interpretó como algo mucho más especial. Creyó por un instante poder significar algo para ella, gustarle lo suficiente. Una nueva sacudida.
Las caderas de la mujer se apretaban contra las suyas y se movían despacio, juguetonamente.
Elliot se animó a empujar una vez, y una pequeña ola de placer lo recorrió entero. Entreabrió los labios, buscó los ojos de ella con los suyos, y la mujer sonrió. Volvió a empujar de nuevo, y otra, y otra vez. Ella había tenido razón, se sentía mucho mejor que un puñado de dedos aprisionandole la polla, porque su cuerpo era suave y hermoso, y estaba hecho para él.
Sólo para él.
El chico se ruborizó por momentos, y un débil hálito escapó entre sus labios. Se quedó muy quieto, sobre ella, y agachó la cabeza, avergonzado. Apenas acababa de empezar y ya se había corrido. Quizás hubiera esperado alguna burla por parte de la ramera, pero ella le acarició el rostro con dulzura y le dio un beso en la mejilla.
-Me ha gustado mucho -le susurró al oído. Tal vez era mentira, pero Elliot se lo creyó.
Y lo que era más; lo hizo sumamente feliz.
-Aquí tienes -Alfred dejó caer las monedas al suelo. La muchacha lo observaba impasible, sin decir nada. Ni se quejaba ni se ofendía, estaba muy acostumbrada. Se dispuso a vestirse antes de recoger su pago, y el hombre ya andaba de camino al pueblo. Elliot debía seguir a su padre, pero se moría de ganas por preguntar...
-¿Cómo te llamas? -la joven lo miró estrechando los ojos mientras él andaba hacia atrás, esperando una respuesta.
-Daleelah. ¿Y tú? -se echó el vestido por encima. El niño le sonrió.
-¡Elliot!- gritó para salvar la distancia creciente que los separaba.-¡Me llamo Elliot Allaingard Elric, y volveré a buscarte! -Luego se echó a correr. Daleelah se sonrió a sí misma, era un chico muy dulce.

Pero no pasó demasiado tiempo antes de que las caras y las historias de otras centenas de hombres hicieran que ella se olvidara de él.


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By Rouge Rogue

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